Por debajo de los 200 metros de profundidad, la luz deja de penetrar desde la superficie. Es el «mar profundo», tan real como presto a la mitología. La temperatura desciende en torno a los 0 grados Celsius y la presión alcanza centenares de atmósferas (cada 10 metros de descenso equivalen a una presión atmosférica, o bar).
Batiscafos y submarinos nos han habituado a esa perspectiva imposible hace menos de un siglo: observar las profundidades de los océanos. Desde entonces, submarinos (que alcanzan el kilómetro de profundidad) y batiscafos han logrado, gracias a la emulación artificial de la presión atmosférica en la superficie terrestre, llevar a exploradores los lugares más profundos.
En marzo de 2012, del batiscafo Deepsea Challenger se sumergía en la fosa de las Marianas (más de 11.000 metros de profundidad) con un tripulante, el cineasta (y, desde entonces, argonauta) James Cameron. El gran público saludaba las grandes profundidades, gentileza de un cineasta y sus patrocinadores corporativos.
Cameron no se enfrentó a los dos grandes riesgos a los que se ha enfrentado el buceador durante milenios, desde la especialización de los primeros pueblos de buceadores en distintos puntos del planeta: la hipoxia (ausencia de oxígeno en la sangre) y la presión hidrostática elevada (que surge del desplazamiento en el interior de un fluido).
12 minutos para descender, 14 horas para ascender
Los límites humanos de la inmersión sin oxígeno (apnea) y de buceo con oxígeno son mucho más modestos. La apea sin límites llevó al austríaco Herbert Nitsch a sumergirse hasta los 253 metros, mientras en las aguas de Santorini, mientras un buzo de la marina egipcia Ahmed Gabr, descendió con oxígeno hasta los 332 metros en aguas del mar rojo.
La presión atmosférica que debieron soportar los convierte en poco menos que superhéroes de cómic: en el caso del buceador de apnea, que renuncia a respirar en el interior del agua (y, por tanto, de una atmósfera con una presión cambiante), la presión sobre su organismo no alcanzará sus órganos internos siempre y cuando mantenga su respiración.
En el buceo con oxígeno, la dificultad no es alcanzar las profundidades mencionadas, sino emerger desde éstas: cualquier organismo un elevado contenido de oxígeno, como el de un ser humano, debe realizar paradas de descompresión para compensar la diferencia de presión atmosférica.
Sin estas paradas, cualquier buzo experimentado puede sufrir daños irreparables y la muerte, pues las burbujas de oxígeno invadirían sangre, tejidos y órganos hasta producir incluso su explosión interna. Así que Ahmed tardó apenas 12 minutos en descender 12 minutos, pero se pasó 14 horas realizando las descompresiones necesarias hasta regresar a la superficie.
Theo Mavrostomos y su sombra mitológica
Muchos acontecimientos cotidianos nos reconcilian con historias familiares y viejas mitologías. Los avances técnicos y deportivos son un caladero de historias de superación personal y homenajes velados.
Cuando, en noviembre de 1992, el buzo griego Theo Mavrostomos se introdujo en una cámara hiperbárica (de alta presión) para someterse a las condiciones propias de un descenso subacuático a -701 metros, era consciente de superar en 201 metros de profundidad el anterior récord de medio kilómetro. El buceo de saturación mantiene a los buzos mantenerse bajo la presión de trabajo de grandes profundidades, con el consiguiente riesgo para la salud.
Las imágenes de la hazaña a bordo del Hydra X fueron un golpe de relaciones públicas de Comex, la empresa francesa de operaciones subacuáticas y extraterritoriales. El mundo submarino ya no suscitaba el interés público alcanzado en los años dorados del icónico Jacques Cousteau, que moriría menos de cinco años más tarde, el 25 de junio de 1997, en París.
Las imágenes de Mavrostomos en la cámara de simulación eran un guiño al pasado en el Mediterráneo y una proyección a la explotación marítima del futuro. Theo Mavrostomos formaba parte de un antiguo linaje de buceadores de la isla griega de Kálimnos, en el archipiélago del Dodecaneso, donde la tradición de zambullirse en los arrecifes costeros en busca de esponjas se pierde en el tiempo.
La pesca submarina a pulmón, realizada con la asistencia de un pequeño cuchillo y, en ocasiones, un harpón, convirtió a muchas familias de la isla en recolectores de esponjas, la actividad de buceo a pulmón o apnea más antigua de la que se conservan trazas arqueológicas, referencias históricas y mitos.
Divulgador Jacques Cousteau
Con su récord submarino de -701 metros, en el interior de una cámara presurizada, Mavrostomos cerraba un círculo. Gracias a las cámaras presentes en la escena, podemos evocar el momento. En el interior de la cámara, diseñada por la industria off-shore para entrenar a buzos profesionales de la industria petrolera o la instalación y reparación de cables submarinos, el buzo respiró una mezcla a base de hidrógeno que lo mantuvo con vida sin provocarle secuelas.
Antes del hidrógeno, los profesionales del buceo y la supervivencia a varios metros de profundidad habían recurrido al helio como combinación respirable que evitaría la llamada «ebriedad de las profundidades» o narcosis de nitrógeno, que afectaba a cualquier buzo respirando aire comprimido (mezcla gaseosa de oxígeno y nitrógeno).
El uso de helio modificaba la voz de los buzos pioneros, que se comunicaban con la zona de mandos de los experimentos (o con la opinión pública) con una cómica seriedad: palabras graves, timbre de voz del pato Donald.
La narcosis de nitrógeno y la voz cómicamente aguda de las soluciones de helio no constituyeron los únicos retos de la conquista de las profundidades, acelerada desde los avances técnicos de los años 50, la mayoría impulsados por el propio Jacques Cousteau (a quien se acusaría pronto de priorizar el espectáculo y la proyección de la aventura subacuática, a las tareas científicas y técnicas del reto, en el que Francia competiría de tú a tú con Estados Unidos y la Unión Soviética).
De los argonautas al descenso presurizado de Mavrostomos
Sin Cousteau y sus documentales, la exploración submarina, odisea de las profundidades capaz de suscitar la curiosidad de niños y adultos, habría permanecido en la velada oscuridad de los sueños y la literatura.
La despresurización o «retorno» desde profundidades donde los organismos deben soportar una presión extrema. Para readaptar el organismo a la presión de la atmósfera terrestre, se requiere un día por cada 50 metros. Dos semanas de cuarentena obligada… un concepto con el que la población planetaria ha tenido que volver a familiarizarse en 2020.
Para retornar de las misiones lunares, los astronautas debieron permanecer aislados durante apenas cuatro días para garantizar la readaptación de sus organismos a nuestro planeta. Tan cerca, y a la vez tan lejos: las profundidades del océano permanecen como territorio inhóspito para la vida humana pese a los sueños de exploración, colonización… y explotación, presente desde los argonautas y el mito de la Atlántida evocado por Platón.
La explotación se ha disparado desde los años 90, gracias a la robotización y a la industria petrolera. La colonización ha perdido lustre como sueño humano de Frontera, equivalente en la era Cousteau (y durante la Guerra Fría) a los sueños de la Carrera Espacial.
Desde su cámara presurizada (hiperbárica), Mavrostomos se convertía en 1992 en uno de esos grandes exploradores, con ecos en los viejos mitos y en la propia Carrera Espacial, que perdía fuelle debido a la desintegración de la Unión Soviética y al accidente del transbordador Challenger en 1986.
Conocer el mundo del silencio
Sus ancestros se habían zambullido a pulmón para desprender de la roca al cuchillo esos poríferos invertebrados del mediterráneo preciados desde la Antigüedad por su suavidad al contacto con la piel una vez humedecidas. Y él, último eslabón de una vieja cadena de pescadores de esponjas y pioneros de la apnea, se convertía en símbolo de la superación humana en entornos extremamente hostiles.
Eso sí, la misión de Mavrostomos era también la última punta de lanza de relaciones públicas de la industria que había hecho más por la exploración y explotación submarinas, la petrolera, una relación que había financiado en buena parte a pioneros como el propio Jacques Cousteau (quien, ya en 1954, realizaba una investigación en aguas de Abu Dhabi en colaboración con BP).
El éxito de su documental El mundo del silencio (Palma de oro y Oscar a la mejor película en 1956) garantizó mayor autonomía a Cousteau, enfrascado en varios proyectos de habitáculos submarinos permanentes, así como en misiones científicas y de divulgación a bordo de su legendario buque de investigación RV Calypso.
La competición técnica y geopolítica entre Estados Unidos y la Unión Soviética dio paso al avance de la industria privada en la conquista de las profundidades. Mientras Jacques Cousteau permitía acaparar la atención de la opinión pública en torno a la riqueza y fragilidad del legado oceánico, la exploración petrolífera aceleró su carrera tecnológica para establecer plataformas de explotación en alta mar.
¿Plataformas petroleras para explorar los océanos?
Estas plataformas petroleras se situarían finalmente sobre el agua, para evitar así los problemas de supervivencia submarina subrayados por los pioneros de las bases submarinas; sin embargo, su anclaje y reparación, así como la asistencia en las tareas de perforación, securización y drenaje de las prospecciones, dio pie al buceo en alta mar, un gigantesco, lucrativo y peligroso sector desconocido para el gran público.
Al alejarse de la costa, las inspecciones, soldaduras e instalaciones subacuáticas en plataformas petrolíferas propulsaron el desarrollo de vehículos de buceo, sistemas de inmersión y utensilios de robótica cada vez más sofisticados. En cierto modo, el hito de Theo Mavrostomos en 1992 es también uno de los últimos episodios de la aventura humana del buceo extremo, pues la manipulación remota a través de la robótica sustituye poco a poco a los operarios humanos, sobre todo a grandes profundidades.
Casi tres décadas más tardes del récord de Mavrostomos, la exploración marina se encuentra ante una encrucijada que muchos habrían considerado ilusoria hace un par de décadas: la crisis de la industria petrolera o, como constata el Financial Times en un editorial del 17 de septiembre, La muerte lenta de Big Oil: la industria petrolera trata de garantizar su supervivencia con una extracción más controlada y económica, compatible con un mundo que reducirá sus emisiones en las próximas décadas.
La competencia de la producción de petróleo de esquisto y diversos acontecimientos geopolíticos han contribuido al descenso del precio del petróleo, lo que resta atractivo a la prospección petrolífera más arriesgada —y costosa— en alta mar.
Un navío reconvertido
Como consecuencia, la carrera tecnológica por el buceo y la robótica a gran profundidad podría frenarse. Uno de los inversores mejor informados de Wall Street, el gestor de fondos de inversión Ray Dalio, ha sido uno de los primeros empresarios en interpretar la nueva tendencia.
En 2016, Dalio aprovechó el descenso continuado del precio del crudo para comprar a buen precio un navío de prospecciones petrolíferas. Inició entonces un sueño que nos devuelve a Jacques Cousteau y a su esfuerzo divulgador: inspirado de niño por los documentales del explorador y divulgador francés (o eso explica al menos a William J. Broad, periodista del New York Times), Dalio ha reconvertido el navío petrolífero en el barco científico OceanXplorer.
El proyecto permitirá a grupos escolares servirse de robots submarinos para explorar las profundidades. El navío, de 97 metros (286 pies) de eslora, fue diseñado para mantener su estabilidad incluso en condiciones extremas en la superficie, y sus hangares pueden albergar hasta a tres pequeños submarinos tripulados para la exploración.
OceanXplorer no se conforma únicamente con la tarea de divulgación y combinará investigación científica con la búsqueda de vida acuática raramente registrada con vida ante la cámara. Entre los proyectos del inversor, se encuentra el uso del hangar principal del navío para albergar un vehículo submarino algo más sofisticado, capaz de descender hasta las profundidades abisales.
Veremos qué ocurre con el proyecto. Mientras tanto, Theo Mavrostomos, leyenda entre los entendidos del mundo del buceo técnico, trabaja en el Instituto Nacional del Buceo Profesional (INPP en sus siglas en francés) de Pointe Rouge, cerca de Marsella. Aficionado al rugby, deporte muy popular en la costa mediterránea francesa, Mavrostomos ha fundado, con ayuda de uno de sus compañeros en este deporte, Christian Califano, una asociación que trata de proteger la costa mediterránea.
El mar donde todo empezó para él y donde todo acabará.