Hay servicios que el (supuesto) libre mercado no puede proporcionar, al carecer de cualquier posibilidad de retorno de la inversión a medio o largo plazo. A menudo, infraestructuras como carreteras y vías férreas, agua corriente, electricidad y líneas de comunicaciones alcanzan lugares remotos gracias a la voluntad política para que así sea.
Esta voluntad de proporcionar servicios básicos a pérdida se manifiesta en los enclaves territoriales que diversos países desarrollados conservan en el resto del mundo, así como en los lugares especialmente aislados en montañas, despeñaderos, lugares inaccesibles la mayor parte del año por su proximidad al Ártico o su inhabitabilidad (zonas desérticas o de altitud extraordinaria —o ambos fenómenos combinados, como en el Altiplano andino—, etc.).
Islas remotas, destacamentos científicos y militares en la Antártida, Groenlandia, el Círculo Polar Ártico o el interior más inaccesible de las selvas tropicales afrontan el mismo reto de inaccesibilidad.
Dinámica de grandes proyectos: lo espectacular vs. lo anodino (pero esencial)
Cuando existen la voluntad política y el presupuesto necesario para salvar los obstáculos, escollos a primera vista infranqueables se solventan de manera expeditiva.
Merece la pena recordarlo en el 50 aniversario del alunizaje del Apollo 11 y el paseo televisado de Neil Armstrong y Buzz Aldrin por nuestro satélite, una hazaña que empequeñeció la imaginación de Julio Verne y H.G. Wells, quienes habían soñado con la posibilidad pero no la habían considerado plausible.
Dos décadas antes del alunizaje, en 1948, la Unión Soviética bloqueó el corredor que había permitido a Francia, Reino Unido y Estados Unidos acceder y avituallar Berlín Oeste. La medida pretendía forzar la renuncia de las potencias aliadas a su ocupación del sector occidental de la ciudad, situada en el interior de la extinta República Democrática Alemana, RDA.
El bloqueo, transcurrido entre junio de 1948 y mayo de 1949, obligó al bloque occidental a pensar en una alternativa. La Guerra Fría instalaba su Telón de Acero sobre Europa y sólo un proyecto ingenuo e improbable podría mantener a Berlín Occidental avituallado.
El primer plan, un convoy armado enviado por tierra, fue descartado por el riesgo de que derivara en un nuevo conflicto bélico sobre un territorio devastado, así que se optó por un puente aéreo con aviones de carga C-47.
La industria aérea se preparaba para aprovechar la inercia de los avances impulsados por la guerra y adaptar la tecnología de los bombarderos más pesados a la aviación comercial. El puente aéreo berlinés, que mantuvo a Berlín Occidental avituallado durante el bloqueo soviético, fue una prueba de fuego para la aviación moderna, al lograr entregar en el aeropuerto de Tempelhof 4.700 toneladas métricas diarias y 200.000 vuelos en total.
TIL when a car driver destroys a tree in San Francisco (which happens frequently), the city 1) doesn’t fine the driver for damaging/destroying the tree 2) doesn’t replace the tree. They rely on residents to plant a new tree and care for it. This is one reason SF has so few trees.
— Patrick Traughber (@ptraughber) August 15, 2019
En cambio, esta misma voluntad para lograr incluso lo que no se considera posible puede flaquear en el mantenimiento de lo mundano: el culto actual a la tecnología y la palabra comodín, la «innovación», no parece englobar en su expansiva definición el mantenimiento de las infraestructuras.
Mantener proyectos a escala de civilización
Mientras prestamos atención a la conducción autónoma, los cohetes espaciales reutilizables capaces de aterrizar en plataformas en alta mar, y alternativas de transporte de pasajeros más rápidas que el tren de alta velocidad, la deficiencia de las infraestructuras básicas afecta a millones de personas en los países desarrollados.
En Estados Unidos, muchos entornos metropolitanos se acercan al pleno empleo virtual; sin embargo, las condiciones de vida, y su percepción por parte de un porcentaje creciente de la población, no se corresponde con este supuesto período de prosperidad.
El coste de la sanidad y los estudios universitarios, así como las dificultades para alquilar o comprar una vivienda en regiones como la Costa Oeste, obligan a muchos jóvenes a permanecer en el núcleo familiar, mientras muchos individuos y familias se encuentran a una mensualidad salarial de un potencial desastre económico: una enfermedad, una baja laboral, la pérdida del empleo o cualquier otro imprevisto podría situar a millones de estadounidenses en riesgo de bancarrota o de pérdida de la vivienda.
En Los Ángeles, San Francisco, Portland y Seattle, el número de personas sin techo durmiendo a la intemperie alcanza cifras de epidemia, y ninguna medida cosmética logrará solventar un complejo problema que implica la gestión y percepción social de personas con riesgo de exclusión que afrontan a menudo problemas mentales y económicos, así como acontecimientos vitales traumáticos.
Otros factores, como el coste de la vida, los precios astronómicos del alquiler en zonas metropolitanas como la Bahía de San Francisco, así como la puntuación crediticia de personas a las cuales ni siquiera un empleo garantiza el acceso a una vivienda, son síntomas palpables de la cara menos amable del éxito de industrias que se agrupan en monocultivos de carácter exclusivo y excluyente, como la escena tecnológica en San Francisco y Silicon Valley.
Cómo hacer que la gestión de infraestructuras una prioridad
La percepción actual de «innovación» excluye el complejo sistema que permite mantener en buen estado, mejorar y adaptar a nuevos usos y riesgos climáticos infraestructuras de todo tipo, tanto viarias y de comunicaciones como energéticas, hidráulicas, de telecomunicaciones o de urbanismo e ingeniería civil.
¿Por qué la gestión de infraestructuras carece del atractivo de los grandes retos tecnológicos, tanto para la opinión pública como a ojos de la clase política?
La ausencia de un carácter novedoso o quimérico en el mantenimiento de lo que ya existe impide a la sociedad apelar a la épica para solventar lo que se percibe como arduo o implausible; del mismo modo, el mantenimiento de un estándar óptimo en servicios percibidos como básicos no aporta los réditos de popularidad que impulsan a menudo las grandes decisiones políticas estatistas en torno a planes de infraestructuras.
Asimismo, el golpe de efecto de la espectacularidad es más atractivo para el oportunismo político que lograr un servicio óptimo en infraestructuras a un coste sostenible a largo plazo.
Zimbabwe was once one of Africa's most industrialised nations. Now, electricity flickers just a few hours a day https://t.co/NyJ8EdEhaM
— The Economist (@TheEconomist) August 15, 2019
La épica del puente aéreo de Berlín para superar el bloqueo de la ciudad por tierra, o de la llegada a la luna (y, hoy, el sueño de los autos autónomos, la colonización espacial, etc.), contrasta en el imaginario con la indiferencia ante los planes de gestión y mantenimiento de infraestructuras básicas, el auténtico sistema nervioso del bienestar de las sociedades desarrolladas.
Sin embargo, teóricos del pensamiento de sistemas como el ecléctico Stewart Brand (autor de Whole Earth Discipline y fundador de The Long Now Foundation, que estudia fenómenos a escala de civilización), creen que la gestión de infraestructuras es el campo de pruebas ideal del pensamiento de sistemas que debería conducir a la humanidad a afrontar los retos perentorios con garantías.
Aprender de los mejores en mantenimiento y gestión de desastres: el caso de Holanda
A los efectos de la degradación cotidiana se unen las consecuencias de «externalidades» que ocurren con cada vez mayor asiduidad, tal y como refleja el nerviosismo de las agencias de percepción del riesgo y las compañías de seguro: polvorines geopolíticos, acontecimientos de clima extremo y tensiones por el acceso a los recursos demandarán niveles de resiliencia y de adaptabilidad muy superiores a la «stasis» o decadencia que se percibe en las infraestructuras básicas.
¿Cómo gestionar el complejo funcionamiento de las infraestructuras en un contexto cada vez más incierto? ¿Es posible evitar la degradación generalizada de carreteras y red ferroviaria, presas, redes de agua potable, electricidad y telecomunicaciones, puertos y aeropuertos? La respuesta evoca la frase del autor de ciencia ficción William Gibson:
«El futuro ya está aquí, aunque distribuido desigualmente».
Hay lugares en el mundo que han cultivado durante décadas (o, en casos extraordinarios, como la gestión forestal japonesa para evitar el agotamiento de los bosques autóctonos, durante siglos) una gestión resiliente de las infraestructuras, para afrontar con garantías retos climáticos y coyunturales con potencial catastrófico.
The essence of long-term thinking is maintenance.https://t.co/B6UCnMRIhI
— Stewart Brand (@stewartbrand) July 24, 2017
Holanda se ha convertido en un caso de estudio en los últimos años, tanto por su éxito económico sostenido como por la capacidad del país para mantener la amenaza sistémica de la «gran inundación» procedente del mar del norte desde inicios de la modernidad, cuando redes de bombas propulsadas por molinos de viento (es el caso de Kinderdijk) extraían agua de un interior costero que se encuentra por debajo del nivel del mar.
La gestión del agua de los holandeses logró tal refinamiento que el país desarrolló métodos de defensa de guerrillas contra las tropas españolas, francesas y alemanas en distintos momentos históricos, mediante el uso preciso de métodos de inundación que evitaran el avance de tropas y la propia lucha.
La fábula del niño que taponó con su dedo una fuga en un dique
Holanda ha diseñado sus infraestructuras con la visión a largo plazo que puede garantizar no sólo su buen estado, sino su propia supervivencia. Después de inaugurar la obra, una vez el rédito político ha quedado registrado en la prensa y en campañas de relaciones públicas, llega el momento importante para la sociedad holandesa: el mantenimiento. O, sintetizado en un titular por el New York Times en junio de 2017:
«los holandeses tienen soluciones para el aumento del nivel del mar; el mundo presta atención».
Sin ir más lejos, el mayor puerto de mercancías de Europa, el de Rotterdam, fue concebido, ampliado y mantenido según el pensamiento de sistemas asociado infraestructuras que el país desarrolló desde la Edad Media, y que parece sintetizar la fábula incluida en Hans Brinker o los patines de plata, en la que un niño observa una fuga en un dique, y decide evitar la degradación de la infraestructura tapando la fuga con uno de sus dedos.
La mentalidad holandesa ha desarrollado una cultura de resiliencia en la que los molinos de viento y diques de tierra han sido reemplazados en nuestra época por obras de ingeniería civil que permiten proteger el puerto de Rotterdam de las tormentas en el mar del norte con las gigantescas barreras mecánicas de Maeslant, así como por diques que incluyen carreteras en su extremo superior.
La estrategia de Holanda alcanza tales dimensiones que puede catalogarse como principal precedente de la geoingeniería, o planificación y mantenimiento de infraestructuras a gran escala concebidas y preparadas para absorber eventos catastróficos como grandes tormentas o el propio aumento del nivel del mar debido al cambio climático.
Mantener vs. abandonar: la crisis del agua corriente en Norteamérica
La cultura de drenaje y bombeo de agua originó también no sólo una gestión activa del territorio, sino su propia «creación» ex novo: los pólder son islas artificiales que surgieron gracias al uso de sistemas de drenajes y canales ya conocidos, pero no aplicados a gran escala.
El propio aeropuerto internacional de Ámsterdam, Schiphol, una de las infraestructuras más utilizadas de la UE, se halla sobre un pólder, o isla artificial ganada al mar gracias al drenaje y la consolidación del sistema de canales que rodean la zona.
¿Es posible aprender del modelo holandés de planificación a largo plazo y mantenimiento de infraestructuras? En Estados Unidos, hará falta más que un reportaje sobre Holanda en el New York Times para suscitar un cambio en la mentalidad de opinión pública y clase política que asociara «mantenimiento de infraestructuras» a éxito y pensamiento a largo plazo.
La cultura estadounidense todavía arrastra la mentalidad de Frontera que ocupa un territorio y lo mantiene hasta que los beneficios no cubren la parte más onerosa del mantenimiento de la comunidad: en ocasiones, el paso desde el estatuto de «boomtown» en potencia a pueblo-fantasma evoca el pasado colonial del país y a una percepción del territorio extractiva, propia de un Nuevo Hemisferio que ya no lo es tanto.
En Norteamérica, la crisis en la gestión de la red de agua potable y saneamiento condena a muchas comunidades a una incertidumbre cotidiana propia de países en desarrollo. La red de agua de boca en Flint, la séptima ciudad más poblada de Michigan y uno de los epicentros de la desindustrialización en la región de los Grandes Lagos, padeció una contaminación procedente de la red de agua y alcantarillado de la ciudad de Detroit.
El problema de la «pobreza sobre el abastecimiento de agua»
Una vez detectada la contaminación de la red de agua de Detroit, más de 6.000 niños habían sido expuestos a niveles de plomo peligrosos para la salud (el exceso de plomo en la sangre y órganos de un niño es responsable de trastornos del comportamiento y daños irreparables en el desarrollo del sistema nervioso).
La crisis en Flint se podría haber evitado con una correcta gestión del agua municipal en la región, pero la desidia, el desconocimiento y la ausencia de protocolos de mantenimiento impidieron el uso de sustancias para inhibir la corrosión de metales pesados en el agua, así como impedir la proliferación de bacterias que causó miles de infecciones, incluyendo una epidemia de diarreas y legionelosis.
La red de agua potable de Flint debería haber alcanzado niveles de salubridad tolerables a inicios de 2017, pero análisis independientes a inicios de 2019 todavía refutan las conclusiones oficiales. Cinco años después de detectar el problema, amplias zonas de Michigan carecen de una red de agua potable próxima a los estándares de infraestructuras análogas en cualquier país desarrollado.
Flint se ha convertido en el arquetipo de desastre propio de la dejadez y la ausencia de protocolos de mantenimiento y renovación en las infraestructuras de Estados Unidos. Sin embargo, fenómenos como la «inseguridad sobre el abastecimiento de agua» es un fenómeno extendido en amplias regiones y comunidades de Canadá y Estados Unidos, y el pobre estado y la ausencia de mantenimiento de los servicios básicos son fenómenos ligados a una práctica urbanística y de organización del territorio donde se practicó una exclusión social selectiva.
La «pobreza de fontanería» también existe
Los distritos menos prósperos de las grandes ciudades, donde se concentran viviendas de protección oficial y minorías, concentran un elevado porcentaje de fenómenos como la inseguridad sobre el agua, la infestación por roedores o la contaminación con plomo y otras sustancias nocivas.
Las comunidades y reservas de pueblos nativos americanos, bregan con fenómenos enquistados como las adicciones, la degradación de la salud física y mental, el maltrato familiar y la violencia policial; asimismo, muchas de estas comunidades carecen de red de agua potable.
A escasos 90 minutos de Toronto, capital de la región más dinámica y próspera de Canadá y una de las urbes de Norteamérica con mejores perspectivas económicas y de nivel de vida para los próximos años, los habitantes de la reserva de Grand River carecen de red de agua potable y saneamiento, lo que condiciona el desarrollo y el riesgo de exclusión social de sus habitantes.
Iokarenhtha Thomas, madre de cinco hijos en Grand River, habló con The Guardian en octubre de 2018 para denunciar la precariedad en la que habita su familia y comunidad mientras, al mismo tiempo, una subsidiaria de Nestlé recupera a diario millones de litros de agua de los manantiales de la zona, para envasarlos y venderlos en el mercado norteamericano.
Los residentes de Grand River son conscientes de que la ausencia de servicios básicos condiciona tanto la higiene como la salud y el comportamiento de sus hijos, que interiorizan limitaciones propias de un país en desarrollo en uno de los lugares más prósperos y loados en todo el mundo, tanto por su tolerancia como por su calidad de vida.
Extraer agua mineral de una reserva nativa sin agua corriente
El experto en urbanismo y ensayista Richard Florida aporta datos acerca de la extensión del fenómeno de la inseguridad sobre el acceso a agua corriente que ofrezca garantías sin paliativos en determinados códigos postales de Estados Unidos. En un artículo para Citylab, Florida se hace eco de un estudio publicado recientemente que estipula en 460.000 los hogares sin acceso a agua corriente en el país, fenómeno que afectaría a, al menos, 1,5 millones de personas.
El estudio estipula el acceso deficiente o inexistente a agua corriente cuando los hogares carecían de alguno de los tres elementos: agua corriente caliente y fría; sistema de saneamiento con inodoro de cisterna de agua; y bañera o plato de ducha ducha en el interior de la vivienda.
Los hallazgos del estudio, elaborado por Shiloh Deitz y Katie Meehan, geógrafos de la Universidad de Oregón, estipulan dónde esta «pobreza de fontanería» (o pobreza de acceso a servicios sanitarios básicos) es más apremiante: los hogares de nativos americanos tienen 3,7 veces más posibilidades de carecer total o parcialmente de servicios básicos; el 16,6% padecen deficiencias en servicios básicos, por un 12,8% de todos los hogares; y los hispanos concentran un 16,7% de los hogares con servicios básicos incompletos o deficientes.
Por perfil socioeconómico, los hogares con menos ingresos concentran la mayor parte del fenómeno de la inseguridad sobre el agua en Estados Unidos. En cuanto al régimen de tenencia, no sorprende que sean los hogares de protección oficial y en régimen de alquiler los que concentren un mayor número de irregularidades.
Desventajas de país en desarrollo en las regiones más prósperas
La inseguridad sobre el agua es especialmente problemática para los niños y las personas dependientes, y el fenómeno tiene también un impacto sociológico y anímico: las casas baratas prefabricadas, o «tract-homes», así como las caravanas estáticas y caravanas móviles que se agolpan junto a estas en parques de remolques («trailer parks») en forma de ciudades efímeras con apenas electricidad y servicios básicos compartidos, concentran un estigma social que se traslada a la percepción socioeconómica y la cultura popular.
La popularidad de fenómenos que documentamos en *faircompanies, como el autodenominado movimiento de las casas pequeñas, muestran el rol creciente de la creatividad y una interpretación sin estigmas de conceptos como la vida sencilla, el minimalismo o el nomadismo moderno.
Mientras la zonificación trata de adaptarse a nuevas realidades y necesidades, la innovación en urbanismo y viviendas se produce tanto en el extremo más reducido del espectro residencial (con viviendas móviles que carecen de estatuto de viviendas y no están ancladas en una propiedad, según el modelo tradicional), como en los proyectos a gran escala, capaces de experimentar con ciudades ex novo.
El reto de crear interés público por el mantenimiento óptimo de infraestructuras básicas
Quizá, uno de los modos de aumentar la resiliencia y adaptabilidad a nuevas situaciones climáticas y sociales, pase por aumentar la flexibilidad y la creatividad con el diseño de viviendas reducidas (móviles o estáticas), así como por el uso creativo e inclusivo de terrenos públicos y terrenos privados temporalmente disponibles en régimen de alquiler usufructuario.
Quizá estemos a tiempo de diseñar localidades intencionales en las que sea posible combinar servicios básicos de calidad con un uso flexible del espacio, para aplacar así retos sociales perentorios sin necesidad de transformar la legislación o aguardar a que la zonificación se ponga a la altura de las necesidades de la totalidad de una comunidad, y no sólo de los propietarios más veteranos y asentados.
Quizá el problema del acceso a la vivienda deba solventarse desde un punto de vista distinto al que generó la situación actual. Quizá nos falte inspirarnos en un pensamiento de sistemas como el promovido por Stewart Brand a través de su ensayo How buildings learn o de su fundación The Long Now, o una mentalidad atenta al mantenimiento colectivo de un territorio y de una civilización, tal y como se ha logrado en Holanda.
Sin renunciar a prosperidad ni a individualismo.