Ben Bradlee murió dos veces. Cuando llegó la versión impresa de los obituarios en The Washington Post, The New York Times y demás grandes, el empacho de refritos, repeticiones, comentarios, recomendaciones etc., era tal, que volvió a matar a esta figura del periodismo.
¿Consecuencias de la cultura “meme“? Decenas de impactos después, los artículos que merecía leer sobre la muerte del legendario director de The Washington Post, perdieron su efecto y caducaron en un raudo escaneo en la página electrónica de turno: tuits (ocurrentes, repetitivos, malos o directamente puro ruido), entradas de blog y condolencias de las personalidades y corrillos digitales se sumaron al sepelio.
Sentarse a escribir
Sabremos más sobre el carisma y auténtica estatura del personaje cuanto más nos alejemos del merodeo en torno a su muerte. Al final, todo se reduce a una persona o grupo de personas sentándose a escribir ante un teclado, con su bagaje y tablas para abstraerse del trajín del momento. Eso no ha cambiado tanto.
En la era dorada del periodismo de masas era noticia “todo lo que merece ser impreso”, cuando un periodista íntegro hacía dimitir al presidente del país más poderoso, los consejos de redacción decidían la agenda.
(Imagen: Ben Bradlee a los 35 años, como corresponsal en París; 8 de marzo de 1956; Robert Delvac/Bettmann/Corbis)
El lema “todo lo que merece ser impreso” de The New York Times muta hacia un algoritmo de recomendación que podría resumirse en la irónica adaptación del inversor Dave Pell a la máxima: “todo lo que merece la pena sindicar”.
Redefiniendo el periodismo en la era de la reverberación
Durante ese momento álgido de la prensa escrita, el dramaturgo Arthur Miller dijo aquella frase tan lograda y citada: “Un buen periódico, supongo, es una nación hablando consigo misma”. Quizá Miller no habría identificado a “una nación hablando consigo misma” en las espirales de ocurrencias y repeticiones que alimentan los temas populares de Twitter (“trending topics“), donde más que conversar se conforman corrillos virtuales de gente vociferante y el gregarismo gana la batalla a la empatía.
La nación hablando consigo misma a la que se refería Miller seguía las pautas del periodismo, con la obligación de informar y no alarmar, denunciar cuando era necesario, inspirar la opinión de cada individuo, conformada en libertad (o así explica la optimista teoría clásica de la opinión pública).
Y el público presuponía esta labor; de ahí que, cuando Orson Welles recreó en la radio en directo de la época la invasión marciana de H.G. Wells en La guerra de los mundos (1938), cundiera un cierto pánico hasta que llegaran las aclaraciones y desmentidos. Ahora, cuando el alarmismo se ha convertido en una reverberación que nos acompaña en multiformato, el público corre el riesgo de inmunizarse ante la “noticia”.
El fin de medios jerárquicos que vigilan estructuras jerárquicas
Los avances tecnológicos han detonado lo que quedaba de la estructura de poder piramidal que había definido la relación entre los actores de una democracia representativa, vigilados por la ciudadanía a través de la prensa (también organizada jerárquicamente). Jürgen Habermas denunció la fácil manipulación de las masas por las élites en sociedades jerarquizadas, pero la alternativa transversal no puede ser una cámara de reverberación sin ética reflexiva.
Internet difundió antes la herramienta para derribar las estructuras jerárquicas que modelos alternativos. El medio que fomenta la horizontalidad y convierte los contenidos en mercancía no ha facilitado, de momento, un sistema de ingresos viable que permita mantener las plantillas y gastos de los grandes medios tradicionales.
(Imagen: Ben Bradlee ante la portada del Post con la dimisión de Richard Nixon; agosto de 1974; por David R. Legge para The Washington Post)
Sólo las grandes cabeceras con prestigio global ven la luz al final del túnel, con negocios digitales que, a menudo combinando suscripción y publicidad, permiten mantener una plantilla solvente.
Mantener la independencia periodística cuando bajan los ingresos
Ni si quiera The New York Times o The Washington Post pueden mantener redacciones, impulsar investigaciones a largo plazo o mantener corresponsables como antes, cuanto más las cabeceras locales que perdieron su nicho con las bitácoras electrónicas y el periodismo ciudadano de proximidad.
Sin monopolio de la información y negocios tradicionales (clasificados, etc.), la prensa escrita avanza en Internet sin perder lo que queda del mundo analógico, esforzándose por mantener un modelo que depende de la publicidad, las suscripciones y -peligrosamente- las campañas institucionales, capaces de garantizar ingresos durante meses.
Esta dependencia de las campañas institucionales y los grandes clientes corporativos es especialmente sangrante en países donde distintos centros de poder se acusan mutuamente de mantener y alentar medios afines, mientras critican el partidismo y la falta de escrúpulos de la “caverna mediática” contraria, con fenómenos como editoriales conjuntas de varios diarios, poniéndose al servicio inequívoco de una causa.
¿Vuelven los agitadores propagandísticos?
En este modelo periodístico tan dependiente de la relación con el poder, los medios públicos se encuentran en una posición todavía más delicada.
El riesgo de que las páginas de opinión se conviertan en espacio agitprop (opinión militante y con tufo propagandístico) aumenta en épocas de incertidumbre, como se observa en la económicamente herida y conceptualmente desorientada prensa occidental.
Si el periodismo de masas se sirvió del modelo jerarquizado de la sociedad para informar y, a través de su difusión y acceso a los círculos de poder, garantizar su servicio a la sociedad y modelo de negocio, la prensa actual se enfrenta a un lento declive si su modelo de supervivencia depende de la relación contractual con el poder.
Eres la información periodística que consumes
Varios autores advierten sobre el nuevo fenómeno de la polarización informativa: publicar lo que un determinado público quiere oír -sus filias-, omitiendo, ridiculizando u obviando posiciones divergentes -las fobias-.
En The Information Diet, Clay Johnson alerta de los riesgos de silenciar como ciudadanos lo que no nos gusta leer, ver u oír, a la vez que maximizamos los impactos de aquello que alienta nuestras tesis. La dieta informativa y su interpretación contribuyen a la “conversación” de la sociedad a que se refirieron Joseph Pulitzer, Arthur Miller o Ben Bradlee.
Internet facilita la dieta informativa de la polarización, practicada por los comentaristas de referencia que analizan la actualidad en los grandes diarios, muchos de ellos embebidos en una cultura de rapidez, memes (contenidos que corren como la pólvora de usuario a usuario) y desmentidos impulsada por Twitter, Facebook, Reddit, etc.
(Imagen: Pew Research)
Un exhaustivo informe de Pew Internet (21 de octubre de 2014) muestra la relación entre la polarización política y los hábitos informativos de la población estadounidense.
Distinguir periodismo de ruido “agitprop”
Sin modelo vertical (jerarquización, “agenda setting“) decisivo ni alternativa clara horizontal (algoritmo de recomendación), ¿qué es periodismo y qué reverberación? Lo único claro es la desaparición de los referentes claros del pasado y el advenimiento de agendas periodísticas creadas por el propio ciudadano, fácilmente distorsionables y manipulables.
Quien consuma información comentada en Twitter y desconozca la importancia del modelo tradicional de contrastar fuentes y seguir la urdimbre de un oficio con vocación de ciencia social, entra en el riesgo de maximizar minucias y minimizar cuestiones decisivas para el devenir de la sociedad y el suyo propio.
En Twitter, podemos confiar en las “fuentes” (las personas y medios que seguimos) y el algoritmo de Facebook, si bien automatizado, puede también personalizarse manualmente para minimizar lo que consideremos “ruido” y maximizar otras cosas que cuentan nuestros amigos o páginas que nos gustan.
Pero, ¿es saludable para conformar nuestra opinión sobre el mundo omitir lo que no venga de nuestro “vecindario” digital inmediato?
“Lord Jones ha muerto”
Gilbert Keith Chesterton se refirió a este fenómeno amplificado por la polarización que fomentan las tertulias y las redes sociales con una frase que cuestionaba el valor de saber lo que otros consideran que es importante: “El periodismo consiste esencialmente en decir ‘lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo”.
En los próximos años, medios especializados de Internet, redes sociales como Facebook y Twitter, algoritmos (Google News, etc.) y la prensa tradicional confeccionarán una nueva “agenda setting”, o establecimiento periodístico de temas, que pasará por informar no sólo de que ‘lord Jones ha muerto’, sino por analizar de manera convincente por qué es importante que se sepa.
La personalización de contenidos convivirá con el análisis de calidad de la información con vocación más generalista. En un momento en que cualquiera crea, accede y comparte a tanta información como quiere, la información generalista sólo podrá sobrevivir si es atractiva y cuenta con el enfoque que demandan las nuevas audiencias.
El periodismo “gonzo” y “low cost” de Vice Media, nueva niña mimada
El ascenso de medios como Vice, Buzzfeed, Vox, Politico, Re/code o Quartz ofrece pistas a la prensa que se presenta como alternativa con información en profundidad, de calidad, con firmas y en todos los formatos, con estilo informal y analítico, primando la originalidad (en el caso de Vice, el tono gamberro, como explica The New Yorker) por encima de repetición y presencia en redes sociales.
Estos nuevos medios, especialmente al alza entre los millenials, aumentan su difusión gracias a su preponderancia en conversaciones entre usuarios relevantes en agregadores de contenido que actúan como agenda de establecimiento de temas, a medio camino entre el algoritmo y la curación de los usuarios (curación digital): Upworthy, Hacker News, Reddit, Slashdot, Metafilter, etc.
El caso de Upworthy expone las esperanzas y riesgos de la información del futuro: el medio ha logrado dar con una “fórmula” que detecta los contenidos susceptibles de hacerse populares en redes sociales (el tan manido concepto de viralidad), lo que explicaría por qué sus contenidos son mucho más populares que los de otros medios en Facebook.
Fenómeno Upworthy: titulares insufribles que funcionan
The Atlantic alertaba a finales de 2013 sobre el fenómeno que quienes consumimos prensa anglosajona a diario habíamos notado durante meses: de pronto, todos los titulares sonaban un poco a Upworthy. ¿La explicación? Tras analizar el método del nuevo medio para lograr contenido viral, los ejecutivos observaron que la fórmula funciona y proporciona memes en Facebook y Twitter, que a su vez se retroalimentan en Reddit, Hacker News, etc.
Pero esta popularidad azucarada tiene sus costes: Upworthy comparte contenido que apela a nuestra atención siguiendo los principios de la gratificación instantánea: algo que no requiere esfuerzo, curioso o memorable, positivo, que choca al instante y se presta a ser compartido.
(Imagen: Pew Research)
Los titulares de Upworthy se alejan del periodismo por su barroquismo, tendenciosidad y sensacionalismo, pero animan a pulsar porque:
- suscitan la curiosidad en dos y hasta tres oraciones por titular (!);
- y apelan directamente a quien “consume” la meme en cuestión;
No todo es Buzzfeed ni comentaristas “agitprop”
El viejo estilo periodístico de despertar la curiosidad del lector apelando a su interés en un mínimo de palabras ha sido cultivado por The Economist (la causticidad de sus pies de foto es legendaria) durante más tiempo que en cualquier otra publicación en activo.
¿Podrían destaparse grandes escándalos si la “nación hablando consigo misma” de que hablaba Arthur Miller dependiera de medios como Buzzfeed y pseudo-agregadores como Upworthy?
El periodismo de investigación todavía requiere grandes periodistas, pero ya no está tan claro si, en la era de Internet, estos grandes periodistas necesitan grandes cabeceras para lograr difusión y credibilidad.
Blogueros de antes
Mariano José de Larra, Josep Pla o Gabriel García Márquez quizá se convertirían en reportero y medio a la vez, y quizá mantendrían sus dietarios, apuntes y buena parte de sus mejores reportajes -los muy cortos, los muy largos, los polémicos, los que no interesan a “nadie” según el director de turno, los que alguien no quiere que se publiquen, etc.- en una bitácora fácil de lanzar, mantener y alimentar con contenido de la mejor calidad.
Ello explicaría por qué grandes nombres del periodismo, sobre todo en Estados Unidos, abandonan cabeceras de referencia para crear sus propios medios y bitácoras, a menudo al constatar que los medios tradicionales mantienen su rigidez, jerarquía, lentitud, corporativismo, etc.
Las bitácoras que fomentan el análisis de una firma con credibilidad son, de manera cada vez más clara, una oportunidad económica en Internet, donde la información convencional (repetida hasta la saciedad) es una mercancía con coste marginal cero, pero el análisis de calidad es más difícil de encontrar y atrae a ciudadanos, productos y servicios que detectan su valía.
Cuando se asienta la hojarasca
Sabemos lo populares que son los gatos, los comentarios ocurrentes, los comportamientos poco edificantes de figuras de primer orden y las informaciones tendenciosas (por su comicidad, hilaridad, rareza, etc.) que alimentan las memes de Upworthy y Buzzfeed en Facebook y Twitter pero, ¿qué papel sigue jugando el periodismo, más allá de los cambios en su frontera entre el algoritmo y el sensacionalismo?
El periodismo sigue dependiendo de reporteros, a los que los consumidores de información buscan (en su bitácora personal, en el medio del que forma parte o con el que colabora, etc.) y éstos, más allá de si estudiaron o no periodismo, o de si forman parte o no de una redacción, están sometidos a un código ético peligrosamente diluido.
Los grandes escándalos de plagio en The New Republic (Stephen Glass) o The New York Times (Jason Blair) han dado pie a películas y reportajes en Vanity Fair, han acabado con carreras o las han dejado maltrechas (el último caso sonado es quizá el del prometedor Jonah Lehrer, que decidió dedicarse a hacer refritos con fragmentos de sus propios trabajos anteriores).
Investigar en un mundo interconectado y tecnificado
El reporterismo y en particular en periodismo de investigación nunca han sido trabajos cómodos. En la era de Internet, cuando buena parte de la información se realiza de manera electrónica y cualquiera puede denunciar de manera anónima en repositorios como Wikileaks y sus alternativas futuras, los reporteros deberán aportar el oficio y sentido crítico del que carecerá el periodismo ciudadano.
El periodismo ciudadano, más impulsivo y protagonista de lo que acontece que analítico e imparcial, se convierte en una nueva fuente para enriquecer la información, con el riesgo de condicionarla.
El fenómeno es especialmente polémico al confundir preponderancia regional o mundial en medios como Twitter con la auténtica relevancia periodística de un fenómeno u acontecimiento. Los “trending topics” de Twitter, dicen expertos como Clay Johnson, son más un síntoma que un dato periodístico.
Y esta sintomatología se aproxima al populismo y la tedenciosidad con mayor facilidad que la prensa tradicional (que no está libre de estos fenómenos por el mero hecho de pertenecer al subgrupo).
Un hombre mordiendo a un perro (pero hay perros y perros)
¿Qué queda del periodismo clásico y qué tienen de leyenda urbana sus grandes historias? Podemos comprobarlo, al menos en inglés, gracias a compilaciones como la realizada anualmente por Connor Friedersdorf para The Atlantic, que incluye 100 artículos y reportajes relevantes (2014) según él relevantes para el oficio, la mayoría textos introspectivos y elaborados, alejados de las fritangas del día a día.
Hasta la generalización de Internet, quien acudía a una escuela o facultad de periodismo en cualquier lugar del mundo lo hacía con una idea romántica del oficio en mente. Era una época en que se explicaba a los chavales que cuando un hombre muerde a un perro es noticia, porque no hay nada del otro mundo en que un perro muerda a un hombre.
A menos que ese perro sea, según la época y la ironía del reportero, Rin Tin Tin, Lassie, Laika o, por qué no, Excálibur, el perro sacrificado de la enfermera madrileña, primer caso de ébola contraído en Occidente. Pero eso son minucias del sentido común. Lo que diferencia a los becarios de primer día de los becarios a perpetuidad.
Facultades que explican periodismo que ya no existe
En esas escuelas también se enseñaba, ya entrado el siglo XXI que los “enfant terrible” seguían siendo los mismos de la contracultura; y claro, las teorías de la Escuela de Fráncfort y apreciaciones de Herbert Marcuse, Noam Chomsky et al., eran lo último de lo último, cuando en realidad ese mundo de teorías marxistas de la opinión pública había dejado de ser relevante cuando Ronald Reagan pronunció su discurso en Brandemburgo.
Era una época, en fin, de reporterismo de buscavidas, cuando un buen corresponsal extranjero sabía más que la inteligencia de su país sobre un lugar determinado y los periodistas tenían esa listeza que dan las incomodidades diarias padecidas por la anterior generación de maestros del oficio, veteranos de los grandes desastres del siglo XX (de lo global a lo local: Ernest Hemingway, George Orwell, Josep Pla).
Sensacionalismo: de “El gran carnaval” al mondo-Twitter
Las comedias Vacaciones en Roma (Roman Holiday, William Wyler, 1953, con Audrey Hepburn y Gregory Peck) y, sobre todo, El gran carnaval (Ace in the Hole, Billy Wilder, 1951, con Kirk Douglas), explican con irresistible gracia los retos del reportero de la época: trabajar en una buena crónica para ir tirando y, con un poco de suerte, dar con alguna exclusiva que forjara una carrera.
El gran carnaval avisaba sobre los retos de la ética periodística en la época de los medios de masas, cuando la limitación de la tecnología -radio, televisión incipiente, rotativas- obligaba a confiar en la integridad del engranaje, desde el enfoque del reportero hasta editores, consejo de redacción, director, operarios de la rotativa y distribuidores.
En El gran carnaval, Kirk Douglas debe elegir entre asumir su enésimo fracaso o fabricar una historia sobre una persona atrapada en una gruta en un pueblo de Nuevo México (lo más apartado de la Civilización que podía imaginar un angelino o un neoyorquino de la época) en la mayor exclusiva del momento.
Bernays, gratificación instantánea, propaganda, RRPP… y periodismo
En la segunda edad dorada del periodismo (la primera había coincidido con la industrialización de Estados Unidos y el surgimiento de sus grandes magnates en 1870-1914), las historias parecían esperar a las rotativas y la labor de radio y televisión siempre se sostenía gracias al cuadrilátero donde se dirimía la credibilidad: la “prensa seria”, ahora en su ocaso.
En la era de las Relaciones Públicas (Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud emigrado a Estados Unidos, transformaría la propaganda de entreguerras en el marketing moderno), la televisión facilitó el sensacionalismo y el ascenso meteórico de arquetipos (ganadores, perdedores, situaciones injustas, etc.) para condicionar a la opinión pública, un fenómeno retratado de nuevo con acierto por el cine en ¿Conocen a John Doe? (Meet John Doe, Frank Capra, 1941, con Gary Cooper y Barbara Stanwyck).
(Imagen: Pew Research)
De creerse Ben Bradlee a botones de las intrigas palaciegas más cercanas
Las grandes cabeceras diarias y con contenido en profundidad recuerdan a sus últimas figuras sin tiempo para adaptarse a un mundo acelerado donde se abren paso nuevos experimentos periodísticos en Internet, que tratan de superar los estertores del oficio y estructura que hereda (soporte limitado y jerarquizado, reporterismo corporativista y venido a menos), con una versión fresca, flexible, personalizable y capaz de filtrar lo relevante.
La muerte de Ben Bradlee evoca lo alejado que está el oficio de las figuras más renombradas de su edad dorada, cuando el periodismo era la fuerza vigilante y el Nuevo Periodismo su versión más irredenta. Aunque sea recurriendo una vez más al cine, los interesados en los mecanismos del periodismo clásico pueden bucear de nuevo en el cine, recreando los entresijos del caso Watergate en All the President’s Men (Alan J. Pakula, 1976, con Robert Redford y Dustin Hoffman).
En la película, se observa el tesón con que Bradlee, el director ejecutivo del Washington Post, instó a los dos reporteros en el caso, Bob Woodward y Carl Bernstein, a que perseveraran en conocer los entresijos de las escullas ilegales que en última instancia obligaron a Richard Nixon a dimitir.
Ciencias sociales en la era de los algoritmos
Su desaparición también recuerda que, tras los algoritmos de recomendación, las redes sociales y los agregadores de contenido, sigue habiendo personas dando cuenta de la realidad, creando contenido, comentando sobre él, exponiendo al resto por qué una cosa merece la pena y otra no.
En la época de Bradlee, el periodismo sabía “nadar y guardar la ropa”, como nos explicaron a quienes estudiamos en las aulas durante las décadas siguientes, a sabiendas de que nuestro futuro (en los noventa no se imaginaba lo que venía) trabajaríamos en diarios controlados por pesos pesados del oficio que se llenaban la boca de recordar a gente como Bradlee, en vez de dedicarse a destapar escándalos.
No hay disciplina surgida de la Ilustración y con vocación de ciencia social que haya sido más puesta en entredicho que el periodismo, un oficio cuyo ideal de objetividad parte del empirismo y que adaptó sus teorías de la opinión pública a cada época según lo conveniente (del individualismo liberal al marxismo y vuelta tímida al primero).
El necesario reporterismo del cuarto poder
Pocas cosas quedan claras del periodismo salvo su importancia como cuarto poder o fuerza vigilante de la transparencia y buenas prácticas en la sociedad, una labor tan inabarcable como puesta en entredicho.
Hace años que los reporteros del calibre de Bradlee no se dedican al reporterismo, ese submundo del periodismo al que acuden los becarios para que la persona o institución en torno a la cual gire el acto entregue una nota de prensa que ya nadie recoge, diga lo planeado, recuerde que si hay cuestiones peliagudas éstas “no tocan” y para la redacción, quizá con un pequeño obsequio bajo el brazo por la deferencia de acudir.
A diferencia de algunos países emergentes, donde el aumento de la alfabetización y el bienestar ha producido una eclosión de la prensa tradicional (India es el caso más citado), las grandes cabeceras de prensa occidentales se adaptan al mundo digital sin perder de vista su todavía mayor fuente de ingresos: la publicidad tradicional.
Individualismo vs. colectivismo
El periodismo que surgió de la II Guerra Mundial en Estados Unidos y Europa Occidental priorizó una agenda informativa basada, sobre todo en el mundo anglosajón, en la teoría clásica de la opinión pública, que antepone las libertades individuales a las consideraciones de identidad colectiva o de clase.
La Europa continental optó por un modelo más influido por las teorías marxistas de la opinión pública, en las que el medio es considerado un servicio social y depende directa o indirectamente de algún nivel de las administraciones. Este modelo está tan sujeto a los vaivenes políticos como a los publicitarios (a menudo relacionados con los primeros).
Tendenciosidad viral
Con Internet, el acceso a información libre está garantizado pero, paradójicamente, la información como mercancía ubicua ha auspiciado los comentarios, bitácoras y medios con espíritu panfletario, donde la información se comenta -a partir de otras fuentes que a menudo ni se citan- con mayor sesgo y tendenciosidad.
Los ataques directos y difamaciones a través Internet son tan sencillos que las legislaciones estatales se adaptan a la nueva realidad, equiparando la actividad pública de cualquier persona a través de la Red a la realizada en cualquier otro ámbito.
(Imagen: Pew Research; credibilidad mediática y polarización en EEUU; ¿casual que el medio con más credibilidad en EEUU sea británico y fuera fundado en… 1843?)
En la era de Internet, se repite una de las críticas hacia el periodismo tradicional: el triunfo de la información susceptible de lograr interés (en Internet, su potencial de “viralidad”) por encima de una información sosegada, contextualizada, que aporte argumentos y suscite debates.
La batalla entre tecnología (Silicon Valley) y contenidos
En la nueva era, la batalla se libra entre los tecnólogos de Silicon Valley, que distribuyen contenido que no crean con plataformas y fórmulas algorítmicas (Facebook, Twitter, Google), y los medios, tanto los tradicionales como la nueva hornada de medios electrónicos sin deudas de una anterior vida analógica y mayor agilidad (Buzzfeed, Vice, Vox, Quartz, etc.).
En última instancia, los usuarios ya no son meros consumidores pasivos, sino que publican, comentan y comparten información, tanto a través de las redes sociales como en sus bitácoras y en plataformas de periodismo ciudadano.
En Estados Unidos, la importancia de Facebook y Twitter para el consumo informativo es tal que tanto Facebook como partidos políticos, instituciones y los propios medios debaten sobre cómo priorizar información relevante y de calidad por encima de debates tendenciosos y sensacionalistas.
El ascenso de Facebook en nuestra dieta informativa
Aaron Sankin detalla en The Kernel la encendida conversación entre los epicentros tecnológico e informativo, justo cuando se consolida una tendencia: el acceso a la información a través de redes sociales aumenta de manera proporcional al descenso del acceso a través de motores de búsqueda. En otras palabras: confiamos cada vez más en lo que nuestro círculo de confianza comparte y comenta que en lo que encontramos en Google.
La versión electrónica de los medios tradicionales trata de amoldarse a la nueva realidad emulando muchas de las prácticas que redes sociales y agregadores fomentan, lo que merma el potencial de su única ventaja competitiva: el reporterismo de autor, la investigación y la información contextualizada.
Corriendo y titulando informaciones como Upworthy, la prensa tradicional pierde con patetismo ante los Buzzfeed del futuro; en cambio, la información en profundidad no tiene competidores de peso en Silicon Valley, pese a que los cofundadores de Twitter, Evan Williams y Biz Stone, lo están intentando con Medium, una plataforma que ofrece herramientas a escritores y reporteros para que se centren en lo que importe a la larga, una vez se difumina el ruido brumoso de la atención meme: el contenido.
Una plataforma como “Medium” con ingresos directos a periodistas
De momento, las firmas que muchos siguen, los periodistas con voluntad de ejercer su profesión en consecuencia, no han descubierto Medium… Aunque muchos de ellos se lo pensarían si la nueva plataforma aumentara ingresos y los compartiera con sus colaboradores en función de su popularidad.
Vice supera a sus competidores en reporterismo canalla con un toque “gonzo” algo “low cost”, mientras The Economist ha entendido siempre que la información contextualizada, que analiza la realidad con voluntad empírica (mucho decir en una ciencia social tan voluble y cuestionada) elevándose por encima de las rencillas del día a día, es más demandada que nunca.
Hacer una ocurrencia con la cita de una cita de una cita
En la información viral, Facebook y Twitter dictan cada vez más la pauta y, a menudo, los perdedores son la audiencia, debido a un fenómeno que explica Aaron Sankin:
“No todos los artículos necesitan un exhaustivo proceso periodístico, pero muchos de ellos lo requieren.
“Promover historias rápidas -prosigue Sankin- que apenas dan a sus redactores tiempo suficiente para la más mínima investigación electrónica sobre temáticas que todo el mundo ya está tratando produce abundancia de piezas agregadas que hacen poco por avanzar en la comprensión de qué está ocurriendo, y puede amplificar errores existentes en la cobertura previa de lo acontecido.”
Memes y espiral del silencio
Faltan investigación y auténtico trabajo periodístico al inicio de una noticia y durante su seguimiento, y sobran refritos que citan fuentes publicadas basadas en publicaciones anteriores de algo publicado que, mira por dónde, hizo uno mismo.
En Internet, un periodista se puede encontrar con fenómenos cómicos de bucle informativo que conducen a fuentes que no añaden nada. Simplemente, rellenan para ir tirando. ¿Periodismo? ¿Reporterismo?
(Imagen: Pew Research)
Otro de los retos de la prensa en Internet, mientras se debaten los modelos de creación y difusión informativa y, a la vez, los algoritmos (Facebook, Google) aprenden a distinguir lo relevante de lo tendencioso, es la libertad informativa y el miedo a las represalias al publicar información contraria a corrientes mayoritarias.
La espiral del silencio existe en la era de Internet, y ésta no se produce únicamente por la acción de algoritmos y memes, que priorizan lo susceptible de ser compartido de manera viral; ni siquiera parte de la dirección de los medios, sino de la precariedad del propio periodismo y la angustia de quedar desamparado ante los poderes fácticos.
Misterio de la barra de pan
Ello explicaría por qué, por ejemplo, en un entorno hiperlocal el mejor humor político se encuentra entre personas ajenas al periodismo y la auténtica crítica de quilates vive en la bitácora personal de los periodistas e individuos lúcidos, en lugar de ir en la primera página de las cabeceras para las que trabajan.
En la lucha entre algoritmos, medios tradicionales, nuevos medios electrónicos y periodismo ciudadano, los únicos ganadores son quienes aprovechan el ruido para atizar las brasas de éste o aquél “trending topic”.
Una vez se asienta la charlatanería, permanecen los mejores. Qué mejor que bucear en el género periodístico para huir del fragor de los palmeros y demás comparsa del poder de turno. Pongamos una entrevista de Salvador Pániker a Josep Pla en 1965.
El misterio de la barra de pan diario. No hemos cambiado tanto y seguimos necesitando buen periodismo.