La mitología, las novelas de caballería y los cómics comparten axiomas con la realidad. Uno obvio: los “malos malísimos” siempre se parecen y su “maldad” pura aspira a destruir el conocimiento, al temer el progreso humano; otro: los auténticos héroes protegen la libertad individual (y devuelven el conocimiento).
Exploramos los paralelismos entre personalidades excepcionales, más allá de los superhéroes de cartón piedra y sus atributos irreales: recurriendo a los gigantes de carne y hueso, el último en irse ha sido Nelson Mandela, sobre el cual existe un consenso ecuánime sin recurrir a las apariencias o lo políticamente correcto.
Pero estudiar la trayectoria de Mandela no implica conocer todos los entresijos que concibieron al personaje.
Sobre filosofías de vida
Hay que investigar sus influencias más profundas para comprender cómo convergieron cualidades: de nacimiento, autoconfianza, biografía personal, carisma, introspección y superación de las dificultades para forjar su filosofía de vida.
Se ha destacado de Nelson Mandela que respetó tan escrupulosamente a sus enemigos naturales como a sus incondicionales menos racionales y, por tanto, más propensos a seguir al “líder”, fuera un populista, un carnicero o un político excepcional; por suerte, la historia del siglo XX se topó con la tercera opción, aunque su legado se haya diluido por el despilfarro, la corrupción y el amiguismo posteriores (y el eterno retorno vengativo de las víctimas convirtiéndose en verdugos).
(Imagen: dormitorio del Lev Tolstói maduro en su casa de Yasnaya Polyana; Tolstói aspiró a la “vida sencilla”)
El disconfort productivo
Siguiendo con la simplificada dialéctica caballeresca y de los superhéroes literarios o de cómic: ¿Generan las situaciones anómalas y las injusticias personalidades excepcionales, que emergen como “anticuerpos” de lo que, según Sócrates, no puede prevalecer?
Para Sócrates, si todos los individuos de un colectivo actúan informados y racionalmente por su propio bien, obrarán también en beneficio de lo colectivo, aunque el filósofo recibió críticas posteriores de quienes creen que la maldad no parte sólo de la ignorancia o la información sesgada, sino que también puede ser racional.
¿Es necesario experimentar en primera persona el disconfort para disfrutar de más con menos y actuar racionalmente y de manera creativa, incluso cuando no parezca posible y no sea la solución más “popular”?
La propia conciencia: sobre aprender a ceder y abstraerse de críticos y aduladores
La diferencia entre los conflictos irresolubles que se resuelven y los que se enquistan radica en la madurez de los interlocutores para ceder y llegar a la mejor meta posible para todos, sin maximalismos dogmáticos.
¿Cómo se consigue? No hay fórmulas matemáticas, sino filosofías de vida forjadas en la astucia, el conocimiento del ser humano y el cultivo de la razón (y la paciencia) por encima de los impulsos.
Fijémonos no sólo en la trayectoria de Nelson Mandela (o en la de Martin Luther King; o en la de Malcolm X y su “transformación” racional, conciliadora y posibilista al retornar de su viaje a La Meca): las influencias y los ideales de la persona a la que uno aspira en convertirse son tan importantes como las potencialidades del propio individuo al inicio de la trayectoria de iniciación a la “grandeza”, aprendizaje que Sócrates llamó “incomodidad productiva“.
“Sé como te gustaría ser”
Sócrates lo resumió en un expeditivo: “Sé como te gustaría ser”. La coherencia con el ideal que a uno le gustaría alcanzar, no importa lo alejado que esté de uno mismo al inicio de la toma de conciencia, es una de las trayectorias más difíciles, sobre todo cuando hay razones de peso (afrentas, odio, discriminación) para que la visceralidad se imponga y genere réditos personales (al menos, momentáneos: ventajas económicas, prestigio entre los incondicionales, etc.).
Una máxima que podría aplicarse a Mandela, forjada durante los 27 años que pasó en la cárcel, en la que cultivó el respeto de sus carceleros sin recurrir a adulaciones postizas ni amiguismo impostado.
(Imagen: retrato de Tolstói en 1848, a los 20 años de edad)
Más difícil todavía: al salir, lo hizo sin rencor y supo que cualquier avance en la sociedad democrática que había soñado implicaba una negociación entre las partes.
Consensos más allá de modas y ceremonias
La muerte de Nelson Mandela nos recuerda que hay consensos que se circunscriben a toda la humanidad, algo así como el espectro radioeléctrico o la salud atmosférica del raciocinio colectivo.
Son raros y, cuando ocurren y surgen del trabajo de una persona, sabemos que ésta tiene atributos especiales. Con Nelson Mandela, se va el último gigante del siglo XX.
Es más difícil, por ejemplo, hallar inspiración para millones de personas en efemérides que evocarían a personalidades de similar estatura o incluso superior contribución. Una efeméride que pasará por alto: los 150 años desde que Lev Tolstói iniciara Guerra y Paz.
La biografía y obra de Tolstói se merecen la atención de la literatura y experiencia vital ajena que enriquece la de cualquiera al conocerla.
Más allá de la tribu: ideales ilustrados
Por lo que sus discípulos y los discípulos de éstos escribieron sobre él, sabemos que Sócrates recomendaba a sus alumnos leer buenos libros para así aprender de las vivencias e ideas que otros habían madurado con esfuerzo.
Nelson Mandela es quizá el último personaje de la historia reciente que trascendió las diferencias e incontables dificultades estructurales y coyunturales (algunas irreconciliables), así como las eternas rencillas tribales (étnicas y/o entre construcciones más o menos objetivas erigidas sobre el idealismo alemán del siglo XIX, si se quiere), para consensuar lo que hasta entonces había sido imposible.
Alguien capaz de buscar la concordia en el alegato ante el juez pronunciando el momento antes de ser sentenciado a pasar su vida en la cárcel por participar en la insurgencia:
“He perseguido el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades”.
“Es un ideal por el que espero vivir”.
“Pero, señoría, si es necesario, es un ideal por el cual estoy preparado para morir”.
De quién es el destino de uno mismo
Ya en la cárcel, Mandela evocaba uno de los versos finales del poema Invictus de William Ernest Henley: “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.”, mensaje en el que resuena la integridad moral surgida de la voluntad racional que persevera incluso en situaciones de injusticia.
Sócrates fue juzgado y condenado a muerte y, en lugar de eludirla, la aceptó serenamente, según explica Platón en la Apología.
(Imagen: León Tolstói en 1873, a los 45 años de edad; retrato de Iván Kramskói)
Defendiéndose ante el tribunal, Sócrates pronunció uno de los discursos sobre libertad de expresión más elocuentes de la historia: “mientras tenga aliento y pueda, no cesaré de filosofar, de exhortaros y de hacer demostraciones a todo aquel de vosotros con quien tope […] Atenienses, tened presente que yo no puedo obrar de otro modo, ni aunque se me impongan mil penas de muerte; […] absolvedme o no me absolváis.”
Elevarse por encima de las afrentas
Para protestar por ser un africano que entraba en una corte penal blanca que no reconocía a la mayoría negra en igualdad de condiciones, Mandela oyó la sentencia vestido a la manera tribal, subrayando su estatus con una dignidad no reconocida.
No obstante, más que la radicalización y el odio, Mandela encontró en los duros años de cárcel el modo de trascender las incomodidades cotidianas y prepararse para ser el hombre al que aspiraba, por si llegaba el momento -como así fue- de demostrarlo más allá de la celda.
Un recorrido introspectivo importante para alguien que se había dejado seducir en su juventud por el hedonismo impulsivo y había apoyado la lucha armada para acabar con el régimen de segregación racial en sudáfrica.
Sobre el Bien: una cadena de influencias entre “gigantes”
Mandela es también el último líder heredero de una profunda convicción filosófica en el bien como último fin de un individuo que aspira a autorrealizarse (o vivir una existencia plena).
Como en el caso de otro gigante del siglo XX, Martin Luther King Jr., sus ideas sobre desobediencia civil, resistencia pacífica o bondad ética y moral, entre otras, partían del profundo conocimiento de las ideas de Mohandas Gandhi, quien había sido funcionario del Imperio Británico en Sudáfrica.
Mohandas Gandhi, a su vez, se había inspirado en la obra y las ideas del escritor ruso Lev Tolstói, conocido sobre todo como uno de los mejores novelistas del realismo del siglo XIX y autor de 2 obras maestras, Guerra y Paz (donde se explica el sesgo de la historia explicada como hazañas relatadas y aparecen las ideas precursoras de la teoría de juegos) y Anna Karénina, un complejo retazo sobre la moralidad, pasiones, contradicciones y fuerzas humanas.
El recorrido vital de Lev Tolstói
Sentando las bases de su moralidad y filosofía de vida en su interpretación de la biblia, los filósofos clásicos grecorromanos y los orientales -reconoció su deuda con el budismo, por ejemplo-, Tolstói estudió y contribuyó también a las ideas más radicales de la época en que aparecen las distintas propuestas concretas basadas en el materialismo y el idealismo.
La combinación de Tolstói le convirtió en un actor y testigo esencial del siglo XIX, además de influir sobre el siglo XX (a Tagore, a Gandhi, a Mandela y a Luther King Jr., por mencionar sólo a los incontestablemente excepcionales):
- profundo conocimiento de las religiones abrahámicas, especialmente el Viejo Testamento cristiano;
- lectura concienzuda de filósofos clásicos occidentales y orientales (sobre el sentido de la vida, la ética y moralidad, las filosofías de vida, la política, las propuestas y experimentos sociales, etc.);
- conocimiento, y a menudo amistad personal o incluso relación epistolar cuando se trataba de contemporáneos, de las ideas sociales, políticas y éticas más destacadas de la Ilustración.
Sobre grandes, pequeñas y medianas efemérides: aprender de la transitoriedad
Hace 150 años desde que Lev Tolstói empezara Guerra y Paz, que aparece desde su publicación en todas las listas acreditadas de obras de ficción imprescindibles.
Se conoce menos, sin embargo, su papel como pensador y reformador social y político, una faceta para la que se preparó a conciencia:
- estudiando y observando (de primera mano, a través de lecturas y experiencias, etc.);
- usando su propio dinero (¿cuántos pensadores ponen en práctica ideas y experimentos apostando en ello su propia hacienda?).
Además de sus intensas experiencias vitales y el arrepentimiento posterior por una juventud que él mismo consideró ociosa, impulsiva e inconsciente, Tolstói estudió a teólogos y filósofos de todos los tiempos, sin perder de vista una experimentación de campo con su propio dinero, tierras y hacendados, para indagar sobre el significado de la vida y cómo mejorar la existencia, tanto individual como colectiva.
Lo que empezó hace 25 siglos
Para acometer su gran empresa, que sabía no podría resolver de manera unívoca (como había ocurrido años antes a Thoreau, y antes a Montaigne, y así hasta llegar a Séneca -aceptó su injusta condena a muerte-, Aristóteles, Sócrates -aceptó su injusta condena a muerte- y, finalmente, los atomistas presocráticos), Tolstói se armó de tesón para estudiar, experimentar, mejorar y disfrutar más con menos (idea socrática).
(Imagen: las tres edades de Lev Tolstói)
Pero la carambola de influencias entre “gigantes” no acaba aquí. Hemos empezado, partiendo de personalidades más a menos contemporáneas, con Mandela: por su significado y el brillo de su pensamiento y acciones, así como por la fusión sin fisuras entre el político y la persona, en una época de tribalismos -que infestan incluso la “ilustrada” Europa-, la ausencia de consensos y de personalidades carismáticas.
De Mandela (podría ser Martin Luther King Jr.) hemos retrocedido a su inmediata influencia, Mohandas Gandhi. Desde Mohandas Gandhi, bajando un escalón cronológico, llegamos a Lev Tolstói, a cuyas ideas Gandhi llegó a través de otro reconocido intelectual indio, el polímata Rabindranath Tagore.
La dificultad de poner en práctica los ideales
Las ideas reformistas y la profunda empatía de Tolstói por los oprimidos -racional y ausente de populismo-, fueron cruciales para la formación de la filosofía de vida y acciones del tándem Tagore-Gandhi, que ambos tratarían de aplicar en la India, tales como el concepto libertario y socrático de “educación espontánea”, que Tolstói había puesto en práctica en las escuelas de Yasnaya Polyana, la finca familiar de Tula, Rusia.
Rabindranath Tagore fundó una escuela similar en su casa, que financió de su bolsillo.
Y Tolstói nos conduce a sus principales influencias sobre individualismo, libertarismo, vida sencilla y resistencia pacífica: Henry David Thoreau.
La carta de Tolstói cuyo eco resonaba en Mandela
A Tolstói le había marcado la lectura del Ensayo sobre la desobediencia civil de Thoreau. Animado por su lectura, envió a un diario indio el artículo “Carta a un hindú”, que derivó en su relación epistolar con Mohandas Gandhi, entonces funcionario en Sudáfrica.
Dos meses antes de su muerte, Tolstói escribió a Gandhi para aconsejarle sobre cómo aplicar la resistencia no violenta. La “no resistencia”, a diferencia del enfrentamiento, evitaba la sanción de la víctima en los términos a que le había obligado el sistema. “La práctica de la violencia -sentenciaba Tolstói- no es compatible con el amor como ley fundamental de la vida.”
Aquel delgado y clarividente funcionario hindú destinado a Sudáfrica, Mohandas Gandhi, aplicaría años después estas ideas en el concepto de “satyagraha” o “fuerza de la verdad”, que combinaba objetivos ético-políticos de manera racional y moral, difíciles de refutar desde una mente ilustrada.
Existe una fotografía en la que aparece un orgulloso y joven Mohandas Gandhi rodeado de los habitantes de la granja que había creado. Su nombre: Tolstoy Farm.
El precio de salirse de la ortodoxia
Sin la construcción de Gandhi sobre las enseñanzas de Thoreau y Tolstói, no se entenderían dos personajes cruciales décadas después: Martin Luther King Jr. y Nelson Mandela.
La “resistencia pasiva” o “no violencia activa” es un concepto de raíces libertarias que tiene sus orígenes en la convicción de que el individuo es dueño de su propio destino y comportamiento, ya presente en los atomistas presocráticos, desarrollado por Sócrates y la ética aristotélica y adoptado por los estoicos, que influirían sobre teólogos como Tertuliano.
Si el gnóstico panteísta gallego Prisciliano (quien se cree que está enterrado en Santiago, y no el apóstol), el primer cristiano ajusticiado por la Iglesia por herejía, fue un pionero del ascetismo libertario de raíces cristianas en el siglo IV, hubo que esperar a Michel de Montaigne y, sobre todo, Lev Tolstói, para que el cristianismo libertario cristalizara en ideas con aspiraciones racionales como la pedagogía libertaria, la “no violencia activa” o la “resistencia pasiva” (también reivindicada por la filósofa objetivista Ayn Rand).
Paralelismos entre “gigantes”
¿Cuáles son las cualidades y aspiraciones de individuos excepcionales? ¿Qué rasgos les identifican en sus respectivas biografías? Como Tolstói, la mayoría tuvieron una buena educación y, más importante, siguieron a rajatabla la máxima de Séneca de que “el ocio sin libros es la muerte, y el entierro de un hombre en vida.”
(Imagen: un joven Mohandas Gandhi -centro- en la granja Tolstoy Farm, Sudáfrica, inspirada en las ideas libertarias del autor ruso)
Todos aspiraron con la convicción de Sócrates a convertirse en sus respectivos ideales de persona, y en buena medida lo lograron.
Muchos nacieron en entornos pudientes en relación con su entorno y conocieron en algún momento la vida diluida, y no confundieron autorrealización o propósito personal con acumulación material.
Del hedonismo inconsciente a la universalidad
Roman Krznaric, cofundador de la School of Life de Londres, recopila 6 lecciones vitales de Lev Tolstói, que podrían aplicarse a cualquiera de los restantes “gigantes” citados en el artículo.
Tolstói, heredero de una finca con centenares de siervos donde prevalecían relaciones estamentales propias del medievo, no estaba orgulloso de su primera juventud. En Confesión (1882), escribe:
“Maté en la guerra y reté a duelos para matar. Perdí a las cartas, malgasté el fruto del trabajo de los campesinos, les sentencié a castigos, viví a la ligera, y decepcioné a la gente. Mentira, robo, todo tipo de adulterio, embriaguez, violencia, asesinato… no hay crimen que no cometiera, y pese a ello la gente ha alabado mi conducta y mis contemporáneos me consideraron y consideran un hombre comparativamente moral. Viví así durante diez años.”
(Imagen: Mohandas Gandhi -derecha. abajo- con unos amigos en Tolstoy Farm, Sudáfrica)
Consejos de Tolstói para una filosofía de vida coherente
¿Cómo logró Tolstói abandonar una existencia que al final del día le dejaba tan vacío y pesaroso como lo había empezado, como si se tratara de uno de los nobles afrancesados que se pasean de fasto en fasto en su novela Anna Karénina?
Lev Tolstói trabajó en una filosofía de vida sólida, que partía del estudio, la observación y experimentos de primera mano y el análisis de la propia experiencia.
Sus lecciones:
1. Mantener una mente abierta
Siguiendo los preceptos del método socrático, Tolstói actuó como un ilustrado y mantuvo la humildad y predisposición a cambiar de opinión en función de nuevas ideas o de la refutación de axiomas en los que había creído; su observación de los gobiernos y sus actuaciones le llevaron a confirmar por carta a un amigo que nunca trabajaría para ninguna maquinaria gubernamental.
2. Practicar la empatía
El autor ruso mantuvo siempre su predisposición a conocer la realidad de países, trabajadores e ilustrados en distintos países y culturas, desde su propia finca Yasnaya Polyana hasta lugares que sólo visitó a través de la literatura y la prensa. Un terrateniente hereditario, adoptó la vestimenta y costumbres del campesinado y practicó a diario el ideal de vida sencilla que había concebido, gracias a influencias como la de Henry David Thoreau.
Aplicó en sus tierras el racionalismo de Rousseau y el anarquismo de Proudhon, y constató que la planificación no servía de nada sin entender la complejidad de la realidad.
3. Responsabilidad
Tolstói trató de aplicar su visión del mundo, apostando su propio dinero para introducir reformas educativas y agrarias entre los campesinos de su explotación; asimismo, compartió en ensayos, artículos para prensa y cartas los logros y fallos de estas iniciativas sociales.
En ocasiones, cuando la ayuda intelectual y económica no bastaba, Tolstói se actuaba donde fuera necesario. Después de la mala cosecha de 1873, Tolstói aparcó durante un año la escritura de Anna Karénina para organizar la ayuda a los más necesitados. Durante la hambruna de 1891, el ya mundialmente conocido escritor se dedicó con otros miembros de su familia a ayudar a necesitados y trabajar en cocinas comunitarias.
4. Dominar el arte de la vida sencilla
El autor de Guerra y paz persiguió con ahínco la evasiva cuestión del significado de la vida y la transitoriedad humana, lo que se refleja en su obra e ideales. Pasó altibajos y estudió ideas filosóficas clásicas, a Schopenhauer, la biblia y textos budistas, así como trascendentalistas (Thoreau, Emerson).
Abogó en la madurez de la vida por el vegetarianismo, el libertarismo, la autosuficiencia.
5. Afrontar las contradicciones
La vida sencilla y el bienestar duradero que parten de la apreciación del ahora, el cultivo de la racionalidad y la existencia de acuerdo con la naturaleza, no son ideales a los que se llega nada más aspirar a ellos, sino que la trayectoria dura toda la vida, es errática y parte de entender que el tránsito de la existencia es el fin, y no sólo el intervalo para llegar a una supuesta meta paradisíaca.
6. Expandir el círculo social
La introspección, el ascetismo intelectual y la vida sencilla son compatibles con una vida social rica. Para Tolstói, la mejor manera de poner a prueba nuestras asunciones y prejuicios, así como enriquecer nuestra mirada sobre el mundo, consiste en conocer a personas con valores y biografías diferentes.
En su novela Resurrección (1899), constata que todo el mundo, se trate de hombres de negocio, políticos o ladronzuelos, considera que sus creencias y modo de vida son admirables y éticos.
Así, “para mantener su visión de la vida”, escribía, “esta gente se mantiene instintivamente en el círculo de aquellos que comparten sus puntos de vista sobre la existencia y su cometido.”
Enseñanzas
Los “gigantes” de la historia aportan herramientas versátiles, intemporales y poderosas, vigentes mucho tiempo después de su muerte.
Son navajas suizas del conocimiento: profundas convicciones que parten de la moralidad y el raciocinio.
Sócrates constataba que “No puedo enseñar nada a nadie. Sólo puedo hacerles pensar.” No hay fuerza bruta ni siete plagas que detengan a un individuo que ha entendido que nada ni nadie pueden impedir su aspiración a convertirse en su propio ideal de ser humano.
Lo que William Ernest Henley llamó “el alma inconquistable”.
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