No es una época fácil para Perú, uno de los países más azotados por la pandemia de coronavirus, cuyas cifras oficiales, ya espeluznantes, distan mucho de los números reales —hasta 5 veces superiores—, que situarían la mortalidad por habitante a raíz de la pandemia por encima de la contabilizada oficialmente en Hungría y la República Checa.
El carácter extremo de la geografía y el clima de Perú forjaron distintas innovaciones endémicas de la civilización neolítica prehispánica de la región, que vivió unificada durante un breve período durante el Imperio incaico.
Armas, gérmenes y acero, el célebre ensayo de Jared Diamond, especula sobre los motivos que habrían llevado a los hombres de Francisco Pizarro a capturar a Atahualpa en Cajamarca.
Los gérmenes ya habían realizado un trabajo previo decisivo, al decimar a una población no inmunizada ante los patógenos europeos. Así que el avance español combinó patógenos, tecnología de guerra, escenificación (los españoles, a caballo, en armadura y con armas de fuego, impresionaron a una población abierta a relatos metafísicos) y una infraestructura y sistema burocrático preexistentes que aceleraron el dominio europeo.
El poso cultural de una compleja civilización
Diamond expone algunas de las causas que habrían hecho de los Andes septentrionales y centrales uno de los epicentros de domesticación de plantas y animales durante el neolítico, únicamente equiparable en el hemisferio occidental al florecimiento de las civilizaciones de Mesoamérica (además de estos dos centros de domesticación neolítica, la Amazonia occidental y el sur de Estados Unidos también contaron con epicentros de domesticación).
Ninguno de los dos epicentros —los Andes y Mesoamérica— conoció la rueda, pese a la existencia de esculturas perfectamente esféricas. En el caso andino, se ha especulado el porqué de esta ausencia tan decisiva para las civilizaciones neolíticas de Eurasia (todas surgidas en una zona templada y fértil comprendida entre la ribera mediterránea y las llanuras fluviales de Extremo Oriente), al existir animales de tiro domesticados y con gran importancia en la ganadería incaica, la llama y la alpaca.
Diamond aporta al respecto una explicación: la vasta red viaria de los Andes prehispánicos debía sortear una orografía marcada por desniveles tan corrientes y pronunciados que habrían hecho de la rueda una invención muy distinta al rol logrado en el Creciente Fértil, el Mediterráneo o China: la asimetría en el relato del proceso hibridación entre el Viejo y el Nuevo mundo que conocemos como «intercambio colombino» limitó la capacidad de los recién llegados para apreciar muchas de las sutilezas perfeccionadas en sistemas viarios, de irrigación y agropecuarios especialmente adaptados a las condiciones extremas de los Andes.
Cinco siglos después, Perú y otros países de la región reivindican el impacto crucial de las especies domesticadas en la región en el mundo desde 1492; Cuzco, que conserva una importancia viaria y cultural ya preeminente en época incaica y reforzada durante el dominio español, ha desarrollado en los últimos años un centro de desarrollo y de conservación de variedades de la patata (cultivo originario de la especie), el Parque de la Papa.
Un fondo fitogenético y cultural para un siglo de clima extremo
Administrado por indígenas de la región y la Asociación para la Naturaleza y el Desarrollo Sostenible (ANDES), el parque de la papa reivindica la importancia de un territorio biocultural que oculta lecciones de resiliencia y adaptación a condiciones extremas de sistemas alimentarios en zonas áridas, de gran altitud y con suelo pobre. Muchas variedades de patata sobreviven únicamente en la región, a veces en lugares relativamente alejados como el archipiélago de Chiloé, en Chile.
Reconocer prácticas bioculturales podría reforzar viejos conocimientos antes de su desaparición en un momento crucial: si plantas y animales domesticados en las Américas enriquecieron la vida (y la aportación calórica) de europeos y del resto del mundo (con la patata y el maíz de estandartes), los conocimientos tradicionales de la región podrían inspirar y/o mejorar técnicas y sistemas agropecuarios viables en las situaciones de clima extremo de nuestro siglo, además de potenciar la recuperación de ecosistemas.
La zona comprendida por el Parque de la Papa se extiende 90 kilómetros a las afueras de Cuzco, en una altitud que varía entre unos imponentes 3.400 metros y unos todavía más exigentes 4.900 metros, donde se sitúan los plantíos más elevados, un área cuyas particularidades han permitido mantener una de las mayores diversidades de un tipo de cultivo nativo en el mundo.
Alejandro Argumedo, fundador de la Asociación Andes, declaraba ya en 2019 que la selección de variedades bajo condiciones extremas y variopintas convierte el lugar en un centro de pruebas de los retos que deberán afrontar las regiones agropecuarias en nuestro siglo.
Patatas, lago Titicaca y fundación mitológica de Cuzco
Viejos ritos, parábolas y leyendas ayudan a las culturas orales a transmitir conocimientos ancestrales. No deberían extrañar las asociaciones que descubrimos entre culturas tradicionales humanas y el medio donde florecieron. Un estudio reciente establece una correlación casi exacta entre las fronteras lingüísticas de los pueblos nativos americanos del Oeste canadiense y la distribución de las distintas especies de oso grizzly, criatura legendaria entre las culturas autóctonas.
Quizá estas correlaciones ancestrales expliquen por qué el epicentro de la domesticación de la patata hace 7.000 años, la orilla del lago Titicaca, sea también el origen de la fundación de Cuzco, tal y como relató en escritor hispano-incaico Garcilaso de la Vega. Manco Cápac y Mama Ocllo partieron de este lago por consejo de su padre, el dios sol, y lanzaron una jabalina de oro para decidir el sitio de un nuevo pueblo:
«La primera parada que en este valle hicieron, dixo el Inca, fue en el cerro llamado Huanacauti, al mediodia de esta ciudad. Allí procuró hincar en tierra la barra de oro, la qual con mucha facilidad se les hundió al primer golpe que dieron con ella, que no la vieron más. Entónces dixo nuestro Inca a su hermana y muger: En este valle manda nuestro padre el sol que parémos y hagamos nuestro asiento y morada, para cumplir su voluntad, Por tanto, reyna y hermana, conviene que cada uno por su parte vamos a convocar y atraer esta gente para los doctrinar y hacer el bien que nuestro padre el sol nos manda».
Los cronistas de la época virreinal prestaron menos importancia a sistemas constructivos con piedra seca, puentes colgantes y sistemas de irrigación legendarios.
Recursos hídricos en el Altiplano
Debido a su importancia decisiva en la transmisión de enfermedades y epidemias, los países en desarrollo atienden los consejos de expertos y organismos internacionales para crear infraestructuras de tratamiento de agua de boca y aguas residuales, cuya diferenciación reduce drásticamente epidemias de fiebre amarilla, diarreas, disentería y cólera.
Las urbes de los países desarrollados se centran en reducir la pérdida de agua a lo largo de una compleja red de distribución, así como en mantener y ampliar sistemas de depuración y desalinización de agua para otros usos que, una vez libre de sustancias peligrosas y patógenos, sirve para el riego, la limpieza del alcantarillado, las fuentes ornamentales, la limpieza de calles, etc.
Este ciclo del agua se completa con redes de depósitos (a menudo subterráneos o en forma de pantanos) donde las aguas tratadas se complementan con aguas pluviales y aseguran niveles estratégicos en épocas de sequía o uso excesivo de un recurso cada vez más estratégico.
Pero el interés del mundo emergente por mejorar las aguas sanitarias, tanto agua de boca como aguas grises o residuos orientados a centros de tratamiento, erradica a menudo la posibilidad de integrar conocimientos ancestrales para fertilizar y regular sistemas integrados de agricultura orgánica y piscicultura, por ejemplo.
Enseñanzas sobre agua en Huamantanga
Recientemente, expertos de la ONU han reconocido el valor de un ecosistema que transforma en el estuario pantanoso del este de Calcuta (India) un problema potencial (el tratamiento de aguas residuales, en un complejo sistema en el que lagunas intercomunicadas, canales, plantas y peces) en nutriente para los cultivos de la zona y la piscicultura. En este caso, los desechos se convierten en nutrientes.
En Perú, la cultura ancestral andina se ha convertido en la última inspiración para recuperar un ecosistema de ciclos integrados en el que una sustancia escasa y preciosa en una región que destaca por su altitud y aridez, el agua, se había reusado desde tiempos inmemoriales.
En el distrito de Huamantanga (provincia de Canta en el departamento de Lima, la capital), un grupo de científicos documenta los secretos de una técnica con 1.400 años de antigüedad que garantiza la disponibilidad de agua en la zona durante toda la estación seca.
A 3.500 metros de altitud, este sistema ancestral garantiza el riego de campos de aguacates, lúpulo, patatas y judías antes de llegar al pueblo con el mismo nombre, una humilde población con edificios de adobe y cemento alineadas en estrechas calles de tierra apelmazada.
Aprovechar el agua de los meses de lluvia
Debido a las crecientes necesidades de la población del altiplano y a una pluviometría propia de zonas desérticas (Lima registra una media anual de 13 milímetros de lluvia), así como al abuso de la única fuente local (el caudal de los tres ríos que atraviesan la zona), la Administración peruana incentiva la reutilización del agua con métodos tradicionales.
Esta «infraestructura natural», decisiva tanto para el mantenimiento de los ecosistemas como para garantizar fuentes de agua para la actividad humana, recibe incentivos a través de los Mecanismos de Retribución por Servicios Ecosistémicos. Las compañías de agua deben reinvertir una porción de los beneficios de explotación del servicio en restaurar viejas canalizaciones y filtros.
La otra parte de la ecuación de un sistema que no se ha estudiado en toda su extensión está comprendido por la salud de otros depósitos y sistemas de filtrado indirecto de los recursos hídricos, tanto de superficie como subterráneos, existentes en la zona: proteger los humedales y bosques de gran altitud mediante técnicas como el pastoreo rotativo, que evita la degradación de los pastizales.
En las últimas décadas, las cuencas hídricas de esta región habían vivido de espaldas a las técnicas tradicionales (más lentas, pero efectivas a largo plazo y a prueba de sequías) de protección de bosques y humedales para que el escaso agua no se pierda en la erosión que ocasiona la escorrentía en zonas áridas y zonas agrarias degradadas.
Agua lenta: cómo «plantar» y «cosechar» agua
La investigadora Erica Gies ha acuñado un término para denominar intervenciones que reconocen viejos sistemas integrados para conservar recursos hídricos escasos incluso en zonas extremas como el altiplano andino: Slow Water, en referencia al ethos del movimiento agrario y gastronómico Slow Food.
A medida que un clima cada vez más extremo y errático transforma la disponibilidad de agua en todo el mundo, las infraestructuras convencionales de gestión hidrológica fallan cada vez más:
«Tales intervenciones humanas tienden a confinar el agua y acelerarla —explica Erica Gies—, borrando las fases naturales cuando el agua se estanca en la tierra. Las soluciones basadas en la naturaleza, por otro lado, hacen espacio y tiempo para estas fases lentas».
Gracias a un reconocimiento oficial, en Perú se reconoce como política estratégica la conservación de humedales, llanuras aluviales de cuencas fluviales y bosques de montaña, y tanto la ONU como el Banco Mundial toman nota de los avances y beneficios de una estrategia «lenta» e integral de gestión del agua.
La población local de Huamantanga cuenta con el reconocimiento de su vieja práctica, consistente en usar canales de agua («amunas», retenes en lengua quechua) para divertir parte del agua fluvial durante la época húmeda hacia cuencas de infiltración, técnica usada por un puelo ancestral, los huari.
Recuperando viejas canalizaciones de alta montaña
Debido a que el agua fluye con mayor lentitud al infiltrarse en los acuíferos del altiplano, los cauces reemergen ladera abajo de varias fuentes naturales meses después, lo que permite a la población (los «comuneros») regar sus cosechas.
La estrategia tiene, sin embargo, repercusiones que llegan a la capital: al penetrar en el suelo, una parte del agua reconducida y filtrada en la cuenca subterránea regresa a los ríos que abastecen Lima, de modo que, aplicada a gran escala, la misma técnica huari podría abastecer a toda la capital durante los meses secos.
El bello y efectivo diseño del «agua lenta» en Huamantanga presenta varias lecciones de moderna intemporalidad a los sistemas reduccionistas de gestión del agua que se basan en la cuantificación del recurso a partir de una percepción estática de su cauce, lo que causa problemas irreparables a cuencas fluviales sobreexplotadas en todo el mundo.
Quizá pronto estemos preparados para reconocer los esfuerzos de restauración de sistemas ancestrales más resilientes que los actuales, al basar su gestión a gran escala de recursos escasos en lecciones de complejas civilizaciones que aprendieron a subsistir gracias a una lenta y sutil adaptación.
Estaremos atentos a la labor de los comuneros del valle andino del río Chillón, un vergel sostenible en un paisaje árido a 3.500 metros de altitud, logrado no con trasvases, desalinizadoras ni agua importada con otra tecnología, sino sirviéndose de técnicas que acumulan agua durante la estación húmeda para que «reaparezca» en los meses áridos a través de las fuentes de donde mana el agua subterránea previamente infiltrada a partir de canales de alta montaña.