A mediados del siglo XX, el diseñador y arquitecto francés Jean Prouvé trató de crear casas precisas, cómodas y económicas cuyos componentes modulares pudieran fabricarse en cadena, con la intención de facilitar el acceso a la vivienda y mejorar las condiciones de vida de la sociedad de posguerra.
La idea, a la vez ingenua y ambiciosa, era técnicamente posible; el diseñador y arquitecto, que se percibía a sí mismo como trabajador manual, había coordinado el diseño de los modelos y fabricado el armazón metálico que sostenía el pabellón modular para sus viviendas modernas.
Su fábrica, en el noreste francés, contaba con la inversión y los operarios para hacer frente a la primera demanda de viviendas prefabricadas. Sin embargo, Ateliers Jean Prouvé tuvo que conformarse con un puñado de pedidos y trabajos específicos para administraciones y organizaciones contra la exclusión como el movimiento Emaús del Abbé Pierre.
Un verso libre en una ciudad de planificación centralizada
Prouvé había tratado de liberar la vivienda de sus viejas inercias, a partir de diseños y materiales que permitieran espacios diáfanos, luminosos y ventilados.
Al considerar que la arquitectura moderna podía acercarse al gran público, tal y como estaba logrando el automóvil, el diseñador francés aspiraba a crear una vivienda precisa y asequible.
¿De dónde partían las aspiraciones de Prouvé? ¿Por qué un diseñador nacido en un entorno intelectual y parisino (arquetipo del ideal europeo de urbanismo planificado y sujeto a unos cánones) reivindicaba el potencial del trabajo manual y la fabricación en cadena para producir viviendas como objetos de consumo?
El París de la infancia de Jean Prouvé
El contexto parisino en que había nacido Prouvé: empezaba el siglo XX en París. La ciudad había celebrado su última Exposición Universal un año antes, en 1900. Espoleadas por la economía y la ciencia ficción, las bellas artes y artes aplicadas flirteaban como nunca con la idea de progreso.
Jean nacía en 1901, el segundo de siete hijos de una familia de artistas, el pintor modernista Victor Prouvé y la pianista Marie Duhamel. Paris mantenía su atracción y estatuto de capital artística, científica y tecnológica, y la familia encajaba en el molde.
Desde el punto de vista urbanístico y arquitectónico, París había evolucionado desde el reinado Luis XIV con el objetivo de la racionalización.
Después de la Revolución, las intervenciones habían proseguido con cada generación: infraestructuras a cielo abierto o en el subsuelo, zonas monumentales diseñadas de cara a su relación en perspectiva y, con Haussmann, una trama de bulevares que estuviera a la altura de las aspiraciones ilustradas.
La reacción contra el progreso fue artística, pero también de la población: como ocurrió en Barcelona con el plan Cerdà, los parisinos que asistieron al cambio promovido por el barón Haussmann durante el Segundo Imperio (después de las repercusiones políticas y sociales de la Comuna de París) criticaron y despreciaron con vehemencia la nueva ciudad de trama regular y grandes bulevares, descrita en la prensa de la época como «vulgaridad triunfante».
La ciudad y sus habitantes
Tras las revueltas posteriores a la traumática derrota bélica contra Prusia, el Estado francés ordenaba al pintor Gustave Courbet pagar los desperfectos causados por el derrocamiento de la columna Vendôme. La ciudad seguía siendo el escenario de los grandes movimientos y revueltas, tal y como Victor Hugo había subrayado en Los miserables (1862) que sucedería.
El poeta simbolista Charles Baudelaire había llorado la desaparición del París irregular que habían recorrido Voltaire y Desmoulins, pero los viejos ecos contestatarios habían dado paso, medio siglo después, a la celebración de nuevas calles y avenidas surgidas a expensas de descampados, espacios de transición, viejos burgos superpoblados y zonas anejas a los parques Monceau y de Luxemburgo.
La primera línea del metro parisino se había inaugurado en julio de 1900 con motivo de la Exposición, el centro de la ciudad concentraba a comerciantes, profesionales, funcionarios, artistas y familias pudientes, mientras que los barrios periféricos concentraban, hacia el este y el sur, los arrabales de los obreros y clases populares que mantenían la ciudad en funcionamiento.
Un refugio creativo durante la Gran Guerra
París, una ciudad que parecía ya acabada, con sus viejos y nuevos monumentos, racionales barrios burgueses, paseos donde los carruajes convivían con los primeros automóviles y parques para el paseo dominical en las inmediaciones, hacia el este (bosque de Vicennes) y el oeste (bosque de Boulogne), serviría de entorno del niño Jean Prouvé.
Nacer en la ciudad que había redefinido el urbanismo de acuerdo con las aspiraciones racionales y estéticas de la Ilustración no impidieron a Jean Prouvé ver el otro lado de la vía del tren, así como los arrabales populares y la Francia rural.
Al inicio de la Gran Guerra, Jean Prouvé pudo estudiar en la Escuela de Nancy, un taller y movimiento artístico de art nouveau del que su padre formaba parte, que trataba de recuperar la calidad artesanal de las artes aplicadas en un momento en que se aceleraban los procesos industriales, a medida en detrimento de la personalización y la apreciación por el detalle de oficios menestrales que habían evolucionado durante siglos.
En paralelo, las vanguardias se alejaban poco a poco del preciosismo barroco de los estilos Segundo Imperio y modernista, una evolución hacia la floritura que también había seguido el influyente movimiento Arts and Crafts inglés.
El nacimiento de una fábrica de muebles… y casas
Para Prouvé, los años de formación en la escuela de artes aplicadas supusieron el acceso ilimitado a técnicas y materiales para fabricar objetos de arte y sus extensiones utilitarias en el mundo real: mobiliario y viviendas.
En Nancy, alejado de un escenario urbano y arquitectónico sometido a la planificación centralizada como París, el joven Prouvé eludió la teoría y aprendió por ensayo y error y con una apertura a la experimentación que más tarde florecería en otros centros interdisciplinares como la escuela Bauhaus en Dessau, Alemania.
Décadas después, Prouvé, consolidado como arquitecto y diseñador industrial, insistiría en sus orígenes como artesano del metal a inicios de una era industrial que había intentado acomodar a un sueño personal: diseñar y producir casas prefabricadas a gran escala, que fueran capaces de resolver, con rapidez y economía, los grandes retos de una época marcada por la destrucción de dos guerras mundiales y la escasez de viviendas posterior.
Una vida intelectual, acaso como arquitecto o funcionario le esperaba en París. Prouvé apostó por la ingenuidad: en 1922 abrió su propio taller de fabricación de objetos de hierro forjado en Nancy, que con el tiempo se convertiría en una fábrica con más de 200 operarios que fabricaban componentes modulares para muebles y casas prefabricadas con un diseño utilitario, ligero y relativamente económico, aunque robusto y ajeno a las modas del momento.
Construir
Sin interés por el estudio abstracto de la estética, Prouvé supeditó todos sus diseños a su función teórica y, sobre todo, a su uso en la práctica. Desde su etapa de aprendiz en la Escuela de Nancy, el diseñador y «artesano industrial» se había acostumbrado a someter modelos y prototipos a pruebas cotidianas en el taller. En este proceso, lo supletorio o poco práctico (interpretado como obstáculo para lograr la mayor función con los mínimos recursos), debía desaparecer.
En el día a día, Prouvé se aproximaba a su trabajo como diseñador, operario e industrial con el celo que los artistas con quienes había convivido desde la infancia demostraban con su trabajo:
«Yo optaba por construir con componentes que fabricaba yo mismo, elementos ligeros principalmente de acero y de madera, con un poco de aluminio».
La única manera de avanzar desde la idea a los prototipos y los diseños listos para su producción in situ, requería su compromiso y participación en los procesos.
En 1971, declaraba a propósito de la versatilidad de su obra, a la vez manual y conceptual:
«¿Arquitecto? ¿Ingeniero? ¿Por qué darle vueltas a esta cuestión? De lo que se trata es de construir…».
Ateliers Jean Prouvé
En 1952, casi tres décadas después de abrir su primer taller metalúrgico en Nancy y seis años después de inaugurar la fábrica de Maxéville (una apuesta de posguerra), Jean Prouvé cerraba estas últimas instalaciones sin haber completado un sueño: producir sus viviendas prefabricadas, que se erigían a partir de un sistema modular de paneles desmontables, a escala industrial y convertir el mercado de la primera vivienda en zonas suburbanas y rurales en un nuevo sector industrial tan o más poderoso que el automovilístico.
Años después, el respetado arquitecto, diseñador, industrial y mecenas reiteraría con sorna que, en realidad, él había muerto en 1952 con el cierre de la fábrica. Sin embargo, su esfuerzo no se quedó en el plano conceptual o en el diseño de mobiliario modernista.
Prouvé diseñó varias casas, muchas de ellas prefabricadas y desmontables, y llegó a producir decenas de unidades (que se enviaban por camión o tren y podían montarse por dos personas no especialistas siguiendo unas instrucciones básicas, como el posterior fenómeno Ikea) de algunas de ellas.
El diseñador francés exploró desde los inicios un interés por la versatilidad de componentes metálicos y de madera que pudieran usarse en piezas modulares, con vistas a una eventual producción en cadena de mobiliario y viviendas de distinto tipo: desde pabellones que sirvieran de habitación provisional durante la reconstrucción las regiones afectadas por la guerra a casas prefabricadas que ofrecieran conveniencia, confort y calidad a un precio más competitivo.
La ausencia de pretensiones artísticas, el interés en la funcionalidad de los diseños y una determinación intuitiva de producir en masa aumentó su estima en Estados Unidos.
Las casas prefabricadas de Bucky Fuller y Jean Prouvé
Antes de la II Guerra mundial, Prouvé diseñó, entre otras viviendas, la Maison du Peuple en Clichy, en las afueras de París (1935-1939), un equipamiento público con fachada de vidrio y acero de sorprendente vigencia estética, ligereza y modernidad constructiva. Este local municipal, una colaboración de los talleres de Prouvé y los arquitectos Eugène Beaudouin y Marcel Lods, fue el primer edificio prefabricado en armazón de acero en edificarse en Francia.
Durante la guerra, mientras Buckminster Fuller colaboraba con el ejército estadounidense en el desarrollo de viviendas metálicas prefabricadas a modo de barracones de fácil instalación para las bases que Estados Unidos erigía en el Pacífico y Europa, Jean Prouvé respondía a una demanda similar del Estado francés para crear pabellones prefabricados para alojar provisionalmente a las familias con viviendas siniestradas en Lorena y el Franco Condado, a lo largo de la frontera entre Francia, Suiza y el suroeste de Alemania.
Estas viviendas o «pabellones provisionales» debían poder producirse en masa, debían contar con las amenidades esenciales y tenían que instalarse rápidamente y sin necesidad de costosos trabajos previos como la preparación de cimientos.
Una solución de emergencia: la Maison démontable
Nacía así el proyecto de Maison démontable, una vivienda prefabricada sostenida con un sistema de pórtico axial metálico en el centro de la planta y armazón metálico en el que encajaban paneles modulares de un mismo tamaño.
Esta «casa desmontable» contaba con distintos tamaños y configuraciones y un cierto parecido elegante y frugal estética de los refugios de montaña alpinos: los paneles de la fachada exterior, recubiertos de láminas de madera, ofrecían un contrapunto orgánico a un diseño necesariamente preciso y moderno.
A finales de los años 40, pensadores como Vannebar Bush y Gregory Bateson, entre otros, sentaban las bases de la cibernética a partir de la teoría de sistemas. En Francia, Tristes tropiques, el ensayo fundacional del estructuralismo a cargo del antropólogo Claude Lévi-Strauss, no se publicaría hasta 1955.
Una casa prefabricada y montada/desmontada como un mueble Ikea
En este contexto, Jean Prouvé diseñó mucho más que una vivienda prefabricada: la Maison démontable es un sistema de habitación en el que se han tenido en cuenta materiales, economías de escala, transporte, montaje, mantenimiento, desmontaje y eventual reutilización, actualización o modificación, etc.
A propósito de su sistema de prefabricación desmontable, Jean Prouvé escribía en 1946:
«Seamos claros: hacen falta casas fabricadas en cadena. ¿Por qué fabricadas? Porque no se trata solamente de fabricar uno o varios pequeños elementos de una vivienda destinados a su montaje, sino que todos los elementos [usados en la vivienda] se corresponden a los de una máquina que uno monta mecánicamente en su totalidad, sin que sea necesario fabricar lo que sea en el solar».
Prouvé realizaba estas declaraciones tras haber diseñado y fabricado con éxito, entre 1944 y 1944, decenas de viviendas provisorias para los siniestrados de la frontera este del país. La fábrica del diseñador, Ateliers Jean Prouvé, deberá ingeniárselas para crear viviendas suficientemente confortables y capaces de generar la sensación de hogar en tamaños especialmente reducidos.
Maison démontable 6×6
Con asistencia de los arquitectos J. y M. André, Prouvé erigió numerosos modelos con planta cuadrada de 6×6 metros, principal comanda del Ministerio de la Reconstrucción y el Urbanismo, así como algunos de 8×8 metros.
Sin embargo, la Maison démontable se desvió de las especificaciones del pedido en un elemento que el diseñador consideraba esencial, el uso de acero, muy superior en la estructura del modelo a los límites requeridos en una época de racionamiento del material.
El pedido del Ministerio francés había insistido en una planta básica de 6 metros por 6 metros, aunque este modelo básico de 36 metros cuadrados contaba con una versión modificada de planta rectangular y 6×9 metros de envergadura, 54 metros cuadrados. Estos «pabellones habitables» se dividían en tres estancias interiores y podían habitarse el mismo día de la entrega, pues el montaje podía realizarse en apenas unas horas sin operarios especializados.
Concebidas para su fácil montaje, desmontaje, transporte y reutilización, las casas desmontables de Prouvé, elaboradas con acabados de madera o metal, eran apenas el prototipo de unas viviendas prefabricadas permanentes que debían conservar buena parte de este espíritu moderno y frugal, e incluir a la vez todas las amenidades propias de una vivienda de la época, incluyendo sistema eléctrico, energético y de saneamiento.
Casas prefab en tiempos de paz (según Jean Prouvé)
La estructura del soporte, con un pórtico axial interior de metal en «V» invertida, había sido diseñada a medida para el modelo y estaba íntegramente fabricada de láminas de acero, siguiendo la misma técnica que los rieles del suelo y las vigas del tejado (compuesto excepcionalmente de láminas de acero).
El armazón de suelo, techo y paredes permitía instalar tablones de la misma medida que no variaban en tamaño y grosor para poder deslizarse a través de las guías metálicas a modo de raíles, pero sí podían hacerlo en material y uso: algunos incluían aperturas para servicios o, en el caso de las paredes, aperturas para ventanas y una puerta.
Con la Maison démontable, Prouvé creía haber sentado las bases de un nuevo sector en Francia y, quizá, en Europa: el de las pequeñas viviendas prefabricadas. A partir de la experiencia de los modelos elaborados para el Ministerio de la Reconstrucción y el Urbanismo, creó dos prototipos de 8×8 metros instalados sobre pilares de cemento que otorgarían un aspecto más permanente. Uno de estos prototipos sirvió de oficina doméstica a otro industrial instalado en Maxéville, René Schvartz.
Esta primera evolución de sus modelos prefabricados desmontables con pórtico axial metálico en «V» invertida debía contar con fachada metálica, pero la escasez de la posguerra obligó al uso de láminas de madera en los paneles, algunos de los cuales contaban con ventanas en guillotina.
De la casa desmontable a la casa metropolitana
El segundo prototipo sería instalado a la entrada de los propios Ateliers Jean Prouvé como vivienda de muestra y oficina, así como jardín de invierno. El «fabricante» de viviendas creía que su sistema modular estaba preparado para el mercado de masas, en un momento en que la economía de guerra se transformaba en economía de consumo.
En 1949, Prouvé presentaba la casa Métropole, vivienda prefabricada ligera, económica y confortable, que aspiraba a la producción en masa y se beneficiaba del trabajo en los prototipos de Maison démontable.
La casa Métropole combinó el acero con el aluminio para su estructura, de 8 metros de lado, así como una galería acristalada en uno de sus laterales cuyo aspecto contemporáneo nos recuerda que, en cuestión de viviendas prefabricadas, pocos sistemas han sido desarrollados con la ambición y la elegancia del sistema modular desmontable del arquitecto y diseñador francés.
Prouvé no sólo colaboró con arquitectos, urbanistas y diseñadores de la época, desde Le Corbusier a Charlotte Perriand. Su sistema de prefabricación —insistió hasta su muerte en 1984— era fruto del trabajo colectivo, como lo era cualquier proceso de innovación.
Vigencia
Su experimento de casa ligera, modular, desmontable y producida en factorías locales resuena en nuestra época. Sin embargo, el propio Prouvé se habría resistido a su extrapolación sin cambios al mundo actual:
«Un hombre está en la tierra para crear. Y no para plagiar, hay que mirar siempre hacia el futuro, sea el que sea».
Muchos retos actuales, desde el impacto medioambiental al acceso (temporal o permanente) a viviendas asequibles, invitan a estudiar y reinterpretar modelos de prefabricación y montaje por no profesionales similares al promovido por Prouvé a mediados del siglo pasado.
Quizá, ahora sí, haya llegado el momento para un mercado de «pabellones habitables» que asistan a los más desfavorecidos y a quienes opten libremente por un estilo de vida de menor impacto y abierto a cambios geográficos, económicos y de expectativas.