1791, 1905 y 1995. Tres fragmentos de texto aparentemente ligeros y deshilachados, sin importancia ni grandilocuencia y sin relación entre sí, fueron escritos en cada una de estas fechas.
Hoy destacan como llamamiento a la capacidad del propio individuo para solventar cualquier reto o dificultad con herramientas al alcance de todos: método, cintura para adaptarse y fuerza de voluntad.
Blogs “avant la lettre”: Benjamin Franklin, Mark Twain, Stewart Brand
Los tres textos: el primero se corresponde con unos párrafos de la autobiografía de Benjamin Franklin, donde él mismo explica cómo se las ingenió para convertir un fracaso sonado en un éxito, simplemente renunciando a su cuota de ego.
El segundo es una contestación por carta de Mark Twain a una relación lejana que le pedía su influencia y conexiones para publicar su primer libro y, muy a pesar del candidato solícito en busca de la recomendación, la respuesta se convierte en una exhortación a la propia fuerza del candidato para que él mismo se gane a pulso lo que quiere, en lugar de pedir prestado el ascensor social.
(Imagen: grabado donde Benjamin Franklin haciendo volar una cometa, experimento que daría pie a la invención del pararrayos)
El tercero es un texto de otro polímata estadounidense, Stewart Brand (editor del fanzine contracultural californiano Whole Earth Catalog), que en un artículo de 1995 para Time reivindicó el papel del espíritu ingenuo, multidisciplinar y libertario de los hippies en la revolución tecnológica iniciada con la informática personal, en la que nos hallamos inmersos.
Ética: elogio de la independencia intelectual en tiempos de gregarismo
Aunque inconexas, las tres son exhortaciones a la independencia intelectual, integridad y ausencia de ego que distingue a quienes disfrutan con el proceso de poner en práctica sus ideas y visión a largo plazo (gratificación aplazada) de los espabilados fáciles de corromper con cualquier ventaja coyuntural, sea un sobre de dinero o una adulación artificiosa y desproporcionada.
La actualidad social y política me ha animado a recuperar estas tres contribuciones, para recordar que, incluso en oficios tan desprestigiados -con razón- como la política, siempre existirán los ingenuos e incorruptibles, los que disfrutan trabajando y, si se equivocan, lo hacen de un modo honrado.
Déficit de personalidades incorruptibles
Son los Howard Roark de la sociedad. Personaje basado en Frank Lloyd Wright, Roark es un arquitecto que tiene una visión de cómo deben ser sus edificios, pero los promotores no quieren construir según sus ideales.
Entonces, se le presenta un dilema: comprometer su integridad o abandonar la arquitectura. Y se va a buscar trabajo a una cantera.
Picar piedra. Una imagen evocadora. Tanto como los fragmentos mencionados de Benjamin Franklin, Mark Twain y Stewart Brand. Pero antes, unas consideraciones sobre los mecanismos que usan los mejores para no consumirse en la indignación, seguir su propio camino y conseguir lo que se proponen a largo plazo. Aviso: no hay fórmula alquímica ni Red Bull de regalo.
Todo puede empezar con la falta de autoexigencia
El síndrome de la página en blanco preocupa a los creadores desde que la especialización de los asentamientos del neolítico permitió que nacieran las clases creativas.
(Imagen: Edición de 1739 del compendio de sabiduría popular y últimas tecnologías de la época editado por Benjamin Franklin)
En el caso de nuestros ancestros más remotos, sería más bien el síndrome de la piedra, tablilla de barro, tela, piel bovina, papiro, pergamino, etc.
Ocurrencias aparte, el fenómeno de afrontar la desnudez soporte creativo sin estrenar es probablemente responsable de una de las concatenaciones de ansiedad colectiva más largas e ininterrumpidas de la historia.
El envoltorio antídoto contra el síndrome de la página en blanco varía en función de la época y el individuo, pero no su esencia. Todos formamos parte de una sociedad y contexto; ya no sirve con invocar a los dioses panteístas, las vestales o las musas para encontrar las fuerzas interiores que conviertan cualquier período infructífero en una época de trabajo fecundo, pero seguimos recurriendo a tejemanejes de hechicero para superar el miedo y la modorra iniciales.
Riesgos de creerse la fórmula alquímica (lograr todo sin esfuerzo)
Ello explicaría el éxito de libros de autoayuda que prometen los resultados deseados trabajando lo mínimo posible. The 4-Hour Workweek, por ejemplo, combina la promesa de las delicias de la gratificación instantánea con los resultados logrados con trabajando duro. Haga usted cosas maravillosas tumbándose a la bartola, oiga.
El fenómeno de la posposición, o postergar responsabilidades con deliberación por el esfuerzo que requieren en favor de actividades que nos gratifican al instante, se hace patente al inicio del curso escolar o a finales de enero, cuando las proposiciones de Año Nuevo pierden fuelle por ausencia de método: a menudo, los retos son irreales, o no se han dividido en pequeñas metas acotadas.
Esfuerzo metódico
Para el escritor y colaborador de The New Yorker John McPhee, así como para el experto en innovación y colaborador de Harvard Business Review Umair Haque, no hay fórmula alquímica que permita superar un gran reto sin esfuerzo, perseverancia, análisis, aplicación racional -aunque flexible- de una estructura que toma forma a continuación.
Es el doloroso placer de esforzarse para encontrar la forma primigenia, el color preciso, el “nombre exacto“.
Umair Haque llama a este esfuerzo deliberado por lograr propósitos a largo plazo “salir de la zona de confort“.
El secreto de las obras creativas
Según esta premisa, todas las grandes obras creativas tienen un denominador común: mucho trabajo, se pueda cuantificar en horas (como intenta Malcolm Gladwell) o en calidad del tiempo dedicado debido a incentivos como entornos incentivadores y competitivos (ello explicaría la concentración de genios en épocas y lugares determinados).
Merece la pena revisar artículos y biografías sobre el esfuerzo de crear, para percatarse de la ausencia de épica y romanticismo en la mayoría de los casos, así como la presencia de elementos más antipáticos, sobre todo cuando hay que narrar el genio de algún creador: fuerza de voluntad, hábito, perseverancia y búsqueda tan concienzuda como regular de la introspección (contemplar, divagar, pasear, meditar, correr, hacer ganchillo o lo que sea).
La procrastinación, o ausencia de fuerza de voluntad para renunciar al premio instantáneo en favor de un trabajo duro que dará sus réditos mucho más adelante, es un fenómeno inherente a nosotros, estudiado por filósofos clásicos y científicos actuales.
(Imagen: fotografía de Mark Twain tomada en el laboratorio de Nikola Tesla -fondo-)
El antídoto tampoco ha cambiado desde los presocráticos; el único modo infalibre consiste en conocer nuestras debilidades y aprender a dominarlas -no reprimirlas, decían los estoicos- en función de nuestros intereses, para así poder centrarnos en tareas más elevadas, relacionadas con la autorrealización (cultivo personal e introspectivo).
A través de lo áspero
Más allá de formalidades y nomenclaturas, filósofos clásicos, psicólogos y neurocientíficos coinciden en esta visión de las necesidades humanas y suscriben el “per aspera ad astra” (“A través de lo áspero [se llega] a las estrellas”) de Séneca.
La influencia de esta visión de la autorrealización del ser humano basada en priorizar la gratificación aplazada -trabajo racional pensando a largo plazo- por encima de los placeres instantáneos, basada en el pensamiento socrático y sus derivados (eudemonismo de Aristóteles, estoicismo), ha logrado tantos éxitos y seguidores como detractores a lo largo de la historia.
Biografías, historias explicadas por terceros, epistolarios, etc., nos ayudan a reconstruir el engranaje de la máquina de autorrealización con espíritu de filosofía clásica de algunas personalidades polímatas que destacan o han destacado en sus cometidos.
Estudiando su manera de priorizar la conducta racional y la perseverancia en detrimento de las necesidades más mundanas para lograr el cometido realista que se propusieron, conocemos más acerca de nuestro propio potencial.
Como engranajes del mecanismo, imaginamos una máquina precisa y olvidada entre las ruinas de alguna ciudad del Mediterráneo, algo así como un mecanismo de Anticitera descrito con precisión en algún libro de Aristóteles que nunca existió, que espera ser recuperado por la imaginación de Umberto Eco para aletear en alguna página literaria bien resuelta.
El manantial de cada uno
Propongo tres ejemplos dispares de autorrealización a partir del uso de grandes dosis de conocimiento interdisciplinar, ingenuidad, experiencia vital, capacidad de introspección y, sobre todo, uso de la razón y la fuerza de voluntad para no posponer o condicionar los objetivos más elevados a otras consideraciones coyunturales.
Son algo así como versiones menos fotogénicas y robotizadas de Howard Roark, el arquitecto incorruptible de la novela de Ayn Rand El manantial, suplantado en el cine por Gary Cooper y una de las mayores inspiraciones de emprendedores con mentalidad tan ingenua y libertaria como Jimmy Wales, cofundador de Wikipedia.
Se trata de tres anécdotas de Benjamin Franklin, Mark Twain y Stewart Brand.
El aprendiz de todo que aplicó el “agile development” a su vida
Empezando por orden cronológico, el polímata estadounidense de extracción humilde Benjamin Franklin. El más pequeño de una familia numerosa de Nueva Inglaterra, Franklin probó innumerables oficios, a menudo a través de sus hermanos mayores, y publicó sus primeros textos en edad preadolescente.
Destacó como periodista, escritor, científico, político e inventor, y publicó una de las autobiografías más influyentes de la historia, que incluye la lista más popular de la Norteamérica de su época, las Trece Virtudes, incluidas por la revista Time entre las 100 mejores listas de todos los tiempos.
También publicó el Poor Richard’s Almanack, compendio de conocimientos populares y multidisciplinares equivalente de su época y lugar -las Trece Colonias justo antes de independizarse y convertirse en Estados Unidos-, al fanzine de la contracultura californiana de los 60 del siglo pasado, el Whole Earth Catalog.
El inventor que ofreció herramientas a sus conciudadanos
Arquetipo de la Ilustración, incluyó en su listado de virtudes la determinación (“Resuélvete a realizar lo que deberías hacer, realiza sin fallas lo que resolviste”); y la diligencia (“No pierdas tiempo, ocúpate siempre en algo útil, corta todas las acciones innecesarias”).
Contra la procrastinación, Benjamin Franklin seguía la receta de los clásicos. Su proverbio “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, ya parte de la cultura popular en varios países, parte de citas clásicas equivalentes (por ejemplo, Séneca: “La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy”).
Su industriosidad y tolerancia al riesgo y la incertidumbre quedan reflejadas en anécdotas como la manera en que, como emprendedor-buscavidas, consiguió sus primeros 50 clientes.
Aprender a renunciar al ego
Todavía muy joven, Franklin -explica él mismo en su autobiografía- decidió abrir una biblioteca de suscripción pública en Filadelfia, paseándose puerta a puerta para lograr un número viable de suscriptores interesados a comprometerse con el proyecto a largo plazo (pagando una pequeña matrícula y una anualidad durante 50 años).
El proyecto tenía un carácter social y filantrópico y, a la vez, sería capaz de sostenerse sin recurrir a patrocinios ni mecenazgos públicos o privados.
Esta pequeña empresa sirvió a Franklin del mismo modo que una start-up puede hacerlo a cualquier emprendedor contemporáneo: abandonando la zona de confort e implicándose en la primera línea, se aprenden aspectos de una actividad que no aparecen en ningún tratado sesudo ni se imparten en ninguna escuela con profesores ajenos a la cultura del riesgo que promueven.
Saber adaptarse sobre la marcha
Franklin explicaba así las enseñanzas del proyecto de la librería bajo suscripción: “las objeciones y reticencias que encontré solicitando las suscripciones, me hicieron pronto comprender lo impropio de presentarse a uno mismo como promotor de cualquier proyecto útil, que pudiera elevar la reputación de uno mismo una pizca por encima de la de sus vecinos, cuando uno requiere su asistencia para llevar a cabo ese proyecto”.
“Por lo tanto, me aparté tanto como pude del centro de atención, y lo presenté como la iniciativa de un conjunto de amigos, que me habían animado a explicarlo y proponerlo a los amantes de la lectura. De este modo, mi cometido transcurrió con mayor facilidad, y siempre lo puse en práctica en situaciones análogas; y, debido a mis éxitos frecuentes, lo puedo recomendar encarecidamente”.
(Imagen: La Tierra -pequeña, vulnerable, azul y llena de vida en un océano de oscuridad- vista desde el espacio, tal y como la mostró la NASA. La edición de otoño de 1969 del Whole Earth Catalog incluía esta imagen, con un escueto subtítulo: Access to tools)
Evitar la posposición; actuar con método; usar la astucia y el raciocinio para mejorar el cometido, sea un trabajo creativo o el inicio de un negocio. Franklin sentencia a propósito de esta experiencia: “El pequeño sacrificio actual de tu vanidad te será después recompensado con creces”.
Sobre el valor relativo de la autoría
Casi 200 años después de que se publicara su autobiografía bajo el título La vida privada de Benjamin Franklin (1791), la experiencia vital del escritor, editor, político e inventor, casi siempre expresada por él mismo con lenguaje llano y directo, seguía presente en la vida pública estadounidense.
En el escritorio presidencial ocupado por Reagan, se podía leer una placa: “No hay límites a lo que una persona puede hacer o dónde puede ir si no le importa quién se lleva el crédito”.
De solicitud a exhortación de la fuerza de voluntad
Y, del escritorio de la Casa Blanca en los 80 retrocedemos 75 años, hasta 1905, cuando el escritor estadounidense Mark Twain, otro personaje arquetípico del aventurero polímata y buscavidas hecho a sí mismo, en la más pura tradición libertaria estadounidense, recibió una carta en la que el conocido de un conocido le pedía encarecidamente una recomendación para publicar su manuscrito.
Esta relación epistolar, aparentemente aleatoria y sin sustancia, ha sido citada como un manifiesto del autor sobre la fortaleza propia, la capacidad de uno mismo para, sirviéndose sólo de sus capacidades, raciocinio y fuerza de voluntad, lograr lo que se propone.
Otro ejemplo, en definitiva, de fuerza de voluntad y método calculado, en esta ocasión para animar a alguien a evitar la dependencia y el lastre causados por prácticas como el tráfico de influencias, y lograr así la autorrealización. Un camino mucho más arduo, pero infinitamente más satisfactorio.
Meditaciones sobre la independencia
Una carta solicitando una introducción se convierte en una profunda meditación sobre la independencia y confianza en uno mismo (consultar la carta y respuesta de Twain a ésta).
De una relación epistolar de 1905 a la primavera de 1995, cuando un número especial de la revista Time publicaba un escueto y contundente artículo de Stewart Brand del fundador del fanzine Whole Earth Catalog (1968-1972), versión hippie del Poor Richard’s Almanack ideado por Benjamin Franklin más de 200 años antes con el mismo propósito: ofrecer un acceso ubicuo a las herramientas que convierten a cualquiera en lo que quiera ser, si le pone método y esfuerzo.
El primer número del fanzine incluía un subtítulo tan preciso como sugestivo: “Access to tools”. Acceso a herramientas. De este subtítulo surge el “access to tools” que *faircompanies incluye bajo su logo, sobre esta misma página.
Los legados que obvian las historias mal explicadas
El artículo, “Se lo debemos todo a los hippies”, cuenta con un subtítulo no menos sugerente: “Olvídense de las protestas contra la guerra, Woodstock, incluso el pelo largo. El auténtico legado de la generación de los 60 es la revolución informática” y su espíritu hacker, libertario y repleto de buenos propósitos centrados en la capacidad del propio individuo para autorrealizarse con tesón y las herramientas necesarias.
Stewart Brand escribía: “‘No preguntes qué puede hacer tu país por ti. Hazlo tú mismo’, dijimos, pervirtiendo pervirtiendo con buen ánimo las palabras del discurso inaugural de J.F.K.'”.
“A medida que siguieron el mantra ‘Enciende, sintoniza y abandona’, los estudiantes universitarios de los 60 también acabaron con el desdén de la educación por los negocios. ‘Haz tus propias cosas’ es fácilmente traducible en ‘Inicia tu propio negocio’, -prosigue Brand unos párrafos más abajo del mismo artículo-“.
“Denostados por el establishment social preponderante, los hippies fueron aceptados con rapidez en el mundo de la pequeña empresa. Aportaron un grado de honestidad y vocación de servicio atractivos tanto para vendedores como para compradores”.
De “Cartas a Lucilio” a los librepensadores actuales
El artículo menciona el espíritu de los primeros hackers y cómo siguieron aplicando, cada uno a su manera, los principios que suscribieron en sus años de ingenuidad, cuando creían que todo era posible.
El mundo tecnológico actual ha sido erigido en torno a decisiones tomadas en los 70 por una pandilla de aficionados a la ciencia ficción empecinados en comprobar si es posible autorrealizarse sin corromperse.
Cada uno a su modo, Benjamin Franklin, Mark Twain y Stewart Brand lograron el reconocimiento mientras disfrutaban viviendo según lo que ellos consideraban una existencia íntegra y digna de ser vivida. El éxito como “daño colateral” de la autorrealización.
Exactamente lo estipulado por Séneca en el que es considerado el primer libro de autoayuda, Cartas a Lucilio.
Al final, nos salen los números:
ética + esfuerzo metódico = autorrealización (ganándose o no el crédito de los otros).