A inicios de la pasada década, se repetían los mensajes y acciones simbólicas para revertir los peores efectos del aumento de temperaturas. Se pedía un compromiso radical a gran escala y aumentaba la concienciación sobre un modelo de civilización basado en el crecimiento que no se responsabiliza de sus externalidades.
En 2020, la inercia que tanto inquietaba no sólo se ha frenado o revertido, sino que a los temores de entonces añadimos ahora el aumento de las teorías conspirativas carentes de base científica, del populismo y de gobiernos de tendencia iliberal que usan su escepticismo con respecto a la catástrofe climática para afianzar una popularidad reaccionaria entre su base electoral.
Bushfires usually start in October, when Australians are preparing for the southern hemisphere’s summer. In 2019 the season began in July https://t.co/mi3WqlITrv
— The Economist (@TheEconomist) January 1, 2020
Los ataques de la Administración Trump a las regulaciones medioambientales y la inacción de Jair Bolsonaro ante los incendios de la Amazonia entre enero y septiembre de 2019, han quedado sepultados por otros eventos; no obstante, marcan tanto el fondo como el tono del final de una década que acaba tratando de imponer, una vez más, el pragmatismo de la macroeconomía a cualquier otra consideración.
¿Felices años 20?
Ha pasado un siglo desde el inicio de los “felices” años 20. Apenas un lustro después del fin de la Gran Guerra, que había dejado una profunda secuela humana y material, la Generación Perdida se aventuraba en las calles de París gracias a la fortaleza del dólar y la austera gravedad cedía el paso al hedonismo de la experimentación.
Con sus revoluciones proletarias y una guerra mundial, la década de 1910 constituía el prólogo no sólo ya de la década siguiente, sino que marcaba el tono del siglo. Los años 20 del siglo pasado acabaron con otro acontecimiento traumático a escala global, el crack del 29, que devolvería el sufrimiento, propulsaría la hiperinflación y allanaría el terreno al ascenso de Adolf Hitler.
¿Qué podemos decir de nuestro siglo? La década de 2010 empezó con una fuerte crisis económica y de confianza en las instituciones en varios países desarrollados; un lustro después, los editorialistas afirmaban que las penurias no habían allanado el terreno al populismo.
“Australia is the canary in the coal mine,” David Karoly, a top climate researcher at the University of Melbourne, told me nearly a decade ago. “What is happening in Australia now is similar to what we can expect to see in other places in the future.”https://t.co/owh6Xz9Mee
— Jeff Goodell (@jeffgoodell) December 31, 2019
La década cierra, sin embargo, con una desconfianza más o menos generalizada en las instituciones democráticas, una popularidad sin precedentes de los «hombres fuertes» en democracias consolidadas, un mal sabor de boca propio del fatalismo del eterno retorno: la década de 2020 se abre con un auge del populismo, la inacción climática y perspectivas más bien sombrías sobre la geopolítica mundial.
Así lo creen, entre otros, el periodista británico Thimothy Garton Ash, experto en política europea, y el activista árabe İyad el-Baghdadi.
De Paradise a Balmoral
La década de 2010 cierra con una catástrofe natural más, un gigantesco incendio en Australia, recordatorio de que los eventos extremos acrecientan su virulencia cada año que pasa, en el contexto del cambio climático. No importa lo lejos que nos sintamos de Australia, tanto anímica como geográficamente.
El hecho de que los fuegos el sureste de la isla continente, donde se concentra la mayoría de la población, de que el fuego haya destruido 4 millones de hectáreas de vegetación (equivalente al área conjunta de Mallorca, Menorca e Ibiza, o a más de 7 Singapur), no ha ayudado a generar la atención merecida al evento, acrecentado por días en los que todos los Estados de Australia superan los 40 grados Celsius de temperatura diurna.
El megaincendio que padece Australia ha empequeñecido la cadena de incendios que padeció California en 2018; sólo en Nueva Gales del Sur, el Estado de Sídney, han ardido desde julio de 2019 más de 3 millones de hectáreas (las previsiones hablan de hasta 6 millones hectáreas, o 15 millones de acres) por 1,8 millones de hectáreas en California durante todo 2018.
When Brueghel meets the anthropocene. Extraordinary photo by Alex Coppel of bushfire evacuees on the beach at the usually sleepy Malua Bay. pic.twitter.com/4xEdTuOXz0
— Mireille Juchau (@MireilleJuchau) January 2, 2020
Y, si Paradise, la pequeña localidad del norte de California, se convirtió en noviembre de 2018 en símbolo de una nueva era de incendios en la Costa Oeste de Estados Unidos, ahora le ha tocado a Balmoral, al suroeste de Sídney, pasto de unas llamas exacerbadas por los vientos y temperaturas infernales (22 de diciembre de 2019).
La importancia de los símbolos
Es sencillo olvidar la escala de los eventos citados. En Australia, se han observado frentes de llamas de más de 70 metros de altura (el punto más alto de la icónica ópera de Sídney alcanza los 65 metros); asimismo, en la última semana de 2019 se registraron fuegos en toda la isla.
Los incendios de 2018 en California sumieron al Estado más rico y poblado de Estados Unidos en una emergencia seguida de autocrítica con respecto a su diseño urbanístico y a la gestión negligente de su red eléctrica, un servicio esencial tratado como «commodity» (poco rentable y de escaso interés), con una red obsoleta y en manos privadas que no puede mantener sus repetidores en funcionamiento durante las olas de calor sin disparar el riesgo de incendio.
La gran diferencia entre ambos fenómenos es la apatía mediática global con respecto a los eventos de estos días en Australia, tal y como expone David Wallace-Wells en el New York Magazine. De poco han servido las imágenes post-apocalípticas y dominadas por el ocre marciano, en las que se observan grupos de personas que tratan de refugiarse de las llamas y el humo en las playas australianas.
Ni siquiera la amenaza de las llamas sobre las Blue Mountains, la zona montañosa declarada Patrimonio Mundial, en la que ya se han quemado 64.000 hectáreas, han servido para atraer la atención. Asimismo, 30.000 residentes y turistas han sido evacuados de otro sitio turístico, las montañas de East Gippsland, en el Estado de Victoria, cuyos bosques de eucaliptos hacen también frente al fuego.
El canario en la mina
Los incendios de las amplias zonas semiáridas de Australia, dominadas por arbustos y plantas leñosas, son un fenómeno corriente durante el verano austral; sin embargo, en los últimos años la temporada de fuegos se ha adelantado cada vez más (a julio o incluso junio, cuando en el pasado empezaban a finales de octubre, con las primeras olas de calor) y, sobre todo, se ha incrementado en número y virulencia.
I can't really wrap my head around half a billion animals dying. https://t.co/XHcGfvLjuO
— David Roberts (@drvox) January 2, 2020
La relación entre el aumento de las temperaturas y más y mayores incendios transformará en los próximos años el estilo de vida de los australianos. La legendaria tolerancia «aussie» a los retos del entorno (descrita por Bill Bryson en su ensayo In a Sunburned Country) se pondrá una vez más a prueba.
Ha pasado también una década, explica el ensayista y reportero estadounidense de Rolling Stone Jeff Goodell, desde que quedara claro para los científicos del clima que lugares como Australia se convertirían en los primeros en padecer el recrudecimiento de los patrones climáticos derivados del aumento de las temperaturas.
Goodell ha rememorado su artículo de 2011 para Rolling Stone, cuyo título alarmista (Cambio climático y el fin de Australia) escondía un trabajo bien documentado y entrevistas con expertos como David Karoly, investigador de la Universidad de Melbourne.
Hace 10 años, Karoly explicaba a Goodell que, en efecto, Australia es uno de los «canarios en la mina de carbón», el prólogo de lo que está por llegar:
«Lo que está ocurriendo en Australia ahora [inicios de la década de 2010] es similar a lo que podemos esperar ver en otros lugares en el futuro».
Dante en las antípodas
Lechos de ríos que se secan con mayor facilidad y, a la vez, inundaciones más frecuentes debido al aumento de las tormentas, arrecifes de coral que pierden biodiversidad, veranos australes marcados por oleadas generalizadas de incendios… La tendencia es clara e indica un empeoramiento a medida que aumentan las temperaturas y los océanos se acidifican.
El Financial Times resume 2019 en 10 gráficos que han impactado de un modo u otro; el gráfico dedicado al medio ambiente escenifica cómo lo que hasta hace poco eran eventos extraordinarios se hacen más frecuentes y violentos. Un mapa mundial muestra los numerosos puntos costeros en todos los continentes en los que aumentos repentinos del nivel del agua, antes acaecidos una vez por siglo, se producirán al menos una vez al año en 2100.
Como aclara David Wallace-Wells, Australia no sólo convive con el recrudecimiento de numerosos eventos de clima extremo, sino que parece sumida en las contradicciones de nuestra época, que podrían acentuarse en la década entrante: a medida que aumentan las catástrofes climáticas, lo hace también la militancia contra el activismo climático y medioambiental.
Un primer ministro que no cree en lo que debe gestionar
Sin ir más lejos, el primer ministro australiano, Scott Morrison, se sirvió en 2018 de una campaña electoral abiertamente contraria a cualquier acción favorable a reducir las emisiones de Australia o a mitigar los efectos del cambio climático en el país. La campaña dio sus frutos y ganó las elecciones.
Es también un signo de nuestro tiempo. Padecer los efectos del recrudecimiento climático y, a la vez, votar por un halcón imitador de los «hombres fuertes» de nuestra época, empecinado en menospreciar cualquier evidencia científica que asocie calentamiento global y recrudecimiento climático en Australia.
Yesterday, I published an essay on the deeply distressing global indifference to the now months-long fire disaster engulfing Australia. But, as some of the response to the column reminded me, there was one additional, troubling aspect to that response I left out. (1/x) https://t.co/uEN9tZxx7U
— David Wallace-Wells (@dwallacewells) January 1, 2020
Como especie, la coherencia no parece ser nuestro fuerte.