Nunca antes había sido tan políticamente incorrecto hablar de testosterona, al haberse convertido en sinónimo de masculinidad. Al fin y al cabo, decía Zsa Zsa Gabor, “macho does not prove mucho”.
Pero la testosterona no sólo garantiza la fertilidad masculina, sino que regula su bienestar, previene enfermedades mentales y, se cree, fomenta la neurogénesis, o creación de células cerebrales nuevas.
Razón de más para mantener, al menos, los niveles de testosterona de la generación anterior, tras confirmarse que su producción ha descendido entre los adultos en los últimos años.
No hablamos de machear
Los términos hombría, bravura, bravuconería, macho, machada tienen connotaciones agresivas, tan de otro tiempo como el calificativo que ha traspasado fronteras idiomáticas: “machismo” es una palabra tan universal como “troika”, “souvenir” o “marketing”.
Y no hay hombría sin la hormona masculina, cuyos niveles son siempre destacados de manera despectiva. Ser demasiado hombre o macho tiene hoy día el carácter recesivo del bello corporal humano (sobre el cual, por cierto, se ha descubierto una utilidad esencial).
Estereotipos y comentarios aparte, la testosterona es un regulador esencial en el hombre, responsable no sólo de conformar el aparato genital, el cambio de voz o el mayor desarrollo del bello corporal, de que la musculatura y el tamaño de los órganos sean mayores en el hombre que en la mujer.
Más allá de la masculinidad estereotípica
Las mujeres también tienen esta hormona, que forma parte del grupo andrógeno, aunque los hombres producen una cantidad entre 40 y 60 veces mayor. La testosterona también es responsable de que el cerebro masculino tenga mayor volumen, pero ello no implica mayor inteligencia: el cerebro femenino alberga un mayor número de conexiones entre hemisferios que el masculino.
Pero la función de la testosterona no se acaba en la masculinidad más aparente y estereotípica, ni tiene nada que ver con comportamientos de gallo de corral: los niveles de la hormona masculina repercuten sobre la salud, rendimiento físico e intelectual del individuo, e incluso en la percepción de otros sobre uno mismo.
Se ha comprobado con estudios que niveles adecuados de testosterona:
- Renuevan la energía mental y física.
- Incrementan la voluntad mental de volver a competir después de haber perdido u obtenido un resultado no satisfactorio (estudio).
- Aumentan el tamaño y fortaleza de la musculatura.
- Fortalecen los procesos metabólicos.
- Contribuyen a prevenir el mal de Alzheimer y la demencia.
- Aumentan la libido y la función eréctil.
Estimular la producción no equivale a inocular dosis
Pero no todo sirve para obtener mayores niveles de testosterona. Insuflar la hormona de manera artificial, sobre todo si ello no va acompañado de ejercicio y estilo de vida, puede derivar en una dosis excesiva, con consecuencias negativas para la salud.
El motivo: cada hombre nace con distintos niveles de testosterona y la secreción natural de la hormona se reduce con la edad, aunque un estilo de vida activo y saludable suavizan el proceso.
En lugar de ingerir dosis de testosterona (esteroides), los estudios científicos sugieren que el modo más saludable y efectivo de producir cantidades suficientes de la hormona de manera natural consiste en combatir los cambios ambientales, culturales y dietarios que han disminuido de manera artificial los niveles normales de testosterona.
El imparable declive de la hormona masculina
Según un estudio donde participaron 8.000 hombres, “los investigadores en Estados Unidos se encuentran con que los niveles de testosterona son sustancialmente inferiores -entre un 15% y un 20%- que hace 15 años. Estudios escandinavos muestran descensos similares, y también ocurre en hombres jóvenes”.
Un hombre nacido en 1970, concluía este estudio, tiene cerca de un 20% menos de testosterona a los 35 que un hombre de la generación de su padre a la misma edad.
El declive artificial, causado por circunstancias ambientales y de estilo de vida, de los niveles de testosterona no sólo repercute sobre la capacidad reproductiva de los nuevos adultos, sino sobre su propia capacidad física e intelectual, bienestar y proyección social. Un problema de salud del que nadie habla, debido a las más acuciantes -también más visibles y espectaculares- epidemias de obesidad, sobrepeso y diabetes.
Las consecuencias del estilo de vida
Varios factores inciden sobre el descenso generalizado de los niveles de testosterona -lo que, a la par, ha incidido sobre la menor calidad del esperma y la fertilidad-.
Según explican Brett y Kay McKay en la bitácora Art of Manliness, estos condicionantes se resumen en el estilo de vida urbano occidental, que ha producido, entre otros fenómenos:
- Aumento del estrés, que incrementa los niveles de cortisol, a la vez que reduce los de testosterona.
- Falta de sueño: como otros procesos regenerativos del organismo, los niveles de testosterona se recuperan mientras dormimos, sobre todo durante la fase REM. Cualquier alteración prolongada del sueño profundo repercute en la capacidad de producción de la hormona.
- Aumento de la contaminación ambiental, de la calidad del agua, los alimentos y, sobre todo, del aire en las ciudades, producido por el exceso de partículas en suspensión.
- Dieta occidental y estilo de vida sedentario: el consumo de grasas saturadas (elevan el colesterol “malo”) y trans y el descenso de alimentos con grasas saludables (monoinsaturadas y poliinsaturadas), así como un estilo de vida sedentario, sin ejercicio regular de resisencia, aumentan el nivel de cortisol y reducen la testosterona.
- Tabaquismo: la nicotina inhibe la producción de la hormona masculina.
- Aumento del consumo de soja (sobre todo, como ingrediente de alimentos procesados). La propiedad más preocupante de la planta es su capacidad para aumentar los niveles de estrógeno -hormona femenina- y reducir la producción de testosterona. Asimismo, su consumo excesivo y prolongado reduce la calidad del esperma.
Una receta fácil para recuperar los niveles de testosterona
Recuperar de manera artificial los niveles de testosterona que, por motivos ambientales y de estilo de vida, se han reducido en las últimas generaciones de jóvenes occidentales, sobre todo en entornos urbanos, puede causar efectos perjudiciales para la salud, simbolizados en los problemas, e incluso adicción, que los esteroides ocasionan, tanto a individuos anónimos como a deportistas de élite.
La producción de testosterona puede remontar combatiendo el estrés, durmiendo mejor, evitando la dieta rica en soja y grasas saturadas, visitando entornos naturales -aunque sean parques urbanos- con la mayor asiduidad posible y, sobre todo, introduciendo una rutina cotidiana de deporte de resistencia.
De nuevo, la fuerza de voluntad
Combatir los efectos de un profundo cambio en la dieta, los niveles de actividad y la contaminación química en entorno, agua y alimentos no es tarea de un día. El ejercicio regular es el principal antídoto y efectivo.
Eso sí, requiere fuerza de voluntad, esfuerzo, perseverancia, predisposición para salir de la zona de confort.
Los estudios muestran que el ejercicio regular no sólo estimula la producción de testosterona, sino que acelera el aprendizaje, afina la memoria y promueve el razonamiento clarividente.
Ejercicio y testosterona: más allá de las endorfinas
Abundan los estudios que sostienen que deporte y voluntad propulsan cerebro y bienestar hasta cotas que antes sólo se intuían.
Se había relacionado la práctica regular de deporte con el cultivo de la fuerza de voluntad y el tono físico, así como con la producción de endorfinas, neurotransmisores cuyo efecto analgésico, presente tras el ejercicio regular -también, tras la práctica de sexo o la ingesta de chocolate o alimentos picantes, entre otros-, genera bienestar, buen humor e incluso euforia.
Pero el ejercicio no sólo está relacionado con la perseverancia o los neurotransmisores opioides: un nuevo estudio, mencionado por Gretchen Reynolds en Well, la bitácora sobre salud de The New York Times, arguye que la testosterona altera el cerebro después del ejercicio.
El ejercicio y el nacimiento de nuevas células
Según lo sugerido en el estudio, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, el ejercicio regular de resistencia (como correr a diario) no sólo transforma el cerebro y potencia su capacidad para recordar y pensar, o incluso estimula el nacimiento de nuevas células cerebrales (neurogénesis): las hormonas masculinas ayudarían, tras el ejercicio, a “remodelar” la mente.
Esta reconfiguración mental, causada por la testosterona, habría pasado desapercibida hasta ahora por la falta de estudios sobre la materia.
Los responsables del estudio, conducido por el científico Bruce S. McEwen desde Nueva York, explican que ya se conocía el papel la hormona femenina equivalente (estrógeno), tenía efectos sobre la mujer como el estímulo de la neurogénesis, o nacimiento de nuevas células cerebrales.
Ejercicio de resistencia regular y neurogénesis
El estudio, conducido en animales, concluye que los sujetos que realizaron ejercicio regular tenían niveles cerebrales de dihidrotestosterona (DHT), compuesto derivado de la testosterona, mucho más elevados que los especímenes que no habían realizado ejercicio.
Incluso aquellas ratas que habían sido castradas y a las que se había privado, por tanto, de la capacidad de producir grandes cantidades hormonales, acumulaban cantidades significativas de DHT en el cerebro tras el ejercicio.
La sustancia DHT ha sido relacionada con la mayor producción de células cerebrales nuevas. La mayoría de los animales que habían realizado ejercicio en el estudio concentraban las nuevas neuronas en el hipocampo, “una zona del cerebro asociada con el aprendizaje y la memoria”, explica Gretchen Reynolds.
Redefiniendo la hombría
Según McEwen, que condujo el estudio en calidad de director del Laboratorio de Neuroendocrinología de la Rockefeller University de Nueva York, el aumento de los derivados de la testosterona en el cerebro tras el ejercicio (DHT) “parece ser un paso necesario para lograr la neurogénesis en el hipocampo en adultos”.
La evidencia, suficiente o no, muestra que el ejercicio mejora la salud cerebral, sobre todo cuando la producción de testosterona retorna, de manera natural, a los niveles saludables de hace una generación.
La experiencia y el sentido común nos convierten a muchos de nosotros en precavidos, cuando se trata de métodos para aumentar la “hombría”, aunque sea en términos científicos (producir más testosterona de manera natural).
En ocasiones, la hombría, aunque sea en términos estrictamente científicos, debería tener connotaciones positivas.