La popularidad de un anuncio con temática sostenible presentado en el descanso de la Super Bowl, en el que se bromea sobre el creciente rechazo social a actitudes prepotentes con el consumo desmesurado de recursos, me permite recuperar un puñado de estudios y artículos que corroboran este fenómeno: crecen las tensiones familiares y de pareja relacionadas con distintas percepciones sobre la urgencia de cambiar nuestro comportamiento cotidiano para reducir nuestro impacto.
Como buen europeo, el fútbol americano no es lo mío. Me resulta poco atractivo un deporte tan basado en la especulación, la estrategia y el juego parado. Tampoco gusta a muchos norteamericanos, aunque todo el mundo coincide en el valor popular de los anuncios del descanso, pagados a más de 2 millones de dólares por una media de 30 segundos. En el caso de la Super Bowl, muchos espectadores vuelven junto al televisor cuando llega el intermedio.
La sostenibilidad ya forma parte de la cultura “pop”
El fútbol americano tiene, además, dos profundas diferencias con respecto a deportes similares, entre ellos el rugby: la pelota puede ir hacia adelante y hacia atrás; el juego depende demasiado de un solo jugador (el pasador or “quarterback”, que ejerce de estratega, a lo Xavi Hernández o Pep Guardiola-jugador); y las protecciones que llevan los jugadores, así como su desmesurada corpulencia, proyectan una imagen de deporte que, más que agresivo, es tan peligroso para quienes lo ejercen como el boxeo.
También es verdad que mi total desdén por el deporte aumento hasta el nivel de “conocimientos básicos sobre el deporte” tras ver la simpática y recomendable película Jerry Maguire. Algo es algo.
El fútbol, o soccer en Estados Unidos, es el deporte más popular y nos acercamos a un mundial, de modo que no habrá escapatoria para quienes prefieren practicar más y evitar ser espectadores pasivos. Pero el fútbol americano tiene su gloria mediática anual cuando llega la gran final, la Super Bowl, un acontecimiento que un gran número de estadounidenses detesta tanto como la legión de europeos (y europeas) que aborrecen el fútbol.
La Super Bowl es, en Estados Unidos, equiparable a un Barça-Madrid: hay que verla, a poder ser en una televisión decente, en familia, en un lugar donde se permita el ruido (un salón amplio doméstico es el lugar preferido por muchos); y también hay que ver los anuncios publicitarios del descanso, cuyo coste económico y repercusión es comparable a los precios (muy inferiores) que se pagan en España durante los especiales televisivos de Nochevieja.
¿Una versión “verde” de 1984?
Dos anuncios han suscitado especial interés en la blogosfera: en el primero, Google evoca, con su habitual estética minimalista, presente en sus productos, una historia de amor entre un joven estadounidense y una parisina, que el espectador conoce con una ingeniosa narración urdida en torno a las sugerencias de búsqueda (el anuncio ya tiene una no menos ingeniosa parodia: Parisian Oops).
El otro anuncio que generó más comentarios y, seguramente, alguna sonrisa (o directamente carcajada) de complicidad, publicita un Audi A3 TDI “clean diesel” mostrando un mundo tomado por la “policía verde”.
En el anuncio, de 1 minuto de duración, la “policía verde” detiene a un chico en un supermercado por elegir una bolsa de plástico para llevar sus compras (“elegiste un mal día para meterte con el ecosistema, chico de plástico”, le dice el policía que le detiene tan expeditivamente como a un vendedor de crack).
Acto seguido, un equipo de policías encuentra pilas en un cubo de basura convencional y detienen al responsable; vigilan desde un helicóptero a un joven que trata de tirar una piel de naranja a la basura convencional en lugar de compostarla, en una escena que parece sacada de un reality-show de persecuciones policiales.
A continuación, detienen a un “desalmado” que tiene todo el porche de casa iluminado con bombillas convencionales (incandescentes); paran a dos chicos “en posesión” de dos botellas de plástico; y sacan de la piscina a unos “desalmados” con el agua del yacuzzi demasiado caliente, etc.
El ecologismo como tema cotidiano
El anuncio parodia a la ortodoxia ecologista, aunque de un modo simpático y, todo sea dicho, para vender un vehículo que, para los estándares estadounidenses, es compacto, eficiente, y “limpio” (los motores turbodiésel, muy populares en Europa, no han tenido históricamente aceptación en Norteamérica, donde el diésel era relacionado con los vehículos pesados más contaminantes).
No es una casualidad que un equipo creativo de primera fila haya tomado la militancia “verde” llevada hasta sus hipotéticas últimas consecuencias (un “Estado policial” de corte fascista que cambiaria la persecución de minorías o ideologías por la estigmatización de los ciudadanos sin conciencia medioambiental), como método para presentar el Audi A3 TDI al norteamericano medio.
El tono irónico del anuncio sale reforzado con la adaptación del éxito del pop ochentero “Dream Police” por el mismo autor, que canta ahora “Green Police” para el anuncio.
Como Kirsten me comentaba esta mañana en relación con el anuncio de Audi, si hay compañías que se atreven a publicitar sus anuncios usando -aunque sea irónicamente- acciones cotidianas que contribuyen a aumentar o reducir nuestro impacto, la concienciación medioambiental ya forma parte del imaginario colectivo. Tanto como, por ejemplo, una búsqueda de Google, acción que se refleja en la cultura popular a través del verbo “to Google“.
Los mecanismos del imaginario colectivo: opinión pública y sentido común
Un anuncio como el de Audi no se habría entendido hace sólo unos años y ahora provoca las risas de todos porque, como colectivo, hemos interiorizado nuevos valores y referentes, presentes ya en la opinión pública y en algo tan etéreo, pero no por ello falso, como el sentido común.
El anuncio juega con los tópicos que incluso un niño enumeraría: no es bueno malgastar recursos ni derrochar bolsas de plástico; aunque no nos vea nadie, ello no quiere decir que podamos tirar las pilas a la basura convencional, dado su contenido tóxico; si no cuesta nada separar la basura orgánica por qué en ocasiones no lo hacemos; o por qué uno elige una iluminación menos eficiente; o por qué hay quien cree que gastar más energía (para su yacuzzi, en el caso del anuncio; en la ducha cotidiana, para la mayoría de los mortales) equivale a ejercer sus derechos y libertades, sobre todo en una sociedad nacida del reconocimiento del individualismo en la Constitución, como es el caso de Estados Unidos.
La presión social de “hacer lo debido”
Más allá del cachondeo coyuntural generado por el anuncio de la “policía verde” emitido durante la Super Bowl, se consolida la percepción social sobre la importancia de consumir recursos de modo que, sin disminuir el confort del individuo, se reduzca la presión que sus acciones ejercen sobre el medio ambiente.
Los terapeutas informan sobre un notable incremento de las disputas de pareja sobre temas medioambientales, como explica Leslie Kaufman en The New York Times.
Las tensiones “verdes” afloran al haber aumentado la estigmatización social de comportamientos vistos como poco responsables, tales como conducir un gran todoterreno en trayectos cortos interurbanos, sin ir acompañado y para acudir a lugares a los que en ocasiones es posible llegar en transporte urbano, en bicicleta o a pie.
El Hummer ha pasado de símbolo social de la opulencia a torpe muestra de mal gusto y falta de concienciación medioambiental.
Las discusiones “verdes” llegan a la pareja
Leslie Kaufman explica el caso del joven californiano Gordon Fleming y su pareja, residentes en la idílica Santa Bárbara, ciudad a medio camino entre San Francisco y Los Ángeles, conocida por su apacible clima mediterráneo, la Misión que construyeron los colonizadores españoles y una agradecida arquitectura, entre colonial española, toscana y provenzal.
Gordon Fleming recorre cada día 12,5 millas (20 km) para acudir a la empresa de software donde trabaja, recicla tanto como puede y usa bolsas reusables cuando va de compras. Pese a ello, Shelly Cobb, su novia, no está totalmente satisfecha y cree que Fleming podría llevar su compromiso para reducir mucho más su impacto medioambiental.
Ella cree que a él no le importa derrochar agua en la ducha y cree que es “deprimente” que Fleming continue comprando una retahíla de objetos por Internet, cuando su aparente objetivo es lograr una vida menos materialista.
Fleming, que asegura haber desarrollado su conciencia responsable antes de conocer a su pareja, cree que la mayoría de discusiones “verdes” que mantienen son positivas, aunque relata algunas situaciones con una cierta tensión. Por ejemplo, Fleming rehúsa salir a cenar sushi con Cobb porque no soporta oírla discutir con los camareros acerca de la procedencia del pescado.
Leslie Kaufman toma este ejemplo para ilustrar la tesis de su artículo: “a medida que la concienciación medioambiental ha crecido, los terapeutas dicen estar viendo un aumento de las disputas entre parejas y entre miembros familiares en relación a cuánto deben cambiar sus vidas para contribuir a salvar el planeta”.
Crece la división entre los hogares que insisten en consumir salmón salvaje y quienes optan por el de piscifactoría; quienes calculan el impacto ecológico en CO2 de sus acciones y aquellos que permanecen indiferentes a los gases con efecto invernadero.
Nuestra manera de vivir, relacionarnos, viajar
Thomas Joseph Doherty, psicólogo clínico en Portland, Oregón, que ha especializado su práctica en cuestiones medioambientales, cree que, a medida que el gran público centra su atención en temas climáticos, mucha gente tiene en cuenta el medio ambiente en relación con su futuro. “Toca cada parte de su manera de vivir: su manera de comer, pero también si quieren viajar en avión, o qué tipo de vacaciones quieren”.
Entre los distintos ejemplos aportados por Kaufman en su artículo del New York Times sobre el aumento de las tensiones “verdes” con la pareja y la familia, destacan casos como el de la editora Cherl Petso, editora de una publicación de Internet residente en Seattle que explica que viaje a Idaho para visitar a sus padres se vuelve “tenso en ocasiones”, en parte porque ella y su madre interpretan las elecciones del otro como cargadas de crítica.
Si, por ejemplo, Cherl Petso prepara una comida vegetariana durante su estancia, sus padres deciden preparar perritos calientes para acompañar. Sus padres sirven la comida en platos de plástico de usar y tirar, mientras ella prefiere usar un plato que pueda ser lavado y reutilizado. Su madre, que asegura preferir el sabor de la comida cuando está servida en plástico, resalta que fregar los platos tiene sus propios costes medioambientales.
Otros entrevistados por Kaufman creen que las tensiones relacionadas con la concienciación medioambiental pueden ser especialmente envenenadas entre parejas, sobre todo cuando uno de sus miembros decide modificar su comportamiento para reducir el impacto de sus decisiones cotidianas y, en cambio, la otra persona no se siente aludida o no cree en la necesidad de realizar cambio alguno relacionado con su estilo de vida.
Tensiones “verdes” mientras el tiempo vuela, literalmente
A la inseguridad económica y laboral derivadas de la situación económica del último año y medio, y a las proyecciones pesimistas sobre la lenta repercusión que tendrá la incipiente recuperación económica en la creación de puestos de trabajo, sobre todo en economías menos flexibles que la estadounidense, como España, se uniría el nacimiento de las tensiones “verdes”, si el caso estadounidense expuesto por Leslie Kaufman es extrapolable a Europa.
Desde *faircompanies, creemos que sí. Nosotros mismos, la familia que hay detrás de este proyecto, conformada por los periodistas Nicolás Boullosa (España) y Kirsten Dirksen (Estados Unidos), y sus dos hijas, servimos como campo de pruebas para esta nueva generación de tensiones cotidianas.
Cuando hablamos por primera vez de *faircompanies, en un lejanísimo -sobre todo en términos de Internet- 2006, el consumo ético y responsable y el ecologismo eran actitudes radicales, relacionadas con organizaciones beligerantes conformadas por pseudo-intelectuales que se disfrazan de gorila, se encadenan a las puertas de edificios públicos, abrazan a los árboles, etc. En fin, poco menos que un grupúsculo con el estatuto escorado hacia posiciones radicales.
En febrero de 2010, hablar de sostenibilidad y consumo responsable es hacerlo de cuestiones planteadas en reportajes que aparecen en publicaciones como The Wall Street Journal, Financial Times y The Economist; aunque también en medios que sirven de estandarte a la cultura “pop”, la consumida por las masas: también hay artículos sobre ecología, consumo responsable y famoseo verde en revistas como People. O anuncios de la Super Bowl como el mencionado sobre el Audi A TDI.
Vida simple vs. materialismo
Mientras nosotros mismos asistimos a menudo a reflexiones cotidianas relacionadas con nuestro consumo o al impacto de nuestras acciones (tener dos hijos y viajar en avión a Estados Unidos una vez al año, por ejemplo), también hablamos sobre pequeños placeres cotidianos o sobre qué nos hace felices, en ocasiones inspirados en lecturas sobre conceptos como el de “vida simple“.
El domingo aprovechamos la inesperada bonanza de un día prácticamente primaveral para coincidir en un parque de Barcelona con unos amigos, también con dos hijos. También viven en la ciudad, aunque son oriundos de Londres y Tokio, respectivamente.
Surgieron muchos temas, entre ellos la crisis, nuestra percepción sobre ella, cómo ha afectado a nuestras vidas, etc. También hablamos de valores y del poder de elección, así como de actitudes relacionadas con el concepto de “vida simple”. A saber: aprovechar el tiempo, desarrollarse como persona, evitar el materialismo e incluso renunciar a prebendas económicas en favor de mayor tiempo libre o mayor calidad de vida, etc.
Nuestro amigo nos habló del impacto que, ya hace años, antes de que la sostenibilidad y la “vida simple” estuvieran en boga en las grandes ciudades, causó en él la lectura de un libro de Vocki Robin y Joe Dominguez titulado, literalmente, Your money or your life (La bolsa o la vida).
Al parecer, el libro plantea, ya en 1992, varios de los retos cotidianos a los que hacen frente muchas familias actuales. Quizá con una salvedad: además de intentar conciliar nuestra vida personal y laboral a favor de la primera esfera, el valor de la sostenibilidad ha irrumpido con fuerza en algunos de nosotros, independientemente de nuestro origen o credo ideológico.
La vida son los ríos…
Más allá del tono humorista planteado por el anuncio de Audi en la Super Bowl, de las discusiones de pareja expuestas por Leslie Kaufman en su artículo, o más allá de nuestra propia experiencia personal o de la de nuestros amigos, compartimos, tengamos hijos o no, vivamos donde vivamos, las virtudes y miserias del momento presente.
Por azar, he leído con detenimiento también hoy dos artículos relacionados con la sensación universal que percibe el ser humano de aceleración del paso del tiempo a medida que nos hacemos mayores.
Al parecer la mayor intensidad de las experiencias primigenias (la primera vez que uno monta en bici, el primer nado sin ayuda, la primera victoria en el deporte que practicáramos de pequeño, el primer beso) las convierte en memorias que percibimos como de gran duración.
A medida que acumulamos experiencias y modos de afrontar infinidad de situaciones, nuestro conocimiento adquirido hace que nuestro sistema cognitivo no trabaje con la intensidad de las primeras experiencias. ¿El resultado? Una percepción generalizada de que el tiempo vuela y la sensación no hace más que acentuarse a medida que nos hacemos mayores.
Si el tiempo parece acelerarse y, a las tensiones derivadas de la crisis económica coyuntural, añadimos las crecientes tensiones “verdes”, no hay nada mejor que una carcajada para relajar un tanto la situación. De modo que contribuyo a ello con el enlace ya compartido al mencionado anuncio de la Super Bowl.
No está de más fijarse en qué lugares la gente emplea más tiempo en disfrutar de placeres simples, o poner en práctica algún que otro consejo para disfrutar del discurrir del tiempo.