Los acontecimientos geopolíticos y errores que condujeron a las dos guerras mundiales consolidaron la única salida para un mundo viable y relativamente próspero: la “ambigüedad creativa“, o el ejercicio de equilibrios a distintas escalas para sostener tensiones y complejidades.
Varios acontecimientos en los últimos años han generado una “tormenta perfecta” para que desempleo, desigualdad y desencanto con instituciones desbordadas por la situación propulsen el auge de la polarización política y los extremismos.
Recesión y extremismo: los hijos de la polarización
Por primera vez en las últimas décadas, esta polarización alcanza niveles similares a la época de entreguerras, con un auge sin precedentes de populismos y nacionalismos.
Se ha estudiado con profundidad la relación entre recesiones y extremismo con poco margen, eso sí, para tratar de evitar fenómenos tan imprevisibles como la manifestación formal de un descontento latente en sociedades complejas.
La teoría de juegos sirve para explicar algunos fenómenos y comportamientos, pero no hay mecanismos exactos para contrarrestar la consecuencia de esos síntomas, sea el auge de la polarización o el aumento de los populismos/nacionalismos en función del lugar.
Una crisis global de (la percepción de) las élites
En ocasiones, se superponen en un mismo territorio falta de credibilidad en las instituciones, crisis económica, elevado desempleo y auge de desigualdades, aglutinando el descontento en torno a partidos que prometen un nuevo sistema; u opciones más o menos transversales que combinan movimientos regeneracionistas legítimos con grupos secesionistas, anticapitalistas, etc.
¿Es este el futuro de las sociedades avanzadas, o son las últimas manifestaciones de una época de dificultades? Los dirigentes europeos esperan que el agotado juego de equilibrios, sin credibilidad entre la población, evite una cadena de requerimientos secesionistas tras el referéndum en Escocia y las demandas para celebrar un referéndum (vestido de consulta no vinculante) en Cataluña.
Neil Irwing explica en The New York Times que el voto de Escocia por la independencia muestra, ante todo, una crisis global de la percepción de las élites, cuya credibilidad está en mínimos no vistos desde la II Guerra Mundial.
Parte movimientos con raigambre, parte pescadores en caladeros propicios
Para los movimientos de simpatía nacionalista que se han encontrado con el apoyo masivo de ciudadanos descontentos en busca de propuestas articuladas para un futuro mejor, el secesionismo es ahora una propuesta articulada sin tapujos, tanto en Europa como en Norteamérica.
El acuerdo entre Reino Unido y Escocia para celebrar un referéndum de independencia ha suscitado simpatías entre los movimientos nacionalistas más movilizados de Europa, con Cataluña tomando la delantera en los últimos dos años a País Vasco (España), Véneto y Flandes o Tirol del Sur (Bolzano-Alto Adigio) en Italia, las Islas Feroe de Dinamarca, Córcega (Francia).
(Imagen: naciones y regiones europeas sin Estado propio con partidos políticos regionalistas, nacionalistas y secesionistas)
O, en el supuesto de que se concatenara algún otro referéndum de autodeterminación tras el escocés, a los territorios mencionados se podrían unir incluso Baviera (Alemania); Galicia, Aragón, Baleares y País Valenciano (España); Irlanda del Norte (Reino Unido); Frisia (Holanda y Alemania); Cerdeña (Italia); Aaland (Finlandia); Silesia (Polonia); además de Bretaña, Occitania, Alsacia y Savoya en Francia.
Se evita (de momento) un primer precedente en la Unión Europea
El voto negativo de la mayoría del pueblo escocés el 18 de septiembre a la independencia ha evitado el primer precedente que tanto temían los mandatarios europeos; no obstante, los problemas subyacentes que mantienen a la población movilizada (tanto a simpatizantes de movimientos independentistas veteranos como a quienes se acaban de sumar) permanecerán en los próximos años.
No se puede entender el auge de los independentismos en Europa Occidental sin los efectos de la Gran Recesión iniciada en 2008, que se ha manifestado de distintos modos en función de la dinámica de cada territorio:
- ha sido sobre todo cruenta entre trabajadores industriales (motor del descontento independentista escocés);
- ha aglutinado a zonas castigadas por el desempleo, la dificultades económicas y los sentimientos objetivos de agravio interterritorial -fácilmente exagerables- en sus marcos estatales (Véneto, Cataluña);
- y, ante la falta de confianza en las instituciones (más sospechosas para los grupos populistas cuanto más lejano está su centro de poder), ha revivido el sentimiento de aglutinamiento, gregarismo y pertenencia comunitaria en naciones sin Estado propio (Cataluña, País Vasco, Tirol del Sur, Flandes, Córcega, etc.).
No hay tantas fronteras como identidades: riesgos de volver a fronteras medievales
El nacionalismo ha sido asociado, a menudo de manera polémica, a términos a priori antagónicos, tales como el internacionalismo, tanto liberal como trotskista. Sea como fuere, el mapa geográfico europeo no engaña. Realicemos el siguiente ejercicio:
- añadimos a un mapa de Europa Occidental todas las regiones con identidad propia marcada (desde regiones con cultura propia a naciones sin Estado); Ver mapa de Slate con todos los movimientos nacionalistas y secesionistas europeos;
- a continuación buscamos un mapa que represente los reinos y territorios autónomos en la Europa Occidental durante la Edad Media y hasta el siglo XV (por ejemplo: mapa de Europa a finales del siglo XII).
El mapa de Slate dibuja, en efecto, las fronteras étnicas y con una marcada cultura propia a lo largo de Europa.
El nacionalismo, por encima de todo, es un llamamiento a establecer las fronteras de un mundo anterior a la Era de los Descubrimientos y la Ilustración. Una Europa pre-renacentista, dominada por las supersticiones y la autarquía, donde se disgregaban los valores compartidos un milenio atrás, durante la época del Imperio Romano.
Un movimiento tectónico próximo a las tesis del carlismo.
(Imagen: Europa a finales del siglo XII)
Efectos de la polarización y el castigo al “establishment”
En otros territorios donde no existe una fuerte tradición nacionalista/regionalista, el descontento se ha transformado en un voto de castigo a los grandes partidos institucionales, tanto a los que gobiernan en estos difíciles momentos como a la oposición.
Los partidos institucionales sufren en Europa y Norteamérica al mantenerse en posiciones centristas, vistas como “insuficientes” por quienes más han padecido la recesión, y como “equivocadas” por quienes creen que mayor gasto público no forma parte de la solución, sino que incrementaría el problema.
Debido a ello, y como se demostró en las últimas elecciones europeas:
- la socialdemocracia ha perdido credibilidad al no poder ofrecer soluciones populistas (remedios fáciles a cuestiones muy complejas); incluso verdes y comunistas pierden votantes a favor de una “izquierda” que impugna todo el sistema y propone soluciones asamblearias con propuestas tan edulcoradas como contradictorias: Siriza en Grecia, Podemos en España, o Ganemos/Guanyem y la CUP en Cataluña; o el euroescéptico italiano Beppe Grillo;
- mientras el centro-derecha trata de distinguir sus políticas de los otros ganadores en el populismo: la ultraderecha, representada por los grupos euroescépticos y xenófobos, con preocupantes ascensos en Francia (el Frente Nacional de Marine Le Pen, con un 25% del voto en las europeas), Reino Unido (la sorpresa de UKIP, con el 26% de los votos), Austria y Dinamarca. En Grecia, el partido abiertamente neonazi Aurora Dorada logró el 12% de los votos. Los euroescépticos de ultraderecha ganaron en las europeas en Dinamarca, además de avanzar en Austria (20% de los votos), Hungría (15%) y Finlandia (13%).
Bestiario europeo
Conservadores y demócratas apenas ocupan 400 escaños de un total 751 en la Eurocámara, debido al histórico avance de eurófobos y populistas. El reto de la Unión Europea se jugará tanto en Bruselas como en los gobiernos regionales y estatales.
La desconfianza ciudadana aumenta con la lejanía de la representatividad, y tanto la Unión Europea como los Estados que la componen deberán comunicar mejor su utilidad a unos ciudadanos que se decantan -de momento, en las elecciones que consideran, erróneamente, que menos les atañen, como las europeas- por el voto de castigo, recolectado por partidos que prometen cambios tan radicales como complejos: revoluciones sociales o la independencia territorial en una Europa cada vez más mancomunada e interdependiente.
El internacionalismo, reforzado política y económicamente después de la II Guerra Mundial como solución a los conflictos que habían asolado Europa, desciende con el auge de los nacionalismos y el euroescepticismo.
¿Alguien recuerda la Declaración de Independencia Padana?
En los próximos años se dirimirá si esta eclosión de simpatías secesionistas (con parlamentarios de distintos países mostrando simpatías por Escocia, primero; y por Cataluña después, como estos diputados de la Liga Norte italiana llevando camisetas con la estelada -bandera independentista catalana- en el parlamento italiano, etc.), se circunscriben sólo a los territorios más movilizados, o bien se propagan -como teme la Comisión Europea-.
Por de pronto, lo que sí ha conseguido Cataluña en dos años es situar el descontento social -propulsado a menudo por la desesperación en un movimiento independentista pacífico muy movilizado y organizado- en las ligas mundiales… de protestas.
(Imagen: Europa en el siglo XIII)
Así, las manifestaciones catalanas de los últimos tiempos se encuentran entre las más homogéneas coreográficamente (algo que debería preocupar, más que enorgullecer, a quienes apoyan la independencia, debido a las fáciles analogías que podrían realizarse con otras manifestaciones masivas) y entre las más masivas del mundo.
Cuando la manifestación se institucionaliza
The Economist lo muestra en una infografía, con la manifestación de la última Diada (11 de septiembre) sólo por detrás de movilizaciones en Egipto, Turquía, Tailandia y Brasil.
Los críticos a estas movilizaciones masivas argumentan que éstas se aglutinan en torno a un “enemigo externo” caricaturizado hasta lo ridículo, mientras se minimiza la crítica interna, además de otros síntomas inquietantes.
Se obvia que tienen lugar en una situación de normalidad democrática e institucional, a diferencia de lo que ocurre en los otros “puntos calientes” de movilizaciones en el mundo. La muestra más reciente: Hong Kong, parte de un régimen no democrático que no garantiza libertades individuales y que censura, por ejemplo, el uso de Internet (bloqueando redes sociales) o la libertad de expresión.
Uh oh: movimientos secesionistas… en Estados Unidos
El auge de los extremismos y el refuerzo de los nacionalismos no se circunscribe únicamente a Europa Occidental. En Norteamérica subyacen las mismas causas que propulsan los extremismos en Europa, y el nacionalismo independentista no se circunscribe exclusivamente a Quebec, cuyo movimiento secesionista trata de recuperar credibilidad en un momento de debilidad.
Los movimientos secesionistas reavivan también en Estados Unidos debido a la desconfianza en el establishment, con un carácter por el momento minoritario, pero cada vez más presente en los medios.
Además de los precedentes secesionistas históricos en Estados Unidos, varios territorios han luchado históricamente por mayor reconocimiento (territorios sin Estado que quieren serlo dentro de la Unión, como la República de Cascadia) o incluso la independencia con respecto de la Unión (Texas, Segunda República de Vermont).
Populismo y pragmatismo en un país con identidad aglutinada
El secesionismo actual (mapa interactivo de Mother Jones) en Estados Unidos responde a dos grandes corrientes:
- la populista, alimentada por la crisis económica, el aumento de las desigualdades y la pobreza rural, así como la división irreconciliable entre los dos grandes partidos, vistos como monolíticos y ajenos a la realidad del país;
- y la pragmática, que representa a grupos de presión que pretenden crear nuevos Estados en territorios cuya realidad económica y social es inabarcable y heterogénea, lo que complica el proceso de decisiones.
Por ejemplo, desde Silicon Valley (concretamente, el inversor de capital riesgo Tim Draper, cansado del freno legislativo del Estado al dinamismo del valle de Santa Clara) se promueve -de momento, sin apenas apoyo ni interés popular- la división de California en 6 Estados.
El sueño de las 6 Californias y por qué es una idea dudosa
Las 6 Californias no son de momento ni siquiera una propuesta aceptada por el gobierno de Sacramento, al menos de cara a las elecciones estatales de 2016. Los Estados propuestos habrían sido llamados, empezando por el norte de California: Jefferson, California del Norte, Silicon Valley, California Central, California del Oeste y California del Sur.
(Imagen: propuesta -rechazada para los comicios Estatales de 2016- de una California dividida en 6 Estados -Tim Draper, Silicon Valley-)
Los críticos a la iniciativa exponen que la división de California en 6 Estados crearía entidades políticas homogéneas donde se impondría siempre un único partido político, lo que tendría el riesgo de ir en contra de lo que trata de solucionar: el amiguismo, el clientelismo y la connivencia entre la política y los poderes económicos.
El escritor madrileño Javier Marías (hijo del filósofo y prologuista de ediciones contemporáneas de Séneca Julián Marías), quien aclara primero que, como a la mayoría de los madrileños, a él ni le va ni le viene si Cataluña quiere decidir su propio futuro, realiza, eso sí, una reflexión similar a la de los críticos a las 6 Californias.
El pánico de caer en manos de un grupo de caciques carlistas
Escribe Marías (en El País y en su bitácora):
“Esa es la cuestión. La independencia, muy bien. El aislamiento, lo sobrellevaremos y nos bastamos. Pero ¿en qué manos quedamos? ¿Quién podrá venir en nuestro auxilio si las cosas salen mal o nos arrepentimos?
“Yo doy gracias a que España no esté sola y dependa no sólo de Europa -prosigue Javier Marías-, sino del conjunto de sus comunidades, lo cual impide dictaduras o que ningún Gobierno se eternice.
“Eso no sucedería en un Madrid independiente -concluye el escritor-, me temo, ni en una Cataluña independiente, estoy casi seguro. Así que lo dicho: con las perspectivas actuales, si yo fuera catalán tendría pánico.”
124 Estados…
Al exponer la cuestión de los nacionalismos a algunos conocidos estadounidenses, la mayoría aborda el tema con la racionalidad propia de un país próspero y relativamente nuevo, surgido de una emancipación colonial y forjado en torno a una lengua y unos símbolos para aglutinar a inmigrantes procedentes de culturas dispares.
La cómica realidad estadounidense es que, si todos los movimientos de secesión hubieran tenido éxito a lo largo de la corta historia estadounidense, la Unión estaría conformada en estos momentos por… 124 Estados (lo explica The Washington Post). Poco más que añadir, después del dato.
¿Cómo decidir qué movimientos de emancipación tienen sentido y cuáles no? ¿Es legítimo invocar el derecho de autodeterminación en todos los casos y contextos, o en democracias avanzadas debería requerir un consenso mínimo entre las partes implicadas? ¿Quién y cómo establece sobre qué negociar? ¿Debe ser el límite siempre la autodeterminación? ¿Cuáles deberían ser las preguntas?
Y también: ¿Es legítimo que la edad mínima de votación sea inferior a la mayoría de edad -por ejemplo, 16 años en lugar de 18? ¿Quién establece el censo y con qué criterio? ¿Quién es considerado ciudadano de la parte integrante de un territorio y quién sólo ciudadano del territorio donde se integra la parte que expresa su voluntad de iniciar un proceso de emancipación?
Experimentando con la democracia directa
En negociaciones complejas y democracias avanzadas, la política debe compartir protagonismo con el marco legal. La estrategia política y el oportunismo son, eso sí, un arma de doble filo, como se ha demostrado en el referéndum escocés, que interesó a David Cameron por su sólida ventaja inicial en las encuestas, que al final se redujo dramáticamente.
Cualquier sistema de democracia directa tiene sus pros y contras: su abuso puede conducir a procesos interminables, reabiertos por oportunismo (el fenómeno del “never-end-um“, o referéndum de nunca acabar) o para legitimar regímenes populistas (una de las grandes y mas sólidas críticas de la ciencia política a los plebiscitos desde la Época Clásica).
Suiza (o Confederación Helvética, la pequeña, próspera e históricamente neutral República Federal con 26 Estados o cantones en el corazón del antiguo Sacro Imperio Romano Germánico, del que todavía subsiste su papel protector del papado), es quizá el único país del mundo que ha usado la democracia directa exaustivamente y con responsabilidad.
El nivel federal de Suiza protege los llamados derechos civiles, que incluyen el derecho a elaborar una “iniciativa constitucional” y un “referéndum”, que pueden influir sobre el parlamento. Las iniciativas aceptadas a trámite son aprobadas si se refrendan por el parlamento suizo por mayoría simple.
California en su laberinto: democracia directa e inacción
California trató de introducir un sistema similar de democracia directa y se encontró con una realidad menos equilibrada.
Sobre el papel, la “extrema democracia” californiana ha supuesto la inacción del gobierno federal, debido a las iniciativas ciudadanas impulsadas por ciudadanos convertidos en grupos de presión que compiten entre sí para frenar cualquier ley que pudiera perjudicarles localmente.
The Economist dedicaba en 2011 dos artículos a los peligros de la “democracia extrema”, entre ellos la inacción y la atomización de sociedades, establecidas en torno a intereses comunitarios en detrimento al bien común.
(Imagen: si Estados Unidos hubiera aceptado todas las propuestas de Estado, la Unión estaría formada por… 124 entidades)
¿El principal problema de California desde 1978? Los efectos de la democracia directa sobre su gobernabilidad.
The Economist: “Desde 1978, cuando Proposition 13 bajó los impuestos de propiedad, centenares de iniciativas han sido aprobadas sobre temáticas desde la educación a la regulación de gallineros”.
El ejemplo de California podría ser más catastrófico en entornos donde los grupos de presión se establecieran en función de valores sociales o nacionales excluyentes. El tamaño, población, prosperidad y relativa igualdad de la sociedad suiza habrían servido de antídoto contra su desintegración, dada su diversidad identitaria.
No olvidemos el contexto
Al colapso del bloque soviético y la caída del Muro de Berlín no le siguieron un aumento exponencial de la riqueza en el mundo desarrollado. Los llamados países emergentes apenas empezaban a atraer industrias de bajo valor añadido, Estados Unidos perdía competitividad contra Japón y la Comunidad Económica Europea se preparaba para aumentar su integración y convertirse en Unión Europea.
A principios de los noventa, explica el emprendedor e inversor de capital riesgo Peter Thiel en su ensayo Zero to One, Estados Unidos estaba en recesión y Europa también perdía industria, en parte debido a la falta de innovación.
Y entonces llegó la fiebre de Internet. Las tecnologías de la información cambiaron los noventa de signo, acabando en el pinchazo de la burbuja puntocom. Fue el fin de años exuberantes donde las empresas vendían visitas, opciones sobre acciones que no valían nada y el dinero fluía.
El gran estancamiento: cómo ofrecer un futuro creíble a la gente
Las tecnologías de la información en Estados Unidos y la llegada del euro en la Unión Europea, con el posterior boom del crédito debido a los bajos intereses y a la tolerancia al riesgo, ocultaron de nuevo el problema de fondo: un estancamiento tecnológico y de ideas en industrias ajenas a Silicon Valley, según expertos como el mencionado Peter Thiel o el economista Tyler Cowen de la bitácora Marginal Revolution y autor de un ensayo sobre la temática, El gran estancamiento.
Fenómenos como este supuesto estancamiento, así como la deslocalización industrial y pérdida de competitividad con los países emergentes, unidos a los cambios causados por la mecanización, automatización e Internet, han propulsado una desigualdad social propia de la era de los grandes industriales del XIX o los años posteriores al crack del 29.
La crisis económica y de la deuda iniciada en 2008 acabó de confirmar los cambios estructurales que están en el origen de un descontento actual que será difícil de reconducir, con mayor desigualdad, desempleo y pocas perspectivas de un cambio radical de la situación cuando la deuda de muchos países les impide realizar políticas de estímulo público.
El descontento sobre la marcha de las cosas
La percepción de la población sobre la economía, lejos de mejorar, se mantiene estable o decrece todavía más en la mayoría de economías desarrolladas, según Pew Research.
En Estados Unidos, el descontento entre los más desfavorecidos ha causado de nuevo choques raciales como el de Ferguson, mientras la Unión Europea teme una nueva recesión, dada la atonía de las economías francesa e italiana especialmente, segunda y tercera de la zona euro.
En situaciones de crisis económica y aumento de la polarización política e identitaria, como ocurre en varios países, la democracia directa, más que solucionar conflictos de la manera más democrática, podría exacerbar agravios y producir desencuentros todavía más enconados que los actuales.
Buscando el equilibrio
¿Cuál es la solución a las demandas e ideas políticas de quienes buscan democráticamente una democracia más transparente y representativa, o la autodeterminación de una región?
En democracias garantistas con las libertades de todos sus ciudadanos, la solución pasa por la política. Lo que podría convertirse en una respuesta o en un bucle, en función del contexto y el marco político-jurídico de cada país.
La respuesta al reto disgregador: ambigüedad creativa (y paciencia)
El mencionado economista con simpatías libertarias y experto en la teoría de juegos Tyler Cowen ofrece una pista que siempre debería aparecer en la mesa de los negociadores con voluntad de aproximar posiciones y llegar a acuerdos a partir de puntos de vista apuestos sobre una misma realidad: el concepto de “ambigüedad creativa“.
Sobre este concepto se sostiene la mayor parte del entramado de derechos y libertades en Occidente.
“Muchas uniones políticas -explica Tyler Cowen- subsisten a partir de una ambigüedad creativa. Esto es, si la cuestión exacta [por ejemplo, preguntar sobre la independencia] fuera expuesta, y la ciudadanía forzada a responder sobre ella de manera definitiva, el orden político [de estas entidades políticas] podría descontrolarse”.
El economista explica que Canadá, Bélgica “y, de hecho, la misma Unión Europea” son entidades políticas organizadas de este modo. España es otro ejemplo de esta ambigüedad creativa.
Buscando equilibrios en contextos distintos
Y en lo que sigue está la clave de cualquier negociación política sobre el futuro nacional de territorios complejos con una larga convivencia, enmarcados a su vez en entidades supranacionales de las que quieren seguir formando parte:
“No es bien bien que todo el mundo crea que se está saliendo con la suya, sino que no se demandan concesiones explícitas para evitar cada una de las potenciales pérdidas de control integradas en el marco más amplio. Ciertos derechos se custodian al margen, con la expectativa de que no sean ejercidos, pero pueden influir, no obstante, en el equilibrio de la negociación final”.
La mayoría de los tratados de calado, nos recuerda el economista, dependen de un cierto grado de ambigüedad, y ocurre lo mismo con los bancos centrales. A una microescala (siguiendo el principio matemático, presente en la naturaleza y en las ciencias sociales, de la fractal), muchos acuerdos entre empresas o personas, o incluso la institución del matrimonio, dependen de esta ambigüedad creativa.
Cero e infinito
Una advertencia de Cowen: en todas las democracias,
- a) las cuestiones formales que afectan potencialmente al equilibrio “creativo” pueden ser destructivas;
- y b) no se puede permitir plantear preguntas sin límite, al menos no las preguntas que requieran respuestas explícitas, verificables y observadas públicamente.
0 (léase “cero”, el número) es lo más próximo a infinito (el número), no a 1. La caricatura macabra de un ideal local de libertad absoluta es lo más próximo a las demostraciones totalitarias más monstruosas del siglo XX.
Todos estamos deseando de que se trate de traiciones de nuestro subconsciente, apenas una sombra de lo que nunca deberemos olvidar. Deberemos demostrar que somos mejores para no parecernos ni siquiera en la estética.
Familias felices y familias infelices
Un recordatorio con trasfondo filosófico: a no ser que conozcamos la historia (según la explicamos nosotros y según la explican los otros, en un ejercicio de empatía y siempre dentro de los marcos de las ciencias sociales legítimas, no en el de los tramposos), todo parece nuevo.
Quién mejor para acabar que León Tolstói, precursor de la teoría de juegos en Guerra y paz y maestro observador y retratista de la complejidad del comportamiento humano en todas sus escalas.
En Anna Karénina, Tolstói escribía: “Todas las familias felices se parecen entre sí; las infelices son desgraciadas en su propia manera.”
En otras palabras: sólo mejorando el día a día de las personas más expuestas a los últimos años de dificultades se restablecerá el siempre difícil equilibrio humano en la compleja Europa, que juega a no caer en errores del pasado.
Usemos los paralelismos sin abusar de ellos, nos diría Tolstói. Para aprender, no como arma arrojadiza.