Perdidos en el torrente creado por otros: ésta es la sensación recurrente descrita por nuestro entorno contemporáneo, donde todo el mundo parece sujetarse a hilos de información sentenciada con rapidez, como si nuestro sello activara la acción cognitiva de otros.
El festín de las redes sociales convierte a muchos en náufragos multimedia de transporte público cuando, imitando la escena de cine mudo repetida mil veces del buscavidas que persigue el tren recién partido hasta que consigue subirse al último vagón, uno se da cuenta que no importa qué artículo de clickbait abrir, pues el contenido será intercambiable.
El metacontenido clickbait nos atrapa en el Aleph de Borges sin presentarnos todo lo creado en la eternidad, sino lo “no creado” en el mismo período, pues intuimos que los suculentos titulares, auténticos aforismos que no dicen nada y son a menudo más largos que el texto que esconden, son la representación lingüística de las escaleras de M.C. Escher (o su precedente del siglo XVIII: los grabados de prisiones de Piranesi).
Esos artículos que te persiguen en Internet
La raquítica fractal informativa del fenómeno clickbait está compuesta por esos artículos sin contenido (evolución de las viejas secciones de “cosas de la vida” y “sociedad” en la prensa escrita) cuyo titular aparece, acompañado de imágenes que nos hacen picar tanto como el texto, al pie de cualquier artículo “serio” (a menudo, información reactiva del tipo “él dijo, ella dijo”), además de poblar Facebook.
Son artículos que, conscientes de la ansiedad palpable en ámbitos cotidianos sin propósito definido (como el trayecto de casa al trabajo), apelan al reflejo visceral regulado por la amígdala, la parte más primitiva del cerebro encargada de nuestro instinto de supervivencia (y que, por tanto, se desvive por alimentos azucarados y/o grasientos, sexo, violencia y achaques de gregarismo: estrategia que compartimos a grandes rasgos con el resto de vertebrados superiores).
Destacan, por ejemplo, las recetas milagreras (aprender varios idiomas o perder peso en tiempo récord y, claro, sin esfuerzo), o las polémicas dignas de prensa amarilla y del corazón, sirviendo imposibles, golosinas y bilis a la carta, o listículos de listículos de listículos… una fractal de listículos con presencia en la biblioteca de Babel: el clickbait combina publicidad e información con el contenido más alto posible de azúcar cognitiva.
El pico cognitivo: aforismos sin contenido
Como consecuencia, el momento de lectura, conversación, meditación, contemplación o divagación se convierte en una búsqueda azarosa de informaciones que actúan como la glucosa más concentrada: atraen nuestra atención, sin aportar más significado que la recompensa del adicto: después del clic (el chute es “pico” por encontrarse en la cumbre de la recompensa instantánea que promete toda adicción que se precie), llega el descenso anímico. El bajón.
El bajón de clickbait es algo así como tropezar en las escaleras que Escher dibujó en Relatividad, y no saber de qué costado llegará el trompazo: nuestra mente acaba agotada, como ocurre al adentrarnos esforzadamente en las primeras páginas de un libro; pero, a diferencia de la confortante sensación de posibilidad que se abre al comenzar una narración, el escaneo desaforado en el estercolero clickbait es más comparable a la resaca irreflexiva, a la que se llega sin haber oteado derroteros que merecieran la pena.
Otros artículos acaramelados nos prometerán, siguiendo la estrategia de la literatura de autoayuda sintetizada en el tamaño de un aforismo corto de Marco Aurelio o Pascal (aunque a -diferencia de éstos- con una sorprendente capacidad para no decir nada y caer en el olvido, como si alguien los hubiera programado para autodestruirse), cómo evitar que la distracción y el picoteo-informativo-sin-información-relevante se lleve por delante momentos que podrían adquirir significado.
Conspiraciones ACME
Para rescatar los momentos perdidos entre el clickbait y la información tóxica (el formato reactivo “él dijo; ella dijo”, más propicio para arengar que para apelar a una reflexión fundamentada en el análisis), bastaría con recordar que el individuo controla su propia atención.
Las leyendas urbanas más bizarras parecen alimentarse siguiendo esta misma metodología de intoxicación del diálogo público. Así, amplias capas de la población (sin importar el nivel de estudios) acaban creyendo teorías como las diseminadas en medios y foros de la extrema derecha (Alt-Right, grupos xenófobos y nativistas de cada país) y la extrema izquierda: que si Barak Obama no ha nacido en Estados Unidos; que si George W. Bush es responsable de más muertes que Stalin (!); que si no vacunar a nuestros hijos es mejor que hacerlo; etc.
Al final, el discurso de personas en apariencia tan distantes como el ensayista Nassim Taleb, el inversor Peter Thiel y los políticos Donald Trump o Jill Stein no está tan alejado en numerosos ámbitos (Taleb y Stein demonizan a Monsanto y Wall Street del mismo modo reduccionista; mientras Thiel y Trump creen encontrarse en una cruzada para salvar Occidente, cuando en todo caso parecen dispuestos a acelerar la crisis del sistema con sus ataques a la libertad de prensa y a la propia base sufragista de la democracia).
Bebiendo del silo de las conspiraciones a medida
Los temerarios que confían, consciente o inconscientemente, en la buena fe de otros para regular su atención informativa, quizá no se interesen por fenómenos como el sesgo de confirmación (consumir, asistidos por recomendaciones de amigos y personas afines, así como por algoritmos, que deforman nuestras precedencias como un espejo convexo); ni tampoco hayan oído hablar de teorías filosóficas como las del postmoderno Michel Foucault y su concepto de gubernamentalidad, o métodos de influencia sobre el individuo en sociedades descentralizadas.
Del mismo modo, fenómenos como Occupy [cualquier cosa] y la llamada “derecha alternativa” o Alt-Right (eufemismo de movimiento supremacista y reaccionario sin el tradicional contenido político conservador -como el libre mercado o la salvaguarda de las libertades individuales-) a menudo se tocan desde los extremos, y se nutren de los silos informativos: personalización de la dieta informativa a través de redes sociales, clickbait, foros (Reddit, Hacker News, etc.) y medios que potencian creencias propias y omiten o caricaturizan convicciones ajenas o percibidas como competidoras, antagónicas, etc.
Si tanto nosotros como las herramientas a nuestro alcance (redes sociales, algoritmos) agudizan nuestra tendencia a consumir la información que confirma nuestras creencias, el concepto de gubernamentalidad de Foucault evoluciona hacia una cacofonía en donde una de las instituciones responsables de la instrucción del individuo, los nuevos medios, producen información de poco valor y a medida de las preferencias de cada uno.
Subir y bajar escaleras
El resto de instituciones, proyectadas a la sociedad través de los nuevos medios (también la “dieta” de redes sociales y el fenómeno clickbait), padecen el descrédito de la polarización política y el auge de fenómenos como el descrédito de las instituciones democráticas de la era liberal, el nativismo, etc.
Si la polarización y el descrédito institucional (auge de nacionalismo y nativismo, ausencia de proyectos comunes más allá del grupo, etc.) están relacionados con una dieta informativa personalizada que potencia nuestras ideas preconcebidas y omite lo que no nos interesa o lo que polemizaría con nuestro imaginario, ¿cómo contrarrestar este atracón de calorías informativas carente de información factual y análisis?
Facebook, clickbait, gags de vídeos populares, tertulias radiofónicas, podcasts y demás contenidos al alza carecen, en nuestra supuestamente atareada agenda, de un contrapeso que despierte nuestro escepticismo, o intencionalidad cognitiva: reclamar nuestra propia voluntad y ejercitar tanto nuestra capacidad de decisión como nuestro espíritu crítico para, por ejemplo, traer a nuestro terreno el aparente nihilismo surrealista de una situación o estado de ánimo como las escaleras de Escher.
Relatividad, el dibujo de Escher, no es más que el recuerdo de la higiene intelectual que aporta el ejercicio de la perspectiva: algo así como situarse ante este dibujo (o ante Las Meninas de Velázquez, o ante una obra cubista, o leer algo con múltiples voces como Manhattan Transfer de Dos Passos), y recordar que, polemizando, abrimos posibilidades y nuestro horizonte se abre ante la certidumbre de que hasta las hipótesis más sólidas son refutables.
La primera trinchera: nuestra autonomía cognitiva
Pero reivindicar nuestro escepticismo no es tan sencillo, ya que implica reconocer nuestras fallas y potenciar nuestra humildad pese al poder de Google y Wikipedia para traer ante nosotros cualquier dato que aliñe nuestro argumento, por no hablar del creciente uso de leyendas urbanas y opiniones sin fundamento de supuestos autores de referencia como supuestos pilares del empirismo.
En un artículo para The Atlantic sobre la crisis de atención que la Internet ubicua produciría, James Hamblin argumenta que la búsqueda de un mayor equilibrio y salud mental en relación con nuestra dieta informativa nos acerca más a la filosofía que a la psicología, la biología o los medicamentos.
Al fin y al cabo, explica James Hamblin, la filosofía es la disciplina en mejor posición para mostrarnos el sentido y beneficios de lo que se conoce como intencionalidad.
En esencia, la intencionalidad es una reivindicación lúcida del propio individuo con él mismo, un ajuste de cuentas introspectivo con uno mismo para recordarnos que, por mucho que la tecnología haya evolucionado para dominar nuestra atención, nosotros tenemos la última palabra.
Sobre qué y cómo pensamos
Pero no es tan fácil reclamar la propia atención en un momento en que tecnologías como el aprendizaje de máquinas o el análisis de datos (“big data”) se emplea para afinar todavía más el atractivo de la carnaza informativa para nuestra mente distraída (y acostumbrada a buscar la recompensa instantánea del caramelo mediático en la pantalla del móvil, el ordenador, la tableta, el televisor, el reloj “inteligente”).
Consciente de las dificultades de la medicina y la psicología para afrontar la ansiedad de quienes son incapaces de recuperar la sensación de llevar las riendas de su consumo informativo y capacidad introspectiva, Amit Sood, doctor de la Clínica Mayo, decidió crear un sitio web destinado a “crear intencionalidad”.
Amit Sood cree que hemos llegado a una situación en que se valorará cada vez más los consejos fundamentados que ayuden a la gente a recuperar su capacidad para concentrarse, analizar la realidad con criticismo y sin ansiedad, y ejercitar el espíritu crítico en la era de la información personalizada.
Pese a su formación y especialidad en medicina, el proyecto de Sood recuerda la posición estratégica de la filosofía en las ciencias cognitivas, pues las teorías en disciplinas como la psicología, la psiquiatría y la cibernética derivan de trabajos filosóficos previos.
Coste por click del pensamiento reflexivo
Amit Sood no es el único especialista que se acerca a la filosofía desde otras disciplinas. Lograr mayor productividad y resiliencia en labores intelectuales no sólo implica descansar, llevar una dieta equilibrada, aprender a convivir con la tensión o hacer deporte con regularidad: nuestra actitud ante los impulsos que nuestro entorno es tan o más importante.
Entre las técnicas para entrenar la mente para lograr que ésta dedique atención a lo que pretendemos, interesados en la intencionalidad como Amit Sood han explorado técnicas ajenas a la medicina occidental, como el cultivo de la conciencia plena en la filosofía oriental a través de la meditación.
En vez de aspirar a la ausencia de pensamiento reflexivo sosegando la mente (meditación oriental), la tradición occidental trata de llegar a la conciencia plena estimulando la mente para devolverla al presente y hacerla partícipe de la realidad circundante.
De ahí la importancia de la intencionalidad, pues implica reclamar la atención y evitar la indolencia cognitiva del dejarse llevar; por ejemplo, optando por ir de un mensaje o noticia a otra en la pantalla del móvil sin centrarse en nada, en vez de optar por el pensamiento o la lectura reflexiva, o acaso una conversación.
Tender hacia algo
Una corriente filosófica que parte de la interpretación que los escolásticos medievales hace de Aristóteles y recupera, ya en el siglo XIX, el filósofo alemán Franz Brentano, se ha ocupado de la intencionalidad hasta nuestros días, y hoy es uno de los campos decisivos en el estudio de la inteligencia artificial.
“Intencionalidad” deriva del latín “in-tendere”, o tender hacia algo (un objeto mental o físico). Este fenómeno de pensar en algo ajeno a nosotros mismos, nos recuerda nuestra integración en el mundo, del que no nos podemos abstraer cuando damos sentido a las cosas.
Cuando pensamos (acto intencional, o “noesis”) sobre lo que llamamos realidad, siempre nos ocupan uno o varios objetos o “noemas” -existan sólo en nuestra mente o tengan una referencia en la realidad-, con sus respectivas acciones: opinamos para aceptar o rechazar, confiamos en lo que viene de otros, odiamos, amamos, deseamos, engañamos en relación con objetos mentales y físicos. Siempre hay una referencia a un contenido, aunque sea intuido.
Aspectos como nuestra idea de objetividad, o de justicia, o de ética, así como nuestra empatía con otros seres -tanto allegados como individuos que no conocemos, pero con los que creemos compartir cosas- dependen también de nuestro cultivo de la intencionalidad.
Nosotros y el mundo
Sin esta capacidad para relacionarnos con objetos -puramente mentales o también presentes en la realidad- nuestra conciencia no podría desarrollar su autonomía, ética, espíritu crítico. La intencionalidad, arguyen varios filósofos, es lo que define nuestra capacidad para se conscientes de nosotros mismos.
No está de más recordar que, cuando pensamos sobre algo, podemos orientar la reflexión o incluso tomar las riendas de esta conversación interior y orientar tanto noesis (acto cognitivo) como noema (el objeto -real o abstracto- sobre el que reflexionamos).
Nosotros decidimos. Nadie nos obliga a caer de nuevo en el consumo indolente de “información” que, más que invitar a nuestra reflexión, no va más allá del efectismo al más puro estilo “él dijo, ella dijo”, mareando la perdiz.
También hay que saber perder el tiempo: emplearlo en titulares-gancho sin contenido reflexivo tras ellos es quizá el peor modo de desaprovechar la oportunidad de contemplar, divagar, hablar con alguien. O hacerlo con nosotros mismos.
Hambre
No es casual que el modo literario introspectivo (diálogo o monólogo interior) se desarrollara a finales del siglo XIX (con pinceladas en, por ejemplo, Sult -Hambre, 1892-, la exquisita novela corta del noruego Knut Hamsun), eclosionando en el siglo XX.
La novela moderna no se entendería si no hubiéramos definido y reivindicado con esfuerzo nuestra intencionalidad. No deberíamos desperdiciarla en contenido tóxico carente de fondo.
Pingback: En la cocina del sesgo: manual para detectar falacias en redes y medios – *faircompanies()