En un celebrado libro de viajes sobre sus aventuras cotidianas en Australia (In a Sunburned Country), en ensayista británico-stadounidense Bill Bryson explica hasta qué punto el entorno donde se desarrolla nuestra vida cotidiana condiciona nuestra forma de ser.
El libro de Bryson sigue siendo el patrón oro para foráneos que desean visitar la isla o, en nuestros días, para aquellos que desean al menos viajar con una lectura sólida, dadas las restricciones que afrontaremos todavía durante una temporada, sobre todo en cuanto a viajes no imprescindibles de largo alcance se refiere.
Australia, un territorio en efecto tostado por el sol y geológicamente arcaico en comparación con otros lugares del planeta, ha fascinado por muchas razones desde el primer contacto europeo con el territorio.
El australiano impasible
Entre los motivos, destaca una fauna que ha evolucionado de manera chocante en el continente habitado más aislado debido, en parte, a su insularidad, con mamíferos marsupiales y otra fauna que pudo evolucionar sin depredadores comunes en África, Eurasia y las Américas.
Asimismo, la aridez del interior de la isla y el carácter tropical de las zonas costeras de su mitad norte contrasta con un más apacible clima subtropical y templado en la costa suroeste y en la isla de Tasmania, lo que contribuyó a interesantes endemismos.
Los primeros pobladores humanos de este vasto territorio, que habrían llegado a la isla hace al menos 65.000 años (según un artículo publicado en Nature en 2017), tuvieron que usar embarcaciones para alcanzar el Sahul (territorio que comprendía, debido a un menor nivel de los océanos, Tasmania, Australia y Nueva Guinea) desde las islas del sureste asiático.
En su libro, Bryson reitera la impasibilidad de los australianos a la hora de percibir el peligro mortal de varias de las especies de reptil y, sobre todo, artrópodos más venenosos del mundo. Australia cuenta con varias especies de araña cuya picadura puede resultar mortal a los humanos y, sin embargo, los australianos hacen bueno el estereotipo y afrontan su posible exposición al peligro del mundo natural con un estoicismo que, para la mirada foránea, roza la negligencia.
El lugar de las arañas en los ecosistemas
La especie Atrax Robustus, conocida como araña de Sídney, destaca tanto por su gran tamaño y un aspecto similar a las tarántulas de las Américas, como por el dudoso honor de ser la especie más venenosa que se conoce, responsable de al menos 13 muertes en el siglo XX.
Los machos, ejemplares más pequeños que las hembras (las cuales pueden alcanzar 7 centímetros de envergadura) ocasionan la mayoría de las picaduras a humanos, dado su interés por entornos urbanos con temperatura estable, desde piscinas y recovecos de jardines a garajes y trasteros.
Pero la peligrosidad de numerosas especies de araña en Australia es una contingencia que forma parte del contexto cultural australiano, algo así como la posibilidad de experimentar olas de calor y temperaturas extremas en el interior del país (el «outback» australiano).
Como en el resto del mundo, los arácnidos un grupo de artrópodos esencial en Australia: su voracidad mantiene estable la población de insectos. Se calcula que la biomasa de las arañas, el orden más numeroso de arácnidos (como los insectos, del grupo de los artrópodos), equivale a 25 millones de toneladas (478 Titanics) y es capaz de ingerir presas con una biomasa agregada de entre 400 y 800 millones de toneladas.
Combinadas, las arañas ingieren anualmente, según un estudio publicado en The Science of Nature en 2017, al menos el equivalente proteínico de toda la población humana en el mismo intervalo de tiempo, lo que desvela la incidencia de su actividad sobre todos los ecosistemas del planeta, si bien se cree que esta cantidad supera holgadamente el consumo de carne a cargo de toda la humanidad.
Dicho de otro modo, la biomasa de todos los humanos adultos (287 millones de toneladas) es muy inferior a la biomasa ingerida anualmente por las arañas. Los biólogos estiman que la mayoría de las especies de araña ingiere a diario un 10% de su peso, lo que trasladado a nuestra escala equivaldría a un humano adulto de 75 kilogramos de peso zampándose 7,5 kilogramos de carne al día.
Dificultad para empatizar con arácnidos en peligro
Los medios australianos se han apresurado a recordar a la población del país, cada vez más habituada a eventos climáticos de gran envergadura, a mantener la calma ante las lluvias torrenciales que han azotado el sur costero de Queensland y la costa limítrofe del norte de Nueva Gales del Sur, el Estado más poblado que cuenta con Sídney como capital.
Como consecuencia la zona registra graves inundaciones, lo que ha causado un fenómeno que los australianos habían podido observar en el pasado: un terreno encharcado con alfombras de arañas apresurándose a los lugares más elevados. El lunes 22 de marzo de 2021, un habitante de la zona afectada, Matt Lovenfosse, hablaba con los medios al llegar a casa y toparse con un exterior tomado por arañas que trataban de guarecerse de la crecida en el arroyo de Kinchela:
«Es increíble, es una locura. Las arañas se han encaramado al exterior. de la casa, en las vallas y en cualquier cosa a la que pueden subirse».
Los medios han recogido testimonios similares no muy lejos de la localidad de Kinchela. En un suburbio de Sídney, Shenay y Steve Varley observaban que en la presa de Penrith las arañas cubrían la totalidad de la estructura que no había quedado totalmente anegada por el agua, mientras Melanie Williams mostraba su sorpresa en el canal ABC News Australia al observar cómo las arañas se encaramaban a la fachada de su vivienda en Macksville, en la zona costera del Estado afectada por las lluvias.
Los aracnólogos australianos consideran el fenómeno como algo relativamente corriente: los meses cálidos del año en el hemisferio sur registran un incremento de arañas, que se preparan para la cría; de producirse inundaciones, el número de arañas de tierra tratando de ponerse a cubierto puede sorprender a los no expertos. La aracnóloga Lizzy Lowe lo explicaba a la prensa:
«Son especies autóctonas que tratan de seguir a lo suyo, y ahora es sobrevivir. Lo último en que uno debería pensar es en sacar el insecticida».
Inteligencia animal, más allá de los vertebrados
A mediados de marzo de 2017, las inundaciones de la localidad de Wagga Wagga, también en Nueva Gales del Sur, originaron un fenómeno muy parecido que cubrió las zonas no inundadas con un manto con un efecto fotográfico similar al de la seda: de cerca, no obstante, se observa la miríada de arañas suspendidas sobre gruesas y blanquecinas telas de araña.
Expertos como Lizzy Lowe reconocen la dificultad de sentir cierta empatía hacia insectos más asociados a su peligrosidad o a la repulsión que suscitan que a su importante rol en los ecosistemas en tanto que destacados depredadores de insectos y otros artrópodos, así como ocasionalmente anfibios, aves e incluso pequeños mamíferos.
El fenómeno colectivo observado en Australia en época de inundaciones no debería sorprendernos. La biología ha considerado los artrópodos (y, por tanto, arácnidos y arañas) como animales simples e incapaces de un comportamiento equiparable al de los animales vertebrados, los cuales sí cuentan con un sistema nervioso, hasta hace poco considerado esencial para contar con un sistema cognitivo que permitiera un comportamiento que pudiera superar lo instintivo.
No obstante, a medida que la ciencia aumenta su conocimiento sobre animales como los pulpos, cefalópodos no vertebrados que cuentan con una visión y un comportamiento muy complejos, otros biólogos reivindican asimismo la complejidad del comportamiento individual y colectivo de otros animales simples, desde insectos y crustáceos «sociales» a —cómo no— arañas.
La compleja cognición de las arañas
En un artículo para Quanta Magazine, Joshua Sokol cubre uno de los campos de investigación más sorprendentes de la aracnología: la hipótesis, que ya cuenta con varios estudios, según la cual varias especies de araña habrían evolucionado para interpretar estímulos procedentes de estructuras de telas de araña como si se tratara prácticamente de un órgano cognitivo ajeno al propio animal.
De corroborarse, esta hipótesis convertiría a las arañas en un curioso grupo de especies en las que las habilidades cognitivas que asociamos a la «mente» no estarían circunscritas al propio organismo, sino que el equivalente a las células nerviosas en vertebrados se extendería también al ambiente circundante (los pulpos extienden su sistema cognitivo a sus tentáculos, los cuales —eso sí— forman parte del organismo del animal).
Sokol explica cómo, hace millones de años, un grupo de arañas abandonó el patrón evolutivo consistente en elaborar telas de araña convencionales para centrarse en otra estrategia: en vez de esperar a que la presa quedara atrapada en la telaraña, la especie Steatoda triangulosa optó por erigir una tela de araña irregular pero muy pegajosa, que cuya confección aparentemente caótica se convertiría en un resorte para detectar, a partir de la vibración, movimientos de detección de posibles presas y peligros.
Debido a su pobre vista, Steatoda triangulosa utiliza su tela de araña como un sentido adicional que realiza a medida del contexto en que vive y modifica según las necesidades cambiantes, lo que convierte esta estructura en un sistema de cognición aumentada.
En 2008, el investigador brasileño Hilton Japyassú usó 12 especies de araña para que realizaran sus telas de araña convencionales. Japyassú destegió los extremos de estas estructuras y los dejó colgando sobre un recipiente donde deambulaban grillos.
Cuando uno de estos grillos quedó atrapado, Japyassú descubrió que no todas las arañas habían logrado detectar e ir hacia la presa a partir de las vibraciones, si bien algunos ejemplares habían podido comportarse como la especie Steatoda triangulosa.
La telaraña como sistema receptor de información ambiental
El investigador se preguntó entonces cómo algunas arañas habían logrado averiguar lo necesario para alimentarse bajo las nuevas circunstancias. ¿Dónde se encuentra esta información? ¿Es algo que se encuentra en la mente de la araña, o se trata de una «información» que emerge de la interacción en tiempo real con la tela de araña?
Hilton Japyassú y otros investigadores siguieron la pista según la cual algunas arañas serían capaces de usar las telas de araña que construyen como utensilio proto-nervioso ajeno a su propio organismo que, sin embargo, es capaz de «transmitir» información ambiental que otorga ventajas innegables para la evolución y la supervivencia. Existe un «aprendizaje» ajeno al primitivo sistema cognitivo de la propia araña.
Recientemente, Japyassú y el biólogo evolutivo Kevin Laland publicaron un borrador en la revista Animal Cognition en el que argumentan que la tela de araña es para ciertas especies al menos «una parte ajustable de su sistema sensorial», y en el mayor de los casos «una extensión del sistema cognitivo de la araña».
De confirmarse su carácter amplificador para el sistema sensorial de algunas especies, «la tela de araña se convertiría en un modelo de la naturaleza de aumentación cognitiva, una idea propuesta por los filósofos Andy Clark y David Chalmers en 1998 para el pensamiento humano», explica Joshua Sokol en Quanta Magazine.
Visión en abejas, oído en grillos, tentáculos en pulpos, telarañas en arácnidos
Nuestro conocimiento de sistemas cognitivos relativamente complejos que no siguen el patrón del sistema nervioso de los vertebrados, abre nuevas posibilidades a campos tecnológicos como la inteligencia artificial (hace algo más de un año escribí un artículo sobre el potencial de la seda de araña como tejido técnico ultrarresistente).
El equivalente a los «pensamientos» asociados a la interacción con el medio en pulpos y arañas, los dos ejemplos en este artículo, refutan la idea de una conciencia circunscrita a un órgano hiperdesarrollado como el cerebro en reptiles, aves y mamíferos, al extenderse a extremidades (pulpo) o incluso fuera del organismo (telas de araña en algunas especies de araña).
Una estrategia evolutiva relacionada está presente en sistemas sensoriales que han evolucionado para amplificar señales procedentes de los nichos o partes del mundo relevantes para especies determinadas: las abejas son sensibles a la luz ultravioleta, también presente como marcadores en muchas flores.
Asimismo, otros animales parecen haber distribuido todo su aparato cognitivo fuera de su sistema neuronal; es el caso de los grillos hembra, que se orientan hacia la llamada de los machos más ruidosos gracias a aparatos auditivos en las rodillas de sus dos patas frontales, conectadas entre sí a través de un tubo traqueal que permite a las ondas sonoras resonar en el interior y marcar la orientación de las ondas más potentes.
Naturaleza aumentada
La información que identifica la dirección de las parejas más adecuadas no se encuentra en el cerebro, sino en un tubo traqueal conectado a los oídos, cuya intensidad de vibración indica orientación y distancia relativa.
Un estudio pormenorizado de especies alejadas de nosotros nos permite explorar sistemas cognitivos con pistas valiosas para el futuro. Quizá, los animales más pequeños, que deben usar más energía y recursos para funciones cognitivas según una regla observada por el naturalista suizo Albrecht von Haller en el siglo XVIII, han evolucionado para distribuir su carga cognitiva en extremidades o, en casos concretos, incluso en el exterior de sus organismos.
Es el caso de esos depredadores tan especiales que a la vez adoramos y tememos: las arañas y sus telas, las cuales constituirían mucho más que un simple manto analógico en el que atrapar a sus presas.
Se trataría más bien de una red hipersensible que comunica a la araña información del mundo circundante.