El arte, la filosofía y la cultura popular han buscado el ideal de belleza desde Platón, el primero en exponer que discriminamos personas, otros seres u objetos en función de un prototipo o modelo ideales.
El ideal platónico se comporta como un lenguaje de patrones. Todos albergamos en nuestra mente un ideal de belleza para personas, objetos, ideas, instituciones, que ha sido influido por lo observado, las convenciones y tabúes sociales, o el propio raciocinio del individuo.
La evolución del canon de belleza
Pero, ¿qué parte de la belleza ideal se escapa al raciocinio y la costumbre social (Platón) y forma parte de la intuición del ser humano y otros animales (interpretación inconsciente predeterminada genéticamente)?
El ideal de belleza platónico está sujeto a las convenciones y a la evolución de los individuos y las sociedades.
El canon de belleza, lo que consideramos atractivo o deseable a partir del análisis racional, cambia con la historia y las culturas.
Venus rollizas, venus escuálidas
La delgadez en las sociedades avanzadas post-industriales, donde la obesidad se asocia con la pobreza y la marginación, ha alcanzado cotas de ideal de belleza, mientras otras sociedades donde persisten los problemas de malnutrición, consideran “bello” el sobrepeso o incluso la obesidad, ya que se relacionan con salud y opulencia.
Una de las temáticas pictóricas más populares en el Renacimiento, el uso de Venus y su nacimiento como modelo de mujer, permite comprobar que la belleza femenina renacentista no resistiría a una criba popular en una revista sensacionalista actual.
De la venus de Willendorf a la escultura clásica
Más allá de si las mujeres actuales son más parecidas a los enfermizos seres andróginos que se paseaban por la literatura y los antros de los poetas malditos que a las venus del Renacimiento (por no mencionar a los ídolos de la fertilidad del Paleolítico, como la Venus de Willendorf), existe un común denominador en la interpretación humana de la belleza, y la ciencia cree que ello se debe una herencia genética común a todos los organismos.
Según varios estudios, este supuesto ideal común a toda la humanidad definiría la belleza como algo más próximo a la escultura clásica griega y sus posteriores imitaciones hasta nuestros días, que a las pinturas de Botero o los ídolos del paleolítico.
Ideal de belleza, número áureo, cubismo
En su intención de recuperar el uso de la razón en el cálculo del ideal de belleza, los pensadores del Renacimiento usaron el número áureo con profusión, hasta el punto de estar presente en las proporciones de los retratos más célebres de Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, etc., así como en los diseños de la naturaleza.
La representación gráfica del número áureo, realizada con la letra griega “fi”, rinde homenaje al escultor griego Fidias, dejando clara la fuente del pensamiento renacentista.
A diferencia del número áureo, el cubismo no sale bien parado en nuestro subconsciente evolutivo: al parecer, no sólo encontramos la belleza en la simetría de rostros y cuerpos, sino que la propia evolución habría dotado a los individuos más simétricos con mayor inteligencia que los menos simétricos, contradiciendo el estereotipo de la rubia guapa y con pocas luces.
La simetría en la naturaleza
Nuevas evidencias científicas ratifican la hipótesis que relaciona facciones simétricas y una condición física agraciada con la buena salud. A falta de estudios en humanos, que alcanzarían al instante la incorrección política y el rechazo, hay nuevos estudios en monos, que se suman a los realizados en otros animales.
Siguiendo con la incorrección política con la que en ocasiones entronca la ciencia, los individuos (seres humanos, otros animales) menos simétricos y atractivos carecerían de las mismas posibilidades de éxito evolutivo que los más agraciados.
Todavía más polémico: los más simétricos y agraciados serían también más inteligentes. El entorno y la sociedad en la que cada individuo se haya inmerso, así como las oportunidades y la suerte, entre otros condicionantes, le permitirían aprovechar en mayor o menor grado su ventaja competitiva con respecto a otros individuos.
Cómo interpretamos la simetría y la buena salud
Explica The Economist que la simetría facial y corporal ha sido asociada desde hace tiempo con equilibrio, una especie de marcador que mostraría a otros la fortaleza genética de un individuo, su tendencia a desarrollar enfermedades, estrés, comportamientos conflictivos. La asimetría causaría un rechazo ancestral, genético, visceral.
Estudios previos en macacos habían corroborado que los animales mirarán durante más tiempo a los rostros simétricos y proporcionados que a los asimétricos y poco saludables.
Ello puede deberse, sugieren, a que los macacos relacionan simetría con buen estado físico y mental, capacidad de descendencia, ausencia de enfermedades. Hasta ahora, no existía una conexión clara que ratificara esta interpretación.
Menos simetría, más proclividad a enfermar
A falta de estudios en humanos, Anthony Little, de la Universidad escocesa de Stirling, y Annika Paukner, de los National Institutes of Health (NIH) de Estados Unidos, han conducido otro estudio con 93 monos hembra.
Todos los sujetos del estudio, entre 5 y 20 años de edad, fueron fotografiados de frente. Se analizó la simetría facial de cada uno a través de un programa informático que medía la proporción y distancia entre varios rasgos, así como la salud durante los primeros 4 años de vida.
Las conclusiones, publicadas en Behavioural Ecology and Sociobiology y recogidas por The Economist, relacionan la condición física del macaco con su “belleza”: cuando el cociente de salud de un sujeto descendía, esta anomalía era paralela a un menor cociente de simetría.
O: los sujetos más proclives a enfermar tenían consistentemente un rostro y físico menos simétrico que los más saludables.
Inteligencia y simetría
No es el único estudio reciente que relaciona belleza y fortaleza genética en animales. The Economist dedica otro artículo a los resultados de un estudio de Mark Prokosch, Ronald Yeo y Geoffrey Miller, de la Universidd de Nuevo México, que profundiza en los estudios previos sobre belleza y simetría en seres vivos de Randy Thornhill, padrino de la disciplina.
Si Thornhill había constatado hace una década, también en la Universidad de Nuevo México, que las moscas con alas más simétricas tenían los mayores índices de éxito reproductivo, ahora Prokosch, Yeo y Miller han comparado inteligencia y simetría física.
En esta ocasión, el estudio se realizó con personas, que realizaron tests de inteligencia variados, incluidos los de tipología “g” (inteligencia general), considerados más objetivos para medir las habilidades innatas por encima de las adquiridas con el aprendizaje y el entrenamiento.
Defenestrando el estereotipo de la “rubia tonta”
Según The Economist, Geoffrey Miller y sus colegas constataron que los modelos de test de inteligencia cuyos resultados estaban más correlacionados con la simetría física eran los de tipología “g”, que miden más lo innato y menos lo adquirido.
Los resultados del estudio no sólo defenestran los estereotipos sobre belleza simétrica y poca inteligencia, sino que relacionan herencia genética con capacidad innata de raciocinio, unas conclusiones polémicas que requieren más literatura científica.
Se ha tratado de dilucidar si la supuesta correlación entre simetría e inteligencia es percibida por el ser humano al tratar con otros individuos y, por tanto, basar sus expectativas o decisiones sobre la persona observada a partir de una percepción inconsciente de su “simetría”.
Dos expertos en el estudio del rostro humano Leslie Zebrowitz y Gillian Rhodes, se coordinaron para preparar nuevos estudios, así como revisar hasta 9 pruebas, 7 de las cuales realizadas antes de la II Guerra Mundial, sobre aspecto físico e inteligencia.
El papel evolutivo de la belleza
Los estudios realizaban tests a varios individuos, a los que a su vez se mostraban imágenes de los otros sujetos y se les invitaba a sugerir su inteligencia a partir sólo del aspecto de la fotografía. Los resultados, dice The Economist, sugieren que la gente realiza a menudo -no siempre, pero de manera consistente- juicios de valores sólidos con los resultados.
Lo que a menudo llamamos corazonada, o intuición (Blink o Inteligencia intuitiva, según el ensayo homónimo de Malcolm Gladwell), quizá prejuicio, podría tener su base evolutiva, exponen estos resultados; eso sí, son fundamentos muy condicionados por los valores de igualdad de las sociedades avanzadas desde la Ilustración.
Los condicionantes sociales se añaden como capas de cebolla a las consideraciones evolutivas que relacionarían simetría física con inteligencia y buena salud. Así, el economista de la Universidad de Texas Daniel Hamermesh ha estudiado desde otra perspectiva la correlación entre belleza y éxito (social, evolutivo).
Los estudios de Hamermesh sugieren que las distintas sociedades avanzadas discriminan, de manera positiva o negativa, la belleza en hombres y mujeres de un modo dispar. Estas diferencias se traducen en distinto salario, éxito laboral o sexual.
Contextos donde prima la racionalidad (o la virilidad)
Si los estudios corroboran estos hallazgos en los próximos años, se confirmaría una tendencia de la selección natural que favorecería a los más agraciados, al menos desde el punto de vista simétrico, que tendrían mejor genética (lo que aumentaría su atractivo sexual), y -todavía más controvertido- tendrían una mayor inteligencia innata.
Caben, al menos, algunos matices, apoyados también por estudios similares, e igualmentes mencionados por The Economist en un tercer artículo sobre la temática:
Las sociedades más pacíficas, igualitarias y con mejores índices de salud tienden a favorecer un ideal de belleza masculina menos agresivo, con individuos cuyas facciones denotan menor fortaleza física, virilidad y un sistema inmunitario resistente. Racionalidad y estrategia a largo plazo por encima de fuerza bruta y supervivencia a corto plazo.
Las sociedades más desiguales y con peor salud, por el contrario, favorecerían un ideal de belleza masculina más agresivo y físico, capaz de mostrar capacidad potencial para responder a las agresiones de un entorno más inestable y hostil.
El macho superviviente de “Frontera”, defensor en potencia de episodios cotidianos extremos.
La intuición de Fibonacci
A diferencia de la literatura científica, las aportaciones de la filosofía, el arte y la cultura, desde el ideal de belleza platónico al número áureo y las venus del Renacimiento, extraen conclusiones similares de nuestra estrategia evolutiva. Lo hacen de un modo más amable, con una racionalidad intuitiva, sugerente.
En ocasiones, la principal diferencia entre el discurso científico y el sugerido en los mismos campos por la filosofía o el arte estriba en su delicadeza y empatía, o capacidad de sugestión.
Algo así como la escala de grises que separa las escenas de miedo del torpón y frenético cine de acción o terror actual, plagado de tecnología pero ausente de tuétano narrativo, de las sugeridas con mayor sutilidad y pericia -usando sombras, sonidos, argumento, silencio, iluminación, tipo de plano- en el cine clásico.
El número áureo busca la simetría y la proporción en los rostros, edificios, animales, paisajes. Quizá nuestra herencia genética está más próxima al Renacimiento de lo que jamás hubiéramos pensado.
Las pinturas negras de Goya, o lenguajes como el cubismo -muestra el Guernica-, son ideales para destacar aristas, aberraciones humanas, pasiones y contradicciones universales, errores recurrentes.
Seamos o no conscientes de ello, juzgamos lo que sentimos en función de sus proporciones.