Como apuntaba brevemente en la anterior entrada (han pasado más de 20 días desde la última actualización), el 8 de diciembre partimos desde Barcelona rumbo a Australia, por cuestiones familiares. Aunque, claro, un viaje tan largo, a un lugar tan distante y con las extraordinarias características de Australia, se presta a ser cubierto debidamente por *faircompanies.
Así que ya estamos planeando algún vídeo o reportaje, aunque hay que sentarse y trabajar en ello. Tampoco nos hemos movido demasiado desde haber aterrizado, el día 10 de diciembre por la mañana (hora de Sídney). Uno de los fenómenos que se experimentan en un viaje tan largo consiste en averiguar que se tarda 1 día en llegar a Australia; aunque, al viajar hacia el este, uno debe añadir otras tantas horas al viaje, una por cada huso horario que se sobrevuela.
De modo que, el día 10, “sólo” habían pasado 25 horas desde que habíamos salido de Barcelona y posteriormente hecho escala en Londres y Singapur para, finalmente, aterrizar en Sídney. Aunque a las 25 horas de viaje hay que añadir otras 9 (de GMT +1, en España, a GMT +10, en Nueva Gales del Sur).
- Visita el segundo capítulo de la serie de artículos sobre Australia.
- Tercera y última entrega de la serie sobre Australia.
- Actualización de esta entrada: he publicado unas fotos en mi cuenta de flickr sobre las dos primeras semanas de estancia en Australia (ver imágenes). Las fotos han sido tomadas en Nueva Gales del Sur (Sídney, los suburbios de esta urbe y Hallidays Point, fundamentalmente).
Hay que añadir al viaje las colas en la aduana del aeropuerto y la recogida del equipaje, así como el cambio no ya de temperatura, sino de pleno invieno a pleno verano.
Consecuencia: de sabios es ponerse las gafas de sol y prestarse sin rechistar a padecer un jet lag de campeonato, más parecido a una resaca de fiesta de pueblo, con sudor frío incluido.
Por no hablar del efecto causado por el visionado de un par de películas de dudosa calidad y la obligada penitencia de intentar leer en medio de un contexto tan dado a ver comportamientos con déficit de atención como un vuelo de largo recorrido.
Eso sí, pasamos del suave invierno de Barcelona, que el bebé Inés disfrutaba el 8 de diciembre con su ropa de abrigo, al verano subtropical de Sídney, dos días después.
Camiseta, pantalones cortos, calzado cómodo y protector solar. Situando Australia en el hemisferio norte, la latitud de Sídney sería similar a la de Los Ángeles o el sur de España. El equivalente a la latitud de Londres estaría situado al sur de la isla de Tasmania, el punto más austral del país.
Retransmitiendo desde Glebe, Sídney
Ahora mismo, sentado en el pequeño pero confortable salón de la casa que nos han dejado en una pequeña calle de Glebe (exactamente aquí), un barrio de origen popular situado al suroeste del centro de la ciudad, la temperatura es idónea para partir en autobús hacia Bondi, Coogee o cualquier otra playa de Sídney para pegarse un chapuzón.
A 15 minutos andando del mercado con el mejor pescado de la ciudad; a 45 minutos andando del emblema de Sídney en todo el mundo: la Opera, con el Harbour Bridge detrás.
De Australia he olvidado casi todo lo que aprendía de memoria cuando era niño y veía por casualidad algún documental sobre la fauna de Oceanía.
Fauna surrealista
Decir, también, que más de 20 días después de haber llegado a la isla más grande del mundo y a la única isla habitada que conforma todo un continente (la otra es Antártida), todavía no he visto ningún canguro, koala, tiburón -las muertes por tiburón son “raras” en Australia, aunque hay muertes y desapariciones relacionadas con tiburones-.
Afortunadamente, tampoco he visto a ninguna de las 12 especies arañas que, como explica Bill Bryson en su recomendable libro de viajes sobre el continente austral (Australia: In a Sunburned Country), que tengo por aquí y estoy leyendo, viven en Sídney y son venenosas. Algunas pueden ser incluso letales.
Australia es también el continente más pequeño y, a la vez, el sexto país más grande del mundo. Alberga, entre otras maravillas naturales, la Gran Barrera de Coral, visible desde la Estación Espacial Internacional y con 2.000 kilómetros de longitud. Es como si toda la costa de la Península Ibérica estuviera rodeada por un inmenso arrecife de coral. El ser vivo más grande del mundo.
Eucaliptos, higueras y melaleucas
Es relativamente sencillo avistar alguna de las decenas de especies de canguros que habitan las distintas áreas del continente, desde las más inhóspitas zonas del “Outback“, donde se alcanzan temperaturas superiores a 40 grados durante la mayor parte del verano austral (que coincide con el invierno en el Hemisferio Norte), hasta los frondosos bosques de eucaliptos, higueras australianas y melaleucas del norte de Nueva Gales del Sur, donde los canguros aprovechan el cobijo de los distintos tipos de helechos que crecen en el sotobosque.
Entre los helechos, que crecen con vigor gracias a las lluvias regulares, los canguros se vuelven esquivos. Especialmente para cualquier aprendiz de fotógrafo que intente captar sus juguetones movimientos e inmortalizarlos en un blog.
Decir que, aquí, los eucaliptos no constituyen una plaga (como ocurre en Galicia, donde su fomento entre los agricultores minifundistas ha dado pie a una especie de “bonsái atlántico” -expresión de Manuel Rivas, título de un magnífico reportaje novelado o ensayo, que no sé cómo llamarlo- con hedor a eucalipto).
Aquí, el eucalipto tiene sentido y no seca acuíferos ni provoca la tala de castaños y “carballos” -robles- en el noroeste de la Península Ibérica.
Más difícil que avistar una familia de canguros, algún koala, algún ornitorrinco o algún murciélago de gran tamaño durmiendo a pleno día en el centro de Sídney (esto último es muy fácil; puede sonar a curiosidad, pero los habitantes de la mayor ciudad australiana están tan acostumbrado a que centenares de murciélagos con el tamaño de un gato -son conocidos como “zorros voladores”- sobrevuelen sus azoteas que resulta algo a lo que no merece la pena prestar atención cotidianamente).
Zorros voladores en la ciudad
Un murciélago en Sídney es, en palabras de un amigo, como una rata en el metro de Nueva York. Está ahí. Forma parte del paisaje urbano. No es noticia.
Aprovechando nuestra estancia en Hallidays Point, un lugar de veraneo situado en la zona descrita, a unas cuatro horas al norte de Sídney, me levanté un par de mañanas antes del amanecer para visitar un parque natural cercano (el lugar concreto es este), donde uno puede avistar grupos de canguros con un poco de suerte.
Al ser animales esquivos y eminentemente nocturnos, captarlos con la cámara no es algo sencillo para un novato. Desde el número 4 de Ocean Street, en Hallidays Point, los miembros de faircompanies y algunos familiares organizamos algunas caminadas por los bosques circundantes.
Poca suerte con el avistamiento de animales. Más buena estrella con el descubrimiento de playas prácticamente vírgenes (como ésta), con olas tan grandes que existen señales que avisan del peligro que supone ser manteado por un oleaje continuo de tres metros.
De manera que no voy a compartir una foto que todavía no existe. A ver si puedo incluir el futuro enlace a esta y otras futuras imágenes en la próxima entrada de la bitácora.
Como el amigo y familiar John Bowen nos explicaba a Kirsten y a mí hace unos días, no va a ser tan fácil avistar koalas en un paseo por cualquier bosque de Victoria o Nueva Gales del Sur.
Suelen vivir en las copas de los eucaliptos más altos, frondosos e inaccesibles y, por decirlo de algún modo, no son ni lo suficientemente rápidos ni avispados como para andar jugueteando en el sotobosque, junto a cualquier camino accesible.
De todos modos, vamos a permanecer unas cuatro semanas más por aquí, así que no pierdo las esperanzas. Cuando era niño, habría dado cualquier cosa por echar un vistazo a un ornitorrinco, un koala o un canguro en su hábitat.
Saltar es eficiente
Existe una relación, estrecha y familiar, muy tierna, entre todos los niños del mundo y los animales de Australia. Es una historia sólo comparable a la devoción que sienten por la megafauna africana, los extintos dinosaurios o las criaturas juliovernianas que habitan las galápagos.
No sabía que saltar como un canguro es más eficiente, en términos de consumo energético y movilidad, para un animal con el tamaño de estos mamíferos marsupiales que hacerlo caminando o reptando por el suelo. Hasta que lo he leído de Bill Bryson y lo he corroborado en Internet. Siempre había pensado que era un esfuerzo apócrifo, cómico, contra natura.
Viéndolos -no me he recreado avistando uno detrás de otro, pero pude ver una pareja en la lejanía de un bosque solitario y húmedo, a las 5 de la mañana, que se desperezaba sin lluvia tras varias horas de agua ininterrumpida-, uno se da cuenta de que la evolución también ha funcionado en Australia.
Las circunstancias únicas de la isla, su aislamiento o la inexistencia de una megafauna carnívora que los pusiera en peligro, les permitió evolucionar de una manera tan atractiva para cualquier niño y no tan niño.
To go walkabout
Los primeros pobladores australianos, que llegaron a esta inmensa isla hace más de 40.000 años, navegando a través de corredores oceánicos de varias decenas de kilómetros, aunque menos pronunciados que en la actualidad gracias al período glacial que sufría la Tierra en aquel momento, se adaptaron a las duras condiciones para la vida de este lugar durante generaciones. El secreto consistía en conocer todos los detalles de un entorno extremo y muy dificultoso para cualquier tipo de vida.
El término “walkabout”, o “to go walkabout“, está relacionado con la tradición de diferentes pueblos indígenas australianos de obtener los suficientes recursos de un lugar y, antes de arrasar los pocos alimentos existentes, tales como el agua subterránea que puede hallarse en grandes zonas del llamado Outback (el inmenso interior semi-desértico y desértico del país), partir hacia otro lugar.
Casi 50.000 años después, los primeros pobladores australianos no llegan al millón en un país con una mayoría de origen europeo y una pujante minoría asiática, fundamentalmente de origen chino, indonesio, vietnamita, hindú, tailandés o de Oriente Medio (el 92% de la población australiana es blanca, el 7% asiática, el 1% indígena).
Como escuchaba en la emisora de radio ABC (los australianos parecen haber copiado lo mejor el servicio público de radiotelevisión británica, ya que esta emisora no tiene publicidad y los contenidos tienen una cierta calidad), el anterior gobierno conservador, liderado por John Howard, no sólo se negó a firmar el protocolo de Kioto, sino que se había distinguido por frenar e incluso recortar los derechos de los indígenas australianos.
Un “problema” australiano
Tras la llegada de los socialdemócratas del Labour Party al poder en otoño de 2007, Australia ha ratificado Kioto (ahora, sólo Estados Unidos no ha ratificado el acuerdo entre los países ricos), y parece que se vuelve a afrontar el “problema” indígena (como también explica Bill Bryson en su excelente libro sobre este país, los aborígenes son “un problema”, según la percepción del australiano medio).
Según la emisora de radio ABC, el 98% de la población indígena adulta recibe ayudas sociales del Estado; las tasas de alcoholismo, desestructuración familiar, mortalidad infantil, absentismo escolar, analfabetismo, etcétera, son sólo comparables a las que padecen las poblaciones de nativos americanos en los condados más pobres y apartados del Medio Oeste de Estados Unidos.
Los indígenas australianos hablan más de 200 lenguas. Todas, menos una veintena de ellas, corren el riesgo de desaparecer.
He podido certificar lo que explica Bryson en The Sunburned Country; la causa aborigen parece darse por perdida entre algunos australianos. Consecuencia: hemos decidido acercarnos al Outback australiano y visitar algún lugar donde podamos conversar con alguna comunidad aborigen.
Broken Hill e indígenas peleones
Mientras hablaba con una conocida sobre la decisión que Kirsten y yo habíamos tomado sobre visitar Broken Hill, una calurosa -abrasadora, para ser más exactos- ciudad australiana que creció en un inhóspito lugar del Oeste de Nueva Gales del Sur al haberse encontrado un importante yacimiento minero, al más puro estilo del Oeste estadounidense, recibimos una contestación bastante curiosa:
– “La gente de Broken Hill es bastante ‘extraña’. Me refiero a su comportamiento. Son granjeros bastante rudos que no tratan demasiado bien ni al forastero ni a quien vive por allí. Tratan con un especial desprecio a las mujeres.”
Mientras nuestra conocida seguía despotricando sobre la población rural de origen europeo que habita el interior del país, en ocasiones en granjas de una extensión tan grande que usan una avioneta para cuidar del ganado bovino, yo disfrutaba con cada comentario. Cada vez se me antojaba más interesante echar un vistazo al Outback.
“Los aborígenes. Ah, los aborígenes. Bueno, no hay demasiado ‘interesante’ que ver. Podéis visitar, a unas horas de viaje en coche desde Broken Hill, algunos pueblos con una mayoría de población nativa. Aunque lo único que veréis si os acercáis es gente borracha peleándose, literalmente, en medio de la calle principal. Va en serio.”
Bueno, el “problema” australiano hace todavía más interesante el viaje.
Urbes australes
Australia es uno de los países más desarrollados del mundo según cualquier indicador de la OCDE o cualquier estudio concienzudo, tiene 20 millones de habitantes, la mayoría de los cuales viven en los grandes centros urbanos del sureste de la isla: Nueva Gales del Sur (donde se encuentra Sídney) y Victoria (cuya capital es Melbourne) como principales exponentes.
Las reformas económicas de los años 80, sobre todo liberales, provocaron una mejora económica en los noventa y en la presente década.
Hoy, los australianos son tan ricos como los británicos, la antigua metrópolis, con la que se conservan muchos lazos (entre ellos, la pertenencia a la Commonwealth y la reina de Inglaterra como jefe de Estado, aunque sólo a efectos simbólicos.
Sídney es una ciudad bien planificada que cuenta con uno de los mejores puertos naturales del mundo. En palabras de Bill Bryson, el puerto tiene la profundidad y proporciones ideales para favorecer su navegabilidad y permitir a quienes habitan una orilla divisar la otra sin problemas.
Los elementos paisajísticos son resaltados con este sentimiento de proximidad, que puede comprobarse desde el agua.
Un ferry solar junto al edificio de la Ópera
Divisar la Opera de Sídney desde la otra orilla (uno puede ir a través del Harbour Brigde o viajando en un ferry que funciona con paneles solares y que, desde los Juegos Olímpicos de 2000, comunica ambas orillas sin contaminar; vamos a intentar hacer un vídeo sobre este vehículo) que sólo puede compararse a disfrutar el Guggenheim de Bilbao paseando por la otra orilla del Nervión.
Un amigo nos invitó a navegar, en un pequeño barco de vela, por el puerto de la ciudad. Toda una experiencia. He tenido la suerte de dar un paseo por el lago Washington y divisar Seattle desde el agua.
Pese a que la ciudad estadounidense es igualmente atractiva desde un bote, no creo que haya nada comparable al puerto de Sídney. Puede comprobarse, por ejemplo, en esta foto que tomé el otro día.
Por decirlo de algún modo, es como si los 20 millones de australianos hubieran estado trabajando desde la llegada de James Cook a Nueva Gales del Sur en 1770 para enseñar al mundo que la ciudad no tiene nada que envidiar a las mejores metrópolis del mundo.
Melbourne, ciudad que vamos a visitar a principios de enero, es otra metrópolis homologable a cualquier otra gran ciudad mundial.
Pese al aislamiento del continente, a la dureza de las condiciones naturales y a tener sólo 20 millones de habitantes, Australia tiene una influencia internacional equiparable, si no superior, a la de cualquier país medio europeo.
Uluru
Eso sí, pese al desarrollo, Australia no ha podido convertir la prosperidad en paraíso para todos. Como también ocurre en el resto de los países desarrollados. Más allá de Syney y Melbourne, Australia es eminentemente rural y los monumentos humanos ceden paso a los naturales. Uluru es el ejemplo por antonomasia.
Doy la razón a Bryson cuando escribe que, pese a ser un país delicioso, que permite a los ciudadanos europeos y -sobre todo- anglosajones sentirse como en casa y tener al alcance tanto ciudades cosmopolitas como todo un continente por explorar, nadie conoce el nombre del presidente del país, u otros datos importantes. Acaso, uno se olvida de la información “irrelevante”.
Kevin Rudd
Habrá que recordar el nombre del nuevo primer ministro australiano. Es Kevin Rudd. Inmediatamente después de llegar al poder, firmó las condiciones del Protocolo de Kioto. Se ha quejado enérgicamente ante la ONU y el gobierno japonés por la decisión nipona de seguir cazando ballenas en el Pacífico Sur.
Está atento a lo que ocurre con el cambio climático y quiere convertir a Australia, un país con la mitad de la población de España pero que emite más gases contaminantes, en un ejemplo de los cambios que deben llevarse a cabo para evitar las consecuencias más catastróficas del cambio climático.
Yo voy a intentar recordar el nombre.