El diseño industrial ya no se conforma sólo con impulsar la biomimética, o diseños que imitan la naturaleza para mejorar sus prestaciones, rendimiento, durabilidad, resistencia, sostenibilidad, etc.
Llega el turno del biodiseño, o diseño biológico, en el que la propia vida se integra en los diseños cotidianos. El biodiseño surge de la biotecnología aplicada a las manufacturas futuras y los resultados preliminares en numerosos prototipos “vivientes” promete, pero suscita un debate ético inevitable: el de su uso responsable.
Innovaciones a golpe de hacha de guerra
Desde la época clásica a nuestros días, la propia historia de las innovaciones está relacionada con las grandes transformaciones, a menudo bélicas y administrativas.
Las tecnologías más decisivas han sido usadas para dañar a otros, y existe el riesgo de que el biodiseño siga el mismo camino, dando pie a híbridos entre máquinas y organismos tan nocivos como los tentaculares “centinelas” del filme The Matrix.
El diseño pasa de imitar la naturaleza a servirse de ella, mientras las distintas tipologías del llamado diseño sostenible avanzan en un contexto dominado por la pujanza de las nuevas clases medias de los países emergentes, las dificultades de financiación en los países ricos y el debate energético, donde las energías renovables esperan competir en precio con los combustibles fósiles, al no poder hacerlo en eficiencia y potencia calorífica.
El diseño ecológico hasta nuestros días
Hasta ahora, el diseño ecológico se había centrado en mejorar conceptos existentes, más que en transformarlos: biomimética, diseño regenerativo, diseño “de la cuna a la cuna”, biomimetismo, tecnología “adecuada” o ingeniería ecológica, entre otras corrientes, reducen -o eliminar por completo- el impacto ecológico de lo existente.
Cuando, más que mejorar o transformar lo existente, son necesarios nuevos paradigmas, sólo hay un modo de superar una buena imitación de la naturaleza: tomar el original e integrarlo en un diseño “vivo”.
El próximo paso: diseñar objetos “vivos” (= biodiseño)
El biodiseño promete una nueva generación de productos que, si bien tendrán que superar un tenso debate ético, no sólo se comportarán como un organismo, sino que constituirán organismos per se.
Ropa, electrodomésticos, teléfonos inteligentes, vehículos, edificios, pavimentos y revestimientos, etc., interesan a esta nueva frontera del diseño industrial, en la que el diseñador se viste de técnico en un laboratorio de precisión a medio camino entre el taller y el centro biológico.
La belleza de las bacterias
En un artículo para The New York Times sobre biodiseño con el sugestivo título de “La belleza de las bacterias“, Julie Lasky explica cómo hemos entrado en una nueva era: pasamos de apreciar los mecanismos complejos e interdependientes de la naturaleza a aplicarlos con conocimiento de causa en diseños humanos.
No será fácil: después de trabajar con la imitación de la naturaleza (biomimesis) sin lograr resultados espectaculares, transformar el diseño de productos sirviéndose del modelo “real” de la naturaleza (siguiendo el símil platónico del ideal de belleza, donde los objetos cotidianos son asociados con un modelo esencial) requerirá el trabajo interdisciplinar de varias ciencias, humanidades y concepción filosófica, tanto la vertiente racional -aristotélica- como la metafísica y estética -platónica-.
Los hombres-ave de Leonardo
Polímatas como Leonardo da Vinci, estudioso de la anatomía de las aves y soñador de un ser humano capaz de servirse de artilugios similares, jamás habrían concebido las posibilidades de la simbiosis entre biotecnología y diseño industrial, ahora posible por primera vez.
Más que evocar guerras y malvados seres-máquina, mitad drones, mitad organismos con un código genético similar al nuestro, debemos (re)aprender, expone Julie Lasky, a apreciar la naturaleza como el aliado potencial más poderoso.
Raíces inesperadas del biodiseño: la filosofía
La filosofía clásica, tanto oriental como occidental, nos recuerda que el único modo de alcanzar la plenitud, como individuo o sociedad, consiste en vivir “de acuerdo con la naturaleza” (tradición grecorromana), o según el flujo natural o camino virtuoso, recto, etc., dice el “tao” (tradición oriental).
De acuerdo esta concepción, el biodiseño haría que los objetos cotidianos nos ayudaran, desde su propia esencia, a vivir según el curso de lo natural. Para Séneca o Lao-Tsé, los fines alcanzados respetando el modo en que las cosas crecen o decrecen -el curso de un río, el comportamiento de una planta o material, el flujo de una estancia o vivienda- son más productivos que las acciones que pretenden contrariar las leyes naturales.
¿Y si el diseño industrial fuera capaz de actuar como parte integrante e integradora de este flujo o camino virtuoso natural
Sobre desaprender enseñanzas irrefutables
Para lograrlo, por de pronto debemos desaprender todo lo que hemos asumido como verdad irrefutable durante décadas de anuncios televisivos, que nos han mostrado las bacterias y pequeños organismos que conviven con nosotros en el hogar o en nuestro propio cuerpo como el enemigo a combatir.
“Si tenemos que creer medio siglo de anuncios televisivos, las tareas domésticas son la guerra: una batalla perpetua contra los correosos soldados de la naturaleza”, escribe Julie Lasky en The New York Times. La batalla se ganaba “con productos de limpieza para aniquilar bacterias, raspar hongos y torturar ácaros del polvo”.
Poco a poco, la ciencia aporta información que transforma incluso la concepción de nosotros mismos: más que 1 organismo complejo y pese a décadas de higiene extrema y entornos esterilizantes, somos auténticos ecosistemas andantes.
Productos vivos en un entorno de ecosistemas superpuestos
En el cuerpo de una persona sana, residen 100 billones de bacterias, la mayoría de las cuales nos hacen como somos. Sin ellas, empobreceríamos y enfermaríamos al instante, ya que nos defienden de ataques de otros organismos o aceleran procesos cruciales como la cicatrización de una herida, etc.
El Proyecto de la Microbiota Humana, cuya complejidad es sólo comparable a la secuenciación del ADN humano, ha detectado nuestros acompañantes microbianos –más de 10.000 tipos-; todos reunidos, pesarían 2 kilogramos.
Conociendo más a nuestros acompañantes y a los otros seres, a menudo, microscópicos, con que hemos evolucionado, hay más posibilidades de diseñar mejores fármacos, pero también mejores productos en general. De ahí la importancia potencial del biodiseño.
Superando la naturaleza acartonada del ideal victoriano
La naturaleza no es nuestro invitado de lujo en casa y en nuestro entorno, que hemos tratado de domesticar de manera acelerada desde los jardines racionales y dioramas de la Ilustración, trufados de setos rapados al milímetro, césped con un verdor tan artificial como sempiterno y otros ideales que los complejos suburbiales victorianos -primero-, estadounidenses -después- y Disneyworld forzaron hasta la caricatura. Un mundo en que el fertilizante, el desinfectante, el plaguicida y el cortacésped motorizado campan a sus anchas.
De puertas hacia adentro, en el núcleo del hogar y la oficina, las consecuencias de la “desinfección”, unidas al uso copioso de sustancias nocivas para la salud, son todavía más dramáticas. El biodiseño deberá acabar con ambas tradiciones, propulsadas por la industria después de la II Guerra Mundial.
Biodiseño: mezclando disciplinas
Bio Design: Nature, Science, Creativity, ensayo publicado por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, MoMA, expone con ejemplos las posibilidades de esta nueva disciplina del diseño industrial.
Su autor, el escritor y profesor neoyorquino William Myers, expone las características de la nueva corriente en ascenso, capaz de integrar procesos orgánicos y con vida en edificios u objetos cotidianos, con el fin de aumentar su utilidad, conservar más recursos o reducir-eliminar desechos.
Se recopilan 73 proyectos obtenidos de entornos de experimentación dispares, desde laboratorios a estudios de diseño de todo el mundo, desde árboles que pueden adaptarse a medida que crecen para convertirse en casas o puentes, a lámparas que usan el principio luminiscente de las luciérnagas, petunias que cambian de color sirviéndose de ADN humano, o cemento que se repara a sí mismo como si se trata de la epidermis humana o de cualquier animal.
Otros ejemplos:
- Halflife, un prototipo de pantalla para lámpara que combina células ovulares de hamster con ADN modificado de luciérnafa, capaz de generar una reacción enzimática que permite encenderla sin necesidad de alimentación eléctrica.
- Bacterioptica, una lámpara con placas de Petri albergando cultivos bacterianos anidando en una maraña de fibra óptica; las distintas colonias de bacterias -procedentes, por ejemplo, de los distintos miembros de una familia- emiten distintas tonalidades de luz.
- Moss Table es una mesa recubierta de células de combustible biológicas que albergan, como pequeñas macetas futuristas, un cultivo individual de musgo con una colonia de bacterias que produce corriente al alimentarse de esta planta no vascular.
- Growth Pattern es una baldosa orgamental diseñada en Seattle por Allison Kudla, capaz de cambiar su patrón de diseño al estar confeccionadas con hojas de tabaco cortadas dispuestas en una red de placas de Petri. Al aplicarles una sustancia que se comporta como una hormona, las hojas vuelven a crecer en el interior de las “baldosas probeta”.
- Sillas confeccionadas con queratina (la sustancia que hace posible la resistente flexibilidad de nuestras uñas, por ejemplo) de hongo y celulosa reforzada genéticamente. Gracias a la queratina, la celulosa resultante aumenta su resistencia estructural y capacidad hidrófuga.
La complejidad de los diseños más sencillos y efectivos
El diseño biológico no sólo se sirve de estructuras y operaciones orgánicas, sino que toma partes de estructuras naturales para comportarse como lo hace la naturaleza: almacenar y convertir energía, producir oxígeno, neutralizar sustancias tóxicas o eliminar desechos del modo más limpio y eficaz, gracias a un ensayo de campo madurado a fuego lento, durante millones de años, en innumerables organismos.
Las posibilidades son tan inabarcables como la propia riqueza de la naturaleza, tan bien representada en los habitantes de una oreja o boca humanas, un colchón, un charco de cualquier ciudad desangelada o la más exuberante de las selvas tropicales.
Más que luchar para evitar que se reproduzca el “factor Frankenstein” (una creación que se nos vaya de las manos) los biodiseñadores deberían combinar su trabajo científico y humanístico -artístico, de diseño, etc.- (polímata, en definitiva) con una mirada retrospectiva a la sabiduría de la filosofía clásica, occidental y oriental.
Lao-Tsé: “Proyecta lo difícil partiendo de donde aún es fácil”.
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