¿Pueden el urbanismo, los horarios laborales o los de la televisión de máxima audiencia incidir sobre nuestra salud y calidad de vida? Nuevos estudios constatan, por ejemplo, la relación entre hábitos como la conducción y la epidemia de sobrepeso y obesidad en el mundo desarrollado, especialmente en Norteamérica (incluyendo, por tanto, Canadá y México, además de Estados Unidos).
The Economist roadhogs se hace eco de un estudio coordinado por Sheldon Jacobson en la Universidad de Illinois, que demuestra una chocante correlación entre dos variables: tiempo de conducción y obesidad.
¿Sorpresa? Cuanto más tiempo al volante, sociedad más obesa
Tras analizar datos estadísticos del período 1985-2007, Jacobson descubrió que el aumento del porcentaje de obesos se corresponde en un 99% con el incremento en el tiempo dedicado a la conducción. “Si conducimos más, ganamos peso como nación, y la ausencia de actividad acumulativa puede finalmente conducir, a nivel agregado, a la obesidad”.
El nivel de obesidad ha aumentado un 74% durante los últimos 15 años, hasta afectar al 28% de la población adulta estadounidense. Nuestro modo de organizarnos puede derivar en un mayor uso del vehículo privado, que a su vez promueve el sendentarismo y otros hábitos, como la alimentación fácil de preparar y menos saludable.
El estudio de la Universidad de Illinois se une a otras evidencias que deberían preocupar a los ciudadanos no sólo estadounidenses, sino del resto de países desarrollados y emergentes.
Desmontando teorías conspiratorias: más ejercicio y mejor dieta curan la epidemia
Por el contrario, existen evidencias sobre los efectos positivos para la salud que tienen el deporte y la dieta saludable, así como la restricción calórica.
Los que comen mejor y practican deporte son, además, más felices (también químicamente: producen más endorfinas) y viven más años. ¿Cómo promover los hábitos que sabemos que mejoran nuestra calidad de vida y, de paso, evitan un gasto sanitario que todos asumimos?
Las sociedades actuales no tienen, de momento, respuestas infalibles. Prefieren recomendar a ofrecer incentivos. De momento, las recomendaciones no han dado sus frutos y aumentan tanto la obesidad como enfermedades relacionadas. Y los hábitos tienen mucho que ver con el problema.
20 predicciones para los próximos 25 años: ojo con la salud
El diario británico The Guardian compilaba hace unos meses 20 predicciones que marcarán los próximos 25 años, relacionadas con naturaleza, economía, nanotecnología, política, deporte y, claro, salud.
Queda más claro en algunas zonas del mundo desarrollado que en otras, pero la tendencia es generalizada: en los países ricos, pensar que las generaciones venideras vivirían mejor que sus padres ha pasado de hipótesis a falacia. Y entre los nuevos problemas a los que la sociedad occidental deberá hacer frente en los próximos 25 años, aparece la salud: “nos sentiremos menos saludables”.
The Guardian explica que la esperanza de vida continúa creciendo globalmente tres meses por año, pero nuestra salud empeorará, en parte por la mejora y mayor sofisticación de los diagnósticos y por vivir más años, pero también por la incidencia de los hábitos poco saludables, que relacionan estilo de vida y alimentación.
También gastaremos más por nuestra salud, independientemente de cómo sea financiada. El Congreso de Estados Unidos cree que el gasto sanitario total en Estados Unidos pasará del 17% sobre el total presupuestario actual al 25% en 2025, y lo eleva hasta el 49% en 2082. Las previsiones pueden estar diseñadas para sorprender al público, pero están basadas en escenarios realistas.
Las enfermedades de la prosperidad
Un porcentaje creciente del aumento en el gasto sanitario en los países ricos será destinado a tratar con las enfermedades relacionadas con el estilo de vida y la relativa prosperidad: obesidad (aumentará en niños y en las capas menos favorecidas y educadas); consumo de alcohol y otras adicciones; enfermedades mentales y degenerativas; y un aumento de lesiones derivadas de la práctica de deportes de riesgo.
Pero la sociedad de las próximas décadas, con mayor información interconectada y en tiempo real al alcance, podría demandar mayor responsabilidad del propio individuo y la incidencia que sus decisiones personales (dieta, estilo de vida, hábitos cotidianos, adicciones) sobre su propia salud, que se convierte en un problema del sistema sanitario.
En los próximos 25 años, sugiere The Guardian, pasaremos de un cierto paternalismo pasivo de los gobiernos, que apenas recomiendan hábitos y dieta saludable a sus ciudadanos, a políticas que analizarán de un modo más individualizado qué causas producen un aumento de la obesidad o las adicciones.
¿Es la sociedad responsable de los estilos de vida irresponsables?
Detectar el problema antes de que se convirtiera en un problema del sistema sanitario podría contribuir a la sostenibilidad del sistema a largo plazo, que deberá lidiar con otras tendencias preocupantes, como el de la pirámide de la población. A diferencia de Estados Unidos, el envejecimiento de la población europea reducirá todavía más el porcentaje de contribuyentes netos al sistema sanitario.
El periodista económico y emprendedor Paul Kedrosky se hacía eco hace un tiempo de un gráfico poco alentador sobre la evolución de la obesidad y el sobrepeso en varios países desarrollados (OCDE), desde 1970 hasta la actualidad, incluyendo predicciones hasta 2020.
El gráfico es inequívoco. Ha aumentado el sobrepeso en los países ricos en general en las últimas décadas y lo seguirá haciendo. Eso sí, en diferentes proporciones, en función de la cantidad de comida ingerida, hábitos alimentarios y ejercicio físico realizado por la mayoría de la población en cada país.
Por ejemplo, mientras Corea del Sur mantiene, como el resto de países del este asiático, porcentajes de obesidad y sobrepeso nada problemáticos aunque al alza, como ocurre también con Francia e Italia, en cambio los países anglosajones acusan más la epidemia.
No sólo un problema de los más ricos
Los países ricos, así como un número creciente de países en desarrollo (destacan las epidemias de obesidad en México, Turquía e Irán, por ejemplo), coinciden en las causas fundamentales de la epidemia: un estilo de vida cada vez más sedentario, combinado con un aumento de la ingestión calórica debido al aumento de azúcares, sal y grasa de la llamada “dieta occidental”.
Las soluciones a la obesidad y el sobrepeso no requieren, a diferencia de en dolencias como el cáncer o el sida, un esfuerzo en investigación y experimentación médica costoso y sin precedentes.
Las soluciones son tan conocidas, mundanas y realizables que, quizá por ello, no se estén aplicando, con las consecuencias desastrosas mostradas en el gráfico de la OCDE que escandalizaba a Paul Kedrosky hace unos meses: comer mejor, menor cantidad, evitar picar entre comidas y hacer más ejercicio físico.
Repartiendo culpas
Si las soluciones a la obesidad y el sobrepeso tienen más que ver con el estilo de vida del ciudadano, ¿es el sistema sanitario el que debe pagar en su conjunto por decisiones que pueden tomarse a título individual? De momento, la sanidad se hace cargo, sin fuerza ni potestad para convertir una mera recomendación en mandato.
Las empresas del sector de la alimentación y las bebidas, así como los gobiernos y sus políticas de subsidios al cultivo de, por ejemplo, maíz y soja en Estados Unidos, comparten responsabilidad en la epidemia, aducen expertos como el periodista y autor de El dilema del omnívoro Michael Pollan.
Los azúcares concentrados y buena parte de los aditivos alimentarios usados en bebidas carbonatadas y productos precocinados, ha explicado Michael Pollan siempre que ha tenido oportunidad, explican, si no todo, al menos una parte del problema. Derivados como el sirope de maíz rico en fructosa (HFCS en sus siglas en inglés), o el xantano, presentes en cualquier producto elaborado, han sido relacionados científicamente con la obesidad y la diabetes tipo 2.
Sea como fuere, ni individuo, ni empresas alimentarias y de bebidas son consideradas responsables de la epidemia, ni contribuyen -más allá de sus impuestos- a sufragar los gastos provocados por las enfermedades relacionadas con la obesidad.
Las consecuencias de un horario laboral mal concebido
Otro condicionante sobre la epidemia de obesidad en los países ricos y varios emergentes que suele obviarse, por su carácter intangible y la dificultad para medir su incidencia, son la planificación urbanística y la organización de servicios básicos como el trabajo y el ocio, el transporte, los horarios comerciales o incluso los horarios televisivos.
En países como España, el alargamiento de los horarios laborales ha incidido sobre los horarios de las comidas, pero también sobre el resto de hábitos y servicios cotidianos. Incluso los programas televisivos de máxima audiencia y los horarios del cine o el teatro se han adaptado.
En Estados Unidos, por ejemplo, abundan los estudios y literatura que constatan que el modelo urbanístico y de organización social surgido tras la II Guerra Mundial, que promovió el transporte privado y la construcción de suburbios de casas unifamiliares dispersos para la clase media, incidió sobre el resto de políticas.
En España, pocos se plantean que los horarios puedan ser modificado, ni que los horarios del trabajo y las comidas fueron, antes de la Guerra Civil Española, similares a los del resto de Europa. La penuria y la necesidad del pluriempleo, que obligó a muchos a trabajar mañana y tarde, a menudo en lugares distintos, acabó solidificando la tendencia, como ha explicado The New York Times.
Pagando las consecuencias del sueño dorado de los años 50
Eric Schlosser explica en Fast Food Nation cómo, coincidiendo con la bonanza económica y el “baby boom”, confluyeron en Estados Unidos varias tendencias que desmembraron la densidad urbanística y el transporte público, mientras impulsaban la comida rápida, el vehículo privado, la vida en los suburbios y el sistema de autopistas.
El propio Schlosser, Michael Pollan y otros autores, así como una creciente literatura, relacionan esta tendencia con el sedentarismo, al aumentar el tiempo de conducción de casa al trabajo y disminuir la oportunidad de cocinar alimentos frescos y saludables, en favor de los “snacks” y las bebidas carbonatadas.
La planificación urbanística puede empeorar la salud
Nuevas investigaciones van todavía más allá. Un estudio realizado en Toronto, Canadá, del que se ha hecho eco The Globe and Mail, expone cómo la planificación urbanística de ciudades como la capital de Ontario, repercute negativamente sobre la salud de sus habitantes.
En varias grandes ciudades de Norteamérica se ha consolidado un sistema de planificación descentralizado y por barrios, segregados a menudo por ingresos o racialmente.
En los barrios más desfavorecidos, dice el estudio, es más difícil caminar o hacer deporte, con menor oferta de actividades recreativas al aire libre, y una oferta centrada en la dieta occidental (comida rápida o preparada, además de bebidas carbonatadas) incrementa el riesgo de padecer obesidad y diabetes tipo 2.
Es difícil incidir sobre el modelo urbanístico y las costumbres aposentadas en una sociedad que, a menudo, lastran su potencial.
Cuando Chapel Hill soñó con la densidad urbana y la sostenibilidad
En Estados Unidos, la dispersa planificación urbanística y la dependencia del vehículo privado, así como el tiempo usado en el trayecto de casa al trabajo y el envejecimiento de una red viaria cada vez más colapsada, causan pérdidas multimillonarias, además de incidir sobre la salud y el resto de hábitos de la población.
En *faircompanies, hemos asistido a ejemplos que ilustran lo difícil que es contrarrestar inercias que han tardado décadas en gestarse, cuando no más tiempo. Es el caso de la escasa densidad urbanística y el modelo residencial unifamiliar que domina las ciudades estadounidenses.
Durante nuestra visita en 2009 a la progresista y apacible Chapel Hill, Carolina del Norte, por motivos familiares, tuvimos la suerte de conocer algunos de los rincones con más encanto de una pequeña ciudad universitaria.
Tim Toben, un emprendedor que vendió su empresa tecnológica hace unos años y decidió reinvertir su fortuna en proyectos relacionados con la sostenibilidad, es uno de los impulsores de Greenbridge, un edificio que sigue todos los preceptos de densidad urbanística y bioclimatismo, diseñado por William McDonough, impulsor del diseño “de la cuna a la cuna” (Cradle to Cradle).
Toben ha impulsado, entre otros proyectos, una granja-escuela en la que se promueven procesos orgánicos y biodinámicos, además de experimentar con la arquitectura sostenible, el bioclimatismo y otras tendencias. Merece la pena pasear por la granja en este vídeo de Kirsten Dirksen.
El caso de Greenbridge: tener razón no siempre implica éxito
Aprovechando nuestra presencia en la ciudad, Kirsten también grabó un vídeo sobre Greenbridge, entonces todavía en proceso de construcción. Dos años después, el edificio de varios pisos de altura y diseño Cradle to Cradle de Chapel Hill afronta un proceso de bancarrota. El edificio acabará consolidándose en la ciudad, pero deberá pasar antes por un concurso de acreedores.
Greenbridge se erige en un barrio de casas unifamiliares y edificios de servicios mucho más bajos; además, muchos convecinos, de mayoría afroamericana, no ven el edificio como una oportunidad para la integración de distintas razas y clases sociales, sino como poco menos que una invasión burguesa y clasista de profesionales que pueden permitirse vivir en el edificio concebido por William McDonough.
Sea como fuere, el mercado no ha respondido como los impulsores del proyecto esperaban. De momento. Es difícil incidir sobre una mentalidad que ha primado el desarrollo urbanístico menos denso, incluso en plácidas ciudades universitarias.
Mientras debatimos sobre cómo cambiar cosas que no están en nuestras manos…
En España, costará que los horarios laborales converjan con los europeos para lograr, así, no sólo la conciliación de la vida laboral con la personal, sino la reducción del absentismo o la caída de la siniestralidad laboral, la depresión y otras enfermedades derivadas de la falta de sueño, sobre la que inciden los horarios intempestivos de programas televisivos de máxima audiencia, restaurantes, teatros y otras actividades de ocio. Incluyendo, claro, el fútbol y otros deportes con amplio público.
Si la inercia, el inmovilismo y las políticas intencionadas que inciden sobre la organización elemental de una sociedad (urbanismo, transporte, trabajo, ocio) son difíciles de cambiar e interesan poco a la clase política, al ofrecer resultados a largo plazo, ¿cómo cambiar o mejorar tendencias que los estudios demuestran una y otra vez que inciden sobre nuestra calidad y esperanza de vida?