Cazadores de ratas en el subsuelo de megaciudades, buscadores de cuernos de mamut en la inmensidad del permafrost siberiano, programadores de modelos informáticos para calcular el efecto sobre el nivel del mar de un Ártico sin hielo o una Groenlandia sin glaciares, biólogos que, no conformes con dedicarse a la conservación, planean la “desextinción” de distintas especies…
Las informaciones que llamarán nuestra atención nos acercan a copias mediocres de los clásicos de la ciencia ficción, incluyendo subgéneros donde el vestuario fantástico-kitsch se combina con un milenarismo muy presente en la cultura popular de Estados Unidos (no tanto, o casi nada, en la europea) y difícil de disimular.
Basta echar un vistazo a sumarios de titulares incisivos y comentarios redes sociales para hacerse una idea de que, en disciplinas científicas y académicas, o en el movimiento de ideas, bienes y servicios y personas, hace tiempo que hemos superado los delirios futuristas de los clásicos de la ciencia ficción, incluyendo algunos de los presagios más recurrentes (y preocupantes).
Agotamiento del pragmatismo anglosajón
En la era de la cuantificación de personas y cosas, con el mundo mapeado, el turismo de aventuras masivo y la privacidad percibida como un lujo, el mundo empequeñece y los problemas en la Antártida se convierten en los nuestros.
Aventuras como la ascensión al Everest, lograda por primera vez en 1956, se realiza ahora de manera masiva (con la ayuda de oxígeno, previo pago de una pequeña fortuna), y el esquiador y corredor de montaña Kílian Jornet (el “ultraterrestre”, según Le Monde) lo sube por su cara norte, la más exigente y técnica, de un tirón sin oxígeno, sin cuerdas y sin acompañamiento en 26 horas (un alpinista aclimatado necesita entre 3 y 5 días).
Más signos de nuestros tiempos: la especialización tecnológica aumenta y el humanismo pierde popularidad entre líderes y ciudadanía, el nativismo y el fanatismo religioso se imponen entre las clases populares al internacionalismo y el laicismo.
De la escatología de los evangélicos sureños al transhumanismo
Es una época en que jóvenes enfrentados al nihilismo y la pérdida de valores de la sociedad postmoderna (banda sonora de Trainspotting, lectura de alguno de los títulos de Houellebecq), surgen falsos ídolos y movimientos que toman el testigo de la tradición milenarista, tan arraigada en el mundo protestante (desde los evangélicos pro-Trump al protestante radical alemán del siglo XVI Thomas Müntzer).
Un ejemplo: Meghan O’Gieblyn explica en The Guardian su transición desde el milenarismo al transhumanismo postulado por pensadores y autores de ciencia ficción próximos a Silicon Valley como Ray Kurzweil. Merece la pena leer el artículo.
Pensadores como Martin Heidegger predijeron hace décadas que la cibernética sustituiría al concepto tradicional de ciencia, así como a la filosofía y a la metafísica, como la disciplina más importante de una sociedad que se mundializaba y burocratizaba.
La entrevista póstuma de Martin Heidegger para Der Spiegel
Heidegger llamó a este proceso “tecninidad” (La cuestión relativa a la tecnología, 1954), y para él lo preocupante era que los viejos modelos de pensamiento no habían sido sustituidos, sino que sobre ellos se había impuesto el pragmatismo de la técnica y el culto al progreso, con dos modelos que no habían superado las tensiones que habían culminado en las guerras aniquiladoras del siglo XX:
- el utilitarismo anglosajón dominante en el bloque occidental durante la Guerra Fría durante el período que será conocido como Pax Americana (desde finales de la II Guerra Mundial hasta, quizá, la degradación de un modelo agotado que representa la elección de alguien como Donald Trump);
- y el mecanicismo de planes quinquenales y culto a la plusvalía marxista del Bloque Soviético, desde la Revolución Bolchevique hasta la caída del muro de Berlín.
En una entrevista concedida a Der Spiegel a condición de que se publicara después de su muerte, el filósofo alemán discutió sobre sus lazos iniciales con el partido nazi; su trabajo filosófico desde el abandono del puesto de rector en la Universidad de Friburgo (donde había sido alumno de Edmund Husserl) en 1934 hasta el momento de la entrevista (1966); y su opinión sobre el futuro de Alemania, Europa y el resto del mundo.
El filósofo que siguió la sombra de Nietzsche
El filósofo hace poco por disculparse sobre su apoyo inicial al gobierno de Adolf Hitler, que acabó pronto, al constatar desde el puesto de rector que había aceptado en Friburgo que el nuevo gobierno tenía más de totalitarismo fanático interesado en los símbolos superficiales (la censura académica, la quema de libros) que de aventura renovadora del humanismo alemán y europeo.
La entrevista a Heidegger se hace más interesante cuando el entrevistador se interesa por el trabajo del filósofo en su último período y en sus impresiones sobre lo venidero.
La humanidad se encontraba en la misma fase que había dado las democracias liberales y sus tensiones, así como los modelos totalitarios de reacción que los problemas de estas mismas sociedades habían incubado. Poco había cambiado, según Heidegger, sobre la visión reduccionista y centrada en el pragmatismo utilitario anglosajón del modelo liberal.
Al matizar que “todo funciona” (la entrevista se produce durante los años del “milagro económico” de la RFA, reproducido con distintos matices en el resto de beneficiarios del Plan Marshall y al otro lado del Atlántico) y que el mundo llamado desarrollado vive una prosperidad consumista sin precedentes, Heidegger muestra cierto desdén, matizando que lo extraño es que “todo funcione”, y que el funcionamiento técnico impulse un desarrollo todavía mayor, “desarraigando cada vez más al hombre de la tierra”.
Seguimos en el contexto nihilista abierto en el XIX
El filósofo trata el nihilismo de una sociedad que ha sido capaz de crear gobiernos “tecnológicos” capaces de anteponer el fin a los medios y justificar así las mayores atrocidades. Para Heidegger, el “Estado tecnológico” se convertiría en el sirviente más obsequioso y ciego ante el potencial destructor de una tecnología sin valores basados en una tradición (por ejemplo, la relación entre mundo ilustrado y humanismo):
“Desde el punto de vista de nuestra experiencia e historia, o al menos hasta donde llega mi conocimiento, sé que todo lo esencial y extraordinario ha emergido sólo cuando los seres humanos tenían una casa y estaban arraigados en una tradición.”
Martin Heidegger observaba con claridad cómo Estados Unidos y la Unión Soviética (y futuras organizaciones siguiendo el mismo modelo, como la China hipercapitalista de las dos últimas décadas) aceleraban la entrada en una era cada vez más técnica que empequeñecería el mundo todavía más.
De ahí su apuesta por la “cibernética” como sustituto de la ciencia tradicional y la tecnología, pero su preocupación ante el desarraigo de esas nuevas herramientas sin “tradición” y con un potencial deshumanizador muy superior al que había conducido, por ejemplo, a la II Guerra Mundial.
Burocracia mundializada y cibernética
Su mención de las primeras imágenes de la tierra vista desde el espacio difundidas por la NASA eran el principio de esa nueva mundialización en ciernes, y que en la actualidad nos aporta cohetes reusables que aterrizan en plataformas sobre el mar, evolucionismo cultural, sistemas de información planetaria que emulan organizaciones biológicas complejas, políticos populistas que se aprovechan de la crisis de marcos y conceptos como el científico o el informativo, edición genética a la carta y mucho más.
Sin un nuevo marco ni consideraciones éticas a la altura de las décadas de aceleración técnica desde la época de los últimos filósofos centrados en el estudio del individuo (el propio Heidegger seguía la tradición existencialista), el desfase entre el funcionamiento de las sociedades y su realidad técnica será cada vez mayor.
Para el filósofo alemán, profesor de Hannah Arendt (quien, con Foucault y otros, cambiaría el foco de la filosofía desde el Yo -individuo- hasta el Nosotros -lo social, nos guste o no, pues es una realidad inescapable en sociedades complejas-), “sólo un dios puede salvarnos”, una frase provocadora para el contexto de una entrevista concedida a un semanario periodístico.
El ”dios” de Heidegger no es Silicon Valley
Con su expresión lapidaria de “sólo un dios puede salvarnos”, Heidegger reivindicaba a Nietzsche (a quien había dedicado un celebrado ciclo académico) y a los filósofos que han relacionado los problemas metafísicos de las sociedades modernas con la falta de conexión con la naturaleza y autenticidad, un desarraigo que, a la larga, crea monstruos.
Ese “nuevo dios” es la manera simbólica de reivindicar un nuevo modelo de humanismo acorde con los retos de una humanidad que, ya en plena Carrera Espacial (3 años después de la entrevista con Der Spiegel, el hombre pisaría la luna, y poco después la agencia militar DARPA financiaría los inicios de Internet, el hipertexto y la informática personal), se hacía cada vez más técnica, burocratizada, interdependiente.
Si alguien no se habría sorprendido del auge del pragmatismo filosófico estadounidense, desde los proto-cibernéticos Aldous Huxley y Gregory Bateson hasta los filósofos analíticos actuales, y de la relación entre éstos y el nacimiento de la informática moderna y su carácter mesiánico (ejemplificado por Silicon Valley), se trata de Heidegger, quizá el último gran filósofo de la llamada tradición “continental” (o franco-alemana, en su tensión entre idealismo y existencialismo), con una vocación más humanista e intuitiva que la más positivista y utilitaria filosofía analítica anglosajona (desde William James -Estados Unidos-, Bertrand Russell -Reino Unido- y el Círculo de Viena a Daniel Dennett y sus discípulos: los toscos pseudo-pensadores en torno a Silicon Valley, más interesados en la pose y mesianismo de la tecnología-como-pócima-mágica que en un pensamiento genuino).
El entrevistador de Der Spiegel insiste entonces en la posible “fuente” de los nuevos modelos que sirvieran en el nuevo momento histórico impelido por el auge de la cibernética.
El hueco dejado por el desarraigo y la tradición olvidada
Si la “tecnicidad” avanzaba (una tecnología cada vez más autónoma, con un “funcionamiento” que conducía a “más funcionamiento”) y la interdependencia la crisis de los viejos modelos, sería necesario, según el filósofo, el surgimiento de nuevos modelos.
Pero, añade, estos nuevos modelos no pueden concebirse ex novo ni prefabricarse (¿alusión velada a la barbarie nazi?), sino que deben madurar por sí mismos. Y, quizá -dice-, haya que esperar (sic) “tres siglos” a que algún tipo de organización humana sea capaz de combinar un genuino individualismo (“autenticidad”) con vida colectiva y “tecnicidad” (a medida que aumenta la integración entre todo y todos, se amplifica el riesgo de desarraigo y manipulación, como demuestra el fenómeno de la desinformación en redes sociales).
El nuevo pensamiento necesario para hacer posible cualquier avance real no puede llegar sólo, dice Heidegger, del “pensamiento”:
“Como mucho, lo que podemos preparar [cultivando un nuevo tipo de pensamiento] es la disposición de expectativas.”
Heidegger habla de Alemania y la capacidad de sus compatriotas para “pensar” conceptualmente (menciona un anécdota: sus colegas académicos franceses -aunque se refiere a la Europa latina-, cuando quieren “pensar” filosóficamente, usan el alemán, dice, por la cercanía de esta lengua a modelos prerromanos y a mitos arcaicos, lo que explica una cierta tendencia al romanticismo –Hölderlin, a quien Heidegger dedicó un ciclo de clases, etc.-), pero no parece demasiado convencido de que pueda surgir un nuevo modelo en un país dividido en los 60 por el Telón de Acero y traumatizado por su previo “experimento” nacionalsocialista.
Pensando todavía en clave de Hegel y Marx
Quizá, cuando Heidegger mencionaba Alemania y el contraste metafísico entre el pensamiento alemán y el francés, meditaba sobre el germen, entonces puramente económico (utilitario, al estilo estadounidense), de una nueva superestructura con cimientos franco-alemanes. De la CECA, los europeos han construido la Unión Europea, un experimento que quizá habría interesado al filósofo alemán.
Volviendo al contenido de la entrevista de Der Spiegel: Heidegger piensa que, quizá, el nuevo marco de pensamiento necesario para la nueva era de la “tecnicidad” acelerada pueda quizá surgir entre “el pensamiento pragmático-positivista” de Estados Unidos. Y, añade:
“¿Quién de nosotros puede decir si algún día las tradiciones ancestrales del pensamiento de Rusia o China no se despertarán, asistiendo a la humanidad en la tarea de posibilitar una relación libre con el mundo tecnológico?”
Heidegger no iba desencaminado con la posibilidad de que gigantes como China se levantaran, y pronto el país más poblado del mundo será la primera economía, el primer mercado en cualquier indicador, siendo ya el principal exportador (por delante de Alemania, en segunda posición) y país contaminante.
El filósofo se sentiría quizá más decepcionado por la aportación epistemológica china, que se ha limitado a mantener una dictadura oligárquica y con una sociedad y tecnocracia más entusiastas que la estadounidense por el hipercapitalismo de base tecnológica. Poco importan ya las escabechinas de la plaza de Tiananmen, las tensiones en el mar de China o la intolerancia ante cualquier intento de germen de sociedad abierta (relación ambigua con Taiwán, control férreo de Hong Kong).
De la “tecnicidad” soviética a la plutocracia energética
Al hablar de Rusia, Heidegger quizá tenía en mente la tendencia prerrevolucionaria a un romanticismo basado en tradiciones arcaicas de este pueblo, que habían originado interpretaciones propias de idealismo, así como el trascendentalismo solitario e intuitivo de los “stárets”, figuras corrientes en la literatura rusa (como Zosima, en Los hermanos Karamázov), a medio camino entre el anarquismo cristiano de Tolstói (noble y terrateniente) cultivando sus tierras y educando a “sus” campesinos, y el delirante mesianismo de Rasputín.
Quizá, Heidegger pensara en la reflexión de Thomas Mann sobre el humanismo europeo en La montaña mágica, cuando uno de sus personajes alude al concepto de “buen europeo” de Friedrich Nietzsche, contrastando entre los valores compartidos de los pueblos centroeuropeos que habían pertenecido al Sacro Imperio, y las “deformaciones” que estos ideales técnicos y humanistas experimentaban en los extremos: Iberia por un lado; y la Rusia de influencias tártaras por el otro.
O, quizá, al mencionar Rusia el filósofo alemán creyera que el experimento soviético tendría mayor aguante histórico. La realidad actual descarta cualquier liderazgo ruso, si bien la descomposición de la Unión Soviética y el caos de los años de Borís Yeltsin dio paso a un Estado oligárquico más organizado y consistente, capaz de jugar una baza geopolítica por su naturaleza euroasiática, presencia en el Ártico, reservas petrolíferas, su condición de potencia militar/nuclear, y capacidad para explotar con su tradicional arma de agitación propagandística el nuevo mercado de información descentralizada.
En otros ámbitos, la Rusia de Vladímir Putin (146 millones de personas en 2016, pirámide poblacional envejecida, esperanza de vida muy inferior a la de Europa Occidental y una economía que depende de la exportación de materias primas y del fin de las sanciones europeas y norteamericanas impuestas tras la invasión y anexión de Crimea) es más una potencia media en declive que un candidato a hacer de contrapeso de China, Norteamérica y la Unión Europea -débil militarmente y envejecida, pero con la mayor concentración de “soft power”-.
Desinformación electrónica y adoctrinamiento personalizado
A Martin Heidegger le habría interesado la evolución cibernética, habría comentado el trabajo de Michel Foucault y otros sobre los métodos cada vez más sofisticados de sociedades y servicios para influir sobre ciudadanos (“gubernamentalidad” de Foucault) y “usuarios” (ciudadano como consumidor cibernético y súbdito cultural de un panorama de entretenimiento fraccionado dominado por plataformas tecnológicas y no por creadores de contenido, gentileza de Silicon Valley: una prueba más de la intuición de Heidegger sobre el imparable proceso de tecnificación).
El concepto de “tecnicidad” de Heidegger es algo así como la expresión de “el software está engullendo el mundo”, antes de que este proceso comenzara siquiera: Heidegger murió el 26 de mayo de 1976, hace 41 años; el mismo año, Apple comercializó el primer ordenador personal para el gran público, Microsoft registraba su marca en Nuevo México y avanzaba el protocolo de comunicación remota ARPANet, germen de Internet (demostrado al público por Robert Kahn en 1972). Es menos casual que las universidades de Berkeley y Stanford cuenten con expertos de talla mundial de la filosofía de Martin Heidegger, como Thomas Sheehan o Hans Sluga.
Hans Sluga ha dedicado recientemente un ciclo de clases en Berkeley a la victoria de Donald Trump y el carácter plutocrático del personaje, que discute con Robert Harrison, profesor en Stanford, en el programa radiofónico que dirige el segundo, Entitled Opinions (audio de la discusión entre Harrison y Sluga).
Dilapidando viejas estructuras con su mueca digital
La discusión, en torno a la aceleración de la “tecnicidad”, la oligarquía y la forma contemporánea de nihilismo que ha permitido la alianza entre Trump y sus votantes más marginales, acaba con alusiones a Nietzsche; el filósofo alemán auguró un ciclo de nihilismo que se abría con la crisis del idealismo y la falta de alternativas claras, que se extendería durante “los dos siglos siguientes”.
Todavía falta medio siglo hasta que se acabe el período previsto por Nietzsche, que no debe tomarse al pie de la letra, sino como un aviso a la psique contemporánea: pese a la frenética velocidad del día a día, la sociedad moderna responde también a grandes ciclos, y nuestra presencia en uno de ellos nos impide comprender su importancia, extensión, significación.
Sí intuimos que excesos de estos años, como la propia elección del plutócrata Trump, no se interpretarán como un momento brillante, sino como un coletazo más del fenómeno nihilista analizado ya por Nietzsche en la segunda mitad del siglo XIX.
¿Puede la sociedad contemporánea reanimar la relación perdida con la tradición y la naturaleza o, como se temía Heidegger, sólo habrá parches hasta que surja un auténtico cambio de mentalidad?
Este posible cambio de mentalidad pasará tanto por el pensamiento como una relación quizá simbiótica entre tecnología y naturaleza, pero difícilmente tomará la forma de la visión reduccionista que Silicon Valley realiza del “hombre aumentado”, se trate de un transhumanismo literal o de un ser humano “aumentado” con el uso de “máquinas”, tal y como postula la cibernética.
Mondo “prepper”
Conceptos como el de transhumanismo y singularidad tecnológica ocupan el centro del debate de lo que Heidegger habría llamado “ampliación de la cuestión relacionada con la tecnología”, a modo de apéndice de su trabajo preliminar sobre la materia antes de que ésta acelerara su evolución.
El cambio de paradigma sería difícilmente el aumento radical de la esperanza de vida o el uso de “nootrópicos” para aumentar nuestra capacidad cognitiva, apenas pequeños fuegos de artificio que atraen a quienes han estado en contacto con el milenarismo “survivalista”, tan popular en círculos privilegiados más interesados en mantener una casa en las antípodas para cuando llegue el fin del mundo que en contribuir con sus capacidades y riqueza a mantener una mínima cohesión social en la sociedad de la que se aíslan. Es la jugada de Peter Thiel, entre otros.
A diferencia de los plutócratas del pasado, que dependían del bienestar de las sociedades a las que pertenecían y, por tanto, tenían un incentivo para invertir en bienestar influyendo en políticas de cohesión y fomentando la filantropía, hay empresarios contemporáneos que prefieren invertir en su “plan B” por si el colapso de la civilización que detestan se acelera lo suficiente.
El momento tecnológico actual permite pensar en la edición de genes para suprimir enfermedades, concebir mamíferos en úteros artificiales o preparar un viaje tripulado a Marte, primer paso para una posible colonización interplanetaria a medio plazo.
Al mismo tiempo, nuestros valores, instituciones y concepción filosófica y metafísica del mundo no sólo no han evolucionado para, por ejemplo, reducir el riesgo de conflictos catastróficos o alterar la atmósfera de manera irremediable por anteponer la utilidad (abundancia y potencial calórico de los combustibles fósiles) al interés a largo plazo (fisión nuclear, energía solar y eólica más eficientes).
Apuntes de Nietzsche sobre nihilismo
Quizá la cibernética no sea, después de todo, la única alternativa viable a la filosofía. Apostándolo todo al pragmatismo positivista, corremos el riesgo de convertir las sociedades abiertas que, mal que bien, garantizan nuestras libertades y prosperidad relativa, en una copia poco estética de 1984.
Friedrich Nietzsche escribió en 1887 un plan para su nuevo libro, La voluntad de dominio; dividió el ensayo en cuatro libros, el primero de los cuales lo dedicaría al nihilismo europeo, pues -pensó-, el colapso del idealismo como sistema de valores falible y débil al escrutinio crítico, traería el rechazo radical de todos los valores impuestos como “verdades”, pues “el nihilismo no es sólo la creencia de que todo merece perecer”, sino que el descubrimiento de que todos los valores son meras convenciones y no proceden de un elemento platónico, contribuiría a la aceleración de la crisis.
Según Nietzsche, este colapso del significado, relevancia y propósito tal y como habían aportado el pensamiento clásico, judeocristiano e ilustrado (según el modelo dualista del idealismo) se erigiría como la fuerza más destructiva de la historia, produciendo “un asalto total a la realidad”. El filósofo alemán escribiría en La voluntad de dominio:
“Lo que cuento, es la historia de los dos próximos siglos. Describo lo que viene y ya no puede manifestarse de otro modo: ‘la llegada del nihilismo’ [cursiva del propio Nietzsche]… Desde hace algún tiempo toda nuestra cultura europea se ha movido hacia una catástrofe, con una tensión torturada que va creciendo una década tras otra: incesante, violenta, precipitada, como un río que quiere llegar al final…”
De la hiperactividad cognitiva a la narcosis
El nihilismo era seguir con la lógica de los mismos valores perseguidos hasta ese momento (platonismo, dualismo cartesiano, pragmatismo anglosajón, idealismo y sus derivados en la organización política y social -nacionalismo, materialismo dialéctico-), que combinados hasta sus últimas consecuencias en un momento de “tecnicidad” más avanzada, sólo conducirían al desastre.
Cuando ya hemos olvidado las consecuencias de la II Guerra Mundial, este desfase entre un mundo burocrático diseñado en el siglo XIX y la realidad técnica se manifiesta en la materialización de la moralina destilada en novelas distópicas de mediados del siglo XX.
Lo inquietante es que parece importarnos poco.
Incluso cuando tratamos de pensar a largo plazo, lo hacemos considerando diseños a corto plazo. Al diseñar el edificio que debía albergar en el círculo polar la despensa subterránea de semillas con plantas de cultivo de todo el mundo, conocido como Bóveda Global de Semillas de Svalbard (Noruega), los arquitectos no previeron inviernos calurosos y sin apenas nieve.
Las temperaturas inusuales de este año han inundado el túnel de acceso al edificio, recordándonos cuán limitada es nuestra concepción de la realidad.
A la vez capaces de hacer aterrizar un cohete sobre una plataforma en alta mar, e incapaces de diseñar un edificio sensible al cambio climático (cuyo cometido servir de semillero del mundo).
Metáforas que se acumulan en Twitter como alegorías de nuestro tiempo.
Después de la Pax Americana
Experimentos como los acuerdos sobre el clima o la propia Unión Europea intentan al menos crear estructuras más cercanas a los retos auténticos, más allá del pragmatismo a corto plazo o de la más pura plutocracia, fuerzas dominantes en Estados Unidos, China y Rusia.
Seguiremos atentos a los acontecimientos, releyendo a quienes las vieron venir hace más de un cuarto de siglo (Foucault); hace más de de medio siglo (Heidegger); y hace más de un siglo (Nietzsche).
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