La demanda en los centros urbanos más apetecibles deriva en precios prohibitivos, obligando a los jóvenes a establecerse en la periferia o en barrios menos icónicos.
Nuestra última visita a París corrobora una tendencia ya observada en otras ciudades cosmopolitas.
Energía de los barrios de moda antes de “gentrificarse”
El fenómeno no es nuevo. Al fin y al cabo, el periférico -a finales del siglo XIX y principios del XX- Montmartre atrajo a la bohemia por la abundancia de pensiones y alquileres asequibles, vistas privilegiadas de la ciudad y un vino más barato, ya que la colina estaba exenta de tasas.
Unas décadas después, cuando los precios subían en Montmartre a medida que aumentaba la popularidad de sus vecinos, desde Picasso a Modigliani o Dalí, las jóvenes promesas que que Gertrude Stein bautizó como Generación Perdida (Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Ezra Pound, etc.), se estableció en los años 20 en torno a Montparnasse y el Barrio Latino.
Se observan tendencias históricas similares en las ciudades más vibrantes de Occidente, donde nuevas generaciones revitalizan barrios marginales hasta que la pujanza de su nueva imagen produce la “gentrificación“, el aburguesamiento, hasta el punto de que los artífices del fenómeno se ven obligados a abandonar el entorno que contribuyeron a revitalizar.
Malviviendo en los barrios más apetecibles
El centro parisino actual comparte rasgos con las zonas más de moda en Londres, Nueva York o San Francisco. Salvo especialidades concretas, escasean el trabajo que permita afrontar el alquiler de una habitación y el tren de vida en las zonas más icónicas, cuanto más el alquiler o compra de un apartamento entero.
Los microapartamentos son una respuesta al incremento de precios y la precariedad laboral entre los últimos profesionales liberales en llegar a la gran ciudad, que a menudo imitan a Paul Newman en The Hustler y trampean como buscavidas para que la ciudad no les convierta en equivalentes actuales de Joe Buck y “Ratso” Rizzo en Midnight Cowboy, o de los perdedores invisibles de la gran ciudad retratados por Edward Hopper.
El magnetismo de las grandes ciudades se mantiene en el nuevo siglo incluso en Estados Unidos, donde los suburbios residenciales han albergado a buena parte de la clase media desde finales de la II Guerra Mundial.
Cuando la genialidad se aglutina en barrios magnéticos
La información adquiere matices distintos según la información consultada, pero los jóvenes profesionales aspiran a establecerse en los equivalentes actuales al Montmartre de finales del XIX o el Barrio Latino parisino de los años 20.
Muchos de los lugares aspirantes al título de Montmartre o Montparnasse del siglo XXI son demasiado caros para atraer a parte del talento que posibilitaría en unos años en el equivalente a la Florencia del Renacimiento, el Londres de los cafés ilustrados o el París de la Generación Perdida.
Los nuevos talentos de Silicon Valley quieren vivir en la ciudad
El magnetismo de las ciudades ha acabado por alterar incluso el mercado inmobiliario de la bahía de San Francisco.
El boom tecnológico iniciado por las agencias de inteligencia gubernamentales, las empresas de armamento y las primeras empresas tecnológicas, establecidas en un valle de árboles frutales rebautizado como Silicon Valley, convirtió a los suburbios residenciales de localidades como Palo Alto en el arquetipo del emprendedor que empieza en el garaje de la vivienda suburbial de sus padres.
Ahora, tanto emprendedores como los expertos tecnológicos que atraen las principales compañías de la zona no aspiran a residir en una espaciosa casa con patio ajardinado y vistas al campus de la universidad de Stanford, sino que optan por la ciudad de San Francisco.
Las consecuencias de un mayor interés por San Francisco
El interés de los trabajadores tecnológicos, mejor pagados y sin problemas laborales -a diferencia de los tradicionales profesionales liberales y otros aspirantes a residir en la ciudad-, ha incrementado dramáticamente el precio del alquiler y la compra de locales y viviendas.
Como consecuencia, antiguos negocios familiares, residentes menos afluentes y jóvenes ajenos a los puestos más buscados del vibrante mercado tecnológico de la zona, se ven obligados a compartir espacio, pasar de alquilar un apartamento o casa victoriana a alquilar una habitación; o simplemente cambiar de ciudad.
(Imagen: líder ludita)
Muchos de ellos han optado por Oakland, localidad industrial y portuaria un poco más al interior de la bahía, tradicionalmente obrera, afroamericana e hispana, que carece de la autoestima y la arquitectura de la próxima San Francisco.
Luces y sombras en los viejos (y nuevos) barrios de moda
Incluso los precios de Oakland rozan niveles prohibitivos en las zonas más apetecibles para los “nuevos buscavidas”, profesionales liberales que buscan el autoempleo o subsisten con trabajos eventuales, mientras Oakland se convierte en el equivalente de San Francisco al vibrante Williamsburg-Brooklyn neoyorquino.
En París, hemos observado el mismo fenómeno en torno a la Plaza Pigalle, entre el IX distrito (“arrondissement”) de París, al norte de la Ópera, y Montmartre.
La zona, que ha concentrado históricamente los cabarets y servicios para adultos, atrae en los últimos años a jóvenes profesionales que comparten piso y tratan de abrirse paso en el mundo del diseño, la arquitectura, la restauración, etc.
Al alojarnos durante una semana en el corazón de esta zona (concretamente, en Rue Henner, barrio de Saint Georges), hemos observado la vibrante demanda de bares, restaurantes, teatros alternativos y otros servicios creados por y para jóvenes que a menudo no pueden permitirse el alquiler de una habitación en un espacioso apartamento de los característicos edificios decimonónicos de la zona.
En los últimos 20 años, el precio del alquiler se ha triplicado en los barrios más apetecibles de París, incluido el mencionado IX “arrondissement”. París corre el riesgo de convertirse en una ciudad para visitantes (que no tienen que comprar ni alquilar) y ricos, incluidos los foráneos que mantienen una de sus segundas residencias en la capital francesa.
El nuevo ludismo: jóvenes que atacan autobuses de trabajadores tecnológicos
En San Francisco, se han sucedido en los últimos meses protestas contra el desahucio de quienes no pueden asumir el incremento de renta (a través de la “Ellis Act“), el ataque a autobuses con que las empresas tecnológicas de Silicon Valley fletan a sus trabajadores residentes en la ciudad, e incluso las manifestaciones ante la vivienda de conocidos emprendedores.
El ataque a autobuses es un modo de canalizar la rabia e impotencia ante fenómenos no del todo comprensibles que recuerdan al ludismo del siglo XIX, cuando los trabajadores atacaban a las máquinas, al culparlas de la pérdida de empleo.
Pese al visible descontento de quienes quieren residir en la ciudad y no pueden afrontar sus precios por la precariedad laboral en perfiles profesionales ajenos al mundo tecnológico, muchos especulan acerca de si la San Francisco actual es el equivalente actual a la Florencia del Renacimiento.
¿Es San Francisco la nueva Florencia, o sólo un sitio caro para vivir?
Un ensayo firmado por Wade Roush en Xconomy expone que la transformación impulsada por los emprendedores de la bahía de San Francisco reinventa las estructuras económicas y culturales de un modo similar a la manera en que poetas, pintores, arquitectos y científicos del Renacimiento expandieron los valores de la Grecia y Roma clásicas.
Acertado o no, el paralelismo de Wade Roush está documentado y tiene cierto fundamento, si bien los “millenials” que aspiran a contribuir y aprovecharse de la pujanza de esta supuesta nueva Florencia leen otros artículos menos aduladores con la ciudad que sirve de escenario a películas como Bullitt.
Un ejemplo: el artículo “viral” (al menos en San Francisco) firmado recientemente en Vice (publicación “hipster” y tono pseudo-alternativo) por Dave Schilling y Jules Suzdaltsev, que repite los tics y estereotipos -la mayoría, fundados- menos amables de la ciudad.
Cosas que molestan de San Francisco… a los habitantes de San Francisco
En Razones por las que San Francisco es el peor lugar de todos los tiempos, los autores exponen que San Francisco, una pequeña ciudad tradicionalmente amable y progresista, con un clima a merced de la niebla oceánica que invita a trabajar, se ha convertido en una versión en miniatura del carácter duro y darwinista de Nueva York.
Los autores aclaran algunas tendencias, debido a los alquileres prohibitivos y la oleada “chic” propulsada por quienes se mudan desde Silicon Valley:
“¿Adónde fue San Francisco? Al otro lado del jodido puente, ahí fue. Oakland es más barato que San Francisco (pero no por mucho), está próximo al centro de gravedad cultural de Berkeley, y está sólo a una parada de BART [tren de cercanías] de lo que queda de la relevancia de San Francisco”.
“Tech Bros”
Siguiendo con cómica causticidad, los autores se preguntan: “¿Qué pasó con el espíritu iconoclasta de San Francisco…? Bien, en dos simples palabras: ‘Tech Bros'”.
Con sus salarios y predisposición a la movilidad y flexibilidad de horarios, la última apuesta de los “techies”, vivir en San Francisco, ha transformado la ciudad. Ahora, dicen los autores, sólo quedan los restos menos amables del espíritu contracultural.
Jóvenes con aspiraciones en Londres, París, Berlín, Barcelona, Nueva York, etc., realizan reflexiones similares sobre sus respectivas ciudades. Son demasiado caras, envejecidas, rígidas e intransigentes con ellos, la última generación que quiere abrirse paso.
The New York Times ha dedicado varios artículos a las consecuencias de la tan ansiada “gentrificación” o aburguesamiento de los barrios bohemios de las grandes ciudades, un fenómeno perseguido por los consistorios que, a la larga, expulsa a los habitantes que iniciaron la revitalización.
El último bohemio, que apague las luces cuando salga
Alan Feuer detalla en el diario neoyorquino los cambios del Lower East Side, donde buscavidas y macarras que abarrotaban el CBGB en cada actuación de unos desconocidos Ramones, han envejecido y abandonado su antiguo barrio “marginal”.
(Imagen: autorretrato de Jean Cocteau enviado por carta a Paul Valéry, octubre de 1924)
El título de su artículo: El último bohemio apaga las luces. Alan Feuer se refiere a Clayton Patterson, “rebelde y fotógrafo”, que planea dejar el barrio e instalarse en Austria.
Otras razones impulsan a muchos jóvenes franceses a dejar París por ciudades con un mercado laboral menos rígido y condiciones más sencillas y ventajosas para fundar nuevas empresas.
Au revoir, entrepreneurs
Liz Alderman escribe en Au Revoir, Entrepreneurs, un artículo de The New York Times, cómo jóvenes profesionales cruzan el Canal de la Mancha para instalarse en Londres.
Pese a contar con una cultura empresarial más flexible, Londres no es tampoco un paraíso. En ocasiones, jóvenes franceses como Guillaume Santacruz, mencionado en el artículo de Alderman, abandonan apartamentos en París (Santacruz vivía cerca de la Place de la Madeleine, dominada por una enorme basílica neoclásica de la época de Napoleón) para instalarse en habitaciones y apartamentos londinenses todavía más caros.
La diferencia, no obstante, es de mentalidad. Guillaume Santacruz cree que, en Francia, “si quieres destacar o crear tu propio negocio, el entorno no es bueno”. En Londres, por el contrario, es más sencillo compartir espacio de trabajo con otros emprendedores, así como obtener capital riesgo.
La oportunidad de los suburbios de clase media
Santacruz cree que, en Londres, como ocurre en Estados Unidos, haber fallado en un negocio no es un estigma, sino que “aprendes de los fracasos para mejorar las posibilidades de éxito”. En Francia, por el contrario, hay “un miedo al fracaso”. Si uno falla, ello se convierte en la mayor vergüenza.
París y otras ciudades de la Europa continental afrontan, además de la creciente disparidad entre el precio de habitaciones y apartamentos en las zonas más dinámicas y la calidad de los empleos del inicio de carrera de muchos jóvenes, las dificultades añadidas de un entorno fiscal y regulatorio que dificulta crear empresas y estigmatiza a quienes lo intentan y fallan, en lugar de animarles a probarlo de nuevo, esta vez con mayor experiencia.
Los precios más altos en los centros urbanos más icónicos y mayor precariedad laboral estimulan otros fenómenos. Los jóvenes permanecen más tiempo en casa de sus padres y, en Estados Unidos, muchos optan por vivir en los suburbios de clase media, más espaciosos y similares al entorno donde crecieron.
Urbanizando sitios sin centro histórico
El interés por nuevos modelos de desarrollo personal y vivienda es otro síntoma de la reacción ante los precios prohibitivos de las zonas apetecibles de Nueva York, San Francisco, Londres, etc.
Crecen, por ejemplo, los entusiastas de casas pequeñas y microapartamentos, así como las ideas de autosuficiencia e, incluso, uso de espacios privativos para situar pequeñas casas sobre ruedas. Es el “microhomesteading“, o microasentamiento en el patio trasero de algún amigo o familiar.
No todo el mundo abandonará los suburbios de casas unifamiliares creados desde finales de la II Guerra Mundial.
Muchos de estos suburbios persiguen su propia tendencia hacia la “urbanidad“, siguiendo el modelo de desarrollo de Berkeley o Palo Alto: con más servicios, negocios de proximidad, aceras para viandantes y oportunidades para el desarrollo laboral e intelectual.
Convertir cada lugar en un barrio vibrante
Herramientas como Internet y el revival de la artesanía, en esta ocasión con ayuda de la robótica casera (impresoras y fresadoras 3D, por ejemplo), permiten a cualquier joven viviendo en una pequeña casa sobre ruedas en una zona rural, estar al día en tendencias y, a la vez, pagar una pequeña fracción de los costes de vivir en los barrios bohemios y su eterno proceso de gentrificación.
Mientras tanto, París no debería olvidar la cita que su marcada personalidad y belleza inspiró al poeta, novelista y dramaturgo francés Jean Cocteau: “En París, todo el mundo quiere ser actor; nadie se conforma con ser un espectador”.
La sociedad de la información quiere que cualquiera con una conexión a Internet y hambre por aprender viva en el París del que habla Jean Cocteau.
Ocurre que nadie sabe qué lugar es ese París en la actualidad. Quizá todos y ninguno.