La evolución de las temperaturas en todo el mundo, así como el nivel de los océanos, registran un ascenso en las últimas décadas.
Aunque este fenómeno, conocido también como cambio climático, no ha sido achacado únicamente a la acción del ser humano, o al menos la comunidad científica no lo ha certificado con una sola voz. No obstante, nadie pone en duda el calentamiento del planeta.
Existen estudios independientes con datos cuantificables que relacionan el calentamiento global con varias acciones producidas por el hombre a partir de la segunda Revolución Industrial. El crecimiento de las emisiones de gases con efecto invernadero ha sido imparable a partir de la segunda mitad del siglo XX:
- El sistema energético mundial depende de la quema masiva de combustibles fósiles como carbón y petróleo, que liberan grandes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera.
- La deforestación, provocada por el aumento de la población (600 millones de personas en todo el mundo en 1500, 1.000 millones en 1802, 3.000 en 1961, 6.000 en 1991 y, según las previsiones, 8.000 en el año 2050) y las políticas a corto plazo de los países pobres (o la falta de éstas), que concentran buena parte de la riqueza forestal del planeta. La mayor masa forestal se halla en los trópicos -selvas pluviales en torno a los ríos más caudalosos- y en las zonas boreales del hemisferio norte, sobre todo Canadá y la Rusia asiática.
- El aumento incontrolado de zonas de cultivo en todo el mundo y su insostenible gestión: la tala de amplias zonas de bosque lluvioso, desertización, catástrofes provocadas por planes de regadío o gigantescas presas hidráulicas, entre otras transformaciones faraónicas. UNEP (programa de medio ambiente de las Naciones Unidas) calcula que, sólo en la década de los noventa del siglo pasado, se taló una superficie arbolada en el mundo equivalente a dos veces España.
- El desarrollo de políticas urbanas expansivas tanto en países ricos como en países en desarrollo, que construyen gigantescos suburbios y, cuando puede ser rentable, suburbios más allá de las zonas urbanas (o “exurbs” en Estados Unidos, gigantescas urbanizaciones en torno a un gran centro comercial y algunos servicios básicos, sin ninguna ciudad cercana). Este modelo de desarrollo depende exclusivamente de la potenciación y el empleo del vehículo privado, el aumento insostenible de las necesidades energéticas y la transformación agresiva del entorno. La caótica política urbanística en países como España no sólo ha generado casos de corrupción, sino que ha basado su crecimiento en el modelo descentralizado de las urbanizaciones. Existen decenas de ejemplos similares en el resto del mundo, más allá de España y Estados Unidos.
- El empleo de los contaminantes combustibles fósiles como energía para la industria y el transporte -público y privado; por tierra, mar y aire-. El carbón constituye uno de los principales instigadores del cambio climático, al existir en grandes cantidades y ser empleado por la industria energética.
- El crecimiento, en ocasiones de dos dígitos, del PIB de amplias zonas del mundo, normalmente a partir de la rápida industrialización, sin políticas de control de emisiones. China, India, Rusia, Brasil y México, entre otros países, aspiran a aumentar -legítimamente- su bienestar a partir de una mayor industrialización.
Las consecuencias de estas acciones son reconocidas incluso por los científicos más escépticos: el aumento exponencial de los gases llamados de efecto invernadero.
Las evidencias son incontestables, incluso cuando algunos de los gobiernos más influyentes del mundo muestran todavía sus dudas oficiales al respecto: Estados Unidos y Australia han firmado el Tratado de Kioto aunque se niegan a ratificarlo.
Soluciones planteadas
Entre las soluciones planteadas por la comunidad internacional, destaca el propio Protocolo de Kioto, auspiciado por el organismo especializado en cambio climático de las Naciones Unidas (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, UNFCCC, suscrita en 1992 en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro).
El tratado constituye un acuerdo a partir del que los países industrializados se comprometen a reducir sus emisiones de gases que provocan el llamado efecto invernadero (calentamiento de la atmósfera y el planeta) a niveles un 5,2% inferiores a 1990 a la media de las emisiones registrada entre los años 2008 y 2012.
- El objetivo consiste en reducir la emisión de seis gases: dióxido de carbono (CO2), metano (CH4), óxido nitroso (N20) y los gases industriales fluorados hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6).
- Los objetivos establecidos para cada región varían en el protocolo: desde un 8% de reducción en la Unión Europea y un 7% en Estados Unidos, al 6% de Japón, el 0% de Rusia y los incrementos permitidos del 8% para Australia y el 10% para Islandia.
- España ha aumentado sus emisiones un 53% con respecto a 1990, mientras el Tratado estipula que el aumento no debería haber pasado del 15%. España es el país que se encuentra más lejos de cumplir con el protocolo de Kioto.
Consecuencias del cambio climático
Según la ONU, el cambio climático provocado por la humanidad (de origen, por tanto, antropogénico) contribuirá a que la superficie del planeta aumente su temperatura entre 1,4 y 5,8 grados centígrados de aquí a 2100.
Según la Comisión Europea, “estos cambios repercutirán gravemente en el ecosistema y en nuestras economías”.
Un estudio británico sobre cambio climático publicado en octubre de 2006 (Informe Stern) y presentado por su autor, el economista Nicholas Stern, flanqueado por Tony Blair y su sucesor en la dirección del partido laborista, Gordon Brown, critica al gobierno estadounidense por no implicar a su país en el tratado y concluye:
- Se requiere la inversión de únicamente el 1% del PIB mundial para mitigar los peores efectos del cambio climático.
- Por el contrario, la inacción o el rechazo a llevar a cabo las propuestas sugeridas podría causar una recesión global equivalente al 20% del PIB mundial.