¿Hasta qué punto los hábitos modernos han transformado el descanso? Luz eléctrica, televisión y, en los últimos años, la luz de pantallas digitales, forman parte de lo cotidiano, afectando hábitos conscientes y comportamientos inconscientes.
Es imposible conocer con exactitud la relación entre hábitos modernos y el auge de trastornos del sueño, pero la comparación de nuestra sociedad con pueblos supervivientes de cazadores-recolectores (con costumbres no sólo preindustriales, sino preagrarias) arroja sorpresas: la humanidad urbana no descansa de un modo tan diferente a los hábitos de pueblos de cazadores-recolectores.
Un estudio dirigido por Jerome Siegel (Universidad de California) y Gandhi Yetish (Universidad de Nuevo México) comparó en 2015 los patrones del sueño de la sociedad moderna con los de los pueblos Hazda (Tanzania), San (desierto del Kalahari, África meridional) y Tsimané (Bolivia).
Los cazadores-recolectores y nosotros
Los datos acumulados en estas sociedades tradicionales durante 3 años no son tan distintos de los que observaríamos entre nuestras relaciones: los individuos durmieron entre 5,7 y 7,1 horas diarias (6,5 horas de media, una hora menos que en las sociedades modernas).
Asimismo, los adultos de estos grupos no se acostaron con la caída del sol pese a la ausencia de luz eléctrica, pues se sirvieron del fuego para desarrollar actividades durante una media de 3,3 horas adicionales desde el crepúsculo:
“Sus horarios de sueño parecieron regularse por la temperatura y no por la luz del día, y hacen falta varias horas desde que se pone el sol para que el ambiente se refresque.”
Al parecer, nos cuesta menos seguir activos sin luz que dormir en un ambiente incómodo. Otra diferencia: los pueblos tradicionales adaptan sus patrones de sueño a la estación, durmiendo casi una hora más de media en invierno que en verano.
La leyenda de los genios que nunca duermen
Los estudios comparativos entre los hábitos del sueño contemporáneos y los de sociedades tradicionales acaban, asimismo, con el mito de la siesta como costumbre de nuestros antepasados: los sujetos estudiados raramente durmieron la siesta en verano, y casi nunca lo hicieron en invierno.
La diferencia más radical entre el patrón de sueño de cazadores-recolectores y el de sociedades modernas, si analizamos los resultados del estudio de Jerome Siegel y Gandhi Yetish: la presencia de trastornos del sueño es testimonial, mientras en las sociedades industriales estas dolencias afectan al 20% de la sociedad.
Los trastornos del sueño en el mundo moderno coinciden con la presencia de otros desequilibrios, a menudo asociados a hábitos y trastornos del comportamiento: ansiedad y/o estrés, abuso de sustancias estimulantes como el café, excitación cognitiva en momentos previos a ir a la cama (o ya en la cama) tales como pantallas iluminadas con contenido audiovisual, etc.
La privación del sueño es una dolencia no sólo relacionada con hábitos, sino con percepciones y aspiraciones sociales: en determinados ámbitos, como en el mundo de las empresas tecnológicas, se asocia la privación del sueño con historias de éxito y superación personal a menudo edulcoradas, confundiendo anécdotas con la razón del éxito.
La industriosidad del siglo XIX
Emprendedores tecnológicos y sus primeros empleados -a menudo sobreviviendo con comida preparada, promesas y bebidas energéticas- no son los primeros en confundir el camino hacia grandes logros con la capacidad para convertir horas de sueño en tiempo productivo: artistas e inventores del siglo XIX y XX a menudo ventearon (y exageraron) su supuesta conquista de las horas de sueño.
En su intento por narrar la sociedad de su época desde múltiples puntos de vista, Honoré de Balzac proyectó 137 novelas con historias interconectadas cuya acción tendría lugar entre 1815 y 1830.
La muerte de Balzac a los 51 años truncó semejante quijotada; no obstante, el precursor de la narrativa realista (con sus aciertos y excesos) completó 87 novelas y 7 ensayos de la colección.
Le dio tiempo de emprender distintos negocios, sobre todo editoriales; firmó artículos periodísticos, críticas literarias (algunas de ellas auténticos ensayos), y una correspondencia propia de su condición de escritor y proyección pública. Y, al parecer, Balzac tampoco desatendió la vida amorosa, la amistad y la intriga en los círculos parisinos que van y vienen en Las ilusiones perdidas, Papá Goriot, etc.
La comedia humana
La sociedad parisina desde la caída del Imperio Napoleónico hasta la Monarquía de Julio avanza las grandes tendencias del mundo moderno, desde la resistencia de las costumbres del Antiguo Régimen hasta las revoluciones liberal y proletaria.
Los personajes de Balzac airean tensiones entre la etiqueta de la aristocracia superviviente al Terror revolucionario, la pujanza de la burguesía y la reivindicación revolucionaria del jabobinismo y el movimiento obrero moderno. Unas rencillas que quizá no se puedan entender sin la bebida de la época: el café. Una bebida estimulante sustituye el ritmo voluptuoso de vino y cerveza.
El propio proyecto de La comedia humana, y la intención de Balzac de atenerse a la idea de retratar la sociedad de su época, son difíciles de comprender sin comprender la sociedad parisina de la época, con familias de provincia financiando los estudios o la puesta en sociedad de sus vástagos en entornos donde la voluptuosidad iba de la mano de aspiraciones como el positivismo y una aspiración al confort material que auguraba la sociedad de consumo moderna.
Así que podemos imaginar un corpulento y ambicioso joven de provincias de origen humilde con un poco de cada uno de sus grandes personajes, desde el editor-inventor David Séchard a los ambiciosos Lucien de Rubempré y Eugène de Rastignac, el equivalente de la época a los machos alfa que, recién llegados a la gran ciudad, tratan de avanzar escalones de dos en dos.
Explorando los límites de cuerpo y mente
Entre intentos infructuosos por hacer dinero fácil en el mundo editorial y empresarial, Balzac concluye que la mayor invención a su alcance consiste en inventar él mismo la novela moderna, convirtiendo la intriga inagotable de la pujanza burguesa en su siglo en un éxito de ventas. Lo logrará bebiendo cantidades absurdas de café, trabajando sin cesar y durmiendo lo mínimo.
Sólo su salud truncará la culminación de sus planes. Hasta poco antes de su muerte, no obstante, tendrá tiempo de leer y alabar el trabajo de sus contemporáneos (Victor Hugo, Stendhal -a quien augura una grandeza en el futuro que le negó la sociedad de la época- y los menores), pero no de dormir.
He aquí un día de trabajo convencional para Honoré de Balzac: comerá el plato copioso de la jornada a las cinco o seis de la tarde, después de lo cual se irá a dormir. Se despertará a medianoche y empezará a trabajar, asistido por una copa tras otra de café negro (hasta 50 en una sola sesión de escritura, dice la leyenda), que le permitirán extender su trabajo durante ocho horas o más, llegando en ocasiones sentarse al escritorio hasta quince horas seguidas.
El propio Balzac afirmaría haber trabajado en una ocasión durante 48 horas seguidas, separadas únicamente por tres horas de sueño. Es comprensible, por tanto, que sus coetáneos explicaran que Balzac no llevaba la vida social de sus personajes, pues su trabajo no era estar en sociedad, sino recrearla en la literatura.
Inicios del reinado del café
Balzac no es el único creador en abusar de la cafeína y de jornadas interminables.
Los hábitos de Balzac se prestan a la hipérbole quevedesca: comió de manera copiosa y a grandes intervalos, durmió poco o casi nada mientras el vigor de la juventud aguantó, y se bañó en café hasta que fue incapaz de sostener una pinta del brebaje debido al temblor de una salud en caída libre a partir de 1840. Se casaría en 1850, ya muy débil, y moriría poco después a los 51 años.
Eso sí, mientras pudo, escribió y bebió café, dando la espalda al descanso:
“El café se desliza en el interior de nuestro estómago y pone en movimiento nuestros procesos mentales. Nuestras ideas avanzan en columna de ruta como batallones de la Grande Armée. Los recuerdos acuden a pares, sosteniendo los estandartes que conducirán las tropas a la batalla. La caballería ligera se despliega al galope. La artillería de la lógica cañonea con sus vagones de abastecimiento y corazas. Nociones brillantes se unen al combate como tiradores. Los personajes se ponen sus uniformes, el papel se cubre de tinta, la batalla ha empezado, y acaba con un derramamiento de fluido negro como un auténtico campo de batalla envuelto en hilachas de humo negro de la pólvora quemada. Si no fuera por el café no se podría escribir, es decir, uno no podría vivir.”
Hay en Honoré de Balzac una actitud industriosa ante la vida más contemporánea que su trabajo en La comedia humana. Como ocurre en la sociedad hipercompetitiva de hoy, en determinados círculos de culto a los logros personales cuantificables (en dinero, en fama “señalada” por marcadores reconocibles, en influencia real y proyectada, etc.) la privación del sueño se convierte en un signo que se confunde con el propio éxito, sugiriendo que sólo los que duermen poco y mal pueden alcanzar la grandeza que se proponen.
Cuando trabajar más es hacerlo menos
También como en nuestro tiempo, Balzac confunde los efectos inestimables en rendimiento y actividad mental del estimulante más usado entonces y ahora, el café, con un fin en sí mismo: el café no es tan responsable de lo mejor de la obra de Balzac como de su volumen, así como de, al menos, parte de los problemas de salud que conducirían al escritor a una muerte prematura.
Perhaps because your acquaintances are busy puffing their chest as though lack of sleep was a proud accomplishment. It's not. It's stupid. https://t.co/W5LhG4AWxw
— DHH (@dhh) March 24, 2017
Nunca sabremos si, de haber optado por unos hábitos de trabajo menos intensos y con dosis no tan excesivas de café, Balzac podría haber vivido más y, a la larga, completado más volúmenes de su obra. Pero ni siquiera Balzac, armador de la novela realista, logró transformar el oficio de escribir en una factoría positivista: la productividad intelectual no es equiparable a la fabricación mecánica (escribir más pero de manera más errática puede doblar o triplicar la cantidad de trabajo).
Sea como fuere, el culto a la privación de sueño y a los estimulantes del rendimiento forma parte del relato triunfal de la sociedad digital y su modelo empresarial.
Empresarios digitales críticos con el relato de sacrificio heroico que ha arraigado en el mundo tecnológico y, desde ahí, se extiende al resto de sectores, aseguran que el éxito no llega con el sufrimiento sobrehumano, sino con el buen rendimiento intelectual a largo plazo, que repercute sobre la cantidad y calidad del trabajo acumulado.
La importancia de un descanso regular
Sea o no demostrable su hipótesis, estos críticos parecen haber perdido la batalla ante quienes ensalzan la idea de amalgamar un grupo de jóvenes sin contrato ni más salario que promesas sobre valuaciones, pedir unas pizzas y la bebida más azucarada y estimulante al alcanza, y trabajar sin descanso hasta que el cuerpo aguante, incluyendo fines de semana y algunas madrugadas.
No importa que las estadísticas confirmen que dormir mal afecta sobre capacidad y atención cognitiva y productividad: el mito de los genios que no duermen es uno de los becerros de oro más venerados de una cierta literatura de autoayuda.
Tragic Ads Attempt To Glorify Desperate Hell Of Gig Economy https://t.co/T1b5TMvljs pic.twitter.com/gU1AGDlyrZ
— SFist (@SFist) March 23, 2017
Algunos de estos autores, autoproclamados expertos en “crecimiento personal”, proclaman en las redes sociales “consejos” tales como:
“Yo no duermo suficiente. Pero nunca he conocido a nadie con éxito que se dijera: ‘ojalá durmiera más’.”
Una de las falacias más recurrentes de esta literatura consiste en relacionar hábitos del sueño equilibrados (por ejemplo, ir a dormir siempre a la misma hora, y hacerlo durante 7 horas seguidas sin mayor problema) con la gandulería.
Beatus ille
Si los pioneros de la autoayuda levantaran la cabeza, desde Séneca (Cartas a Lucilio) a Benjamin Franklin (los consejos del Pobre Richard o su propia autobiografía), se echarían unas risas ante semejante maniqueísmo y tergiversación de aspiraciones como el esfuerzo o la productividad.
En efecto, Séneca advertía contra la pereza, pero no la asociaba con dormir bien, sino con recrearse en una vida ociosa, desatendiendo otros quehaceres:
“Estar en ocio muy prolongado, no es reposo, sino pereza.”
Siguiendo los consejos de los filósofos estoicos y poetas latinos como Horacio, los renacentistas desempolvaron la aspiración de aprovechar el día (carpe diem, beatus ille, locus amoenus, tempus fugit), ya que un día bien aprovechado trae un buen sueño.
Para Leonardo da Vinci,
“Del mismo modo que un día bien aprovechado trae un sueño feliz, una vida bien empleada conduce a una muerte feliz.”
¿Fue la de Honoré de Balzac una muerte feliz? ¿Podría el autor de “Las ilusiones perdidas” haber sido tan productivo como lo fue en sus 51 años de vida, de haber dormido mejor y con mayor regularidad?
Negadores del sueño
Publicistas y autores de la literatura de autoayuda preferida en entornos como Silicon Valley creen que no, a juzgar por su opinión al respecto. Por ejemplo, un cartel publicitario instalado por Fiverr en San Francisco muestra a una joven atractiva junto a un texto supuestamente aspiracional:
“Comes un café para comer. Haces un seguimiento de tu seguimiento. La privación del sueño es tu droga preferida. Seguramente eres un hacedor.”
Un credo como mínimo perturbador.
Para David Heinemeier Hansson (DHH), cofundador de Basecamp y creador del lenguaje de programación Ruby on Rails,
“los negadores del sueño son la versión de productividad de los negadores del cambio climático. La ciencia es clara.”
(…)
“Renunciar a dormir es como pedir un préstamo a un usurero. Seguro que obtienes esas horas extra al instante para dedicarlas a tu estimación excesivamente optimista, pero ¿a qué precio? El usurero volverá, y si no puedes pagar, romperá tu creatividad, moral y naturaleza amable como pimpollos.”
Rendimiento a lo largo del tiempo
Todos necesitamos restar horas al sueño de vez en cuando. Lo esencial es no convertirlo en hábito si lo que buscamos es mantener nuestro buen humor, agilidad física, lucidez mental y flexibilidad para convertir la incertidumbre en creatividad, convirtiendo chispas inconexas en un trabajo que podremos reutilizar, y no en el inicio de un fuego que un día no sabremos controlar.
La testarudez, rigidez mental, ausencia de creatividad, baja moral e irritabilidad, amplifican su presencia cuando falta el sueño.
@dhh stupidest alpha-male bullshit. I built a billion £ biz in 18 yrs from £100 investment. Getting more sleep is my number 1 strategy. https://t.co/Vk6HjkSbm0
— James Benamor (@JamesBenamor) March 26, 2017
Y lo que sirve para la escritura creativa lo hace también en programación, diseño, edición audiovisual, o cualquier otra labor que requiera un esfuerzo intelectual sostenido:
“El desarrollo de software [o cualquier otra actividad intelectual exigente] es raramente un sprint, sino más bien una maratón. Múltiples maratones, de hecho. Así que tratar de lograr un 110% de rendimiento hoy cuando ello implica tener un desempeño disponible de sólo el 70% mañana es un mal negocio. Uno acaba con sólo el 77% del rendimiento óptimo disponible. Mal negocio.”
Aprender a dormir
En este caso, los porcentajes deben interpretarse en clave de parábola, y no como información empírica. Nuestra propia experiencia y lo que sabemos de otros nos aportarán la información necesaria para reflexionar críticamente sobre nuestras nociones de descanso, aprovechamiento de la jornada o éxito.
Dormir menos no aumenta nuestro karma. Más bien, nos impide acceder a nuestro rendimiento óptimo.
Penelope Green sugiere en The New York Times que, dados los abusos del culto a la privación del sueño como supuesto atajo hacia el éxito, quizá debamos reaprender a dormir:
“Dormir es en la actualidad una medida del éxito, una habilidad que hay que cultivar y nutrir.”