En el verano de 2009, Robert Siegel, locutor radiofónico de la emisora estadounidense NPR -respetada por su tono editorial, laico e intelectual-, escuchó uno más de los periódicos mensajes de patrocinio que la radio intercala con sus programas, que aportan la mayor parte de su financiación.
“El apoyo a NPR procede en esta ocasión del difunto Richard Leroy Walters, cuya vida fue enriquecida por NPR, y cuya contribución pretende alentar el descubrimiento de esta radio pública por otras personas”.
Estoicos anónimos del mundo, uníos
Curioso por averiguar algo acerca de una persona que había decidido dejar parte de su fortuna al patrocinio de la radio pública, Robert Siegel trató de averiguar quién era Richard Leroy Walters, empezando por una búsqueda en Google.
Siegel encontró una reseña, publicada en una pequeña revista de una misión Católica en Phoenix, acerca de Walters, que había muerto dos años antes a los 76 años. Aparentemente, además de dejar dinero a NPR, Walters también había sido generoso con aquella pequeña congregación religiosa de Arizona.
Hasta aquí, la historia encajaba con otros casos de patrocinio de la cadena, acostumbrada al mecenazgo de personalidades y fundaciones, que ven su labor de difusión más como una misión filantrópica que como un simple ejercicio de independencia periodística.
Cuando “sin techo” no equivale a pobreza forzada ni a enajenación
Hasta que Siegel leyó, en la misma reseña, que Richard Leroy Walters, que había muerto dejando una fortuna de 4 millones de dólares, era un sin techo (sin error en la traducción: del inglés “homeless”). Una persona sin hogar.
Walters, obviamente, no encajaba con el estereotipo de los sin techo, conformadores de lo que se conoce como cuarto mundo, o una sociedad de pobres y desheredados en el interior de las sociedades ricas, en pleno auge desde el inicio de la presente crisis financiera y económica, a mediados de 2008.
Rita Belle, enfermera y cuidadora de un centro geriátrico al que Walters había acudido durante sus últimos años, explicaba en la reseña que se trataba de una persona muy reservada, que siempre acudía al centro con una pequeña mochila y una gorra. Apenas charlaba, aunque disfrutaba de la compañía de Belle, con quien a menudo tomaba el café.
La enfermera explica su sorpresa al averiguar que Walters no tenía casa ni coche, aunque destaca su inteligencia y claros propósitos vitales, y descarta que tuviera algún tipo de enajenación mental.
Sin sospecharlo, Rita Belle había entablado una sólida amistad de 13 años con un estoico contemporáneo, que dedicó la energía de los últimos años de su vida a invertir la fortuna que había acumulado durante su vida a diversos proyectos filantrópicos, a los que destinó una media de 400.000 dólares.
Walters era un ingeniero retirado que había hecho carrera en AlliedSignal Corp., estudiante graduado con honores en la Universidad de Purdue y con un título de máster, además de antiguo del cuerpo de Marines de Estados Unidos. Nunca se casó, no tenía hijos y no se hablaba con su hermano.
Cuando decidió jubilarse, también abandonó por completo el mundo de las comodidades materiales, prescindiendo incluso del coche, en un país que depende más que Europa del transporte individual. Belle: “simplemente renunció a todas las posesiones materiales que creemos que es necesario poseer. Depende de cómo midamos la felicidad. Lo que para ti pueda ser feliz quizá no lo sea para mí. Nunca le oí quejarse”.
Una historia digna del titular que NPR decidió darle en la página web de la emisora: “Hombre sin hogar lega una sorpresa: 4 millones de dólares“.
Retorno a la vida sencilla
La historia de Richard Leroy Walters habría pasado desapercibida, de no ser por el estigma social asociado, desde la época clásica, con quienes se aventuraban, sin necesidad de ello ni problemas mentales o personales aparentes, a vivir una existencia frugal, alejada de lujos materiales y sus mandatos.
Para los cánones sociales de los últimos dos milenios, éxito personal y económico no pueden ir de la mano de una vida frugal y de recogimiento, dedicada al estudio y al desarrollo de la mesura en todos los ámbitos de la vida.
Y, por supuesto, alguien como Walters, “capaz” no sólo de realizarse profesionalmente, sino de acumular una pequeña fortuna, no puede ser un “sin techo”. Algo debería pasarle, meditamos, tras leer el titular del artículo dedicado a él por la emisora NPR.
Para decenas de personalidades que han dejado su impronta en la filosofía, la literatura, el arte o la política, entre otros campos, desde la época del emperador romano Marco Aurelio, por plantarnos en los inicios de nuestra era, la vida sencilla en cualquiera de sus acepciones (frugalidad, ascetismo, estoicismo, simplicidad voluntaria, anti-consumismo, pobreza voluntaria) representó, como en el caso del “anónimo” estadounidense Richard Leroy Walters, una decisión vital libre y consciente para lograr la plenitud personal, la felicidad. O la “verdad”, o la “esencia” de las cosas.
Se ha definido a la “vida sencilla” como el etilo de vida consistente en consumir sólo lo necesario para garantizar la supervivencia, en contraposición a la cultura de la acumulación de bienes materiales y la compra regular distintas versiones de utensilios destinados a un mismo uso.
Quizá nunca sepamos con exactitud cuál fue la principal razón que llevó a Walters a renunciar a las comodidades propias del éxito profesional bien remunerado. Estudiando la vida y los escritos de los exponentes de la frugalidad voluntaria en los últimos siglos, quienes han practicado la vida sencilla lo han hecho por razones a menudo poco traumáticas y próximas a la búsqueda de un sentido de la vida menos superficial que los placeres materiales: espiritualidad, salud, mayor tiempo para el cultivo personal (o para la familia y los amigos, etc.), reducción del impacto ecológico personal, disminución del estrés y otras enfermedades relacionadas con la ansiedad, o influencia de alguna obra o biografía; entre otras razones.
Los conceptos vida sencilla, frugalidad, simplicidad voluntaria y otros relacionados exponen situaciones distintas a las que representan quienes viven en un estado de pobreza forzada, en lugar del libre ejercicio de una opción de estilo de vida.
Del mismo modo, “vida sencilla” no responde a una única opción vital. Para Walters, era necesario renunciar incluso a su casa y coche; para otros, practicar una exigente vida ascética; otros, en cambio, han optado por la mesura y la frugalidad, manteniendo posesiones, aunque rehuyendo el consumo superfluo y compulsivo.
La relación entre los presocráticos y Avatar de James Cameron
La vida sencilla no siempre se relaciona con una actitud vital ascética, entendida como renuncia a todo tipo de posesiones materiales y dedicación exclusiva al cultivo del espíritu, a la manera de Buda, Juan Bautista, Jesucristo o Mahoma, cuyo legado ha sido reinterpretado y mantenido por organizaciones que a menudo son antagónicos a los defendidos por las personalidades históricas mencionadas.
En ocasiones, la práctica de la frugalidad se ha relacionado o interpretado en el contexto de las grandes religiones del mundo. En otras, sin embargo, parte de posiciones próximas al ateísmo, no siempre beligerante o negacionista. En otros casos, la vida sencilla ha sido cultivada por personas próximas al panteísmo (del griego “pan” -todo- y “teos” -dios-), una visión espiritual que empieza y acaba en la naturaleza, practicada por insignes intelectuales y científicos a lo largo de la historia y, a la vez, por tribus de cazadores y recolectores de ahora y del pasado, quién sabe si incluso por otros homínidos y animales superiores.
En su visión espiritual del universo, Albert Eistein, un cazador recolector europeo de hace 20.000 años y un indio iroqués que entrara en contacto con los puritanos ingleses en el siglo XVII coinciden plenamente: según el panteísmo, el Universo (Naturaleza) y Dios (o los dioses) son idénticos.
Quienes practican el panteísmo no creen en un dios creador personal y antropomórfico. Algunos filósofos presocráticos ya exponían el mensaje que Avatar, la película de James Cameron, ha transmitido a millones de personas.
Respeto de la naturaleza y la sencillez
El panteísmo explica que “Dios”, en tanto que meta espiritual para la persona, tiene su representación máxima en su relación con el Universo. El Cosmos muestra la unidad y santidad de la Naturaleza. Una hormiga, una estrella gigante, un río en el que el agua siempre es cambiante (de ahí el “ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río” de Heráclito), una montaña, un recién nacido, la lluvia. Para la visión panteísta de la frugalidad, dedicarse a respetar, estudiar, contemplar las partes del “todo” (la naturaleza), es entender más del universo, que es a su vez “Dios”.
El mencionado Heráclito, filósofo presocrático dedicado durante toda su vida a la tarea panteísta de aprender de la observación de la naturaleza (el “universo” a su alcance), fue uno de los primeros filósofos en exponer las ideas centrales del panteísmo. Afortunadamente para el devenir de la filosofía Occidental, las observaciones de Heráclito fueron estudiadas con fruición por estoicos y representantes del cultivo espiritual y la vida sencilla como el Emperador romano Marco Aurelio, que dejó buena cuenta de sus consejos en el compendio Meditaciones.
Coincidiendo con el desarrollo del cristianismo como institución religiosa exclusiva y excluyente, a partir del siglo IV y hasta la llegada de las corrientes protestantes, el panteísmo fue perseguido como una herejía. En una fecha aparentemente tan cercana como 1600, el napolitano Giordano Bruno fue condenado por la Iglesia por sus creencias panteístas.
Su crimen consistía en haber mostrado interés por la filosofía aristotélica y la teología de Tomás de Aquino y, más tarde, mejorar su formación en Oxford, aprovechando un viaje a Inglaterra acompañando a una personalidad, lo que le puso en contacto con la cosmología copernicana y los propios inicios del empirismo moderno, compartidos por Roger Bacon.
Emocionado con los conocimientos adquiridos, sus escritos y conferencias hablaban de la pluralidad de los mundos y sistemas solares, el heliocentrismo, la infinitud del espacio y el universo, el movimiento de los astros. En definitiva, Giordano tuvo acceso, a finales del siglo XVI, a una visión del universo donde la Tierra no es más que una frágil y bella anomalía, llena de vida, algo así como ver la icónica imagen de la Tierra vista desde el espacio tomada por la Nasa en los 60, que consolidó la expresión “planeta azul” como sinónimo de nuestro astro.
Sus conocimientos científicos, la consecuencia del aperturismo científico del que disfrutaba Inglaterra, a diferencia del sur europeo, gracias a personalidades como el mencionado Roger Bacon (1214-1294), ávido lector de los clásicos y uno de los pocos hombres de ciencia con estatura moral e intelectual en la Iglesia Católica en la Edad Media, impulsaron a Giordano Bruno a explicar al mundo la visión panteísta y respetuosa con la ciencia hacia donde él creía que debía ser reinterpretada la fe.
Bruno fue quemado en la hoguera en 1600, un efecto disuasorio para el avance científico de la civilización, según Isaac Asimov, sobre todo en los países católicos.
El amor por la naturaleza y la frugalidad debían de entenderse en la mesura que la Iglesia decidiera en cada momento, y el panteísmo era tan peligroso como la propia ciencia.
Los descendientes de Giordano Bruno
El panteísmo, la concepción frugal de la existencia, la vida sencilla, la realización personal relacionada con el cultivo intelectual (tanto científico como espiritual), no tenían cabida en la Europa católica, tal y como la Iglesia romana se había encargado de mostrar con la muerte de Bruno en la hoguera.
Como la ciencia tomada de los clásicos, el panteísmo e ideas relacionadas con el estoicismo, la frugalidad y distintas corrientes de la vida sencilla viajaron hacia donde la Biblia se había vuelto a convertir en transmisión espiritual de las ideas de Jesucristo, sobre todo aquellas más incómodas para la institución eclesiástica romana: la Europa protestante.
No hay que preguntarse más por qué la Ilustración parte en lugares donde se reivindica al mallorquín Ramon Llull, a Roger Bacon, a Giordano Bruno, el centro y norte de Europa Occidental y el Reino Unido.
No es una casualidad que el filósofo holandés -de origen hebreo portugués- Baruch (Bento) de Spinoza (1632-1677), uno de los instigadores de la Ilustración y el racionalismo, padre moral de la ciencia moderna, fuera el primero en reivindicar las ideas panteístas de Giordano Bruno.
Poco después, John Toland, influenciado por Spinoza y Bruno, escribió en 1720 la obra Pantheisticon, o la manera de celebrar la sociedad socrática, ensayo en latín sobre el Universo y Dios, indisolubles. Si hay Dios, se pregunta, éste se encuentra en el Universo, en la observación de la naturaleza, para muchos una muestra de ateísmo. Para otros, el sentido puro del panteísmo.
Ya en pleno siglo XIX, coincidiendo con la consolidación de la decadencia de las antiguas potencias de la Edad Moderna como las empobrecidas España y Portugal, la Europa protestante es un hervidero de ideas y actividad científica e industrial. El panteísmo atrae entonces a Fichte y Schelling, en Alemania.
Aunque desarrolla todo su potencial en Estados Unidos, un país nuevo, floreciente, que podía crecer hacia el Oeste, se veía entonces, de manera casi indefinida. Ello acarreaba contradicciones entre quienes creían que Estados Unidos debía ser un país respetuoso no sólo con los derechos del individuo, sino también de la propia naturaleza.
No es una casualidad que varios de los escritores e intelectuales más influyentes a mediados del XIX en Estados Unidos realizaran cantos deliberados a la frugalidad, la vida sencilla, el respeto por la naturaleza, la libertad del individuo en el entorno. Walt Whitman, Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau, este último padre del ecologismo moderno, la desobediencia civil y la resistencia no violenta, difundieron en sus obras y practicaron la vida sencilla.
Los discípulos de Marco Aurelio
“Aunque vayas a vivir tres mil años o tres mil veces diez mil, recuerda que nadie deja atrás otra vida que esa que está viviendo y tampoco está viviendo otra que no sea la que deja atrás. Se iguala por tanto lo más duradero con lo más breve: el presente es igual para todos, como también lo que muere, y lo que dejamos atrás se manifiesta efímero por igual.” (Marco Aurelio, Meditaciones).
Lo poco que la cultura popular actual ha tomado de Marco Aurelio, cuya estatura intelectual ha alimentado a filósofos, escritores, científicos y líderes políticos durante los dos últimos milenios, se le debe al director de cine Ridley Scott, un maestro, como James Cameron, en explicar a través del cine popular ideas y contradicciones universales propias de un mundo cultural más sesudo y alejado de la cultura pop.
Un edulcorado y mitificado Marco Aurelio aparece en Gladiator, donde entabla una conversación con su general de confianza, Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe), momento del cine que ganará cinematográficamente con los años. En la escena, Marco Aurelio anuncia a Máximo que quiere que sea su sucesor, al encontrarse agotado, saberse cercano a la muerte y no confiar en la debilidad mental y ética de su propio hijo.
Ridley Scott se merece, al menos, el crédito de haber intentado incluir la mesura intelectual y moral del histórico Marco Aurelio, apodado “El Sabio” y “El Filósofo”, cuyas enseñanzas son un tratado del estoicismo. Si bien en Gladiator se intuyen algunos de los atributos del emperador, sobre todo la rectitud moral y el carácter de sabio humanista, no hay tiempo para describir sus anhelos vitales.
Su obra Meditaciones, escrita en griego y descrita por el filósofo de la Ilustración John Stuart Mill como “una obra escrita de manera exquisita y con infinita ternura”, incluye pasajes donde se expone el anhelo de alcanzar la libertad y la tranquilidad más allá de las comodidades materiales y la fortuna material.
Como Séneca, Marco Aurelio creía que la razón y la virtud, así como la observación de la naturaleza, eran las claves para alcanzar la providencia, entendida como plenitud, felicidad.
No es casualidad que hubiera lectores declarados de Séneca y Marco Aurelio y seguidores del estoicismo entre la Iglesia Católica, que llegó a difundir ideas falsas acerca de la supuesta conversión al cristianismo de ambos, aunque sus enseñanzas fueron respetadas -y no “reinterpretadas”, una práctica recurrente en la Iglesia de Roma- por quienes sentaron las bases de un cristianismo más frugal, centrado en las enseñanzas de Jesucristo y no en el segumiento de la norma marcada por la Institución creada en Roma para su “salvaguarda”. Calvino, Erasmo, Joan Lluís Vives y Michel de Montaigne difundieron la actitud vital estoica.
Según el estoicismo, el universo es un todo armonioso y relacionado, que se rige por un principio activo, un “logos” cósmico o “pneuma” regido por una ley natural o naturaleza (“physis”). Para el estoicismo, el “pneuma” o “logos” es una entidad racional presente en todas las cosas, Dios en definitiva: una visión panteísta del universo que seguro que no desagrada al científico británico James Lovelock, creador de la hipótesis de Gaia o de la biosfera, según la cual la Tierra actúa como un superorganismo interrelacionado.
10 referentes de la vida sencilla
Son varias las personalidades de la filosofía, el arte, las letras o la política que han practicado la vida sencilla, la frugalidad y la simplicidad voluntaria, aunque no abundan en la actualidad, justo cuando estos valores serían más apreciados por una ciudadanía alejada de la clase política, a la que quizá vendría bien leer -o releer- Desobediencia civil, el corto ensayo de Henry David Thoreau, en el que reivindica su derecho a no pedir nada ni dar nada a un Estado que declaraba una guerra injusta contra otro pueblo americano a mediados del siglo XIX (contra México) y que, si bien se declaraba contrario a la esclavitud con pomposidad, no acababa de prohibir la práctica, debido al temor de que los Estados esclavistas del sur de la frágil Unión declararan la secesión, como finalmente ocurrió unos años más tarde.
Elegimos a diez de ellos, la mayoría pertenecientes a las culturas greco-romana y judeo-cristiana, principales pilares de la cultura occidental, aunque los principales ausentes de la lista son quizá los que más se merecen aparecer en ella, por su influencia sobre el mundo y sobre varias de las personalidades elegidas: Zaratustra (Zoroastro), Buda Gautama, Lao Zi (Lao Tsé) y Confucio.
1- Francisco de Asís (1181/1182-1226)
Fundador de la Orden Franciscana. Procedente de una familia opulenta, pasó de la abundancia de su juventud a practicar la pobreza y vivir según los Evangelios.
Preocupado por la evolución de la Iglesia Católica como Institución, promovió la vida austera y simple, una forma de vivir que no fue aceptada por los miembros de la propia orden que había fundado, finalmente “reorganizada” según las directrices romanas.
La Iglesia era la protagonista de una Europa en expansión tras largos siglos del atraso y caos que siguieron al colapso del Imperio Romano. La nueva riqueza convirtió a la Iglesia, por encima de todo, en gestora de su crecimiento patrimonial y político.
Varios movimientos religiosos de la época surgieron como rechazo a la opulencia eclesiástica, e intentaron contrarrestar las relaciones de conveniencia de Roma con la práctica de la vida pobre y evangélica. La mayoría de estos movimientos fueron perseguidos como herejes, mientras otros, como la orden fundada por Francisco de Asís, fueron reconocidos por Roma, aunque cedieron buena parte de su espíritu fundacional en el proceso.
El nombre de la Rosa, de Umberto Eco, simboliza este crucial momento de la civilización occidental, personalizado en el incisivo y abierto monje Guillermo de Baskerville, el dogmatismo institucional de la Iglesia (Jorge de Toledo), la presencia de la ciencia, el estoicismo y el panteísmo (simbolizados en un libro inédito de Aristóteles) y los grupos heréticos que practicaban la vida sencilla (en la obra de Eco, aparecen los dulcinianos).
2- Jean-Jacques Rousseau (1712-1778)
No es una casualidad que este escritor, filósofo y músico francés, considerado padre ideológico de la Revolución Francesa y uno de los pilares de la Ilustración, fuese educado en el seno de una familia calvinista.
En su enseñanza tuvo cabida el pensamiento empírico y filosófico clásico, gracias a la ausencia del corsé católico, menos compatible con ideas como las que promovía su amigo escocés David Hume, principal exponente del empirismo británico, con quien pasó largas temporadas.
Rosseau también influyó en el romanticismo, al usar sus largos paseos por el campo como un método de búsqueda de lo universal, más allá del limitado jardín francés o inglés, corto de miras y amaestrado por el hombre, espejo de la mentalidad y las pasiones simples, según el filósofo francés.
Su visión romántica de la relación entre el hombre y la naturaleza inspiró a trascendentalistas como los estadounidenses Walt Whitman, Ralph Waldo Emerson o el propio Henry David Thoreau, y serían el germen del ecologismo.
La propia creación de los primeros parques nacionales en Estados Unidos, promovidos por naturalistas como el estadounidense nacido en Escocia John Muir, parten de las ideas sobre la naturaleza de Rousseau.
3- Henry David Thoreau (1817-1862)
Padre del ecologismo moderno, filósofo, ensayista, escritor, defensor de la frugalidad y la vida sencilla, próximo a las corrientes libertarias y a una organización estatal conformada por individuos que practican la contemplación (interior y exterior) y buscan trascender, sin exigir nada a cambio.
Thoreau, el libertario trascendentalista de Nueva Inglaterra, con un pensamiento filosófico y religioso próximos al estoicismo y el panteísmo, reivindicó la vida sencilla y la resistencia no violenta ante la injusticia del mundo. Reconoció que un individuo no puede cambiar el mundo, ni siquiera el poder arbitrario de un convecino o del Estado en cualquiera de sus formas, pero sí puede oponerse categóricamente a lo que el mismo individuo considera injusto.
Si mi país declara una guerra que yo no apoyo y trata como esclavos a parte de mis conciudadanos, me niego a pagar impuestos a quien promueve estas políticas injustas, explicaba Thoreau en Desobediencia civil. Si mi país viene a mi casa a reclamar mi “colaboración”, no me opondré por la fuerza, pero tampoco sucumbiré a su petición.
Thoreau estuvo, en efecto, en el calabozo de su localidad natal, Concord, Massachusetts, en varias ocasiones, debido a su negativa al pago de impuestos.
Su oposición a las injusticias desde la práctica de la rectitud individual, su respeto por la naturaleza y su sentido trascendente, y sus experiencias en la práctica de la vida sencilla y la frugalidad a través de obras como Walden, influyeron decisivamente en León Tolstói, Mohandas Gandhi y Nelson Mandela, entre otros.
Sus obras Walden y Desobediencia civil inspiraron al movimiento contracultural estadounidense en los años 60. Su legado vuelve a ser revisado a principios del siglo XXI. En estos momentos, crece la influencia de sus propuestas acerca de la búsqueda de la plenitud del individuo mediante la observación de la naturaleza y la frugalidad; la creación de sociedades transparentes y conformadas por individuos capaces de decidir con responsabilidad, a partir del análisis de la información; la visión del universo como un todo interrelacionado y trascendental, tal y como reivindican los panteístas; y la resistencia no violenta o la desobediencia civil ante la injusticia. Gigante prácticamente desconocido o, en el mejor de los casos, olvidado.
4- León Tolstói (1828-1910)
Uno de los maestros de la literatura universal y autor de varias de las principales obras del realismo, leyó a contemporáneos como Henry David Thoreau, autor de uno de los ensayos que más influyeron sobre su visión del sentido de la vida: Desobediencia civil.
El autor ruso, vegetariano y marcado por la visión de la guerra en su juventud, explicó su concepto de la “no violencia activa” en varios de sus libros, como El reino de Dios está en vosotros, que influyeron decisivamente en Mohandas Gandhi y Martin Luther King.
Fue precursor de lo que sería conocido como “naturismo libertario”, un tratado para vivir “según la ley de Cristo: amándonos los unos a los otros, siendo vegetarianos y trabajando la Tierra con nuestras propias manos”.
Sintió que su vida personal, cómoda en comparación con los campesinos que vivían cerca de su casa, era contradictoria a su visión ética, por lo que adoptó un estilo de vida más frugal, fundó una escuela para los hijos de los campesinos y quiso renunciar a sus propiedades.
5- Henry Stephens Salt (1851-1939)
Escritor inglés defensor de la socialdemocracia anglosajona, más respetuosa con la libertad del individuo, alcanzó notoriedad en su época por intuir cuál era el mínimo común denominador de la prosperidad: instituciones económicas libres, pero que debieran dar cuenta de sus actividades, educación de calidad y respeto por el derecho de las personas y los animales.
Conocido por su vegetarianismo ético y pacifismo, estudio de los clásicos, simpatía por el estoicismo y el panteísmo, dio a conocer la obra de Henry David Thoreau a su amigo Mohandas Gandhi. Un hecho con trascendencia y interés aparentemente infinitesimales, pero que daría forma a la independencia india y corpus ideológico a la lucha de Nelson Mandela en Sudáfrica.
Tal es la importancia, en ocasiones, de compartir ideas y libros, lo reconozca la historia póstuma de los mayores acontecimientos del pasado o no.
Educado en el Eton College y posteriormente en la Universidad de Cambridge, dedicó el resto de su vida a difundir ideas como el humanismo o la práctica de la vida sencilla. Fue ayudante de maestro de escuela para enseñar los clásicos y escribió una biografía de Henry David Thoreau.
Además de influir decisivamente a Mohandas Gandhi, también contó con Rudyard Kipling y León Tolstói entre sus amigos, ambos igualmente próximos a la práctica de la simplicidad voluntaria y actitudes filofóficas vitales próximas al estoicismo y el panteísmo.
6- Antoni Gaudí i Cornet (1852-1926)
Arquitecto catalán, cuyas obras se inspiraron en la naturaleza. Considerado uno de los máximos exponentes mundiales del modernismo, muchos historiadores sostienen que la delicada salud que padeció durante toda su infancia no sólo le obligó a pasar largas temporadas en la masía de la familia, lejos de la escuela en Reus, lo que le permitió leer y ser un observador atento de la naturaleza, sino que condicionó toda su obra. Pasaba horas observando a animales, plantas y piedras, y ello dejó una huella fundamental en su visión de la arquitectura.
El quinto hijo de un matrimonio de caldereros, el oficio de la familia le puso en contacto con la creación tridimensional; su enfermedad reumática no sólo influyó en su carácter introvertido, sino que tuvo que obedecer la prescripción de caminar a diario, que se convirtió en afición de por vida.
Desde pequeño, le atrajeron las formas, los colores y la geometría, que aplicó de manera original a sus trabajos arquitectónicos. Combinó técnicas de vanguardia y aquellas propias de la tradición catalana, mediterránea y mudéjar, entre otras.
Considerado un excéntrico por sus contemporáneos, Gaudí nunca se casó, era conocido por su frugalidad, su gusto por la conversación tranquila con sus amigos, el estudio y la afición de caminar. Desde 1906 en adelante, caminaba 4,5 kilómetros diarios entre el Parc Güell que él mismo había proyectado y la Sagrada Família, cuya construcción se iniciaba entonces.
Pese a sus profundas convicciones católicas, se ha sostenido que Gaudí era un ascético, más próximo a las enseñanzas de Francisco de Asís y Roger Bacon que a la retrógrada Iglesia Romana de principios del siglo XX. Nunca rehuyó la mesura y la vida sencilla.
7- Rabindranath Tagore (1861-1941)
Poeta bengalí, filósofo, artista, dramaturgo y músico, Premio Nobel de Literatura en 1913, el primer hindú en conseguirlo. Se educó en Londres, aunque nunca se adaptó a la rigidez de las normas inglesas de la época, que le causaban tanto rechazo como la interpretación de la religión hindú en aquel momento.
Puso en marcha una escuela experimental, pronto convertida en polo de atracción para estudiantes talentosos, una precursora versión india de la Residencia de Estudiantes de Madrid. En ella, los alumnos aprendían, según la tradición, con un gurú o maestro, con el que convivían en una comunidad autosuficiente.
Influenciado por Henry David Thoreau y personaje respetado por Mohandas Gandhi, Tagore mostró su predilección por la vida sencilla, la frugalidad y la independencia del individuo por encima de la supeditación al Estado. “No pongo mi fe en las instituciones, sino en los individuos que a lo largo del mundo piensan claramente, sienten noblemente y actúan con razón. Ellos son los canales de la verdad moral”.
8- Albert Schweitzer (1875-1965)
Médico, filósofo, teólogo protestante y músico alsaciano, Premio Nobel de la Paz en 1952.
Su primer trabajo importante como joven teólogo protestante fue En busca del Jesús histórico, donde describe a un Jesucristo de ideas y convicciones revolucionarias, el personaje histórico retratado en los Evangelios, y no el interpretado por la Iglesia desde entonces.
Su convicción más firme era el respeto por la vida, que definió como el principio más alto. Reconoció las influencias de León Tolstói y Francisco de Asís: “La filosofía verdadera debe empezar con el hecho más inmediato y más comprensivo del sentido: ‘soy ser vivo y deseo vivir, en medio de seres vivos que desean vivir’.”
La vida y el amor en su opinión están basados y siguen el mismo principio: respeto por cada manifestación de la vida y una relación personal y espiritual hacia el universo”.
9- Mohandas Gandhi (1869-1948)
Instigador de la independencia india a través de la fuerza del pacifismo, la razón, la desobediencia civil y la práctica de la frugalidad, se inspiró tanto en la tradición trascendentalista india como en las principales personalidades que habían profundizado en las contradicciones del ser humano, en busca de la justicia universal y del sentido de la relación entre hombre y universo.
Influyeron sobre él Buda Gautama, filósofos presocráticos, Marco Aurelio y otros estoicos como Séneca, Jesucristo (sobre todo el personaje histórico, y no su reinterpretación por las instituciones eclesiásticas posteriores), así como intelectuales más recientes, sobre todo Henry David Thoreau, cuyas obras Walden y, especialmente, Desobediencia civil, marcarían sus acciones de por vida.
Mohandas Gandhi llegó a los trabajos de Thoreau a través de su amigo Henry Stephens Salt, aunque también mantuvo relación con Rabindranath Tagore y León Tolstói, ambos profundos conocedores del legado de Thoreau.
Se convirtió en símbolo universal de la resistencia no violenta y la desobediencia civil, la vida sencilla (decidió, llegada su madurez, vivir con apenas una decena de objetos cotidianos, entre ellos sus gafas), la búsqueda de la verdad o el vegetarianismo.
Mohandas Gandhi actuó como filtro de las ideas de Henry David Thoreau para la cultura popular del siglo XX y, aunque muchas de sus ideas no fueron interpretadas con la serenidad e imparcialidad necesarias, muchos de quienes sí estudiaron su vida y escritos dejaron a su vez un legado que parte del presocrático Heráclito y se enriquece con Marco Aurelio, Séneca, los estoicos cristianos perseguidos a lo largo de la historia, Francisco de Asís, Ramon Llull, Roger Bacon, Rosseau y el propio Thoreau, entre otros.
Martin Luther King, James Lawson, Nelson Mandela y Steve Biko, entre otros, siguieron esta corriente, que parte del río de la dialéctica de Heráclito, a través del estudio de la vida y obra de Mohandas Gandhi.
10- Ammon Hennacy (1893-1970)
Destacado pacifista estadounidense, auto-definido como cristiano anarquista y activista social. Vivió una agitada juventud que acabó con su encarcelamiento durante dos años en Atlanta, Georgia, donde estudió el único libro que era permitido en el recinto, la Biblia, que le inspiró a reinterpretar el ateísmo de su juventud, abrazando el pacifismo y lo que él mismo catalogó como “anarquismo cristiano”, un modo de oponerse al tradicional uso de la fuerza por parte de los Estados para resolver conflictos con la práctica del pacifismo y la resistencia no violenta.
Rechazó el uso de la fuerza incluso para defenderse y prefirió la resistencia no violenta o la desobediencia civil, que le llevaron a declararse insumiso de la II Guerra Mundial y oponerse al pago de impuestos (porque financiaban al ejército y guerras), además de practicar la vida sencilla.
Extremadamente crítico con lo que llamó la “iglesia institucional”, Hennacy no bebía ni fumaba y era vegetariano. Gran parte de su activismo se centró en su oposición frontal a la violencia de cualquier tipo, la proliferación de armas nucleares y la pena de muerte.
Su mujer declaró a su muerte que Tolstoi y Gandhi fueron las grandes influencias de su vida, aunque sus posiciones acerca de la desobediencia civil y la sencillez voluntaria se parecen más a la principal influencia de los propios Tolstoi y Gandhi en aspectos éticos: Henry David Thoreau.