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Viaje al noroeste (II): Eugene, Portland, Seattle

La Costa Oeste de EEUU es, para el resto de estadounidenses:

  • Eminentemente progresista. Siempre que “progresista” signifique votar al partido demócrata.
  • Tierra de oportunidades: desde el asentamiento de pobladores europeos, a través de la política de los “homestead“, siempre ha habido “fiebres del oro” en la Costa Oeste. El desarrollo agrario de principios del siglo XX, la industria maderera, Hollywood, la construcción de armas para la XX guerra mundial, Silicon Valley, el desarrollo industrial de Portland (Nike, Intel) y Seattle (Boeing, Microsoft).
  • Rica: la renta per cápita de California, Oregón y Washington se halla por encima de la media estadounidense. Además de la agricultura en California o la explotación de bosques y recursos naturales en Oregón y Washington, existen en la zona algunos de los centros tecnológicos más importantes del mundo, sobre todo en torno a San Francisco, Portland y Seattle.

Sean cuales sean tus orígenes familiares, si vives en el Sunshine State, probablemente sepas más de tomales, burritos, tortillas, etcétera, que un buen pinche mejicano. Tortillas mejicanas, se entiende.

Las tortillas españolas -o lo que en España llamamos tortilla francesa- pueden traducirse en EEUU como “omelettes”. Y ésta es otra máxima que parece repetirse: cualquier comida que huela a europeo, sólo puede ser francés -caro- o italiano -precios algo más populares-.

A medida que se conduce hacia el norte (el avión es la otra única alternativa; ni rastro de ferrocarril comercial), quizá desaparezca la influencia de la comida mejicana, que se ha adueñado de los gustos culinarios californianos.

También llueve más; el clima pasa de ser templado y mediterráneo a continental, algo más parecido al centroeuropeo.

De Oregón, se dice que es el Portugal de América, con clima benigno, cuatro estaciones y lluvias generalmente copiosas. Washington, sobre todo su zona costera, es el “Evergreen State “, y no se trata de un tópico. Llueve lo suficiente como para que sea difícil controlar el crecimiento de cualquier jardín doméstico.

De los “californios” a los “okies”

Asimismo, las culturas española y mejicana se hallan presentes en California desde que el Estado formara parte, de un modo algo deshilachado, de Nueva España. Más tarde, con la independencia de México, la costa pacífica de Estados Unidos se convirtió un territorio sin legalidad internacional reconocida.

Quien primero llegaba, más derechos tenía tras robar y masacrar a los amerindios de cada zona. De la época “sin ley” provienen los “californios “: habitantes de la Alta California, de origen europeo, mestizo o indio, que habían adoptado las costumbres “españolas”.

Los burritos, los tomales y los jalapeños, pues, son la última respuesta pop a una influencia sureña que los californianos disfrutan y sufren a partes iguales. Se teme a la immigración; se necesita la mano de obra barata proveniente del sur.

Se tiende a vivir, excepto en los centros más cosmopolitas, de un modo algo segregado; se ama la comida -picante, ardiente, depende del “cocinero” o del que ordena la comida rápida por teléfono- que siempre ha convivido con los gustos importados por posteriores pobladores de california, incluidos los descendientes de la avalancha migratoria “okie“.

El visitante se siente abrumado por la presencia latina en San Diego y, sobre todo, Los Ángeles. En San Francisco, la presencia hispana queda algo más diluida debido a la gran influencia asiática.

Silicon Valley es un mundo aparte, ya que la Bahía de San Francisco resulta -se puede comprobar desde el avión, cuando se aterriza en los aeropuertos de San Francisco o San José- una especie de suburbio residencial gigantesco, dominado por la casa unifamiliar (con pistas de tenis y otros equipamientos en Los Altos; con coches abandonados en la puerta en el caso de East Palo Alto).

Con una máquina del tiempo a mano, podríamos poner en práctica un experimento interesante. Pongamos que podemos viajar a 1774, cuando el explorador “español” nacido al norte de Nueva España (actual Estado mejicano de Sonora) Juan Bautista de Anza I, tenía 22 años.

Anza, hijo de un caballero español, decidió realizar una expedición a la Alta California, que sentó las bases de la cultura de los “californios”.

Si pudiéramos traer al caballero De Anza a San Francisco, donde él mismo sentó las bases de la ciudad en 1776, este servidor público no tendría demasiados problemas para comunicarse en su lengua, aunque quizá tendría que reconocer las realidades políticas de California, Estados Unidos y México donde antes existía el difuso norte de Nueva España.

He elegido a De Anza no por azar, sino por haber visitado su tumba en la iglesia Arizpe, Sonora, en el verano de 2005. La iglesia (Nuestra Señora de la Asunción, construida en 1646) guarda en el piso de su nave principal tanto el osario como el atuendo de gala de un español de origen vasco que nació en Nueva España y que nadie recuerda por haber fundado San Francisco.

Al fin y al cabo, es más glamuroso recordar efemérides como las fugas de Alcatraz o la boda entre Marilyn Monroe y Joe Di Maggio. Kirsten y yo andábamos por Cananea y Arizpe de vuelta a Estados Unidos, tras una visita al amigo “pinche” mejicano Álex Probst en su tierra (Hemosillo y San Carlos, fundamentalmente). Intentaré entrar más en México cuando pasemos por allí de nuevo.

La influencia de latina -los que vivieron siempre en california; los “californios”; los nuevos inmigrantes del sur- siempre ha estado presente en California. Desaparece bruscamente cuando llegan los bosques de coníferas gigantes. Como si las sequoias fueran la frontera de lo hispano en el Pacífico.

Retomando el viaje en territorio redwood

El roble de california, los árboles frutales, los cedros y las sequoias dejan paso a los bosques interminables de coníferas, muchos de ellos poblados con árboles relativamente jóvenes (los viejos fueron esquilmados por la industria maderera).

Cuando la Alta California pierde su nombre y se convierte en territorio “redwood” (el norte del Estado está poblado de espectaculares sequoias, muchas de ellas con más de dos milenios de vida), uno se adentra en otro territorio, cargado de ánimos y listo para descubir que el tópico tiene mucho de cierto y los habitantes de Oregón y Washington no sólo llevan camisas de leñador en invierno, sino que la ropa que en los noventa conocimos en el resto del mundo como “grunge” siempre ha existido por aquí.

Una de las contradicciones más interesantes y difíciles de entender por un visitante es la armoniosa convivencia entre trabajadores de la industria maderera (familias enteras, pueblos enteros, sobre todo hace unas décadas) y defensores radicales de la naturaleza: el movimiento hippie tomó fuerza por aquí, y nunca ha desaparecido de Humboldt o Eugene, Oregón.

Tras la fiebre del oro, la Costa Oeste se convirtió en un centro maderero de importancia mundial, impulsado por la llegada del ferrocarril y el asentamiento de pobladores europeos.

Los nuevos pobladores que del Pacific Northwest no estuvieron durante décadas para muchas fiestas victorianas y, por decirlo de algún modo, se cortaban ellos mismos los árboles para hacerse la casa.

Golden Hour

No hay exageración aquí. Retomando el viaje de faircompanies por la costa del Pacífico de EEUU (lo habíamos dejado en la frontera entre California y Oregón), tuvimos oportunidad de saludar a unos amigos de Kirsten.

Una pareja joven. Él mismo estaba levantando la casa donde iban a vivir; de madera. Y no hablamos de una casita para el perro. A la pregunta de si era constructor profesional, nuestro amigo respondió con una explicación que, supongo, se entiende en un lugar tan individualista y construido a base de emprendedores.

Lo cierto es que nuestro amigo no era ni constructor profesional, ni arquitecto, ni aparejador, ni ingeniero de puentes y caminos. Simplemente se había “informado” sobre cómo construir una casa. Le pregunté cómo había logrado montar una estructura tan pesada y compleja: “unos amigos me han ayudado en un par de ocasiones.”

Conducir la autopista 101 por el condado de Humboldt, entre California y Oregón, pone los dientes largos por igual a amantes del surf, naturalistas, domingueros (o el equivalente estadounidense del peninsular “dominguero”; léase al personaje interpretado por Andreu Buenafuente en la primera en la primera entrega de Torrente).

La autopista se convierte en una plácida carretera de dos sentidos que serpentea entre bosques plagados de sequoias.

En varias ocasiones, la carretera se asoma en el alto de una colina al Pacífico, bravo y juguetón para los amantes del surf, que por aquí es un pasatiempo bastante convencional y no tiene ninguna connotación contracultural (como pudiera tener para los europeos que se pasan por Mundaka, Tarifa o el Algarve portugués).

Pasamos por allí en la “Golden Hour” -durante el atardecer, cuando el oleaje es bravío y todavía hay suficiente luz como para aprovechar alguna cresta-.

Eugene

Al dejar California defnitivamente atrás, a través de Grants Pass, nuestro siguiente objetivo es Eugene.

Eugene es, para algunos estadounidenses, un cáncer. Para otros tantos, es una de las ciudades más apacibles y “europeas” (“Europa” es un cáncer para muchos estadounidenses) de toda la Unión. Definitivamente, la ciudad está plagada de bares, cafeterías y restaurantes con características que parecen repetirse:

  • Productos orgánicos y locales desde hace varios años -a veces desde los setenta del siglo XX-. Durante los sesenta y setenta, también se habló, y mucho, de una nueva toma de contacto con la tierra y los productos locales, aunque salvo en lugares como Eugene, la idea fue vista como una locura más de la contracultura. Y hubo quien relacionara aquello con el antiamericanismo (Vietnam estaba presente, y las teorías conspiratorias eran un deporte entonces, gracias a personajes como Nixon; los paralelismos con el presente podrían ocupar 20 o 30 entradas de blog, aunque no creo que faircompanies ganara nada con ello).
  • Bares con música en directo o, a la sazón, música de fondo convenientemente elegida público variopinto, donde puede haber niños, gente mayor, algún animal de compañía y alguna pareja homosexual que, digamos, no debe esconder su condición como haría en Alabama o Tennessee.
  • Un clima húmedo y apacible que permite cultivar jardines donde las hortalizas se mezclan con las plantas ornamentales.
  • La bicicleta es, tras el necesario coche (sobre todo, si se quiere ir fuera de la ciudad), imprescindible para todos los habitantes de Eugene. La presencia de la bicicleta no es fruto del impulso del “carril bici” por el ayuntamiento de Eugene, sino una iniciativa espontánea que surgió en la ciudad como método responsable y no contaminante de pasearse por la ciudad.

Ya que faircompanies estaba en Eugene, aprovechamos para hablar con la gente, tomar unas fotos y, claro, hacer un par de vídeos que en breve compartiremos con vosotros.

El primer vídeo se refiere al movimiento “Food, Not Lawns” (comida, no césped), que se dedica a promover el uso de las parcelas unifamiliares de la ciudad como huertos urbanos, ya que el clima de la ciudad permite cultivar tanto árboles frutales como todo tipo de verduras y hortalizas.

La idea es sencilla: ¿por qué plantar el inservible, feo, estandarizado -y usurpador de agua potable de uso doméstico- césped, cuando se puede tener un huerto que no requiere agua?

Food, Not Lawns“, es una cómica desviación de la máxima contra la guerra “Food, Not Bombs”. Food, Not Lawns dice mucho de la personalidad de los habitantes de Eugene. Heather Coburn Flores nos acompañó por los jardines de Eugene, en ocasiones auténticos huertos de público usufructo.

La segunda historia nos llevó al taller y escuela de formación Center for Appropriate Transport, dirigido por Jan VanderTuin, que nos acompañó por el centro, mitad taller de venta, alquiler y reparación de todo tipo de bicicletas y ciclos (como explicaba un cartel del centro, la única norma allí es que el vehículo que se confecciona o repara no tenga motor), mitad centro educacional.

Tengo ganas de ver el vídeo, ya que VanderTuin y sus colaboradores están enrolados en varios proyectos innovadores e interesantes. Difícilmente puede existir otra escuela especializada en la bicicleta y sus usos como este local con estética Mad Max.

Quienes viven en Eugene (los que han nacido allí; quienes estudian en la Universidad de Oregón, cuyo campus está a las afueras de la ciudad; o quienes se han trasladado allí desde los setenta debido al clima abiertamente progresista que se respira) son vistos como radicales por el resto de habitantes del noroeste de Estados Unidos.

Los habitantes de Seattle, por poner un ejemplo, siguen culpando a los “radicales de Eugene” de los disturbios más contestatarios en la polémica cumbre de la OMC en Seattle, en 1999. Se dice que allí empezó la protesta contra las políticas de los países ricos y la globalización. Para los “seattlelites” (habitantes de Seattle), los “hippies” de Eugene fueron los “culpables” de todo.

La zona residencial más famosa de Eugene (150.000 habitantes) está trufada de coches inferiores en tamaño a los que pueden verse en el Medio Oeste y bicis por doquier.

En los estados de Oregón y Washington existe un cultivado sentido de lo informal: se viste de un modo cómodo y abunda la ropa casual. Personalmente -quizá no me he fijado lo suficiente- no he visto ni un solo traje de americana y corbata en Eugene, Portland o Seattle.

Portland

Portland es conocida por ser la ciudad de Intel o Nike. Debería ser conocida por ser la ciudad estadounidense más europea, aunque nunca he oído comentario alguno al respecto (sí se oye, en cambio, de San Francisco o Boston). Portland es una ciudad bastante densa, con manzanas de edificios bien diseñados que podrían estar en cualquier ciudad europea bien pensada.

El transporte público está mucho más presente que en otras ciudades más extensas, como Seattle, donde es prácticamente inexistente. En Portland se puede coger el tranvía o el bus fácilmente (es decir, sin tener que coger el coche para ir a la estación de tranvía o bus de turno).

Tampoco existe la dicotomía suburbios-dowtown (y horrenda autopista de suburbios a downtown, al más puro estilo de Norteamérica), sino una ciudad densa que tiene tiendas, cafeterías, oficinas, supermercados y apartamentos de un modo uniforme.

El espíritu de la ciudad, también progresista aunque sin las reminiscencias contraculturales de Eugene, es similar al de cualquier ciudad centroeuropea.

Se ven grupos de personas caminando por la calle mientras charlan animadamente (algo que no puede verse en Seattle y está en peligro de extinción en San Francisco). Las calles están cuidadas y se nota el gasto público en equipamientos (de nuevo, es difícil percibir lo mismo en Seattle o San Francisco; al menos, tan claramente como aquí).

Poca broma con Portland. Es extraño que nadie sepa nada de este sitio.

Seattle

Bien, Seattle es el cuartel general de faircompanies durante las próximas tres semanas. Sospechamos que la gente de Microsoft no se va a sentir abrumada con nuestra presencia.

Además de estar cerca de Redmond, la sede del espectacular campus de Microsoft, Seattle es un lugar contradictorio.

Cuna de algunos de los músicos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX (Hendrix, Cobain, los hombres de Pearl Jam, que han madurado como equilibrados “seattlelites” de clase media), del primer establecimiento de Starbucks y del centro de producción de Boeing, a Seattle siempre se ha venido a trabajar, como se va a Londres.

También como en Londres, en Seattle llueve copiosamente durante todo el año. La temperatura es suave durante todo el año, también ideal para trabajar, moverse a una casa espaciosa, tener hijos y dejar que tus hijos ensayen con su grupo de música en el garaje. Esto es lo que ocurrió con lo que se llamó “grunge”.

El Seattle Times ha hablado últimamente, como no podía ser de otro modo, del lanzamiento mundial del esperado avión 787 Dreamliner (el avión comercial que ha recibido más pedidos de la historia y, de paso, ha permitido a Boeing adelantar a la europea Airbus, en crisis desde hace dos años).

Tiene que ser duro hacer periodismo cuando en tu ciudad se hallan algunas de las empresas más grandes del mundo (Amazon, Starbucks, Microsoft, Boeing) y éstas lanzan algún producto. No dedicarse a darles cobertura completa no sería entendido por los habitantes de la ciudad.

Además de la llegada del Dreamliner, el Seattle Times y las revistas locales hablan bastante de “sostenibilidad”, aunque en sentido práctico. Es difícil poner en práctica algo realmente sostenible en una ciudad tan extensa, con un pequeño downtown y un inmenso suburbio de clase media. Aunque aumentar la eficiencia energética de las casas del Estado de Washington sería un buen inicio.

Vamos a ver qué historias salen por aquí para faircompanies.

¿Paraíso del socialismo Bersteiniano?

Pese a ello, poca gente parece vivir mal en una de las ciudades en las que uno cree lo que decía Bernstein acerca de su visión del “socialismo”: en lugar de hacer a todo el mundo obrero, quizá salga más a cuenta para el sistema (la democracia y la sociedad) que todo el mundo sea burgués.

Bernstein profesaba el aumento del nivel económico de todas las capas sociales para que la compra de bienes fuera generalizada y la economía siempre tuviera la vitalidad necesaria.

Aunque el socialismo Bernsteniano de Seattle tiene poco de utópico y mucho de corporativo: en el área se encuentran las sedes y principales oficinas de algunas de las mayores compañías mundiales, que algo habrán hecho medio bien.