¿Cuánto tiempo deberíamos esperar a que una decisión dé sus frutos? El análisis empírico de las decisiones de los “millennials“, la misma Generación Y que prospera -de momento- menos que sus padres, es claro: se espera menos que nunca, y esta impaciencia perjudica.
La Generación Y se incorpora al mercado laboral justo en el momento más complicado: desaparecen antiguos empleos, no se crean puestos con la rapidez de antes. Hay economistas que especulan acerca de si faltan grandes innovaciones que, más que buen marketing, creen nuevos sectores y perfiles laborales.
Riesgos de la impaciencia
Haya un “gran estancamiento” de la innovación o no, hayamos confundido o no las grandes ideas y la innovación con las historias-batallita con gancho que condensan su mensaje contundente en el menor tiempo -al estilo “elevator pitch” o presentación TED Talks-, la Generación Y recibe una herencia difícil de remontar: poco trabajo y una deuda a largo plazo que pagar.
La deuda pública y privada parecen ser el único baremo a largo plazo presente en la cotidianeidad de la Generación Y (nacida desde finales de los 70 o principios de los 80 a principios de la década de 2000).
Y, dicen los estudios, la generación de los “millennials” debería mostrar mayor paciencia; hasta el momento, argumentan Emily Matchar y Daniel Gulati en The Washington Post y Harvard Business Review, los “millennials” se han instalado en la cultuta de la interrupción constante, sea en el consumo de ocio o el establecimiento de objetivos personales de cualquier tipo.
Orígenes de la falta de compromiso y convicciones a largo plazo
La periodista y escritora Emily Matchar cree que la elevada exigencia y promiscuidad profesional de los “millennials” más preparados obligará a las empresas a adaptarse, si quieren retener a los mejores.
Su argumento va en contra de lo que sucede en la mayoría de los sectores y lugares, aunque se adapta como un guante al competitivo mercado tecnológico de Silicon Valley.
Pero, incluso en el epicentro de la lucha por el talento, no está tan claro que las exigencias laborales de los más jóvenes promuevan una mayor flexibilidad de los puestos de trabajo, con Yahoo! demandando a sus teletrabajadores que vuelvan a la oficina.
Recogiendo los frutos de una atención parental “orientada a objetivos”
En cualquier caso, el argumento de Emily Matchar, de tilda a la nueva generación de “mimada”, tiene su base empírica e incluso en la cultura popular, que tilda a los adultos más jóvenes de “chicos-copa de té”, por su supuesta fragilidad emocional; chicos-boomerang, porque siempre vuelven a casa; chicos-trofeo, por la obsesión de ganar; etc.
En Estados Unidos, explica Matchar, esta última generación de adultos ha sido criada siguiendo lo que se conoce como “padres-helicóptero“, caracterizados por prestar extrema atención a las experiencias y problemas de sus hijos, ofreciéndole todo tipo de premios y experiencias extraescolares.
Esta atención, orientada menos al afecto y más al entrenamiento competitivo, ha resultado en una generación que “desde la cuna, ha recibido autonomía, capacidad de control y elección (‘¿Quieres pantalones azules o verdes hoy, cariño?’)”.
“Han sido animados -prosigue Emily Matchar- a mostrar su creatividad y a tomarse en serio sus intereses extracurriculares. Criados por padres que querían ser amigos de sus hijos, están acostumbrados a ver a sus mayores como compañeros, en vez de como figuras de autoridad. Cuando quieren algo, no tienen miedo de pedirlo”.
Síndrome del principiante que no quiere ser aprendiz
Muchos de estos jóvenes, argumenta la periodista, no están preparados para aprender a la sombra de nadie, sino que prefieren forzar un encuentro con la cúpula de una empresa para discutir cualquier idea, brillante o disparatada.
Quizá se trate de una caricatura y la imagen requiera las aristas propias de la realidad, pero la orientación de las tendencias es inequívoca.
y el abandono de proyectos o ideas a medio elaborar, pero los síntomas aparecen en estudios y artículos de distintos autores, desde sociólogos a expertos en gestión empresarial, como el ya mencionado Daniel Gulati, emprendedor tecnológico y colaborador de Harvard Business Review.
Gulati, coautor del ensayo Passion & Purpose: Stories from the Best and Brightest Young Business Leaders, cree que la exigencia e impaciencia mostrada por los “millennials” más preparados y seguros de sí mismos está perjudicando su carrera, resultados a largo plazo y, por tanto, repercutiendo de manera negativa sobre la sociedad, que obtiene menos de los más preparados.
Era de la gratificación instantánea
No es un argumento nuevo.
Otros autores han argumentado con solidez cómo ha proliferado el mandato del beneficio a corto plazo en detrimento de la recompensa a largo plazo, y sus consecuencias sobre las empresas, la economía y la sociedad.
Esta tensión entre el corto plazo y el largo plazo, conocida en la psicología moderna como la dicotomía entre instintos -gratificación instantánea- y decisiones racionales -gratificación aplazada-, está relacionada con fenómenos como el diseño de productos (más baratos para conseguir más beneficios a corto plazo) o la crisis financiera y de la deuda que padecemos (imperó el negocio de cara a resultados trimestrales, y ahora pagamos todos por ello).
Michael Lewis explica -mejor dicho, sugiere al mencionar el trabajo del neurólogo y autor del ensayo American Mania, el británico afincado en California Peter C. Whybrow- la evolución desde una cultura del esfuerzo a otra de la impaciencia.
El dilema del corto plazo vs. largo plazo
Otro famoso ensayo, El dilema del innovador, firmado por el profesor de Harvard Clayton M. Christensen, se convirtió en libro de cabecera de Steve Jobs, al explicar el fenómeno y traducir sus consecuencias en el mundo de la innovación.
El único modo de crear generaciones de productos intemporales y de calidad, expone el ensayo, es evitar obsesionarse con los resultados trimestrales, para así no confundir la reducción de costes con la pérdida de calidad, el uso de peores componentes y materiales, etc.
Y, dice ahora Daniel Gulati, el fenómeno se observa también en la carrera de los profesionales más jóvenes, que aplican los mismos errores en su trayectoria personal, optando por el impulso en detrimento de la perseverancia y el desarrollo a fuego lento.
Efectos de la proliferación de pócimas mágicas para triunfar sin esfuerzo
La popularidad de best-sellers de autoayuda para lograr lo máximo con en el mínimo tiempo y con el mínimo esfuerzo posible denota el interés que suscita la cultura de la impaciencia, se trate de la vida personal o la profesional.
Se puede, según este modelo, aspirar a trabajar 4 horas a la semana y “unirse a los nuevos ricos”, como reza uno de estos libros de autoayuda. O ponerse en forma sin recurrir al esfuerzo y la perseverancia, etc.
El mensaje de obtener lo máximo sin pagar ningún peaje ni recurrir a la fuerza de voluntad es tan atractivo, que una de las máximas de la era Internet es “fracasar rápido” para, así, poder probar de nuevo cuanto antes.
La Generación Impaciente
Daniel Gulati: “He aquí la Generación Impaciente: el creciente grupo de veinte y treintañeros que son inteligentes, ambiciosos y tan predispuestos a abandonar cualquier cosa que estén haciendo en este momento para conseguir un ascenso, facilitar una adquisición o ganar más dinero en otro lugar”.
“¿Que odias tu trabajo al tercer día? Lo dejas y encuentras otro mejor -prosigue Daniel Gulati en Harvard Business Review-. ¿No funcionó el lanzamiento de la versión beta? Cierra la empresa y sigue adelante. Aunque estos individuos tienen distintos perfiles -desde los formales inversores de banca a los emprendedores de estilo informal- hay algo constante: simplemente, no pueden esperar”.
Daniel Gulati explica que, tras conocer a centenares de personas que encajan en este perfil, atribuye la cultura de la impaciencia a tres factores:
- trampa de la comparación digital: la conexión permanente a medios y redes sociales multiplica los efectos de lo que el sociólogo Thorstein Veblen bautizó a principios del siglo XX como consumo conspicuo, o aquél motivado por el de nuestros vecinos o allegados (comportamiento hedónico: adaptamos nuestras expectativas a lo que hacen otros);
- ubicuidad de la información: si uno está harto de su trabajo, puede descargar un modelo de carta de renuncia al instante, aprender a programar por la tarde e informarse antes de acostarse acerca de cómo Bill Gates logró su fortuna (con la información detallada accesible por Internet, las herramientas para lograr una carrera meteórica se democratizan, como también lo hace la educación no reglada);
- predilección por el riesgo financiero, herencia del entorno de exuberancia financiera en el que la última generación se hizo adulta, lo que les hace menos conservadores que sus antecesores.
El equilibrio entre el riesgo estimulador y la impaciencia autodestructiva
Los “millennials” no han encontrado, en opinión de Gulati, el término medio entre su predilección por el riesgo estimulador y la temeridad causada por la precipitación y la impaciencia:
“Salir pronto para evitar quedarse atascado en un bache es inteligente. Pero acortar continuamente previsiones temporales para anotarse galones en la trayectoria y eludir el trabajo duro, en la búsqueda de soluciones mágicas inmediatas, es una práctica peligrosa, y de hecho puede limitar tus resultados a largo plazo”.
De nuevo, la impaciencia para conseguir el premio inmediato, la satisfacción impulsiva sin esfuerzo en detrimento de la planificación a largo plazo, se interpone entre el individuo y sus intereses duraderos.
Sobre la percepción de pasado, presente y porvenir
Se trata de la misma dicotomía observada por las filosofías de vida clásicas, los pensadores de la Ilustración, la psicología humanista o, en los últimos años, la psiquiatría y psicología (el mencionado trabajo de Peter C. Whybrow) o el mundo de la innovación y gestión empresarial (Clayton M. Christensen y su dilema del innovador): el deseo impulsivo del ahora versus el trabajo reflexivo y metodológico que requiere planificación, perseverancia. Tiempo al fin y al cabo.
Daniel Gulati expone que los “millennials” que se obsesionan por convertirse en personas con éxito de la noche a la mañana, deciden en contra de sus objetivos al demostrar impaciencia y optar por cambiar fácilmente, eludiendo a poder ser esfuerzo y responsabilidades.
El autor del artículo en Harvard Business Review menciona una investigación reciente que ratificaría la correlación entre las decisiones impulsivas y eventuales fracasos, sea cual fuere el contexto de la decisión, desde el nombre puesto a un bebé a la moda, música o movimientos sociales.
Ser paciente en momentos difíciles requiere personalidad (y convicciones)
Tomándoselo con más calma en la trayectoria personal y profesional aumenta la posibilidad de mejorar los resultados a largo plazo, según empresarios como el fundador y consejero delegado de Amazon, Jeff Bezos, que durante años soportó el ataque de los medios y círculos económicos más influyentes porque su empresa no lograba resultados trimestrales satisfactorios.
Jeff Bezos: “Si todo lo que haces necesita funcionar en un horizonte de 3 años, entonces estás compitiendo contra mucha gente. Pero si estás dispuesto a invertir en un horizonte de 7 años, compites contra una fracción de esa gente… Sólo alargando el horizonte temporal, puedes proponerte metas que de otra manera nunca podrías perseguir”.
Hay poco valor, por tanto, en buscar una respuesta fácil a una carrera, ya que ello va en detrimento de un logro potencialmente mayor, a largo plazo, que requiere mayor esfuerzo y perseverancia.
El arte de apreciar lo que tenemos
En un entorno de crisis económica, nervios y prisa por alcanzar logros con el mínimo esfuerzo y precio personal posibles, ser paciente, dicen estudios y expertos en distintos campos, libera la mente de presiones del entorno y nos permite disfrutar de nuestro cometido presente con vistas al futuro (sea trabajar, estudiar, sentar las bases de un negocio o idea, etc.).
Apreciar lo que tenemos es la base de filosofías de vida como el estoicismo o el budismo zen.
Daniel Gulati cita al neurocientífico Robert Sapolsky para exponer el disfrute de lo que estemos realizando en este momento: según Sapolsky, activamos nuestro sentido del bienestar con su búsqueda, y no con su consecución.
De nuevo, evocamos el pensamiento fundacional de las corrientes filosóficas clásicas, occidentales y orientales.
Lao-Tsé: “un buen viajero no tiene planes fijos, y no tiene la intención de llegar”.