Una de las principales críticas realizadas al libro electrónico de Amazon, el Kindle, es el precio del primer modelo del dispositivo (359 dólares), que hoy es relevado por el Kindle 2 (fotos). Ninguno de los dos libros electrónicos se vende en Europa.
El motivo: como ha ocurrido con la música, los contenidos televisivos y cinematográficos, la batalla por los derechos de autor y el papel de las empresas del sector hacen difícil la viabilidad de un libro electrónico que tiene como principal reclamo la posibilidad de descargar desde cualquier lugar una copia electrónica no sólo de libros clásicos (libres de derechos), sino de los últimos títulos de cada género.
Pero el Kindle es también el primer dispositivo capaz de llevar el soporte electrónico para libros, revistas, diarios y bitácoras a las masas. Analizamos la llegada de su segundo modelo, mientras suspiramos por la creación de un libro electrónico similar, aunque de código abierto y capaz de descargar libros de distintas librerías y directorios, a través de un estándar abierto.
Pros y contras
Jeff Bezos, fundador y dirigente de Amazon, ya avisó de que la apuesta por el Kindle era estratégica y no buscaba beneficios inmediatos, sino crear un producto sólido y funcional, sin florituras ni características especialmente rompedoras, pero capaz de convertirse para el mercado de la publicación de libros y diarios electrónicos lo que el iPod ha supuesto para la música y los contenidos digitales multimedia.
El Kindle ha cumplido con las líneas maestras de la visión de Bezos: el primer modelo, hoy sustituido por un dispositivo con mejor diseño, mucho más fino y resistente, así como con una usabilidad mejorada gracias al estudio de la interacción entre los usuarios y el primer modelo, es ya un terminal sencillo de usar con capacidad para acceder a la mayor tienda electrónica del sector, en este caso, y a diferencia de iTunes (la mayor tienda de música, ahora incluso por delante en Estados Unidos de Wal-Mart), dedicada a la venta de libros, diarios, revistas y suscripciones a blogs, un género que se populariza con mayor rapidez que ningún otro.
Si bien los 359 dólares del primer modelo han resultado excesivos para los críticos del aparato, sus ventas han funcionado razonablemente bien y Amazon ha sabido mantener el carácter exclusivo del Kindle manteniendo una producción regular, pero baja, para lograr una sensación de escasez y anunciar periódicamente que el modelo se agotaba con facilidad en los almacenes de la compañía, gracias a una demanda sostenida.
Sobre el precio de los libros electrónicos
El primer modelo Kindle, y a buen seguro el segundo que hoy se presenta, han sido comparados con otros libros electrónicos tales como el Sony eReader, un dispositivo que muchos consideran con una estética más acertada, algo más económico y con presencia también en Europa, a diferencia del dispositivo de Amazon.
El eReader de Sony tiene, como el Kindle y todo libro electrónico que se precie, una pantalla con un especial contraste (tecnología e-Ink) y bajo consumo, especialmente diseñada para una lectura cuya comodidad se acerque a una maravilla del diseño humano como es el libro convencional.
Pero el concepto que garantiza el futuro del Kindle y sus sucesores -no sólo el Kindle 2, sino futuros dispositivos mejorados- estriba en el concepto ubicuo de la venta de libros.
El eReader y el resto de competidores del Kindle dependen totalmente del ordenador para conseguir novedades literarias, revistas, etc. Los usuarios deben acceder a una tienda con el navegador de su ordenador, comprar y descargar los contenidos editoriales que deseen y, a continuación, exportarlos a su libro electrónico.
El Kindle y el Kindle 2 funcionan, en cambio, como el iPhone: cuentan con una conexión móvil de banda ancha que permite al usuario descargar un libro en 60 segundos, tras buscarlo en la tienda y comprarlo también en segundos.
Ello ha hecho que el primer dispositivo de Amazon, criticado por el peculiar diseño de sus teclas y por la disposición de algunos botones, que favorecían errores del usuario como pasar de página debido a la manipulación fortuita de los laterales del aparato, haya ganado sus acérrimos defensores.
El más popular de todos ellos: la presentadora televisiva Oprah Winfrey, que con sólo mencionar un título en la sección literaria de su programa televisivo lo convierte en éxito de ventas.
Winfrey, de quien tuve oportunidad de ver una de sus residencias de lujo (su mansión de Montecito, la selecta localidad californiana junto a la pulcra Santa Bárbara, es espectacular) al acudir el pasado verano con Kirsten a la boda de unos amigos, se declaró ante millones de telespectadores ferviente usuaria del Kindle.
Inmediatamente después de la mención, en octubre de 2008, el dispositivo aumentó sus ventas.
No ha habido nada que haya ayudado más a mantener las notables -no espectaculares- ventas del primer Kindle, hoy sustituido por la segunda generación.
Objetivo: acceder cómodamente a los contenidos
Del mismo modo que, a finales de los noventa del siglo pasado, era fácil encontrar artículos bien argumentados que aseguraban que la música descargada de Internet jamás podría sustituir a la industria tradicional, actualmente es relativamente fácil encontrar a negacionistas del libro electrónico.
Muchos de los argumentos se basan -acertadamente- en el excelente diseño del libro tradicional: publicar en papel es barato, y el producto que llega a las librerías es intachable para el lector, acostumbrado a la interacción física con “sus” libros, incluso al olor de las páginas, o a la comodidad de su uso. El libro, además, no requiere energía y puede usarse a plena luz sin perder un ápice de calidad. Todo un negocio.
Los mismos argumentos se oyeron primero con el vinilo en la industria musical y entre los melómanos. Los buenos discos siguen siendo un producto preciado, con un nada deleznable valor entre coleccionistas. Ahora, sin embargo el contaminante y poco práctico vinilo es la rareza, como lo es para muchos la necesidad de acumular música físicamente.
La batalla por el futuro comportamiento de los contenidos digitales continuará durante los próximos años, debido a que asociaciones de usuarios y fabricantes informáticos y electrónicos se decantan mayoritariamente por que los contenidos comprados por el usuario puedan ser usados en sus diferentes aparatos (ordenador, teléfono, reproductor multimedia, televisor, videoconsola): es la batalla por la gestión de los derechos digitales sobre un producto adquirido (el famoso DRM).
La industria de los contenidos de entretenimiento no es consciente de que la adopción universal de una medida similar a la planteada por usuarios e industria informática podría constituir a largo plazo el mejor antídoto contra la piratería.
Para muchos usuarios, sobre todo quienes entienden que “conocimiento” no equivale a acumular físicamente contenidos culturales (comprar 10 libros de una tacada no significa poder leerlos y asimilar su caudal de conocimiento; eso sí, son excelentes objetos decorativos, mucho más atractivos que los libros falsos empleados por los fabricantes de mobiliario para ser usados como exposición), el objetivo es acceder cómodamente a los contenidos que hemos decidido adquirir legítimamente.
De ahí que un libro electrónico que actúe como soporte de decenas de títulos sea conveniente para un creciente número de usuarios, sobre todo aquellos que viajan constantemente, tanto en un ámbito metropolitano (Los Pilares de la Tierra, especialmente la edición en tapa dura, es un excelente utensilio para hacer pesas y fortalecer los bíceps, pero a nadie se le ocurre acarrear tres o cuatro libros de la misma naturaleza, además de los diarios) como en larga distancia.
Cuánto cuesta imprimir un diario
No sólo la industria literaria siente la presión de los canales de distribución relacionados con Internet, años después de que los propietarios y distribuidores de música y contenidos multimedia empezaran a padecer los efectos de la popularización de la Red y los dispositivos que se aprovechan de su ubicuidad.
Terminales como el iPod y derivados con menor éxito; teléfonos que ahora se confunden con reproductores multimedia y ordenadores (iPhone, teléfonos con Android, terminales Blackberry, nuevo Palm Pre y terminales con Windows); y ahora, dispositivos que pretenden hacernos desterrar la compra de varios diarios y la carga masoquista de los libros que estemos ojeando, leyendo o estudiando.
Dentro de la industria editorial, es la prensa diaria la que más sufre, con auténticas leyendas del periodismo al borde de la quiebra. El caso más sonado es el precario estado del New York Times, todavía la publicación de prensa periódica más influyente del mundo, o el grupo que publica el Chicago Tribune y Los Angeles Times, otras cabeceras con tanta historia y premios Pulitzer que constituyen parte viva de la historia periodística del siglo XX.
Las sociedades libres del mundo seguirán necesitando el buen periodismo que se cuece a fuego lento -o rápido, según la naturaleza de lo que se cuenta-, debido a la necesidad de que el periodismo siga siendo el guardián de las libertades.
En los últimos años, se han hecho algunas barbaridades (¿alguien se acuerda del periodismo sesgado de los “embedded journalists” que acompañaban a las tropas estadounidenses al inicio de la ofensiva contra Irak en la II Guerra del Golfo, todavía no finalizada?), y ninguna historia periodística descubrió el tinglado de Bernard Madoff, ni consiguió cerrar Guantánamo.
Pero el periodismo ha mutado y ha logrado la participación de los ciudadanos, gracias a Internet: se leen medios grandes y pequeños, del país del lector y extranjeros, se comenta más que nunca, se comparte e incluso se escribe opinión, gracias a la eclosión del llamado periodismo ciudadano.
Cabeceras como el New York Times deben hacerse ubicuas y olvidarse de que toda la apuesta de futuro debe ir a un negocio que, como ha explicado acertadamente el periodista canadiense Mathew Ingram, camina hacia la obsolescencia: el periódico impreso, mantenido con beneficios derivados de los clasificados (Google controla el sector) y la venta de espacio publicitario (el gasto publicitario, sobre todo en época de crisis, tiende a disminuir).
Además, sorprende conocer los números de esta industria, basada en la impresión diaria de miles de toneladas de tinta sobre papel con información que, debido a Internet, resulta en ocasiones obsoleta antes de ser impresa. Un ejemplo:
- Imprimir el New York Times cuesta más que enviar un Kindle a los suscriptores del diario, como explica Nicholas Carlson.
- El New York Times, que aceptó hace unos meses la entrada en su accionariado del magnate mexicano Carlos Slim para evitar catástrofes financieras a corto plazo y garantizar una cierta “independencia”, promovida por la familia Sulzberger, se gasta dos veces más dinero en imprimir y distribuir el periódico a sus suscriptores en un año que el coste que le supondría enviar a cada uno de ellos un Amazon Kindle gratis, y ofrecer los contenidos del diario a través del dispositivo (una funcionalidad que ya incluye la primera generación del Kindle y mantendrá el nuevo modelo presentado hoy).
- Según los números del propio Times, la empresa se gasta 63 millones de dólares por trimestre en materias primas, que se suman a los 148 millones en costes laborales y de funcionamiento (sólo mantener la oficina y el personal editorial del diario cuesta 200 millones de dólares anuales). Tras multiplicar por 4 los gastos trimestrales y descontar los 200 millones de dólares en gastos de personal, el cálculo aproximado para publicar y distribuir el Times se sitúa en 644 millones de dólares al año.
- Finalmente, si el primer Kindle se vendía por 359 dólares y la portavoz del Times Catherine Mathis reconocía la existencia de 830.000 suscriptores que llevan al menos dos años suscritos al diario, regalar un Kindle a los lectores en lugar de enviarles la versión en papel costaría al diario 297 millones de dólares.
Tras leer estas cifras y recordar las prestaciones del Kindle, mejoradas en el modelo presentado hoy, ¿qué problema hay con evolucionar? ¿Sigue siendo legítimo, responsable y sostenible gastarse un dineral en enviar miles de toneladas de papel y plástico al día por Estados Unidos, existiendo alternativas que evitarían semejante acción?
Desgraciadamente, quizá deban pasar todavía años antes de el sentido común de la opinión pública mundial esté preparado para reconocer que el periódico en formato papel, tal y como hoy lo conocemos, es una auténtica barbaridad, con consecuencias en la generación de basura, el gasto de recursos y el impacto sobre el medio ambiente. También sobre la viabilidad económica de empresas como la que quiere seguir manteniendo a flote la familia Sulzberger.
Los defensores del diario tradicional quizá acaben arguyendo en defensa del primitivo sistema periodístico, hijo de la II Revolución Industrial, que el diario es un utensilio “romántico” que debe ser protegido a capa y espada, como el vinilo, el CD o el libro tradicional.
Personalmente, sigo siendo un admirador de los libros escritos a mano por los monjes de la Edad Media, o por el poeta William Blake.
Si me apuran, admiro a quien convierte las libretas de notas estilo Moleskine en auténticas obras de arte cotidiano, con dibujos e impresiones únicas y con valor incalculable. Pero sin la imprenta de Gutemberg, el ordenador o Internet, estaríamos todavía en momentos pretéritos.
El Kindle 2 y el proyecto OLPC 2 (nueva versión del portátil para niños de países pobres)
Según cálculos de Mark Mahaney, analista de Citigroup, Amazon vendió 500.000 Kindle en 2008. Se trata, no obstante, de una conjetura, ya que Amazon no ha querido, astutamente, desglosar las ventas de la primera generación del aparato, para no favorecer corrientes de opinión difíciles de controlar desde su departamento de marketing
Si la blogosfera se empecina en decir que un producto anda de capa caída, esta corriente de opinión afecta a las ventas del aparato en cuestión, un fenómeno registrado sobre todo en Estados Unidos, aunque creciente en otros países.
De ahí que Mahaney tuviera que calcular las ventas examinando el acuerdo que Amazon tiene con la operadora móvil Sprint, proveedora de la conexión 3G que incluye el Kindle y por la que los usuarios no pagan (o pagan al comprar el aparato, según los analistas más críticos con esta acertada medida).
Según Mahaney, el Kindle representará un negocio de 1.200 millones de dólares para Amazon en 2010, y el aparato no ha salido de momento de Estados Unidos.
Un dispositivo similar, o incluso el Kindle 2, tendría sus seguidores en Europa, donde la población está muy habituada a usar servicios de telecomunicaciones móviles.
El Kindle 2 ha mejorado las lagunas de diseño de la primera versión del aparato y consituye, como he intentado argumentar, un ligero rival, serio a largo plazo, al acarreo cotidiano de libros, revistas y periódicos.
Su batería es más duradera que la de los móviles más eficientes, y tanto el contraste como el tamaño de la pantalla hacen el aparato más cómodo para la lectura que un portátil o un netbook (portátil económico) convencional.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando un Netbook incluye una batería de larga duración, un precio más reducido que el Kindle y una pantalla con un similar contraste incluso en circunstancias de extrema luminosidad? Es aquí cuando debemos hablar de la también segunda generación del portátil para los niños en países pobres, el XO de la organización OLPC, liderada por Nicholas Negroponte.
Nicholas Negroponte ha explicado que el nuevo XO mejora los puntos flacos del primer aparato, será incluso más resistente e incluirá una espectacular pantalla con características táctiles. Los componentes seguirán teniendo una escepcional calidad, si se tiene en cuenta el precio de venta del aparato, que seguirá en torno a los 200 dólares.
Google Book Search y Amazon para móviles y netbooks
El XO-1, primer modelo de OLPC, fue el detonante de una nueva generación de portátiles de bajo coste que hemos estado siguiendo en *faircompanies: los netbooks.
La segunda generación del aparato de OLPC quiere convertirse no sólo en instrumento educativo para escuelas de todo el mundo, sino en dispositivo que pueda ser disfrutado por su utilidad en cualquier lugar del mundo.
Michael Calore explica en Wired que la aplicación definitiva que podría marcar la diferencia en el nuevo aparato de OLPC, e incluso en el primer dispositivo, el OLPC XO-1, es su uso como lector de libros electrónicos.
Las características del hardware pueden ayudar en esta empresa (aparato económico y más pequeño que un portátil, bien diseñado, resistente, con pantalla de excepcional contraste, batería de larga duración y conexión a Internet).
Pero, ¿qué hay del servicio, de la tienda como la que cuenta el Kindle (miles de títulos de la librería de Amazon)?
Dos proyectos presentados estos días solucionan este aspecto, y convertirán en el futuro a cualquier netbook o dispositivo XO de OLPC, así como cualquier móvil con pantalla de calidad, en un libro electrónico.
Se trata de la presentación de Google Book Search optimizado para móviles, por parte de Google, y del anuncio de Amazon de la futura disponibilidad de libros de su tienda electrónica no sólo para el Kindle, sino para otros aparatos tales como teléfonos móviles. Lo explica Miguel Helft en el citado The New York Times.
De modo que los defensores del iPhone o del T-Mobile G1 y dispositivos similares como soporte para leer libros están de enhorabuena con la noticia.
Personalmente, he probado aplicaciones ya existentes en el iPhone y soy usuario asiduo de Stanza, una aplicación desde la que leo en el aparato, con la mayor comodidad, clásicos de la literatura inglesa libres de derechos.
Reconozco, eso sí, que no he comprado ningún título, aunque este hecho quizá cambiaría si tuviera la opción de comprar, por un precio económico, un libro actual que pudiera leer en el portátil y el móvil sin tener que pagar dos veces por él.
El reciente lanzamiento de Google Book Search optimizado para móviles y el anuncio de la llegada de los libros de Amazon a otros dispositivos, más allá del Kindle 2, representa un paso hacia un futuro en que el texto será cada vez más digital permanentemente actualizado (¿y mejorado por los autores?) y cada vez menos palabra impresa sobre papel.
En un mundo ideal, la industria de los contenidos entendería que los usuarios queremos comprar un producto cultural y disfrutarlo en distintos soportes. ¿Tan difícil es de entender?