Durante estos últimos días he hojeado varios libros infantiles y juveniles que hacen un trabajo de síntesis remarcable, facilitando la comprensión de ideas complejas a través de gráficos, ilustraciones y textos concisos.
Sin embargo, la mayoría de estos libros siguen presentando la información con la autoridad de los hechos inmutables y la solemnidad de las teorías que no deberán cambiar en el futuro, olvidando que el propio proceso científico se nutre de nuevas conjeturas que completan o refutan teorías e hipótesis anteriores, manteniéndonos en todo momento en la provisionalidad.
Hoy, el consenso en torno a nuestra prehistoria se reduce a lo esencial: toda la población mundial actual es homo sapiens, si bien la fecha en que compartimos el mundo con al menos otro hominino (homínido erguido y bípedo), en torno a 40.000 años, está sujeta a nuevos hallazgos. Los primeros miembros de nuestra especie anatómicamente modernos datan de hace 300.000 años, una fecha que ha retrocedido dramáticamente debido a hallazgos recientes en el norte de África.
Evolución de una disciplina
En terrenos como la antropología, los avances en los últimos años alcanzan tal importancia y extensión que los nuevos descubrimientos e hipótesis modificarán teorías con nuevos artículos revisados e hipótesis sobre nuestros orígenes y evolución.
Las distintas teorías antropológicas, desde las más asociadas al evolucionismo del siglo XIX —como las que ponen el acento sobre la difusión de herramientas y culturas (difusionismo, historicismo de Franz Boas)—, las que aplican la dialéctica de la historia a nuestros ancestros (historicismo marxista), y las que se centran en el análisis del contexto (estructuralismo de Claude Lévi-Strauss), tratarán de integrar los ricos hallazgos en sus respectivas visiones.
El historicismo antropológico se refiere a la hipótesis según la cual nuestra especie se extendió por el mundo y, a través de la adaptación a circunstancias locales, originó distintas cosmogonías y civilizaciones; esta teoría localista y «difusionista» fue una respuesta a las teorías lineales, centradas en la evolución de nuestra especie como proceso continuo; Charles Darwin no facilitó ninguna teoría cultural para exponer las particularidades de la evolución humana, y los intentos de Herbert Spencer serían rechazadas por su universalismo positivista: el contexto y el localismo habían influido sobre el desarrollo humano, pero ¿cómo y en qué cantidad?
Si nos preguntamos —tal y como observo en uno de los libros infantiles sobre el escritorio—, cómo llegamos a ser humanos, los hallazgos de 2018 refrendan la hipótesis de que la evolución humana no constituye una línea recta desde los primeros homínidos a humanos modernos: durante el surgimiento de los primeros miembros de nuestra especie anatómicamente modernos, compartimos el planeta con otros homínidos más o menos alejadas de nosotros, con algunos de los cuales se produjo una hibridación mucho tiempo después de que los ancestros comunes divergieran.
Más allá de las tierras ancestrales
Los hallazgos antropológicos de 2018 aportan información esencial sobre esta convivencia e hibridación a través de Eurasia y, posiblemente, el norte de África y la Península Arábiga: los primeros humanos modernos en llegar a Eurasia se toparon con descendientes de homínidos anteriores, como los neandertales (Europa) y sus parientes siberianos y asiáticos, los denisovanos. Sin embargo, el puzzle se complica con pruebas que alimentan hipótesis sobre la convivencia con homínidos anatómicamente anteriores, los cuales habrían sobrevivido y evolucionado localmente en distintos enclaves más o menos aislados.
La posibilidad de que homínidos «primitivos», con características anatómicas presentes con anterioridad incluso al homo erectus (antecedente de los primeros humanos que poblaron la mitad oriental de Eurasia) y a sus equivalentes europeos de yacimientos como el de Atapuerca (homo antecessor, conocido desde 1997 yo todavía no del todo integrado en la antropología canónica), hubieran convivido hasta hace relativamente poco con otras especies, incluyendo el hombre moderno, complica las tesis que quieren trasladar la visión dialéctica de la historia a la evolución humana.
Un caso citado de esta nueva complejidad está presente en el hallazgo (2004) en la isla indonesia de Flores del —de momento— difícilmente clasificable homo floresiensis, conocido popularmente como hobbit, un homínido en efecto diminuto —adultos con limitada capacidad craneal y 25 kilogramos de peso— que presenta características anatómicas más próximas a los australopitecinos (para entendernos, Lucy) que a homo sapiens.
Arte neandertal y otras conjeturas
Descartada la hipótesis lineal de la humanidad desde ancestros comunes y extintos que habrían dado lugar a homínidos cada vez más parecidos al hombre moderno, tal y como muestra —erróneamente— la ilustración sobre la línea evolutiva de nuestra especie difundida tradicionalmente, nos adentramos en un territorio apasionante de la antropología, en el que todo es posible gracias a nuevas técnicas de análisis genético y datación a partir de restos en buen estado o incluso pulverizados en estratos de simas y cuevas.
Humanos modernos no sólo coincidieron en el tiempo y en espacios geográficos con otros homínidos, sino que se produjo hibridación e intercambio genético presente todavía en determinadas poblaciones humanas modernas. También se acumula la evidencia sobre la complejidad cultural y ritual de otras poblaciones humanas, con ritos metafísicos y funerarios confirmados y la hipótesis tanto de un arte figurativo neandertal como de un comportamiento social que incluiría el habla (al menos, anatómicamente posible en esta especie).
Una prehistoria remota más compleja implica abrir la caja de Pandora de las conjeturas, y en los próximos años asistiremos tanto a la confirmación de hipótesis y teorías antropológicas como a su refutación. Sea como fuere, un artículo como este escrito hace un lustro sería muy distinto dada la amplitud de los nuevos hallazgos y técnicas, si bien los libros de divulgación todavía no se hacen eco de lo ocurrido recientemente.
El falso relato de la linealidad evolutiva
Las historias de divulgación ofrecen tanta importancia a lo que explicamos sobre los principales hallazgos que a su significado antropológico: no todo empieza y acaba en Lucy, ese lejano pariente aunque no ancestro directo —el australopiteco habitó en África desde hace 3,9 hasta hace 2 millones de años—, descubierto en noviembre de 1974, unido para siempre en el imaginario a una canción de los Beatles e incluso a las reivindicaciones feministas de la época.
La información en torno al hallazgo fue divulgada con el maniqueísmo simplificador tan propio del periodismo, difundiendo la tesis de que homínidos y humanos partían de una región concreta y habían evolucionado de un modo tan inconmensurable como la propia idea de progreso: seres de aspecto y comportamiento simiesco convirtiéndose poco a poco en humanos anatómicamente modernos, culminando en la «obra acabada» de nuestra especie (como si el evolucionismo no se aplicara más a nosotros, gracias a nuestras pretensiones cognitivas y metafísicas).
Hace medio siglo, los estudios antropológicos sostenían tesis que presentaban lagunas hoy despejadas, para encontrarnos en conjeturas entonces impensables. Entonces, Lucy, esa estrella de los años 70, era el único homínido remoto conocido, lo que otorgaba al australopitecus afarensis una aureola cuasi fantástica.
Parientes lejanos y cercanos
El australopiteco presentaba una cierta adaptación para el desplazamiento por el suelo, si bien su postura ligeramente inclinada, largos brazos y manos curvadas denotaban una época en que los homínidos todavía eran incapaces de realizar con eficiencia lo que caracterizaría al hombre moderno: la posibilidad de correr con eficiencia durante largos períodos y distancias.
Pero el supuesto trayecto evolutivo directo desde la pequeña Lucy, declarada madre de la humanidad, hasta los jóvenes de la contracultura de los años 60 y 70 empezó a descomponerse a medida que nuevos hallazgos permitían enriquecer el cada vez más complejo árbol de los homínidos: hoy, con fósiles de hasta 6 millones de antigüedad, aumenta el número de antecedentes remotos y Lucy es apenas un fósil bien conservado de un género de primates homínidos que divergió hace al menos 2,5 millones de años de nuestros primeros antepasados directos del género Homo, homo habilis y homo rudolfensis.
Más que nuestra «madre», Lucy es miembro de un género a medio camino entre los primeros homínidos anatómicamente distintos a los primates y las especies más evolucionadas del género Homo (neandertales, denisovanos o nosotros mismos, los únicos supervivientes del género homo.
La paleoantropología ha logrado situar vestigios de homínidos remotos entre los australopitecinos, pero otros hallazgos sugieren especies a medio camino entre géneros que se consideraban inconexos, sugiriendo líneas evolutivas erráticas e incluso acontecimientos de hibridación en distintos momentos evolutivos, en un fenómeno que precedería el reencuentro de homo sapiens sapiens con sus viejos parientes euroasiáticos anatómicamente más modernos: neandertales y denisovanos.
Fösiles que sorprenden: la primitiva modernidad de homo naledi
Más que ante evoluciones lineales, la antropología se encuentra ante la evidencia de «mosaicos» evolutivos, con convivencia temporal de especies, fenómenos de endemismo e hibridación. Quizá, sugieren los fósiles, distintos homínidos desarrollaron diversas características anatómicas en distintos momentos y bajo diferentes circunstancias, posibilitando rasgos y culturas hasta hace poco consideradas «modernas» (propias únicamente de nuestra especie, de neandertales y denisovanos) en especies anteriores.
Dos especies que ejemplifican esta combinación de rasgos considerados arcaicos y modernos son relativamente nuevas para la paleoantropología: en 2015, aparecían en una cueva sudafricana los fósiles de un hominino (subtribu de primates homínidos de la que formamos parte, caracterizada por la postura erguida y la locomoción bípeda) que había habitado África del sur hace sólo 250.000 años (50.000 años después de los restos de humanos anatómicamente modernos hallados en Marruecos en 2017).
Los investigadores llamaron a esta nueva especie homo naledi, pero lo más chocante del hallazgo era la hasta entonces inédita combinación de rasgos arcaicos (como un cráneo similar al de los australopitecinos, así como dedos alargados y curvados) con elementos más modernos, como la estructura de la muñeca y los huesos de la mano.
A miles de kilómetros de distancia, en el extremo oriental del Océano Índico, otra especie del género homo desconocida para la ciencia hasta 2004 aparecía en un yacimiento de la isla de Flores, en el archipiélago indonesio. Como el homo naledi, la especie —homo floresiensis— combinaba rasgos arcaicos con particularidades evolutivas sorprendentes, tales como una reacción evolutiva al aislamiento conocida como enanismo insular.
Insularidad
Con apenas un metro de estatura, capacidad craneal todavía más limitada que homo naledi y en torno a 25 kilos de peso, el homo floresiensis había desarrollado una avanzada cultura lítica con la que había cazado y descuartizado elefantes de Flores (otro caso de enanismo insular). Homo floresiensis habría llegado a la isla hace al menos 700.000 años, y sobrevivido en ella hasta hace unos 60.000 años… ¿Coincidiendo con la llegada de los primeros humanos modernos?
Varios hallazgos de 2017 y 2018 confirman que tanto nuestros antepasados más remotos como los primeros miembros de nuestra especie coexistieron con otros homininos. ¿Podremos conocer con mayor detalle si, además de coexistir, se produjo una auténtica convivencia?
Además de los vestigios genéticos que conservan muchas poblaciones humanas en su ADN, hoy sabemos que los primeros miembros anatómicamente modernos de nuestra especie habían aparecido hace al menos 300.000 años (gracias a los hallazgos de 2017 en un yacimiento Marruecos); en esta época, al menos neandertales (extintos hace 40.000 años), denisovanos y variantes de homo erectus (uno de los miembros más primitivos de nuestro género, extintos hace 143.000 años), desarrollaban su propia cultura y rasgos y seguramente trataban de perfeccionar métodos para hacer frente a sus agresivos parientes lejanos.
Los hallazgos de 2018 nos hacen replantearnos la prehistoria de las grandes migraciones de homininos más allá del continente africano. En enero de 2018, investigadores de la Universidad de Tel Aviv confirmaron la importancia del yacimiento de la cueva de Misliya, en la ladera occidental del monte Carmelo; hasta entonces, se habían asociado los artefactos líticos con neandertales que habían habitado la región, pero el mismo estrato (con entre 140.000 años y 250.000 de antigüedad) ofrecía una sorpresa: la mandíbula superior de un homo sapiens, que demostraría la presencia de nuestra especie más allá de África mucho antes de lo que se había creído —en un período comprendido entre 174.000 y 194.000 años.
El arte antes de nosotros
Asimismo, en 2018 ha mejorado el conocimiento sobre el comercio a larga distancia, el uso de pigmentos naturales y la expansión mundial de técnicas líticas. Se han hallado en Kenia sofisticadas herramientas propias del Mesolítico (Edad Media de la Piedra, normalmente técnicas de transición entre el paleolítico y el neolítico, acaecidas hace 10.000 años o incluso en épocas más recientes), en yacimientos humanos con 320.000 años de antigüedad.
Algunas de estas herramientas fueron elaboradas con obsidiana procedente de canteras a casi 100 kilómetros de distancia del yacimiento, lo que demuestra la movilidad, las redes sociales y el intercambio comercial entre homininos. Un artículo publicado en la revista Science relaciona los avances tecnológicos con un severo cambio medioambiental en la región.
Otro descubrimiento reciente que invoca a nuestra humildad como especie: uno de nuestros parientes extintos evolutivamente más próximos (y biológicamente compatibles, como demuestran los restos de la hibridación entre nuestros respectivos antepasados en nuestro ADN), los neandertales. Investigadores de la Universidad de Southhampton han datado varias pinturas rupestres en cuevas españolas (La Pasiega, en Cantabria; Maltravieso, en Cáceres; y Ardales, en Málaga), con una sorpresa mayúscula: las pinturas, de 65.000 años, preceden la llegada del hombre moderno a la zona en al menos 20.000 años, convirtiendo a los neandertales de la zona en los primeros artistas conocidos de la humanidad.
El universo desde una cueva siberiana
La historia sobre la hibridación entre distintas especies de homininos no acaba con el mestizaje entre homo sapiens y homo neanderthalensis: un nuevo hallazgo en la cueva siberiana de Denisova (que había ofrecido en 2008 los primeros restos conocidos de un nuevo homínido bautizado en honor al emplazamiento), nos conduce a la historia de una niña de 13 años que vivió hace 90.000. La secuenciación de su código genético confirma que la adolescente era hija de una madre neandertal y de un padre denisovano.
Si habíamos dudado por un momento sobre la «humanidad» de neandertales y denisovanos, arqueólogos de la Universidad Griffith the Australia ofrecen detalles sobre la crianza neandertal a través de la secuenciación de restos dentales de dos niños neandertales que vivieron hace 250.000 en el actual sur de Francia. El estudio, publicado en Science, detalla los problemas de salud de los dos niños, así como una lactancia que duró hasta los 2,5 años (similar a la media en poblaciones humanas modernas).
Hace sólo 40.000 años, todavía sobrevivía al menos otra especie de hominino, además de la nuestra; quizá en el futuro haya más sorpresas al respecto. Mientras tanto, merece la pena preguntarse qué significa ser humano. ¿Nos define una combinación única de cognición, capacidad de adaptación y creatividad? Con algo de ironía, Jason Organ escribe en la bitácora de PLOS que existe al menos una característica anatómica única que distingue a los humanos modernos de cualquier otro animal superviviente o extinto: nuestra huesuda y prominente barbilla (que contrasta con la ausencia de mentón en otras especies del género homo.
Mar y montaña
Nuestro éxito evolutivo y supervivencia quizá se deba a una mayor destreza, mejor colaboración y el advenimiento del lenguaje —que podríamos haber compartido con alguna otra especie—. Sea como fuere, al menos dos especies viven en el código genético de muchos europeos y asiáticos, con porcentajes significativos de ADN neandertal y denisovano, respectivamente.
Las dudas permanecen en torno a nuestro origen, a nuestra convivencia con otros homininos y al porqué de su desaparición. Asimismo, la lectura de la prehistoria de nuestra especie como un evento evolutivo ajeno a la hibridación con otras especies pierde enteros.
No sólo la frontera entre «ellos» y «nosotros» se difumina, sino que nuestra adaptación al medio continúa. Seguimos evolucionando, como demuestra la capacidad de buceo de los bajau, un pueblo ancestral del archipiélago malayo. Los bajau emplean más del 60% de su jornada activa bajo el agua, alcanzando profundidades de 70 metros y durante períodos de hasta 5 minutos; estas marcas son fruto de una mutación genética causada por la adaptación al medio.
Y del mar a la montaña: los tibetanos heredaron su adaptación a las alturas en el Himalaya de… los denisovanos. En 2019, más sorpresas.