Es uno de los lugares más prósperos, bellos e inspiradores del mundo. Fue epicentro de un Imperio que supo adaptar lo mejor de una cultura hermana previa cuando lo heredado resultaba mejor que lo creado.
La supuesta decadencia de este lugar es tan extensa y controvertida como su propia influencia en Europa y el resto del mundo.
La caída de su Imperio implicó el surgimiento del auténtico germen de un Estado paneuropeo, al menos desde el punto de vista diplomático y burocrático, y con sede en la vieja capital, una ciudad a cuyas ruinas majestuosas acudieron durante siglos los buscavidas en busca de viejos materiales y escondrijos para el pillaje de viajeros, tal y como leemos en las aventuras de El conde de Montecristo a su paso por la ciudad.
Una aspiración europea
Marzo de 1957. Europa se recupera de la guerra más devastadora que se recuerda, y llora tanto a los caídos de la II Guerra Mundial como al desastre protagonizado por la generación anterior en la Gran Guerra.
Alemania e Italia son democracias y, gracias al Plan Marshall y a la prosperidad de una sólida nueva clase media que compra vehículos y electrodomésticos y gasta cada vez más en cultura y vacaciones, obrarán lo que se conoce como el “milagro económico”. Hubo milagro alemán de posguerra; pero también hubo un milagro italiano.
Con la firma de los Tratados de Roma en 1957, Europa Occidental se sacudía con pulcra galantería un poco de tutela anglosajona y se comprometía a pasar página en la carrera de sus potencias por controlar el continente y las colonias a expensas de las otras potencias.
Alemania, Francia, Italia y el Benelux se sientan a la mesa en Roma desempolvando ideas que habían partido de las Atenas y Roma clásicas, pero también del Sacro Imperio Romano Germánico (descentralizado y compuesto por prósperos pero pequeños territorios desde el sur de Alemania al norte de Italia, origen de la tardía unificación alemana e italiana).
La construcción europea y un pseudo-socio: el Reino Unido
Los firmantes del Tratado de Roma no olvidan su compromiso con otros pilares de la cultura europea: el sur de Italia no se entiende sin España, del mismo modo que la antigua Venecia no se habría entendido sin su relación con el Occidente del Imperio Otomano, pues los balcanes comerciaron y pensaron a expensas de Venecia.
Así que, imaginando un futuro con España, Portugal y Grecia, con dictaduras consentidas (¿tuteladas?) por Washington, los firmantes del Tratado de Roma sientan las bases de una unión industrial que, poco a poco, debería convertirse en comercial, económica y de sus pueblos.
El inicio utilitario de la Comunidad Económica Europea no resta méritos a sus aspiraciones humanistas, que el Reino Unido y Estados Unidos observarán con respetuoso recelo. El Reino Unido montará su propio tinglado con potencias menores, hasta que la conveniencia lleva al país a integrarse en una construcción en la que nunca creerá del todo.
Pasan 60 años. La CECA, organización creada para comerciar con carbón y acero, se ha convertido en la Unión Europea de los logros, pero también la del escepticismo de quienes no pueden cuantificar los logros de la idea, sobre todo desde inicios de la Gran Recesión.
La Italia del “sorpasso”
En marzo de 2017, los países más comprometidos con el proyecto europeo dejan claro en la reunión conmemorativa de Roma que el anuncio oficial de Londres de que el Reino Unido abandonará la UE no significa el principio del fin de la idea, sino el inicio de una integración más rápida entre, al menos, las cuatro potencias del euro: la fortalecida Alemania y las más debilitadas -por la crisis y por falta de competitividad en un mundo que crece en Asia- Francia, Italia y España.
Italia no ha crecido en términos reales desde hace décadas, afirman con razón los críticos italianos; sin la capacidad del banco central italiano para devaluar la moneda, como había hecho históricamente para aumentar su competitividad (evitando así reformas impopulares como la constricción de salarios o el aumento de la productividad: o trabajando más, o con despidos), las empresas italianas no se adaptan tan bien como las alemanas a la nueva situación mundial.
Lejos quedan los años en que, una Italia segura de sí misma, capaz de exportar sus productos y sus intangibles (a través de la leyenda de Enzo Ferrari, Gianni Agnelli, las familias del diseño industrial -Alessi, Olivetti- y de la moda milanesa), había inundado los mercados internacionales con productos reconocibles, obrando gracias a ello un importante hito simbólico, sanción de la prosperidad del “Miracolo economico”: el conocido como “sorpasso” italiano al Reino Unido.
El “sorpasso” explicaba la pujanza de los emprendedores del norte de Italia, apoyados por negocios familiares capaces de crear con pequeñas estructuras algunos de los productos de consumo más icónicos del siglo XX, desde las gafas Persol con que Steve McQueen aparecería en sus películas al imperio Luxottica de Leonardo Del Vecchio o el icono de la Olivetti Lettera: en 1987, Italia superó al Reino Unido en Producto Interior Bruto (volumen de riqueza total del país).
La penuria de los últimos años
En ese momento, cuando Italia producía los productos icónicos y los vendía a precios competitivos gracias a la estrategia de devaluar la lira, las pymes textiles, industriales, automovilísticas o alimentarias del país, situadas sobre todo en el norte, habían convertido la economía italiana en la quinta mayor del mundo, por detrás sólo de Estados Unidos, Japón, República Federal de Alemania y Francia (con cuya economía se situó prácticamente a la par, después de haber superado la británica).
Han pasado 3 décadas desde el sorpasso e Italia mantiene la pujanza de algunas de sus pymes, pero su economía apenas ha crecido en términos reales mientras, por el contrario, España ha prosperado con rapidez. Viniendo desde muy atrás, España (miembro de la Comunidad Europea en 1986, el año que el país conocía que organizaría en 1995 -cinco siglos después de 1492- unos Juegos Olímpicos y una Exposición Universal) cuenta con una renta por habitante casi idéntica a la italiana.
La burbuja inmobiliaria hizo que la Gran Recesión originada en Estados Unidos en 2008 se cebara especialmente con España, obligada por la Unión Europea a abandonar la última política de gasto público de Zapatero y prácticamente forzada al rescate.
Si bien el paro español continúa siendo galopante en comparación con el italiano, las tres últimas décadas de España sólo pueden definirse como exitosas, con un aumento espectacular de la prosperidad y todos los indicadores (pese a la devastadora Gran Recesión, que arroja todavía en torno a un 17% de paro, con un pico del 26% en el momento más agudo de la crisis).
Retorno de España
Un gráfico ilustra mejor que ningún otro el avance relativo de la prosperidad de los españoles: Max Roser, economista alemán de la Universidad de Oxford y creador de la página de estadísticas Ourworldindata.org (a la que hemos dedicado un artículo), compartía la figura, que compara el crecimiento del sueldo medio desde inicios de los años 80 en 8 economías avanzadas, muestra cómo sólo noruegos y británicos (éstos últimos apenas superando a los españoles) han visto un crecimiento salarial más pronunciado que España.
El gráfico recoge el ajuste de los sueldos (por despido, por ajuste de convenio o falta de actividad, etc.) españoles desde 2008, pero aun así los españoles han aumentado su prosperidad relativa ajustada a la inflación de manera más pronunciada que suecos, australianos, franceses, canadienses o estadounidenses.
Italia no aparece representada en el mencionado gráfico compartido por Max Roser, pero basta una visita a la fuente de la estadística en Ourworldindata.org para comprobar que el país transalpino ha padecido un estancamiento más duradero y pronunciado, ajustado a la inflación.
La recuperación española no es comparable con la evolución italiana, pero la situación no es desastrosa y no hay que comparar las dificultades griegas con las del resto de economías de la zona euro en dificultades.
Lo que el mundo explica del sur de Europa
Pero no todo es inestabilidad política (tras las esperanzas que había suscitado Matteo Renzi, que tuvo que dimitir tras convocar un plebiscito que podría haberse ahorrado) y estancamiento económico en Italia, una potencia del G7 que no hay que confundir con la imagen proyectada en medios de comunicación internacionales, obsesionados con la macroeconomía y la información chocante; y que, por lo tanto, cubre el país transalpino para hablar de:
- escándalo de gestión como el que sacude al banco más antiguo del mundo todavía operativo, Monte dei Paschi di Siena, tercero del país en activos;
- terremotos que se suceden en los últimos años;
- crisis de inmigrantes en el Mediterráneo, que tratan de alcanzar Lampedusa, Sicilia y el sur de la Península Itálica, con consecuencias a menudo trágicas…
Etcétera. Como enseñan en las escuelas de periodismo -y ello vale ahora más que nunca-, normalmente no es noticia cuando un perro muerde a una persona, sino cuando una persona muerde a un perro.
Domina el meme y el ensañamiento sobre temáticas que rindan beneficios estratégicos: geopolíticos (como demuestra la agitación propagandística rusa en Internet), o económicos (ensañarse con el sur de Europa ha influido sobre la calificación de la deuda soberana de países como Italia o España, que han tenido que financiarse a intereses más altos que Francia y, sobre todo, Alemania).
Todos somos mayorcitos para comprender de qué tipo de “objetividad” se nutre la agenda informativa de Financial Times o Bloomberg.
Lo que se hace (muy) bien en la Europa mediterránea
Más allá de los claroscuros del país, amplificados a antojo de la prensa y de su agenda (los medios anglosajones agrandan cualquier debilidad de la zona euro, sincronizando la agenda informativa con las maneras vergonzosamente populistas de sus líderes actuales), no todo son problemas difíciles de resolver en Italia.
Ferias y certámenes de cine, arquitectura, diseño industrial y moda siguen entre los más influyentes del mundo, y tanto centros politécnicos como escuelas de negocio siguen formando a algunos de los pequeños empresarios más prósperos de Europa. Basta visitar en coche el valle del Po para comprobar hasta qué punto la prosperidad está arraigada en las ciudades medias del norte de Italia.
Hay signos de prosperidad que no aparecen en análisis macroeconómicos ni en el estudio de una sociedad desde una filosofía puramente utilitarista, dominante en Estados Unidos y Reino Unido (origen de buena parte del “soft power” desde finales de la II Guerra Mundial).
Un ejemplo ilustrativo, explicado por Bloomberg: pese a las dificultades coyunturales, la sociedad italiana no sólo es la sociedad occidental con menor tasa de obesidad y sobrepeso, sino también la más sana, según un análisis cruzado de varios indicadores en 163 países.
Trasladar una actitud al mundo digital
La buena salud y calidad de vida de italianos o españoles (primeros y sextos, respectivamente, en la mencionada lista), contrasta con los problemas cardiovasculares, el alto colesterol y la mala salud mental en, precisamente, Estados Unidos, Canadá y Reino Unido.
Italia no sólo ha estado siempre en cabeza en arte, calidad de vida y humanismo (un paseo Fabrice y su tía la duquesa de Sanseverina por el Lago de Como en La Cartuja de Parma evoca lo necesario sin recurrir a descripciones inabarcables). Más allá de los componentes intangibles de la dolce vita, hay ideas incipientes que acercan el mundo tecnológico y la aspiración mediática paneuropea:
- Massimo Banzi, cofundador de Arduino junto al español David Cuartielles y otros colaboradores del Interaction Design Institute Ivrea (IDII), es una de las personalidades de la nueva Revolución Industrial “maker” (impresoras 3D, placas base de código abierto, producción bajo demanda de productos de alto valor añadido en pequeños talleres tecnológicos);
- la página de diseño y arquitectura designboom.com, con contenido en inglés y equipo multicultural desde Milán, donde se fundó el proyecto en 1999;
- etc.
La fortaleza tradicional de la alimentación y la moda, o la ligera recuperación de sectores como el automovilístico, maquinaria industrial o electrodomésticos, depende más que en Alemania del vigor del tejido de pequeñas y medianas empresas, que asumen parte o todo el proceso de producción.
Modelos y modelos
Las dificultades de muchas de estas firmas para acceder a financiación durante la crisis explica, en parte, la alta tasa de morosidad en Italia, muy superior en empresas y particulares a otros países del entorno como Francia o España.
Italia no se conforma con la política monetaria relativamente expansiva del Banco Central Europeo en los últimos dos años, demandando menos rigor fiscal alemán y políticas expansivas con deuda paneuropea.
Son maximalismos que no se cumplirán, pero que Italia negociará, seguramente con la asistencia del próximo ganador de las elecciones en Francia.
No obstante, la flexibilidad que Italia demanda para la UE tendría que aplicarla en reformas concebidas para recuperar el vigor e inventiva de los pequeños empresarios del país, con tanta necesidad de financiación como de facilidades administrativas.
De la gerontocracia a una nueva creatividad
Una información simboliza quizá mejor que cualquier otra las rigideces que impiden a países como Italia desplegar todo su potencial: pese a la llegada de personajes jóvenes a la primera línea de la política, la clase dirigente del país atesora una media de edad superior a la de los países del entorno.
Giorgio Napolitano, presidente entre 2006 y 2015, tiene 91 años (por contraste, Matteo Renzi, primer ministro entre 2014 y el dichoso referéndum de 2016, tiene 42 años).
Otro dato sorprendente: un curioso estudio pone de relieve que las familias poderosas en la Toscana del siglo XV no han cambiado tanto 600 años después: muchos de los descendientes de los ricos de entonces conforman la clase privilegiada actual.
¿Cómo aprovechar intangibles humanistas, estéticos, de estilo y filosofía de vida, en empleos con futuro que demandarán cada vez más nuestra vertiente más humana y, por tanto, más difícil de replicar por algoritmos?
La pista se encuentra quizá en los orígenes de la cultura de tolerancia e iteración con nuevas ideas que surgió en un laboratorio interdisciplinar de Palo Alto, California, financiado por la empresa Xerox (PARC) en 1970.
No hay que ir a Silicon Valley
Los responsables de este laboratorio de ideas avant la lettre sentaron las bases de la informática personal moderna con conceptos que explotarían luego Apple, Microsoft, IBM y otras firmas. Entre los prototipos en funcionamiento en el Palo Alto Research Center: impresoras láser, primeros gráficos, la propia interfaz de usuario gráfica, editor de textos moderno, el protocolo de conexión a redes Ethernet, etc.
El PARC de Xerox se centró en la innovación, olvidándose de su rendimiento económico, y los jóvenes que visitarían las demostraciones del laboratorio tomarían sus ideas y las convertirían en nuevos sectores de la economía, mientras Xerox caía en el ostracismo.
Alan Kay reflexiona en Quora sobre qué convirtió el PARC de Xerox en un lugar tan especial. También existió un interés público (a través de la agencia de tecnología militar DARPA) para financiar artilugios punteros, sin obsesionarse por su valor en el mercado al día siguiente.
Italia (y el sur de Europa en general) ha actuado como Xerox durante demasiado tiempo. Quizá haya llegado el momento de exportar algo más que gusto, calidad/estilo/filosofía de vida, diseño.
Existen tanto la mentalidad como el talento para crear las nuevas industrias del futuro en Milán, Roma, Marsella, Barcelona, Madrid, Lisboa o Atenas. Para lograrlo, habrá que empezar a creérselo.