Tras nuestra estancia en Nueva York, especialmente placentera (alojados en la casa de unos amigos y con oportunidad de saludar a familiares y antiguos compañeros de trabajo de Kirsten Dirksen, haciendo vida en el Lower Manhattan como un habitante más de Gotham), seguimos con nuestro trayecto desde Barcelona hasta San Francisco, California.
La estancia en Nueva York es contabilizada por la compañía aérea como una escala asíncrona del mismo vuelo. Una manera de aprovechar al máximo un mismo vuelo, ocupando huecos en aviones con un porcentaje de pasajeros elevado.
Hay que celebrar que el actual precio de los carburantes haya provocado que las compañías aéreas se lo piensen dos veces antes de fletar vuelos con aviones transcontinentales para un puñado de pasajeros.
Hay que esperar importantes novedades en el sector aéreo, no sólo en el ahorro de carburante, sino en la gestión, bajo demanda y en tiempo real, de cada avión que es fletado.
Se acabó el queroseno barato, aunque es todavía un producto fuertemente subvencionado. No entiendo el porqué.
No hay mayor impulsor de las energías renovables y la investigación en nuevos tipos de carburante que un barril de petróleo a precios prohibitivos. El sector aéreo no es una excepción.
Con un poco de suerte, ni Barack Obama ni John McCain, candidatos demócrata y republicano de las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos, evitarán hacer demagogia con los precios de los combustibles, ni -esperemos- caerán en la tentación (y en la presión de los lobbies agrario y logístico) de aumentar los subsidios para mantener los precios artificialmente bajos.
Sobrevolando Estados Unidos
Sobrevolar la inmensidad continental de Estados Unidos es toda una experiencia, si el vuelo es diurno y el día es claro y poco nublado. Maravilla sobrevolar Chicago, una enorme ciudad pegada a un lago que le dio sentido, las grandes praderas del Medio Oeste, los cultivos fuertemente mecanizados y de extensiones tan regulares como enormes (en ocasiones, uno parece echar un vistazo a un microprocesador por el ojo de un microscopio, las Montañas Rocosas y sus bosques, así como el descenso paisajístico hacia el Océano Pacífico.
Tras cerca de 5 horas de vuelo, llegamos a San Francisco, donde uno de los fabulosos contactos de faircompanies (una productora televisiva que trabaja actualmente para Travel Channel) nos recogió en el aeropuerto (en San Francisco, seguimos sin podernos quejar, como había ocurrido en Nueva York durante los días precedentes). Pasamos la noche en una tranquila zona residencial de Berkeley, cercana a la Universidad. En ocasiones, uno se siente dichoso.
La zona más residencial de Berkeley es un barrio profesional y educado, donde abundan los jardines con gusto, la ropa cómoda y sin pretensiones, las bicicletas y los coches familiares, acostumbrados a realizar escapadas al lago Tahoe, el parque nacional de Yosemite (las escaladas al El Capitán, la icónica roca de este parque, han sido popularizadas por personajes tan peculiares y carismáticos como Yvon Chouinard, fundador y propietario de Patagonia), la costa californiana cercana a Santa Cruz, Carmel, Monterey y Santa Bárbara (a medio camino entre San Francisco y Los Ángeles), o los apacibles pueblos de Colorado (Aspen, etc.) o Idaho (Sun Valley, etc.).
Por decirlo de algún modo, de lugares como Berkeley, San Francisco, Portland o Seattle parten legiones de deportistas, acostumbrados a veranear al aire libre. Quizá sea un modo de mantenerse en contacto con la cabaña construida a mano por los pioneros anónimos que intentaron hace tiempo hacer vida junto a un lago prístino y desconocido para los europeos.
La educada Berkeley, próxima a San Francisco y una de las localidades con una menor huella ecológica por habitante de Estados Unidos, según el estudio que ya cité en la anterior entrada, nos serviría a la mañana siguiente, tras reponer fuerzas, para trabajar en la producción de nuevos vídeos y artículos.
Los vídeos llegarán, comenta Kirsten, en las próximas semanas, ya con la nueva versión de faircompanies en marcha (sí, trabajamos en una nueva versión, más rápida, sencilla de usar y con más opciones para una creciente comunidad de amigos y colaboradores), acompañados de la transcripción de las entrevistas y quizá algún reportaje basado en las conversaciones que hemos mantenido durante estos últimos días.
Primer alto en California: visita a Green Faerie Farm, Berkeley
Pueden hallarse huertos urbanos notables sin salir de Berkeley. Es el caso de la granja Green Faerie. Sus impulsores: tres amigos que comparten piso y tienen ocupaciones profesionales, aunque ello no les impide mantener un huerto que les proporciona hierbas y especias, verduras, hortalizas y legumbres durante todo el año, gracias al apacible clima mediterráneo de la Bahía de San Francisco.
Pese al nombre, no se trata de una granja en sentido estricto, sino de una casa convencional con un patio trasero del mismo tamaño que el de las casas aledañas, aunque transformado en productiva granja urbana por los habitantes de la casa.
Varios árboles proporcionan sombra, fruta para el consumo de temporada y la elaboración de compotas y mermeladas; la floración de los árboles y de las distintas plantas, tanto de este huerto como de los jardines aledaños, proporciona alimento a las abejas que habitan las dos colmenas de Green Faerie, que producen miel para los habitantes de la “granja” y para “un puñado de amigos”.
Finalmente, al final del huerto del patio trasero de esta casa de Berkeley, aparece un pequeño corral alberga varias cabras y gallinas. De ahí que Green Faerie haya sido celebrada por el éxito, sencillez y sostenibilidad de su propuesta de cultivo urbano y local, con gasto cero y poco trabajo de mantenimiento, por uno de los diarios más importantes de la zona, el San Francisco Gate (ver artículo).
Las cabras y gallinas no sólo proporcionan leche y huevos, respectivamente, sino carne para dos de los tres adultos de la casa (Mateo Rutherford, nuestro cicerón durante la visita a Green Faerie y con un castellano exquisito, ha optado por una dieta vegetariana).
La leche es empleada tanto para el consumo diario como para la producción de queso, yogur y una suerte de cuajada “inventada o, mejor dicho, descubierta inesperadamente tras una fermentación no planeada premeditadamente”, en palabras de Mateo Rutherford, con un sabor intenso, a caballo entre el queso fresco de Burgos o el mascarpone italiano y el yogur griego. Esta última apreciación es mía, ya que tuve la suerte de probar tal maravilla casera.
La granja urbana Green Faerie no necesita más espacio que el convencional en esta zona de la Bahía de San Francisco, donde abundan las casas unifamiliares con patio trasero de unos 200 o 300 metros cuadrados, construidas tras el crecimiento exponencial de esta zona de California después del fin de la II Guerra Mundial.
Sólo en los últimos 20 años, el precio de las casas de la zona ha subido significativamente, hasta la llegada del boom tecnológico y la consolidación de Silicon Valley, la Bahía de San Francisco era un lugar donde comprar una casa con abundante espacio (como en el resto de Estados Unidos, siguiendo el poco sostenible modelo suburbial que todos hemos visto decenas de veces en el cine y la televisión) por un precio al alcance de cualquier familia obrera recién llegada a California.
Para quienes viven en la casa bautizada como Green Faerie, se trata de aprovechar el espacio existente en las casas de la zona para, en lugar de mantener un jardín ornamental o dejar el escaso terruño a su libre albedrío, cultivar un huerto que necesite como nutriente el “gasto” producido en una casa convencional y, a cambio, produzca nutrientes (alimentos para los habitantes de la casa y animales de granja, así como materia prima para productos alimentarios elaborados).
El gasto es nutriente. En otras palabras: en una casa con huerto (o granja) no hay gasto alguno y sí alimentos sanos, orgánicos, locales y con una huella ecológica inexistente (de hecho, se crea un pequeño hábitat, rico para insectos, pájaros y otros habitantes que conviven con nosotros en las ciudades y conurbaciones). Este es el caso de Green Faerie, como puede apreciarse en esta galería fotográfica.
- Visita a Green Faerie Farm (ver galería fotográfica).
Una granja como Green Faerie implica ahorrar en la compra de comida, sustituir los alimentos empaquetados y con una gran huella ecológica por versiones sin pesticidas ni modificación alguna, crear un hábitat natural urbano de la nada, proporcionar un campo de aprendizaje y cultivo del sentido común para los niños, amigos, vecinos y visitantes ocasionales. Crecer personalmente.
Cuando se trabaja ante el ordenador, el plano o la libreta, el trabajo físico en el huerto ayuda a desentumecer músculos y órganos (incluido un cerebro saturado), un huerto es una salida placentera a la rutina, sin los efectos secundarios del gimnasio (donde uno puede sentirse estúpido, corriendo sobre una cinta o pedaleando en una bicicleta estática, ante un televisor con el volumen a toda pastilla y la teletienda en marcha).
La visita a Green Faerie valió la pena. En esta granja, mantenida por personas que tienen trabajo a tiempo completo, a uno de vienen a la cabeza ideas como la permacultura o los productos “cradle to cradle” (de la cuna a la cuna), o productos diseñados para no generar gasto alguno, como explican los autores del libro con el mismo título (Cradle to Cradle: Remaking the Way We Make Things).
¿Qué hacer con nuestras aguas grises? visita a la propuesta de Greywater Guerrillas
El mismo día de nuestra visita de Green Faerie Farm, justo una jornada después de haber aterrizado en San Francisco y haber sido recogidos por nuestra amiga, Kirsten había concertado dos visitas más a proyectos sostenibles en la ciudad de Berkeley; tres proyectos interesantes situados en un pequeño radio geográfico.
La Bahía de San Francisco está aprovechando el sustrato progresista y conservacionista de sus habitantes (no en vano, fue uno de los epicentros mundiales de la contracultura de los sesenta) para traer propuestas frescas al mundo.
Mientras la opinión pública parece entender cada vez más la importancia de luchar desde la posición individual de cada habitante del planeta contra el cambio climático (tanto consumes y tanto contaminas, tanto se añade al cómputo global de “basura producida por el ser humano”), en Berkeley van a su propio ritmo y sus habitantes están concienciados desde hace años sobre la importancia de no utilizar fertilizantes ni productos tóxicos en el hogar, conducir lo mínimo posible, comer bien y local cuando es posible, etc.
Algunos de sus habitantes aportan propuestas más radicales, que se entienden y respetan perfectamente en la Costa Oeste de Estados Unidos y en las ciudades más educadas del país; no tanto en otros lugares con menos recursos y nivel educativo. También es posible reconocer fácilmente si un barrio es bienestante o no.
El truco no consiste en mirar las casas y los coches, que también (a menor número de SUV, mayor número de trabajadores profesionales, quienes prefieren coches compactos), sino en fijarse durante un rato en la gente que pasa en coche (es difícil ver a gente paseando en un suburbio en una cultura tan dependiente del automóvil).
Allá donde hay más habitantes con sobrepeso, el nivel cultural y económico es también inferior. Triste regla de tres.
Nuestra segunda visita nos llevó a una casa compartida por varios jóvenes, situada a unos 10 minutos de la pequeña granja urbana gestionada por Mateo Rutherford y Roy Rojas.
En ella, los miembros de la organización independiente Greywater Guerrillas (literalmente, “guerrillas del las aguas grises”, ponen en práctica sus ideas, críticas con el consumo descontrolado de recursos de energía y agua potable que se lleva a cabo en los hogares de todo el mundo.
Laura Allen, una de las artífices de este “movimiento”, sin vocación de oficializarse y con la única intención de difundir sus ideas sobre la sostenibilidad del hogar medio norteamericano (el mismo que consume más recursos y genera más impacto negativo que cualquier otro hogar medio en el mundo), nos acompañó en nuestra visita a su casa, que comparte con otras personas interesadas en la sostenibilidad de su estilo de vida.
Allen es una maestra de escuela que dedica su tiempo libre a cultivar verduras y hortalizas en su jardín, además de asegurarse de que el agua que genera la casa como efluente no daña ni los acuíferos locales ni, en última instancia, el Océano Pacífico, a donde van a parar las aguas grises de las zonas urbanas en este rincón del mundo.
Autora del libro Guerrilla Greywater Girls Guide to Water (Guía del agua para chicas de la Guerrilla de las Aguas Grises), Allen ha estado en los últimos 7 años ayudando a instalar sistemas de gestión del agua como el de su casa, que tuvimos ocasión de grabar. Pronto habrá vídeo.
Los habitantes de la casa que Allen comparte se ocupan de no verter ningún producto peligroso o que contenga componentes que puedan afectar de algún modo el entorno. No usan ni detergentes ni productos de limpieza convencionales.
- En la cocina, se evita el consumo de bolsas de plástico y, cuando éstas llegan (debido a la compra de algún producto, etc.), éstas se reciclan. El agua del fregadero llega hasta el jardín, donde se acumula en pequeños contenedores que actúan como filtros naturales. Poco después, este mismo agua finaliza su recorrido en las plantas y verduras del patio, con una calidad de agua potable. El jardín es regado exclusivamente con agua que procede de las distintas actividades cotidianas de la casa: no hay “gasto” ni “contaminación”.
- En el baño de la primera planta, el agua procedente del lavamanos acaba en una garrafa de agua que ahora es empleada como contenedor. Es el agua que luego se usa para tirar de la cadena en el inodoro. El agua de la ducha se evacúa hacia el jardín a través de un desagüe que ha sido desconectado de la red y que ahora finaliza en el patio trasero de la casa.
- En el baño de la planta baja, se emplea el mismo sistema que en el de la primera planta para evacuar el agua de la bañera. El inodoro es, no obstante, distinto: se trata de un modelo compostable, que no genera olor, sólo debe vaciarse dos veces al año y produce compost de elevada calidad. El compost se emplea en el jardín.
Tuvimos oportunidad tanto de usar este inodoro como de ver el compost que se produce en él. Podemos resumir la experiencia en una pequeña frase contundente: no es una experiencia desagradable. Simplemente es necesario informarse debidamente antes de realizar una obra de este tipo, que tiene mucho sentido en zonas rurales y es más difícil de llevar a cabo en zonas urbanas.
Más de uno se preguntará: todo esto está muy bien pero, ¿es viable? Bueno, a mí no me pareció demasiado complicado, y el coste puede ser igualmente muy limitado.
Nada mejor para comprobarlo que un puñado de fotos sobre las distintas tecnologías desarrolladas de manera casera por las Greywater Guerrillas y su “cuartel general”.
- Visita a la casa de Laura Allen, del movimiento independiente Greywater Guerrillas (ver galería fotográfica).
Mudanzas en una camioneta que consume biodiésel: visita a Biodiesel Hauler
La tercera historia en Berkeley está relacionada con la única empresa (en este caso, microempresa, con un sólo trabajador) de mudanzas de Berkeley que recoge los bultos a domicilio en una camioneta que emplea biodiésel en sus desplazamientos.
Se trata de Bakari Kafele, fundador de Biodiesel Hauling. La empresa comparte domicilio con su fundador, que vive en el único parque de caravanas de Berkeley. Normalmente, los parques de caravanas albergan a las capas más desfavorecidas de una determinada zona en Estados Unidos. En ocasiones, incluso familias conviven en remolques con techos bajos y un interior con muy poco espacio útil.
Es el caso del fundador de Biodiesel Hauling. Con educación universitaria y procedente de la Costa Este de Estados Unidos (nació en Nueva Jersey), ahora vive en esta zona de la Bahía de San Francisco y no parece necesitar más espacio o comodidades que las que tiene actualmente.
En sus palabras, “vivo con las comodidades de cualquier estadounidense medio, aunque dedico mucho menos espacio, recursos y energía a ello”. Será interesante ver esta entrevista en vídeo.
En faircompanies hemos hablado del concepto “downshifting”, o renunciar a parte del sueldo que una ocupación a tiempo completo puede proporcionar para poder dedicar más tiempo al cultivo personal, familiar, etc. El artífice de Biodiesel Hauling no empleó este concepto mientras hablaba con nosotros, aunque muchas de sus ideas son tan avanzadas como necesarias.
Para “BiodieselHauler”, como se hace llamar en faircompanies (es usuario del portal: puedes leer su blog -en inglés- aquí), vivir en una caravana aparcada en un humilde parque de Berkeley y conducir una camioneta que funciona con biodiésel es más que digno.
No cree en la parte del sueño americano que relaciona riqueza personal con “acumulación de objetos y bienes cada vez más grandes, muchos de ellos inservibles.”
Me quedo con una reflexión de BiodieselHauler: “hay estudios que han demostrado que lo que nos hace felices es el poder comprar bienes más grandes y atractivos que los bienes de nuestros vecinos.”
- Visita a la casa de Bakari Kafele, BiodieselHauler, el único trabajador de mudanzas que emplea biodiésel en sus desplazamientos en Berkeley (ver galería fotográfica).
El primer día completo en California fue en esta ocasión más que provechoso.
Tras nuestra visita a Berkeley, hemos pasado por San Francisco, descansado durante unos días en Cloverdale, al norte, en Sonoma.
Más tarde acudimos a la deliciosa Santa Bárbara, y en estos momentos escribo desde Sun Valley, Idaho (por cierto, esta pequeña localidad tiene Internet inalámbrica municipal gratuita, de modo que estoy aprovechando el buen día y escribo sentado en un Banco, aunque es bastante tarde).
Pero esto es otra historia. Más en la próxima entrada.