Publicar estadísticas con distintos parámetros comparables tanto en el tiempo como geográficamente es una labor tedia y solitaria, que depende tanto de tecnologías de cómputo como del espíritu crítico de expertos en datos.
Un grupo de expertos independientes ha emprendido, quizá, la labor informativa más quijotesca de las últimas décadas: explicar con hechos y datos confirmados y comparables que la población mundial vive cada vez más años, con mejor salud y mayor bienestar. Aunque no sea popular decirlo.
Los guardianes de la información apocalíptica se sirven de acontecimientos puntuales para contrarrestar tendencias imparables (como el hecho de que cada vez cuesta menos producir más alimentos en menor espacio y con menor energía e impacto medioambiental), exponiendo ataques terroristas y otras catástrofes -humanitarias, climáticas, naturales-, como ejemplo de lo mal que, según ellos, van las cosas.
Embaucados por la cultura del suceso repentino
Muchas de las informaciones reiteradas por los pesimistas sobre el presente y el futuro, como la crisis de refugiados que se ha desatado en Europa, el auge del extremismo islamista o el auge de la desigualdad social en varios países ricos y emergentes, son ciertas, pero la lectura de su impacto global y a lo largo del tiempo es exagerada hasta lo caricaturesco.
La popularidad de las ideas políticas aislacionistas, nacionalistas y agresivas contra minorías muestra el auge de este relato pesimista centrado en el impacto del momento, en detrimento del análisis sosegado de las grandes tendencias, las mejoras, las tecnologías que -pese a quien pese- mejoran la vida a cada vez más gente.
En síntesis, nuestra atracción por el relato efectista de una realidad compartida cada vez más globalmente (como demuestran los fenómenos de afiliación a sentimientos que reaccionan a un ataque terrorista, a las declaraciones de un político o a la muerte de un artista, entre otras situaciones que nos hacen reaccionar) nos hace olvidar que el malthusianismo nunca se materializó.
Más malthusianistas que Malthus
Basados en intuiciones de filósofos anteriores, como Friedrich Nietzsche (que analizó los efectos interiorizados por la población occidental tras dos milenios de cristianismo), sociólogos como René Girard estudiaron la sorprendente búsqueda del individuo por deseos o intereses observados en otros, en un fenómeno que llamó deseo mimético (y que explicaría fenómenos como la comunión con el tumulto durante actos multitudinarios, o la cohesión de un grupo cuando se identifica a un chivo expiatorio).
Sobran las razones por las que el relato catastrofista de Thomas Malthus (quien, recordemos, se sirvió de información “empírica” y proyecciones matemáticas) sobre el futuro de la humanidad falló estrepitosamente, pero el principal factor que refutó su teoría sigue presente en la información en los medios actuales: el malthusianismo nunca consideró el potencial de la ingenuidad y capacidad de adaptación humanas.
En el futuro no seguiremos usando los recursos a nuestro alcance de la misma manera que lo hacemos hoy, por la misma razón que la agricultura y la tecnología actuales han posibilitado una realidad muy distinta a la que pintó para nosotros un ilustrado tan positivista como Thomas Malthus, coetáneo y amigo del mismísimo David Ricardo.
Mentiras, medias verdades y estudios
Tomar un indicador y proyectarlo en el tiempo sin tener en cuenta externalidades (como la capacidad de adaptación humana) implica caer de nuevo en errores que incidirán sobre el mismo error de cálculo e interpretación en el futuro.
En el futuro, quizá se estudie con curiosidad la insistencia actual de regodearse en noticias calamitosas y proyecciones apocalípticas, ocultando (de manera inconsciente o, en ocasiones, como en determinadas campañas políticas, sirviéndose de nuestra predilección por lo negativo para vender un mensaje redentor y vengativo, tan bíblico y milenarista).
Trabajar a contracorriente, insistiendo como los mejores artesanos en el oficio meticuloso de la información recopilada y contrastada desde el mayor número de ángulos posible, es más importante que nunca en un entorno mediático fragmentado y dependiente de las redes sociales (con fenómenos como las “memes”, el “troleo” y la mentalidad de rebaño, de la que ya había advertido Nietzsche).
El espejismo de creer que antes todo era mejor
Ed Cumming dedica un artículo en The Guardian a la minoría de científicos y expertos que responden con análisis serios (y, he aquí el problema, a menudo más aburridos que las temáticas que dominan el mercadeo del “clickbait”, al que sucumben todos los medios) al relato efectista y negativo de la sucesión de catástrofes y el “todo va mal”.
O el “antes era mejor”. O el “antes, esto no pasaba”. O el “hace unos años, esto habría sido mejor”…
Las noticias que se explican a lo largo del tiempo, se basan en datos y relatos fehacientes, y -por su tamaño, por su carácter revulsivo o estratégico, etc.- tienen una gran influencia sobre el mundo o nuestro estilo de vida, no interesan.
(Imagen: fresco de Rafael Sanzio en la Estancia del Sello -Sala de la Signatura, El Vaticano-, El Parnaso, donde se observa, en la parte superior izquierda, a Homero, el rápsoda por antonomasia)
En cambio, las noticias congeladas en el tiempo (que impactan, a menudo basadas en un acontecimiento catastrófico, redentor, polémico, “contra el establishment”, etc.), ocupan toda la atención mediática: el escarnio público de algún miembro de la élite percibida, la muerte de un artista, un terremoto, una catástrofe nuclear, o un ataque terrorista, entre otros acontecimientos con foto finish, perseveran en el relato -de tono casi siempre negativo- que domina la agenda informativa, y el auge de las redes sociales no sólo no ha acabado con esta tendencia, sino que la ha exacerbado.
Encerrados en el bucle de las noticias-evento
Pero la incapacidad del gran público para tener en cuenta las grandes tendencias que, a menudo, explican una realidad muy distinta a la reiterada por el popular relato sobre lo chocante o catastrófico en un instante del tiempo.
Max Roser, economista de la Universidad de Oxford, recuerda que “las cosas que ocurren en un instante son en su mayoría negativas”.
Si no hay relato y moraleja coherentes con la visión preponderante, no hay hecho noticiable. Incluso lo supuestamente rompedor o contestatario forma parte de esta dinámica, como comprendió Albert Camus en El hombre rebelde, al darse cuenta de que, en el contexto bélico y de grandes ideologías de la primera mitad del siglo XX, ser un demócrata pequeñoburgués defensor del statu quo era lo auténticamente revolucionario.
Hay científicos, economistas, periodistas, analistas y una parte crítica del público que tienen razones para ser optimista sobre presente y futuro, pese a la impopularidad de explicar informaciones que demuestran que, a grandes rasgos, hay muchas cosas que van mejor que nunca en el mundo.
Riesgos y oportunidades
Ed Cumming cita el trabajo de Ruth DeFries, profesora de ecología y desarrollo sostenible de la Universidad de Columbia en Nueva York, y su ensayo The Great Ratchet: How Humanity Thrives in the Face of Natural Crisis, en el que expone la habilidad humana para afrontar grandes retos y revertir desastres.
Según DeFries, la historia ha contado con momentos de progreso excepcional o supervivencia gracias a tres fenómenos:
- trinquetes (engranaje): momentos en que las condiciones mejoran;
- hachazos: cuando ocurren problemas no previstos que requieren transformar el contexto preponderante;
- pivotes: momentos en que se encuentran nuevas soluciones.
Para la autora de esta hipótesis, hemos disfrutado de avances durante décadas (“trinquetes” como la propia revolución verde), pero en los últimos años vemos con cada vez mayor preocupación los “hachazos” potenciales que podrían conducirnos a la catástrofe (tan anunciada por los medios, ofreciendo al público lo que éste pide): cambio climático, erosión del suelo por el nitrógeno de los fertilizantes químicos, desigualdad, etc.
El espacio mediático de la información calamitosa
Sin embargo, la autora cree que no hay que ser demasiado aventurado, sino analizar la historia y la información a nuestro alcance, para concluir que un mejor uso de -mejores- fertilizantes y agua, así como posibles cambios en patrones de dieta y otros fenómenos que ahora no detectamos (porque no han ocurrido, porque son todavía marginales, etc.), solventarán problemas acuciantes.
Pero nuestro interés por conocer los detalles sobre un terremoto, una matanza, el aumento de la desigualdad o las penurias de los sin techo en San Francisco, nos oculta tendencias generales mucho más positivas, que a nadie interesa consumir como información: nadie imagina titulares como “hace décadas que no hay hambruna en nuestra ciudad” o “la mortalidad infantil vuelve a bajar en el África subsahariana”, etc.
Nos interesa más, en definitiva, el pavor al virus zika (o los contados casos de ébola en el mundo desarrollado durante la última epidemia, o fenómenos análogos: antes de zika y ébola fue la gripe A, etc.) que el descenso de la malaria, el imparable progreso en infraestructura básica sanitaria en el mundo y otras victorias globales que progresan a diario.
Si va bien, no es noticia. Si va cada vez mejor, se convierte en “sospechoso”. Entonces surgen las teorías conspirativas.
Las tendencias y el análisis no interesan al mercado “clickbait”
Ruth DeFries no es la única Don Quijote que combate la muy pesimista agenda informativa -de medios y redes sociales, en información elaborada por profesionales y por usuarios amateur- con información fehaciente, elaborada a fuego lento, y atenta a las grandes tendencias (y no a las anécdotas).
Ed Cumming menciona a otros militantes del “optimismo”, como el periodista Matt Ridley (de la bitácora Rational Optimist), Steven Pinker (profesor y ensayista), y el menos conocido Hans Rosling, profesor sueco experto en estadísticas, un provocador que fundamenta sus polémicas reflexiones con datos comprobables, que analiza y revista su hijo Ola Rosling, con la asistencia de su madre, Anna Rosling.
La familia Rosling proporciona la información a través del sitio Gapminder, cuyo mérito es ofrecer datos que hablan por sí solos: su lectura desapasionada ofrece una visión del mundo y de los indicadores con datos tan importantes como el bienestar humano que chocan por su tono esperanzador, en contraste con el negativismo y el miedo de la agenda informativa, de cuyo tufo apocalíptico se alimentan los nuevos demagogos.
Cuando la gente cree en los relatos interiorizados
El mencionado economista de Oxford Max Roser ilustra, a través de un ejemplo, un fenómeno relacionado con el dominante tono pesimista de la información generalista: las ideas preconcebidas, leyendas urbanas e información sesgada que, repetidas hasta la saciedad, acaban sentando cátedra entre la audiencia, que las interioriza.
En un viaje reciente a Estados Unidos, Roser conoció a un emprendedor que aseguraba haber desarrollado su carrera en este país por su elevada movilidad social y cultura meritocrática.
Una creencia que la información actual no refrenda. De modo que Max Roser comentó al emprendedor que, si realmente quería hacer realidad su Sueño Americano particular, lo mejor que podía hacer era mudarse a Suecia. Su interlocutor “se mostró realmente sorprendido”, comenta el economista.
Muchas de nuestras nociones sobre fenómenos en nuestra propia sociedad o en otras zonas del planeta se basan en información sesgada, medias verdades, viejos trabajos académicos superados por la realidad y marcos de pensamiento que el individuo no percibe como estructuras prefabricadas, sino como parte de la realidad incontestable.
Realidad y preconcepciones
Por ejemplo, persiste la creencia de que el principal problema en los países del África subsahariana son las hambrunas y la falta de democracia, cuando la realidad es que avanza más (como en el resto de países) el problema del sobrepeso y la obesidad que el hambre, y las democracias se abren paso en la región.
En otras palabras, hay jóvenes idealistas y ONG que defienden causas que no se corresponden con la realidad, de modo que las realidades que tratan de “paliar” no existen o se han transformado tanto que cualquiera de sus acciones son un mero brindis al sol o, en el peor de los casos, contraproducentes.
Pero queda mal decirlo.
La situación del sector de medios de comunicación, que depende cada vez más de las condiciones impuestas por plataformas como Google o Facebook (ambas firmas controlan el 85% de los ingresos por anuncios en Internet), estimula un periodismo que repite información capaz de generar audiencia, más que investigar nuevas historias y hacer un serio seguimiento de temáticas, tal y como recomienda el análisis del laboratorio de periodismo Nieman Lab, o el laboratorio de The New York Times, que argumenta que el futuro no se encuentra en el formato noticia.
Analfabetos de la estadística
La situación actual de búsqueda de un modelo informativo parece favorecer el periodismo de impacto, basado en lo que Max Roser llama “las cosas que pasan en un instante” y suelen ser, en su mayoría, negativas, contribuyendo a perpetuar una versión distorsionada de la realidad.
Para Max Roser, la solución que contrarreste a las consecuencias de una agenda informativa que prioriza eventos chocantes puntuales por encima del análisis a largo plazo y el estudio de tendencias no pasa tanto por esperar a que los medios corrijan su producción informativa como en educar y fomentar el espíritu crítico entre la población.
Según Roser, parte del problema estriba en que “el tipo de matemáticas que la gente aprende en la escuela se centra en álgebra y cálculo, que a duras penas se usan después en la vida”, mientras “usamos estadística continuamente: desde la predicción meteorológica al análisis de nuestros ingresos”.
Ni catastrofismo, ni solucionismo
Para DeFries, Rosling y Roser, los expertos citados por Ed Cumming en su artículo para The Guardian, el objetivo es presentar la información de un modo atractivo y contextualizado, para fomentar así su uso por el gran público: más y mejor información de contexto, basada en estudios comprobables, fomenta una visión más crítica y escéptica de la realidad monocroma y/o reduccionista:
- tanto el catastrofismo rampante en la información-espectáculo que fomenta el hecho puntual sobre el análisis contextualizado a lo largo del tiempo;
- como el solucionismo reduccionista que pretende hacernos creer que todo va bien, no ocurre nada y que si apretamos un botón o descargamos una aplicación, todo irá bien.
Las noticias que se desarrollan en el tiempo, consideran tendencias, evitan en lo posible el reduccionismo y mantienen abiertas sus conclusiones, necesitan un relato más atractivo para atraer a lectores críticos con el pseudo-periodismo espectáculo que todo lo repite.
Refritos
El refrito del refrito de un refrito de una crónica basada en una nota de prensa no puede aportar otra cosa que grasa concentrada: tanto si se esconde tras un titular de cuatro frases, siete verbos y una apelación al lector al estilo Buzzfeed, como si es presentado en la primera página de un medio de referencia.
La buena información es crucial, pero sólo tendrá una oportunidad si se invierten más recursos en estudiar datos como hace la familia Rosling, y si esta información se pondera con un tono sosegado, escéptico, cosmopolita, ajeno a la efervescencia y a dejarse llevar por el ritmo de la marea informativa.
Merece la pena acabar un artículo recabando una anécdota de alguien ajeno al periodismo, que comprendió la importancia de contar un relato atractivo, para que el mensaje tenga una oportunidad.
La importancia del cuentacuentos
Es el verano de 1994, y Steve Jobs madura como consejero delegado en NeXT, la empresa donde creó el híbrido entre ordenador personal y estación de trabajo que usó luego Tim Berners-Lee para concebir la WWW.
Dos trabajadores almuerzan en la zona de descanso cuando llega Jobs y empieza a hacerse un bagel. Acto seguido, pregunta a los dos empleados: “¿Quién es la persona más poderosa del mundo?”. Por supuesto, los empleados no aciertan y auguran una extraña salida de Jobs, meditando sobre la delgada línea que en ocasiones separa a los genios de los chalados.
Jobs: “¡No! Los dos estáis equivocados… La persona más poderosa del mundo es quien narra el relato (…). El narrador establece la visión, los valores y la agenda de una generación entera que está por llegar y Disney tiene un monopolio del negocio de cuentacuentos”; y mientras se alejaba con su bagel, según los dos testigos de la interacción, Jobs musitó: “¿Sabéis qué? Estoy cansado de esa mierda, yo voy a ser el próximo narrador”.
Sea o no una historia apócrifa, concuerda con el personaje y con su esfuerzo estratégico posterior, tanto en Pixar como en Apple… y en la manera en que consumimos entretenimiento e información.
La importancia del relato
La verdad es, a menudo, aburrida, lo que explicaría por qué la prensa insiste en exagerar el impacto de la catástrofe the Chernóbil, mientras a nadie parece interesarle el impacto sobre el clima y la salud de la generación energética a base de carbón.
Del mismo modo, nadie murió como consecuencia directa del desastre de Fukushima, pero prensa, clase política y ONGs anunciaron reiteradamente poco menos que el apocalipsis. Exagerar una catástrofe no ayuda a combatir sus consecuencias.
Quienes se preocupan por estudiar la información y hacer un seguimiento aparcando la pasión o los intereses, deberían aprender la lección de Jobs y aprender a explicar sus hallazgos de una manera elocuente.