El estudio de la victimización, fenómeno también conocido como mentalidad de asedio, debería ser prioritario en sociología, dado el eco que ha encontrado en foros de Internet y el asociacionismo exclusivista que muchos tienen interés en llamar «sociedad civil».
Las dificultades coyunturales o fenómenos como cambios profundos en la vertebración de una sociedad (o su erosión), son hoy más fáciles de medir que nunca, gracias a la segmentación de las herramientas publicitarias de las redes sociales y el análisis de macrodatos, ya sea propio o encargado a empresas especializadas.
Algunos foros, sitios abiertamente extremistas y grupos privados de redes sociales y aplicaciones de mensajería se han convertido, explica el ensayista italiano Giuliano da Empoli citando a la ensayista francesa Marylin Maeso, en «un club de la lucha para cobardes»: el lugar para demostrar un radicalismo con estética de «squadrismo» de la época de entreguerras, desde la soledad de la habitación.
Muchos movimientos populistas actuales cuentan con una capacidad de movilización efectiva, y una simple consigna permite organizar ataques en grupo a perfiles en redes sociales de personas percibidas como blanco de una acción; y, en el peor de los casos, las amenazas en línea se extrapolan al mundo real.
Trabajadores de vanidad en World of Warcraft
El fenómeno de la victimización a gran escala es tan sencillo como efectivo, y requiere un único ingrediente imprescindible: el descontento, más o menos generalizado, entre amplias capas de una sociedad donde se producen cambios —reales y percibidos— que enturbian las perspectivas de futuro.
A Steve Bannon, que trata de mantener su relevancia asegurándose fotos periódicas con líderes «iliberales» en boga, le bastó una experiencia empresarial en Asia en 2005 para cambiar de parecer sobre Internet.
Entonces, dejó Hollywood, donde se había asentado tras su trayectoria en la banca inversora y en proyectos de investigación, para trabajar en el mundo de los videojuegos en Hong Kong.
La actividad consistía en crear una economía paralela en torno al videojuego en línea World of Warcraft, en el que los jugadores deben requieren tiempo y destreza para acumular premios. La empresa de Bannon había reclutado a una legión de jóvenes asiáticos dispuestos a pasarse la jornada en ese mundo paralelo, ganando los tókenes que luego se revendían a los jugadores occidentales más perezosos, interesados en acumular los trofeos sin el esfuerzo asociado.
La polémica en torno a la actividad de esta empresa condujo, poco después, a su suspensión, pero Bannon había aprendido algo que lo condujo a cofundar, dos años más tarde, Breitbart News: había millones de usuarios en la Red que vivían una existencia anodina y solitaria, comprometidos únicamente con las comunidades cibernéticas a las que pertenecían.
Graneros de frustración e «ingenieros del caos»
Estos «graneros de frustración» concentraban a usuarios de videojuegos, redes sociales y sitios porno, a los que se podía manipular fácilmente. Esta fue la convicción temprana del que posteriormente se convertiría en uno de los ideólogos de la «derecha alternativa» estadounidense.
Y, desde sus polémicas públicas con Trump y Robert Mercer, propietario de Cambridge Analytica, aspirante a ideólogo de los movimientos iliberales europeos. El caladero, cree Bannon, está presto para la explotación, pese al patinazo de Salvini en Italia.
La mentalidad de rebaño y la mentalidad de asedio son hipótesis sociológicas que nunca se han sostenido tan bien como en la actualidad, gracias a fenómenos como la memética, el efecto de red, el rastreo de datos y los contenidos personalizados.
El gregarismo se refuerza sobre sí mismo al poder definirse contra un enemigo desnaturalizado. Mentalidad de rebaño y de asedio irían de la mano cuando las dificultades convergen, en una tormenta perfecta, con el potencial de Internet para convertir la rabia en grupos de choque en el mundo virtual y el físico, y transformar el descontento acumulado en acción política contra el «poder establecido».
El ensayista Giuliano da Empoli, antiguo asesor de Matteo Renzi y conocedor de los entresijos de la política italiana (que él mismo describe, con conocimiento de causa, como «El Silicon Valley del populismo») expone los entresijos de este proceso en Les ingénieurs du chaos.
El oficio de tergiversar
¿Qué pensaba Elisabeth Förster-Nietzsche de la obra filosófica de su hermano, antes de dedicar su vida a tergiversar sus escritos —los ya publicados y los inéditos—?
La fundadora —junto a su marido, el nacionalista Bernhard Förster— de la colonia Nueva Germania, acomodó lo máximo posible las reflexiones del filósofo al ideario nazi; pese a poner el empeño de una vida, Förster-Nietzsche fue incapaz de tergiversar las reflexiones del filósofo, un europeo convencido, acerca de los riesgos de la mentalidad de rebaño y el gregarismo que alimentan el cerrojo nacionalista.
Fue posible, sobre todo, gracias a la dedicación de Walter Kaufmann, que tradujo la obra de Nietzsche de nuevo al inglés, en el orden preferido por el autor y sin los añadidos interesados que se habían realizado sin el consentimiento del filósofo, ya enfermo.
Al sentirse atacados, los grupos que alimentan el victimismo entre sus integrantes asumen el compromiso del sacrificio, pues el único modo de superar el riesgo procedente del enemigo identificado es su aniquilación. Nietzsche dedicó textos como «La genealogía de la moral» a denunciar este riesgo en los movimientos políticos alimentados por el idealismo, desde el nacionalismo al materialismo dialéctico.
En el momento oportuno —el número suficiente de desesperados fácilmente manipulables, el líder astuto sin escrúpulos para aprovecharlo—, el gregarismo de la sociedad de masas se giraría en contra de cualquier enemigo señalado. Los panfletos de finales del XIX se convertirían, a inicios del siglo XX, en agitación propagandística y medios de masas. El filósofo moriría sin saber que sus propios textos, debidamente «reinterpretados», inspirarían el nacionalismo más fanático e intolerante de un siglo trufado de aberraciones a gran escala.
El ciclo de las conspiraciones: de los protocolos de Sion al gran reemplazo
En la actualidad, 3 décadas después del derribo del Muro de Berlín, la historia parece estar de vuelta, y los únicos grupos políticos que conciben su acción actual a escala europea e incluso global son los populistas dispuestos a sustituir el «poder establecido» por líderes iliberales. En Alemania, el partido de extrema derecha AfD gana votos en los länder del Este.
El tufillo «völkisch» ha dejado de estar circunscrito a un puñado de neonazis, y la teoría del «gran reemplazo» del francés Renaud Camus —citado por Steve Bannon y por los seguidores más mediáticos de Donald Trump—; se trata de una teoría conspirativa según la cual las élites mundialistas estarían reemplazando a la población autóctona europea con inmigrantes, campa a sus anchas en foros ultra de todo el mundo.
Este auge de los valores iliberales no se nutre únicamente del descontento acumulado. Asistimos, o así lo creen analistas y algunos filósofos de renombre, a un proceso de deterioro de los valores de la Ilustración, empezando por su propia teoría del conocimiento.
Las teorías conspirativas avanzan pese al absurdismo que representan debido a la desconfianza de capas de la sociedad a cualquier marco de conocimiento que justifique la existencia de expertos en la materia.
El momento de los hechiceros y el pensamiento de grupo
Algunos intelectuales «anti-stablishment» aprovechan dificultades reales de la práctica científica actual, como la crisis de replicación que afecta a muchos estudios, para enmendar la totalidad y tirar por la borda consensos hasta hace poco incuestionables como la confianza en la democracia representativa y la separación de poderes en un marco de libertades equilibrado y funcional como el sistema político más justo y cuidadoso a la hora de armonizar libertades individuales y colectivas, voluntad de la mayoría y protección de las minorías.
Este humanismo reglado y con base científica hace aguas, y pseudo-intelectuales como Renaud Camus y Jordan Peterson venden libros gracias al desconcierto reinante, especialmente atractivo para que cale el discurso rompedor de quienes no dudan en usar el populismo y pedir el voto «en contra» de la vieja política, los expertos, el poder establecido. Hay muchos pretendientes a tergiversar el análisis y la fuente de los problemas de hoy, y muchos aprendices de brujo que pretenden hacer creer a la gente que hay soluciones fáciles a cuestiones complejas. Muchos aprendices de Förster-Nietzsche.
Los mismos mecanismos observados en movimientos sociales y política, tales como la instrumentalización foros y redes sociales para aglutinar a un núcleo de seguidores fanáticos (quienes buscan sustituir la confusión y atomización de valores reinante por ideales con rango de culto), se reproducen también en otros ámbitos, desde el asociacionismo al mundo empresarial.
El fenómeno no es nuevo, y está asociado a un viejo riesgo que afecta a todo tipo de organizaciones —universidades, centros de investigación, departamentos gubernamentales, empresas—: el «pensamiento de grupo», o más bien rebaño, «groupthink» en inglés.
Beberse el Kool-Aid
El pensamiento de grupo tiene lugar cuando un grupo de personas antepone el fin a los medios y decide amoldarse a una cultura tóxica y disfuncional porque ha sido convencido de que se trata del único modo de lograr el objetivo.
A menudo, los más leales y gregarios optarán por su supervivencia y avance dentro de este entorno autodestructivo, y evitarán cualquier confrontación con la dirección que ponga en juego sus perspectivas en la empresa. En otros casos, será la propia dinámica de refuerzo y autoconvencimiento en el seno de estos grupos, que se comportan internamente como cultos, lo que llevará a los más débiles y menos preparados al convencimiento fanático.
El fenómeno es tan reconocido que, en Estados Unidos, la expresión «drinking the Kool-Aid» hace más referencia a los riesgos del pensamiento grupal y al fanatismo que al evento cultista que la originó. En 1978, el líder de la secta Tempo del Pueblo, Jim Jones, condujo al suicidio colectivo a sus seguidores más fanáticos en comunidad que habían construido en Guyana.
El poder de convicción y estatuto de líder del culto fanático que dirigía, así como una sofisticada estructura basada en la dependencia y las amenazas, llevó a sus seguidores a «beberse el kool-aid», una bebida con sabor a uva y grandes dosis de cianuro.
«Groupthink»: gregarismo tóxico y postmodernidad
El nivel de ilusión del engaño se sintetiza en el convencimiento de los niños y adultos que iban a morir debido al delirio del líder de la secta. Jones había insistido en que «la muerte es sólo un tránsito hacia otro nivel». Para Jim Jones, que falleció en el suicidio colectivo no sin antes asegurarse de que la mayoría de sus seguidores fanáticos cumplían las órdenes, no se trataba de un suicidio, sino de un «acto revolucionario».
Poco más de treinta años antes, Adolf Hitler y Eva Braun se habían suicidado en el búnker de la cancillería del Reich, en Berlín, usando cianuro. Joseph y Magda Goebbels decidieron demostrar su fidelidad a un Tercer Reich colapsado poniendo fin a su vida y a la de sus seis hijos.
El pensamiento de grupo no muestra siempre la cara más delirante del fanatismo, presente en eventos como la serie de asesinatos de la secta de Charles Manson que condujeron a la detención de éste, tras la muerte de siete personas.
Un profesor de Yale y Berkeley, el psicólogo Irving Janis, desarrolló a finales de los 60 la hipótesis del pensamiento de grupo; Janis ya era por entonces un experto en una dolencia surgida en el ambiente próspero y competitivo que siguió a la II Guerra Mundial, el estrés.
Su teoría del pensamiento de grupo describía los errores sistemáticos que llevan a grupos de distinta naturaleza a realizar decisiones colectivas catastróficas, llevados por una cultura gregaria y por la propia inercia de los sistemas de culto e interdependencia desarrollados.
Síntomas de que el pensamiento de grupo presenta un riesgo
Janis condensó la hipótesis en 8 características principales, especialmente relevantes en el clima político y corporativo actuales, así como en un contexto de atomización y desorientación del sistema de valores de la mayoría.
Los dos primeros rasgos del pensamiento de grupo están asociados con el exceso de confianza en uno mismo y en la propia capacidad del grupo; los dos siguientes son una consecuencia de los iniciales, al producirse una visión de túnel sobre la realidad que magnifica algunos elementos y desestima el resto; los últimos cuatro puntos establecen los mecanismos de compromiso y conformidad con la actuación del grupo, su deriva y las consecuencias de ésta:
- Ilusión de invulnerabilidad;
- Creencia en la moralidad inherente del grupo;
- Racionalización colectiva;
- Victimización a través del uso de estereotipos de personas o entidades ajenas al grupo, que pierden su carácter humano;
- Autocensura;
- Ilusión de unanimidad;
- Ejercicio de presión sobre los disidentes;
- Guardaespaldas voluntarios, que impiden que la dirección se pueda enfrentar a ideas contradictorias y cualquier ejercicio de crítica constructiva.
Cuando observamos que los líderes iliberales de la actualidad se rodean de fanáticos incapaces de actuar de acuerdo con sus propias convicciones y se limitan a adorar a su dirigente, comprendemos que el pensamiento de grupo no depende únicamente del sentimiento de vulnerabilidad y peligro si uno decide llevar la contraria, como a buen seguro ocurría a los colaboradores de Iósif Stalin, muchos de ellos víctimas de la Gran Purga que habían concebido y ayudado a ejecutar.
¿Antídotos contra el victimismo y el culto a charlatanes?
No hay soluciones milagro para reestablecer relaciones basadas en una moralidad y teoría del conocimiento asociadas a valores ilustrados como el humanismo, la evidencia científica y la mejora de conjeturas a partir de la experimentación (el ensayo y error originado como método por los presocráticos, reforzado en la Ilustración y enmendado por el racionalismo crítico en pleno siglo XX, gracias a aportaciones como la hipótesis falsacionista de Karl Popper).
Más allá de los tecnicismos, nos ocupan las consecuencias del gregarismo tóxico en la vida real, ya sea en el seno de poblaciones, movimientos sociales, sistemas corporativos, partidos políticos o, en Internet, redes sociales y foros que influyen desde la penumbra.
12 Angry Men (12 hombres sin piedad, 1957), una película de Sidney Lumet con guión de Reginald Rose protagonizada por un mayestático Henry Fonda, afronta el problema del pensamiento de grupo y muestra su antídoto de un modo más efectivo que cualquier tratado filosófico.
Asistimos a la sala de deliberación del jurado de un juicio con vista pública. Doce hombres de distinta condición deben decidir su un joven es culpable o no del asesinato de su padre. La presión es palpable desde el inicio, pues las pistas parecen apuntar en efecto a la autoría del joven.
El deseo de abandonar la sala y la naturaleza intransigente de los líderes naturales del grupo (aparentemente, los que muestran mayor agresividad), genera un pensamiento grupal que acelera la deliberación y la decanta hacia la culpabilidad sin paliativos del sospechoso, hecho que lo enviaría a la silla eléctrica.
El octavo miembro del jurado
Un único miembro del jurado, protagonizado por Henry Fonda, mostrará su escepticismo desde el inicio. Su cautela y su insistencia inicial (reitera un «No lo sé» que desquicia a los más agresivos, replegados en torno a un tipo duro interpretado por Lee J. Cobb) forzará una reflexión racional de los pormenores del asesinato.
Henry Fonda, el miembro número 8 del jurado, será el único en tener en cuenta todos los argumentos y no pesarlos por su apariencia, sino por la evidencia; el análisis de cada hecho deliberado conducirá a nuevas posibilidades, lo que conducirá al jurado a conformar un complejo contexto en el que lo que antes parecía claro (la culpabilidad del muchacho) ya no lo es tanto.
Al final, el racionalismo crítico del miembro número 8 convencerá a la mayoría suficiente de miembros del jurado para parar una injusticia. El joven resulta no ser culpable y no es ejecutado por error.
Nos adentramos en tiempos en los que deberemos, más que nunca, ejercitar nuestra paciencia, racionalismo crítico, escepticismo. El modo más complejo de avanzar en situaciones atascadas consiste en hacerlo de manera racional, un tipo de deliberación que nos ha mostrado sus ventajas desde la Antigüedad clásica.
Ciudadano número 8. Quizá requiera mayor esfuerzo que el puñetazo sobre la mesa, pero puede alejarnos del precipicio individual y colectivo.
Mi recomendación cinematográfica para los días de recogimiento que se acercan es 12 hombres sin piedad.
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