La producción a gran escala de biodiésel parece no convencer a nadie, desde organizaciones medioambientales hasta grandes compañías energéticas. El sureste asiático se prepara para su producción masiva, imitando a Brasil.
Cuando el barril de petróleo se encuentra alrededor de los 70 dólares y los analistas aseguran que la época del petróleo barato ha finalizado para siempre, la dependencia energética global, incrementada por el crecimiento de los principales países emergentes la buena tónica de las economías ricas, se hace más acuciante que nunca.
Las tensas relaciones con Irán y los últimos bombardeos masivos de Israel sobre Líbano, así como la inestabilidad en Irak, no parecen contribuir a una evolución negativa prolongada de los precios de los barriles de referencia.
Para varios países del sureste asiático, ha llegado el momento de producir masivamente biodiesel, a partir del refino de aceite de palma. Uno de los principales escollos para el desarrollo de compuestos a partir del combustible vegetal estribaba en la propia viabilidad económica de su producción a gran escala, algo garantizado, según la Agencia Internacional de Energía, con un barril de petróleo que no baje de los 50 dólares. Japón y varios países de la Unión Europea han cerrado importantes acuerdos de distribución de biodiesel en Malasia, según el semanario británico The Economist.
Uno de los sistemas más adecuados para la producción de biodiesel parte del fruto de la palma aceitera (Elaeis guineensis), que también es empleado en la producción de productos tan diversos como las galletas o el champú. El lucrativo negocio derivado del proceso del aceite de palma ha animado a las administraciones de Malasia e Indonesia a fomentar su desarrollo: Malasia construye 52 nuevas plantas de proceso de biodiesel, mientras Indonesia anunció a mediados de agosto que destinaría 110 millones de dólares en ayudas a los productores agrarios para que se decanten por la producción de la planta.
Ambos países esperan lograr ingentes beneficios, dadas las perspectivas de crecimiento en un mundo que no quiere ser tan dependiente de las energías fósiles, localizadas en las regiones más inestables del planeta, algo que puede jugar a favor de que, de una vez por todas, la Administración de Estados Unidos muestre una activa predisposición a la paulatina adopción de energías menos contaminantes que el escaso y caro petróleo y el extraordinariamente contaminante carbón, empleado de manera masiva para producir electricidad barata a un coste ambiental que sólo ahora los científicos empiezan a recoger en sus estudios.
El lado canalla del biodiesel a partir de la palma aceitera
No obstante, la producción de biodiesel no parece tan inocuo como su empleo masivo promete: según The Economist, el árbol Elaeis Guineensis precisa varios años para empezar a producir frutos; la fuerte demanda del aceite de esta planta ha provocado un rápido aumento de sus precios, “haciendo que el aceite para alimentación y comida sea más caro para los más desfavorecidos”.
Los representantes de la veterana ONG estadounidense Sierra Club han aprovechado en los últimos tiempos las preguntas de los periodistas para alertar sobre los efectos perniciosos del empleo generalizado del biodiesel como alternativa a los combustibles fósiles.
Uno de los expertos en calentamiento global de la organización, Daniel Becker, aseguraba al diario The Washington Post que los recursos necesarios para desarrollar plantaciones a gran escala para biodiesel requieren la eliminación de cultivos y la quema de combustibles más contaminantes llevada a cabo por la maquinaria empleada.
Además, si bien el biodiesel no produce lluvia ácida, no daña la salud humana y disminuye drásticamente los gases de efecto invernadero, también aumenta el nivel de óxido nitroso cuando se emplea en masa, uno de los causantes de la contaminación por partículas en las ciudades, o “smog”. Según explicaba Becker en el New York Times, el proceso para producir biodiesel es demasiado intenso energéticamente: “si lo que pretendes es mejorar las cosas usando combustibles alternativos, debes usar un buen combustible alternativo”, aludiendo al actual biodiesel como remiendo que sólo parchearía, en el caso de prosperar su uso, la situación crítica actual.
Pese a los riesgos, el empleo masivo de biodiesel puede ser no sólo económicamente beneficioso, sino un excelente modo de relativizar la dependencia del petróleo y un realista campo de pruebas para ir más allá.
Los consumidores de a pie de los países ricos, a falta de encuestas que lo corroboren, estarán encantados de saber que pueden emplear un combustible que no contribuye al calentamiento global.