Coincidiendo con el debate público sobre las primarias estadounidenses -la popularidad de mensajes sobre nacionalismo económico, retórica contra las élites y soluciones fáciles a problemas complejos-, la tensión crece en torno al sector de la vivienda en San Francisco.
San Francisco vive un enfrentamiento abierto -de momento, sobre todo retórico- en torno a la vivienda, paradigma -al menos, para los implicados no favorecidos con el auge del mundo tecnológico- de la cara menos amable de “morir de éxito” y las ventajas que mayor riqueza y gentrificación aportan a una ciudad.
Pero el coste de la vida y el precio de la vivienda son apenas la punta del iceberg en una ciudad que ha presumido de su política social e integradora durante décadas. Ahora, grupos y residentes muestran su descontento sobre la gestión de desigualdades palpables.
La otra cara del éxito
Un ejemplo recurrente: desde hace decenios, San Francisco concentra a una elevada población de sin techo (muchos de los cuales son víctimas de los últimos excesos de la contracultura, caricaturizados por Robert Crumb y otros artistas de su generación); para unos muestra de orgullo, mientras para otros es la imagen del fracaso de las políticas permisivas sin planes reales de reinserción.
Pero la legendaria tolerancia de la ciudad parece haber tocado fondo entre viejos y nuevos residentes (muchos de los primeros pasaron de liderar la contracultura a propulsar Silicon Valley; mientras algunos de los segundos han mostrado una sorprendente frivolidad en sus comentarios acerca de cuestiones como la marginalidad -aunque otros han ofrecido una versión más empática con la realidad que afrontan los más desfavorecidos-).
El ascenso meteórico de alquileres y precio de la vivienda en San Francisco ha provocado un extraño fenómeno: la sensación de agravio, incluso mostrada por quienes se han beneficiado de la situación, que acusan a los últimos en llegar de un problema complejo.
Riesgos de demonizar el éxito meritocrático
El chivo expiatorio para la mayoría de grupos de interés en San Francisco son los jóvenes “techies”, acusados de haber causado un problema cocinado a fuego lento durante décadas y que implica a ciudadanía, política de la vivienda consistorial, códigos de edificación especialmente restrictivos y una cultura propensa a costosos e interminables litigios.
Los trabajadores tecnológicos son percibidos como un grupo uniforme con alto poder adquisitivo, sin escrúpulos y capaces de hacer que la vida empeore para el resto; la realidad es muy distinta, e incluye a miles de jóvenes que prueban suerte en el entorno tecnológico mientras subsisten con lo mínimo.
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Para enrarecer todavía más la situación, quienes proponen supuestas medidas paliativas son también acusados de haber creado o contribuido al problema, un embrollo de fenómenos relacionados entre sí que las partes implicadas se apresuran a aislar y adaptar a su relato del fenómeno.
Todos descontentos, nadie autocrítico
Pero los relatos sobre el precio la vivienda en San Francisco no son “el” problema de la vivienda en la ciudad, sino una visión interesada en función del interlocutor elegido para el análisis:
- inquilinos con renta de alquiler protegida (y muy inferior al precio en el mercado);
- jóvenes con alquileres que han subido hasta límites intolerables;
- ciudadanos con bajos recursos que abandonan el distrito de la Misión en San Francisco (muchos de ellos afectados por la aplicación de la ley Ellis, que permite cambiar el uso de un edificio y desahuciar a sus inquilinos);
- profesionales con elevados sueldos de empresas tecnológicas que prefieren la ciudad a los suburbios de Silicon Valley y, con el atractivo de la ciudad, contribuyen al auge de precios.
O bien:
- propietarios que se organizan para evitar que se construyan edificios altos que obstruyan vistas y aumenten la densidad (la llamada cultura “Not in my backyard”, o NIMBY);
- propietarios obligados a conservar por contrato inquilinos abusivos que pagan una ínfima fracción del precio de un inmueble en el mercado, para luego subarrendar habitaciones a precios astronómicos o alquilar el piso -que ellos alquilan con protección- por días a través de Airbnb;
- constructores a los que se impide levantar grandes edificios de apartamentos por el “impacto” de éstos sobre el vecindario (según, claro, los propios vecinos);
- antiguos propietarios de viviendas o apartamentos en una ciudad donde la complejidad para edificar, reformar o alquilar inmuebles ha contribuido a que el precio medio de los existentes se haya multiplicado.
Conflictos superficiales, desequilibrios estructurales
¿Qué hacer cuando tantos relatos y puntos de vista se acusan mutuamente y exigen que se tengan en cuenta todos los legítimos matices que han observado meticulosamente?
Sobre el problema de la vivienda en San Francisco, se superponen otros fenómenos que afectan a su ritmo cotidiano y han elevado la discusión hasta el enfrentamiento.
Abundan los ejemplos de una tensión a flor de piel, que se remontan a los primeros enfrentamientos entre usuarios veteranos de autobuses urbanos con autobuses de compañías que, como Google, habían acordado con el consistorio de San Francisco el uso de algunas de las paradas.
Las tensiones en las paradas de 2013, derivaron en manifestaciones contra los autobuses de Silicon Valley y alguna que otra situación desagradable (bloqueos para impedir su salida, conatos de agresión, insultos y destrozos, además de algún episodio escatológico).
La -interesada- elección de un chivo expiatorio
Más recientemente, personalidades del entorno tecnológico compartían una imagen con humor, pese a la preocupación que suscita debido a su agresivo tono acusador: se trata de un cartel que alguien se ha dedicado a pegar por paredes y postes eléctricos de la Misión, último reducto de precios relativamente asequibles en la ciudad, en plena “gentrificación”.
En el cartel anónimo se lee: “Fuera de aquí. Atención a todos los cretinos/trabajadores de [lista de empresas e inversores de capital riesgo del entorno tecnológico]…”, finalizando con una velada amenaza de agresión.
Según el relato de los autores del cartel, Silicon Valley es “causante” de los problemas de San Francisco, y no principal impulsor de su ascenso desde deprimida ciudad industrial y pesquera a merced de contratos con el Departamento de Defensa de Estados Unidos, a epicentro mundial de un sector que afecta a todos los sectores de la economía en el resto del mundo.
Los subterráneos de Kerouac son propietarios NIMBY
La máxima de los inversores de capital riesgo acerca de que “el software se está comiendo el mundo” ha perdido una batalla de relaciones públicas en la ciudad que hasta la entrada de este siglo permanecía ajena al progreso del valle de Santa Clara, pero muchas las nuevas compañías desde la ola Web 2.0 instalaron su sede en San Francisco y sus trabajadores prefieren la vibrante vida cultural y social de una ciudad global al el buen tiempo y el provinciano confort suburbial del valle de Santa Clara, rebautizado Silicon Valley.
¿Consecuencias? La San Francisco de clase trabajadora y estación término de la contracultura desde la Generación Beat, ha atraído niveles de prosperidad que han encarecido la ciudad que la barrera de poder adquisitivo expulsa nominalmente a quienes no poseen una propiedad y quieren renovar un alquiler o intentan vivir con el equivalente al sueldo medio de California o Estados Unidos.
El encarecimiento de San Francisco no es un caso aislado y existen precedentes históricos; lo que diferencia a la ciudad californiana con respecto al auge en prosperidad de la Nueva York de inicios del siglo XX o, más recientemente, Singapur, es la dificultad para incrementar la densidad urbanística: edificios históricos, códigos restrictivos que incluyen estrictas medidas contra seísmos y la oposición explícita de muchos de sus residentes históricos -tanto propietarios como inquilinos- imposibilitan una ampliación rápida y proporcionalmente significativa del parque de viviendas.
Bomberos del Upper East Side
Zonas de Manhattan históricamente desfavorecidas como el East Village, Hell’s Kitchen o Chelsea, vivieron sus imparables procesos de gentrificación hasta causar lo que muchos expertos argumentan que es difícil de amortiguar, ya que las medidas de corrección clásicas (tales como delimitar un mayor porcentaje de viviendas sociales en una zona popular) acaban reduciendo la oferta y encareciendo la demanda.
Ante las noticias periódicas acerca de los desfavorecidos con la gentrificación de San Francisco o los precios prohibitivos para trabajadores no tecnológicos en las localidades del valle de Santa Clara, algunas personalidades del mundo tecnológico responden a artículos como uno de The Wall Street Journal -que expone que el precio de la vivienda es tan alto en Menlo Park que los bomberos de la localidad viven a 100 millas de distancia-, que les gustaría saber cuántos bomberos viven en los mejores barrios de Manhattan.
La solución, sugieren quienes han estimulado el éxito en la zona, no es subvencionar viviendas en zonas que se han encarecido al existir mucha más demanda que oferta, sino lograr las mejores condiciones posibles para quienes no pueden asumir precios más elevados.
El fenómeno de los inversores globales
Pero nada es del todo lo que parece en un problema tan politizado como el del acceso a la vivienda en la bahía de San Francisco, donde los únicos ganadores netos son quienes compraron a precios asequibles lo que dejó de serlo hace lustros.
Los críticos con la idea de que el mercado de la vivienda se ajustará por sí mismo recuerdan que las ciudades globales más apetecibles (además de San Francisco, Nueva York, Londres, París, Singapur, etc.) atraen la inversión de millonarios extranjeros ávidos de diversificar su riqueza en activos con menor riesgo que acciones, bonos del tesoro o concentración de riqueza en un único lugar, por lo que compran en zonas con un código postal exclusivo de las mejores ciudades.
Como consecuencia, algunos edificios y viviendas de las zonas más exclusivas de estas ciudades permanecen vacantes, estimulando el fenómeno de los apartamentos fantasma. De momento, nadie se ha dedicado a cuantificar el fenómeno con cifras creíbles, pero éste tiene un impacto visible en edificios icónicos.
Es el caso de, por ejemplo, One Hyde Park, en Knightsbridge (Londres), según The Telegraph “el pueblo fantasma más caro del mundo”. Vanity Fair dedicó un reportaje al edificio y a sus “sombríos” residentes en abril de 2013.
NIMBY: la densidad urbanística tapa vistas, alborota
El fenómeno de la compra de propiedad inmobiliaria por personas y organizaciones ajenas al pulso diario de una ciudad contribuiría al problema del acceso a la vivienda en las zonas más exclusivas, pero su efecto sería indirecto o marginal en otras zonas… o al menos en localizaciones que no sean la Bahía de San Francisco, donde incluso las zonas más conflictivas e históricamente depauperadas y afectadas por el cierre de la industria pesada, como Oakland, resultan prohibitivas para jóvenes o personas con bajo poder adquisitivo.
Las soluciones más realistas propuestas a la crisis de la vivienda en San Francisco no tratan de expulsar a “techies” (a quienes no sólo no se reconoce el papel dinamizador de viejos y nuevos negocios del sector servicios que dependen de su poder adquisitivo, sino que se convierten en el chivo expiatorio de una crisis en la que tienen un papel mucho más secundario del que muchos les atribuyen), pero tendrían un resultado dudoso:
- quienes, estudiando la situación, creen que décadas de regulación, control de alquileres y prohibición de edificios altos, creen que la solución pasaría por suprimir muchas regulaciones creadas para afrontar problemas olvidados, así como lanzar campañas informativas y limitar el poder de veto de la población de la ciudad, instalada en el negacionismo (NIMBY);
- y quienes creen que habría que proteger a los más desfavorecidos (¿quiénes? ¿qué diferenciaría a los desfavorecidos actuales de cualquier desfavorecido no residente en la actualidad que quisiera vivir en una de las ciudades más caras del mundo por un módico precio? ¿cómo explicar a quienes no puedan acceder a viviendas subvencionadas que otros sí lo han hecho?) con mayor regulación y más parque inmobiliario de alquiler controlado, a menudo oponiéndose a la vez a nuevos desarrollos urbanísticos (mayor regulación y, a menudo, mayor NIMBYsmo).
Cuando los suburbios prósperos se oponen a más viviendas
Ninguna de las dos líneas de hipotéticas soluciones funcionarían tal y como quienes las apoyan creen, si se atiende a lo sucedido al aplicarlas en otras ciudades y se realizan proyecciones.
Quienes abogan por desregular para que haya un mayor parque de alquiler libre (el más pequeño, en porcentajes absolutos, de cualquier ciudad estadounidense) y permitir que se construyan más viviendas no tienen en cuenta que la ciudad ha concedido en los últimos años más permisos que el condado de Santa Clara (cuyas localidades bloquean proyectos de densificación urbanística).
Lo que se escapa a la mayoría de articulistas y expertos que tratan la crisis de la vivienda en la ciudad es el epicentro de la cultura NIMBY, que se encuentra en los suburbios con mejor clima, equipamientos y escuelas: Silicon Valley, al sur de la ciudad; y Marin, al norte de ésta.
¿Y si más densidad urbanística atrajera más riqueza y, a la larga, encareciera?
Los residentes que no pueden pagar el coste de la vida en la ciudad ven cómo la alternativa es abandonarla por lugares alejados del interior, que a su vez aumentan los precios por este efecto.
Asimismo, las actuaciones para incrementar la densidad urbanística tienen efectos relativos cuando un lugar atrae tanta prosperidad como San Francisco; el economista Tyler Cowen cita a Joel Kotkin, que en su ensayo The human city: urbanism for the rest of us explica por qué a menudo mayor verticalidad no abarata las ciudades, sino que crea el efecto contrario.
Según Kotkin, la evolución urbanística y de precios en Seúl y Singapur refuerza la hipótesis: en ambos casos, se ha construido con agresividad, pero han permanecido entre los lugares con mayor coste de la vida, al atraer todavía a más talento y actividad empresarial.
Conclusión, según Joel Kotkin: A largo plazo, la mayor urbanización de ciudades exitosas las encarece, y no las hace más baratas.
Alquileres protegidos: el ejemplo de Estocolmo
¿Y qué ocurriría si se aplicara mayor regulación y se facilitara el acceso al alquiler subvencionado, en ciudades con éxito económico y con la capacidad de San Francisco para atraer talento? La ciudad de Seattle estudió establecer una política de alquileres sociales, pero la abundante documentación sobre su escasa efectividad en ciudades similares ha pesado más que el interés de algunos ciudadanos.
En Estocolmo, por ejemplo, los alquileres de protección tienen listas de espera de 10 años de media, con centenares o, en ocasiones, miles de personas inscribiéndose para una plaza. En el centro de la ciudad, la espera puede llegar a las dos décadas.
Hay estudios que concluyen que el control de precios en los alquileres crea más problemas de los que resuelve.
Jóvenes “techies” que optan por ciudades más baratas (y hospitalarias)
No hay soluciones claras, pero el auge de los precios en San Francisco influye en la decisión de los propios trabajadores tecnológicos, que optan por ciudades con menor coste y una opinión más favorable hacia los recién llegados.
Mientras tanto, se suceden los artículos y comentarios en Reddit y Hacker News sobre el sentimiento de desamparo de muchos trabajadores que creían estar contribuyendo a la mejora de una ciudad y son percibidos como causantes de su supuesta debacle.
Las autoridades regulatorias de la ciudad no están dispuestas a que el precio de la vivienda y la atracción que sienten por la zona quienes tratan de abrirse paso con una idea estimule acciones no permitidas por estrictos códigos.
Coliving, podliving: ¿casas de huéspedes con nuevo nombre?
De momento, pocos estudian con detenimiento un conjunto de alternativas con escalabilidad potencial: legalizar casas pequeñas en patios traseros para permitir su alquiler a terceros, favorecer el equivalente contemporáneo a las casas de huéspedes (“coliving”, “podliving”), etc.
Si bien la ciudad ha mantenido una legendaria permisividad con quienes duermen en la calle, prohíbe que un joven recién llegado duerma en un pequeño habitáculo en el interior de un apartamento.
Quienes intentan pernoctar temporalmente en el patio trasero o en el salón de un amigo en San Francisco o Silicon Valley se exponen a multas.
¿Nueva York del Oeste?
Mientras los trabajadores menos favorecidos tratan de asimilar la nueva situación en la ciudad, hay quienes se conformarían con resolver la otra pesadilla de la ciudad: aparcar sin recibir una multa astronómica o acabar con el vehículo retirado por una grúa.
Otros, cansados del abismal contraste de culturas y capacidad de ejecución entre Silicon Valley y la política municipal de la zona, proponen medidas drásticas:
“Alguien necesita comprar uno de esas anodinas municipalidades de la península suburbana [barrios periurbanos al sur de la ciudad antes de llegar a Silicon Valley, tradicionalmente obreros] y crear una ‘Nueva York del Oeste’”, escribía recientemente una programadora.