¿Cómo convertir momentos rutinarios en experiencias que nos enseñen a apreciar el presente? Aportamos estrategias ancestrales y actuales para afrontar la transitoriedad de la existencia.
La vida pasa y lo que ocurre ahora, sea algo que nos guste o que detestemos, no volverá a suceder. Ello explica el esfuerzo dedicado a explicar nuestra mortalidad, de manera racional, artística y/o metafísica.
Tampoco hay que obsesionarse con cada momento, pero muchos tenemos la sensación -ojeando la prensa, hablando con la gente, observando- de que hemos perdido la perspectiva; mucha gente simplemente “transita” por el presente hasta la llegada del siguiente momento de narcosis, redención colectiva o fuegos artificiales. ¿Es esta la única alternativa?
Entre perspectivas
El emperador y filósofo estoico Marco Aurelio meditaba a los cuarenta años sobre cómo vivir la vida de la manera más plena y consciente posible: “Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad.”
Han pasado 2.000 años y las reflexiones de Marco Aurelio tienen más frescura y vigencia que el editorial del periódico que leímos ayer. A todos nosotros, cada uno con su opinión de lo que escucha y su perspectiva de la realidad, se nos escapa un tiempo que no volverá, pero el presente es demasiado prosaico y estresante como para disfrutarlo.
La belleza y plenitud de lo amable cotidiano
Esta constatación, tan vigente hace dos milenios como ahora, es una de las muchas cuestiones universales que las filosofías de vida trataron de comprender y enseñar a sus discípulos.
En el siglo XXI sigue siendo tan difícil apreciar las pequeñas cosas. Ello explicaría parte de la repentina popularidad de los estudios y actividades sobre filosofía clásica occidental y oriental donde se constata la belleza irrepetible de lo cotidiano.
Dos ejemplos:
- el éxito sin precedentes de una clase sobre filosofía oriental en Harvard;
- y el creciente interés de actividades como los encuentros gastronómicos entre amigos o la ceremonia del té, ambas celebraciones de los momentos diarios que suceden en el Ahora y no volverán.
El arte de apreciar momentos cotidianos
Hay diferentes maneras de disfrutar del presente de manera introspectiva.
Entre ellas,
Asistir a la ceremonia del té:
O sustituir esta ceremonia equivalentes cotidianos, que requieran un esfuerzo consciente:
Cocinar:
Preparar pan:
La jardinería:
Una apacible conversación:
…O por qué no, afeitarse:
Sobre nuestra transitoriedad
La transitoriedad del individuo y lo que le rodea es central en las doctrinas de pensamiento orientales y occidentales:
- para budismo, taoísmo, confucianismo, sintoísmo, etc., la transitoriedad expresa que toda existencia está sujeta al cambio y todo lo que nace, muere; más que aferrarse a las cosas, actitud que conduce al sufrimiento, hay que aprender a disfrutar del Ahora;
- los presocráticos creían que todo en el universo, incluyendo el cuerpo y la conciencia humanas, estaba compuesto por partículas en un proceso de creación y destrucción, que agrega y disgrega “entidades” (una piedra, un organismo vivo, etc.), por lo que el mejor modo de celebrar la finita existencia es disfrutar el momento.
La impopularidad de ser conscientes de la existencia
La transitoriedad forma parte de la base de nuestra civilización, pero su mensaje (somos mortales, todo se crea y destruye, apreciemos el momento por sencillo y prosaico que sea) sigue siendo arrinconado, olvidado, obviado por el ser humano.
Por su papel central en el budismo, para el cual este constante cambio universal descrito por atomistas y filósofos orientales por igual es una de las 3 características de la existencia, la transitoriedad está presente en la tradición conceptual de Oriente:
- ceremonia del té, presente en varias culturas orientales, con especial protagonismo en la tradición japonesa (vídeo de Kirsten Dirksen y reportaje);
- conceptos estéticos de transitoriedad o “sencillez rústica”: descritos en japonés como “wabi-sabi” (minimalismo cálido e imperfecto inspirado en la naturaleza); en chino como feng shui (viento y agua, a partir del concepto taoísta de flujo y cambio permanente); vastu shastra (influencia de las leyes de la naturaleza en los diseños humanos) según el hinduismo (reportaje sobre wabi-sabi, feng shui y vastu shastra).
Como la recompensa de practicar un instrumento
Durante nuestra visita a la Fundación Urasenke de San Francisco, surgida para difundir los valores de la ceremonia del té en el norte de California, charlamos con su directora Christy Bartlett mientras asistíamos a una de estas celebraciones de lo cotidiano (“chado” o “chanoyu”).
Según Bartlett, se necesita toda una vida para aprender a prestar a los momentos cotidianos la atención que se merecen.
Esta veterana conocedora de la cultura oriental (se mudó a Japón en su primera juventud y permaneció allí durante décadas) explica que la ceremonia del té no es un ritual con liturgia, sino que es más adecuado comparar esta celebración de la belleza en lo sencillo e impermanente con aprender a tocar un instrumento: cada día suena distinto por motivos relacionados con el Ahora y, además, ello requiere un esfuerzo cognitivo consciente.
La apreciación que requiere participación consciente
Se trate del carpe diem epicúreo, de la apreciación desnuda y racional del momento presente de los estoicos o de la celebración del Ahora por el budismo zen a través de la ceremonia del té o el ideal estético wabi-sabi, el momento presente nunca volverá a acaecer pero esta celebración de lo sencillo cotidiano ha desaparecido de la cultura popular debido a que su apreciación justa requiere esfuerzo consciente.
Siguiendo con la alegoría planteada por Christy Bartlett, a todos nos gusta la música, pero pocos estaríamos dispuestos a dedicar nuestra vida a aprender cada día a tocar un poco mejor un instrumento, poniendo nuestro empeño cognitivo en ello.
La gratificación instantánea (disfrutar de la música) se impone en la cultura popular a la filosofía de vida y la gratificación aplazada (practicar un instrumento a diario).
La constancia vs. fuegos de artificio intermitentes
Escuelas filosóficas occidentales (eudemonistas, atomistas-epicúreos, estoicos) y orientales (taoístas, confucianistas, budistas, sintoístas), coinciden en que la autorrealización es la tarea constante de una vida.
Más que el espacio desdichado e inerte entre grandes acontecimientos, la existencia plena se centra en dar sentido a la propia existencia y relativizar el impulso superficial exterior.
Para el estoico Séneca, “el artista encuentra mayor placer en pintar que en contemplar el cuadro”.
En la Grecia y Roma clásicas, las escuelas filosóficas no sólo enseñaban las materias que han pervivido como asignaturas troncales de la educación reglada hasta nuestros días, sino que también se impartía lo que el esclavo Epicteto, otro preeminente filósofo estoico, llamó “el arte de vivir”.
Apreciar la propia existencia no es cosa de un día, sino que es más bien el aprendizaje de toda una vida, debido a los ricos matices existentes incluso en la más nimia acción cotidiana.
Orígenes de nuestras actitudes ante la sensación de transitoriedad
Curiosos ante lo que les rodeaba, los filósofos presocráticos contemplaron el universo y sus leyes (panteísmo). Los atomistas pensaban que todo en el universo está compuesto por pequeñas partículas en constante movimiento, ocupadas en un continuo proceso de creación y destrucción. Las entidades agregadas de hoy quizá se disgreguen mañana, y así.
Sócrates, Aristóteles y las escuelas que se basaron en su pensamiento (como el estoicismo y el epicureísmo), tomaron ideas presocráticas y las aplicaron para estudiar la propia conciencia humana.
Partiendo de la transitoriedad de la existencia y la mortalidad humanas, los filósofos clásicos idearon modos de alcanzar lo que, según ellos, se acercaba más a la plenitud de la existencia.
Reacción positiva al paso del tiempo: apreciar el momento escurridizo
Las principales escuelas coincidieron en lo esencial: apreciar la existencia no es fácil porque el tiempo se nos escapa de las manos y es sencillo dejar de apreciar lo que ocurre en el “Ahora”, ya que lo consideramos parte de una cotidianeidad que no merece la pena celebrar.
Dos de los principales poetas de la Antigüedad, Lucrecio y Virgilio, ambos de formación epicúrea y atomista (visión que exponía que el hombre es mortal -tanto cuerpo como conciencia- y, por tanto, debe disfrutar de cada instante de la existencia) aunque Virgilio evolucionara con posterioridad hacia el místico platonismo, describieron respectivamente la impermanencia en dos obras cumbre de la literatura universal: De rerum natura y las Geórgicas.
En las Geórgicas, Virgilio escribe:
“Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus”
(Pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo)
Plenitud sin atracones obsesivos
A menudo, se han antagonizado las dos filosofías de vida que prevalecieron en la Roma educada antes de que fueran arrinconadas por una religión popular e irracional que preconizaba la inmortalidad del alma, el misticismo y la existencia de una -muy cruel y aleatoria, por cierto- “divina providencia”: el cristianismo.
Esta religión abrahámica se sirvió de las ideas platónicas y estoicas para sostener lo que de otro modo habría sido intolerable en una sociedad que había logrado la prosperidad aplicando las ideas socráticas y aristotélicas de estudiar la realidad de manera racional para mejorarla, en lugar de preconizar el miedo a lo mágico que acontece y esperar a la vida en el más allá.
Estoicos y epicúreos creían que la impermanencia de la existencia era motivo suficiente para celebrar cada momento:
- los estoicos creían que el mejor modo de celebrar la vida consistía en cultivarse uno mismo, apreciar lo que uno tiene, controlar los impulsos y vivir según la naturaleza;
- los epicúreos partían del atomismo presocrático (para el que todo, incluso la conciencia humana, era parte de un universo en constante creación y destrucción y, por tanto, mortal) para priorizar el el disfrute de los placeres de la vida.
Epicuro no era Calígula
A diferencia del atracón sensorial impulsivo del hedonismo adictivo e inconsciente, el supuesto hedonismo de los epicúreos era consciente y con conocimiento de causa, que les permitía apreciar incluso los manjares más humildes si era necesario.
El propio Epicuro recordaba que en ocasiones son los placeres más humildes y sencillos los más placenteros, en consonancia con la idea de impermanencia de los supuestamente más comedidos filósofos estoicos, como Epicteto, Séneca y Marco Aurelio.
Muchas de las afirmaciones estoicas se funden con el ideario epicúreo de disfrute consciente del momento presente. Marco Aurelio:
“El mundo no es más que transformación, y la vida, opinión solamente.”
Sobre el desprestigio contemporáneo de la normalidad
Debido a la existencia impermanente, el individuo, dice Marco Aurelio, vivirá mejor si perfecciona sus costumbres “viviendo cada día como si fuera el último”.
Pero la celebración consciente de lo cotidiano requiere un esfuerzo, algo que chirría en los valores preponderantes en las sociedades del siglo XXI.
Celebrar lo cotidiano suena para muchos (ver comentarios en el vídeo de Kirsten sobre la ceremonia del té) tan anacrónico como la propia ceremonia del té.
No es algo circunstancial ni casual, sino que la sociedad occidental ha promovido la compra impulsiva y la gratificación instantánea (ideales del hedonismo inconsciente), desde la II Guerra Mundial, con esfuerzos premeditados de marketing desde la época de Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud.
Efectos saludables de la introspección, aunque apenas dure un instante
La ceremonia del té no es más que una de las muchas maneras de practicar la introspección, calmarse y situarse en el presente, aunque sea por un instante.
Comparte algunas características cruciales con la lectura, el yoga, la arquería, la pesca, la jardinería, pasear, la carrera de fondo, afeitarse o cualesquiera actividades introspectivas reivindicadas para aprovechar el “Ahora”.
Todas estas actividades introspectivas comparten una característica: a diferencia de la gratificación impulsiva, este tipo de actividad sencilla (o minimalista, o zen, o como queramos llamarla), demanda un esfuerzo cognitivo, y este empeño consciente y de por vida ofrece un tipo de bienestar distinto al que apela a nuestros instintos (más adictivo, como explica la teoría psicológica de la adaptación hedónica).
Disfrutar del momento aumentarían, a la larga, nuestro bienestar duradero y capacidad para disfrutar de las cosas, demuestran algunas investigaciones.
La vida sienta mejor con una mirada propia más atenta
Las tradiciones occidental y oriental coinciden en que, sin aprendizaje ni esfuerzo, el ocio no sienta bien a la larga.
Esta hipótesis podría ser refrendada por algunos estudios.
El primero de ellos ha sido citado recientemente por Harvard Business Review relaciona los sencillos rituales gastronómicos con un mayor disfrute.
El estudio, realizado por la Universidad de Minnesota, explica que las personas que fueron inducidas a seguir comportamientos como verter líquido cuando se sientan a la mesa demostraron un mayor disfrute en el consumo de alimentos. Nos cuesta otorgar el carácter de “especial” a un acontecimiento cotidiano, pero notamos la diferencia cuando realizados un esfuerzo consciente.
Cómo alargar [la percepción de] la vida
Otro estudio explica que, cuando nos esforzamos por ver lo cotidiano (o la lectura de nueva información, o la práctica renovada de una canción conocida), este ejercicio alarga la percepción de la vida.
En otras palabras: nuestra existencia podría ser objetivamente igual de larga celebrando lo cotidiano o pasando de puntillas por el presente, pero nuestra interpretación cognitiva del presente será mucho más intensa y duradera si vemos la realidad con ojos renovados y nos exponemos a nueva información y experiencias.
Momentos
Para el estoico Musonio Rufo, la mirada crítica e intensa hacia el devenir es la manera de reducir la velocidad de la existencia.
El escritor y filósofo trascendentalista Henry David Thoreau se retiró una temporada a una cabaña construida por él mismo junto al lago Walden porque:
“…quería vivir deliberadamente; enfrentar sólo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido.”
Y cuando, después de algún esfuerzo en vano, el individuo siente la reposada belleza de un momento presente en su vida diaria, ello equivale a:
“…momentos en que toda la ansiedad y el esfuerzo acumulados se sosiegan en la infinita indolencia y reposo de la naturaleza.”