Al Gore ha iniciado marzo de 2007 con una controversia que podría perjudicar, más que a su persona, al mensaje que trata de difundir en torno a la necesidad de actuar para atajar el cambio climático. Se trata de la factura de la luz de la mansión en la que Gore vive con su familia en el sureño Estado de Tennessee, EEUU: la casa del vicepresidente de la era Clinton gasta doce veces más electricidad que un hogar medio en Estados Unidos, según los cálculos realizados por la agencia Associated Press.
Es decir, la casa del protagonista del documental ganador de un Oscar Una verdad incómoda gasta hasta doce veces más que la media de consumo en el país que, después de Canadá, consume más energía per cápita en el mundo (el consumo energético por habitante varía en función de la riqueza del país, aunque también lo hace en función de la cultura de gasto energético de su población: cada norteamericano gasta prácticamente el doble -11,4 kW, o kilowatios consumidos por hora- que Japón y Alemania, segunda y tercera economía del mundo; en ambos países el consumo se sitúa en torno a los 6 kW).
El Estado de Tennessee, con 15,6 kW por persona y hora, se encuentra por encima del consumo energético medio en Estados Unidos. En el lado opuesto, la desarrollada, rica y tradicionalmente progresista California se encuentra a la cabeza de las regiones que menos energía consumen de Estados Unidos y Canadá.
Si el hogar medio de Tennessee consume unos nada desdeñables 15,6 kilowatios por hora durante el año, la mansión de Gore, una casa de estilo colonial en las afueras de Nashville con 929 metros cuadrados, tiene que pagar por un consumo de 191 kW, o alrededor de 1.200 dólares al mes.
De poco sirve que el entorno de Al Gore haya difundido que quienes están detrás de la difusión del consumo de su hogar sea el reaccionario Centro de Investigación Política de Tennessee (Tennesse Center for Policy Research, o TCPR), think tank filorrepublicano y afín a los intereses más reaccionarios defendidos por los llamados neo-conservadores estadounidenses.
En un comunidado del 27 de febrero bajo el título de “El uso energético personal de Gore representa su propia ‘Verdad Incómoda'”, el TCPR arguye:
- “La pasada noche, el documental sobre el cambio climático de Al Gore, Una verdad incómoda, recogió un Oscar a la mejor película documental, pero el Centro de Investigación Política de Tennessee ha averiguado que Gore merece una estatuilla dorada a la hipocresía.”
El comunicado expone que la mansión del político demócrata consume más energía en un mes que la media del hogar norteamericano en todo un año.
La intención del TCPR no era sólo desprestigiar a Gore, sino poner en tela de juicio ante la opinión pública de Estados Unidos la lucha contra el cambio climático, justo cuando incluso el gobierno de George W. Bush reconoce que el aumento de las temperaturas y las catástrofes naturales tienen que ver con la actividad humana.
Centros de “investigación” como este grupúsculo respaldado por el propio Estado de Tennessee parecen intentar relajar el debate sobre el calentamiento global que, por primera vez, ha pasado al dominio público en los hogares de la clase media estadounidense poco instruida, más allá de las elites intelectuales del nordeste y la progresista Costa Oeste.
Los medios de comunicación europeos recibieron con sorna la noticia, como si se tratara de una salida de tono más del país de las guerras preventivas, los telepredicadores y la muerte en extrañas circunstancias de la ya extraña de por sí Anna Nicole Smith. Vamos, otra incoherencia jocosa.
Ocurre que el llamamiento de Al Gore en Una verdad incómoda no sólo es necesario y conveniente, sino que es convincente, está bien urdido y su mensaje es lo suficientemente sencillo como para calar entre quien tiene que calar: la inmensa mayoría de la población estadounidense.
Religiosa o no; ignorante o no tanto. El estadounidense medio podrá o no replantearse la teoría de la Evolución, pero verá con buenos ojos el uso de energía limpia y la producción de etanol en su granja si ello sirve para reducir la dependencia energética de Estados Unidos con respecto a determinadas zonas de conflicto.
La batalla ideológica con los Noam Chomsky, Jeremy Rifkin, Tim Robbins, Susan Sarandon, Barak Obama, etcétera, ya estaba ganada. Ahora se trataba de informar a todo el mundo y de que el mensaje llegue hasta Montana, Oklahoma o los Apalaches, además de a los más instruidos.
A los europeos, sobre todo a los que se consideran modernos, progresistas, guays y defensores del Estado del Bienestar, les reconforta criticar a Estados Unidos. Son -somos- los mismos que se declaran “de centro” en Europa y “de izquierdas” en Estados Unidos, ya que “la derecha en Europa es más progresista que el partido Demócrata de Estados Unidos”. Es cierto, sí; y quizá también lo sea que incluso los más “izquierdosos” de Estados Unidos (como el Ralph Nader que, con los votantes que logró arrebatar a Al Gore en las presidenciales de 2000, cosiguió de facto que fuera George W. Bush “el próximo” presidente de EEUU), no lo serían tanto en la progresista Europa.
Olvidamos, por ejemplo, que la otrora locomotora de Europa, Alemania, todavía principal exportador de bienes del mundo y tercera economía del planeta, por detrás de EEUU y Japón, contaba hasta la llegada de Angela Merkel con una coalición entre social-demócratas y verdes.
Es decir, “lo más guay” en uno de los países más verdes, progresistas y respetuosos con el medio ambiente de Europa. El canciller de entonces, Gerhard Schröder, se ha convertido, sin escrúpilo alguno ni rapapolvos de la inexistente opinión pública europea, en un ejecutivo -un peón más- de la industria energética Rusa. Gazprom no destaca ni por transparencia, ni por políticas de sostenibilidad, ni por inversión en energías renovables.
Aquí seguimos siendo más guays y allí incluso Gore sale de tono con su casa de proporciones americanas y un consumo propio de una fábrica textil. Está bien comentar con sorna lo que ocurre con el consumo energético de Gore, aunque también deberíamos reflexionar sobre sus repercusiones en lo que, según parece, queremos conseguir los europeos. O al menos lo que quiere conseguir la plutocracia de Bruselas, tan lejana de los países miembros de la UE.
Según la portavoz de Gore, Kalee Kreider, el ex vicepresidente ha instalado paneles solares y usa iluminación de bajo consumo, además de participar en un programa de reducción de emisiones en el que la eléctrica Tennessee Valley Authority vende paquetes de “energía verde” (una especie de derechos de emisión) a los clientes que lo solicitan.
Vamos a ver qué ocurre, después de que el progresío mediático europeo se haya cachondeado de Gore. La alianza entre la institución filorrepublicana que ha publicado la información y Associated Press ha funcionado mejor en Europa que el propio documental Una verdad Incómoda.
Quizá aquí ya nos tenemos toda la receta sabida, ya que, como también repetimos, nosotros ya hemos firmado el Protocolo de Kioto. Y con eso, si el mundo no está salvado, será culpa de Estados Unidos, de Microsoft, de Google, de Windows Media Player y de iTunes Music Store. Todo junto en un pastiche en el que también se habla de imperialismo, etcétera.
Entonces es cuando algunos se caen del árbol y se dan cuenta de que lo que se explica en Una verdad incómoda nunca había sido explicado así, de una forma clara y para todos los públicos.
En Europa, seguramente habríamos dado la voz a varios intelectuales que se habrían gastado el dinero de la subvención de la UE en cerveza suave Kolscher y una performance de lo más bella. Y, claro, dirigida a las elites que, como Daniel Cohn Bendit, o Dani el Rojo, son tan europeístas, pijas y sesentayochistas.