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Cómo funciona el jabón, aliado contra el contagio en pandemias

Tiempo de pandemia. Los milenaristas y paladines del nacionalismo se relamen, porque llegan buenos augurios para expandir su visión del mundo.

Mientras tanto, aprendemos —gracias, en parte, a la Red— que de una pandemia global con elevadas tasas de mortalidad sólo se puede salir con coordinación internacional, esfuerzo burocrático a gran escala y responsabilidad individual.

Estamos poniendo a prueba la resiliencia del modelo actual de civilización y —va quedando claro— la información fehaciente y el compromiso de clase político y médico no serán suficientes si, como hemos visto este fin de semana, quienes se perciben menos vulnerables en la epidemia se dedican a celebrar congregaciones como muestra equivocada de autonomía.

Observar la trayectoria de los alumnos aplicados

La evolución del ritmo de contagios en Corea del Sur (sin confinamiento, aunque con tests ubicuos y niveles de control intrusivos) y Japón (sin apenas tests, pero con una muestra impecable de comportamiento coordinado entre autoridades y una sociedad de gregarismo legendario) muestra que la responsabilidad individual es crucial para atajar una epidemia.

Mientras Japón cerraba sus escuelas tras detectar los primeros casos para evitar que los niños (la mayoría de los contagiados, asintomáticos) se convirtieran en supervectores de la enfermedad, Madrid celebraba las concentraciones del 8 de mayo con un ritmo estimado de contagios más elevado.

Contraste que evoca la reflexión de un antiguo funcionario sanitario estadounidense:

«Todo lo que hagamos antes de una pandemia parecerá alarmista. Todo lo que hagamos después parecerá inadecuado».

Acudir a una manifestación, ir al teatro o hacer cualquier actividad multitudinaria durante un brote epidémico se convierte demasiadas veces en la estupidez evitable.

Supervectores asintomáticos y convivencia intergeneracional

Cuando ya ha ocurrido, los europeos logran una concienciación más parecida a la mostrada en los países asiáticos que se prepararon desde que China anunciara públicamente los primeros detalles sobre lo que ocurría en Wuhan (plagados, todo sea dicho, de censura, contradicciones y ocultaciones).

Titulares como «Corea, el ejemplo para controlar la epidemia que España no siguió» tienen el regusto de déjà vu, y es entonces cuando hay que insistir en los datos para evitar el fatalismo, como el gráfico que demuestra claramente cómo el confinamiento decidido puede determinar el impacto sobre una población durante el inicio de una pandemia: en la ciudad italiana de Lodi, medidas agresivas de distanciación social y garantías de su cumplimiento lograron aminorar el avance de los contagios, mientras en Bérgamo seguían escalando.

En cambio, en Europa y Norteamérica (a la espera de que el virus se extienda peligrosamente por el mundo emergente, sin redes equiparables de cobertura sanitaria), hemos confundido en el peor momento la diferencia entre libertad individual y corresponsabilidad durante el inicio de una pandemia.

Es difícil tomar medidas drásticas al inicio de un brote pobremente monitorizado, y en Italia ha habido voces que se esforzaron desde inicios de marzo para explicar hasta qué punto el colapso sanitario por falta de unidades de cuidados intensivos en varios puntos del norte del país no tenía que ver con algún tipo de excepcionalidad del país, sino precisamente con la peligrosidad del nuevo virus y la facilidad de contagio (elevado factor de propagación, incubación amplia y a veces asintomática, fácil propagación en lugares de elevada densidad y convivencia intergeneracional).

Jabón de Castilla

Así, mientras en Francia, Alemania, España, el resto de los países europeos y Norteamérica el coronavirus se trataba como anomalía asiática con brote en el norte de Italia, el ex primer ministro italiano Matteo Renzi y algunos de sus viejos colaboradores, como el ensayista Giuliano da Empoli, se esforzaban por difundir la peligrosa ingenuidad de las autoridades europeas.

Renzi resumía la actitud descoordinada europea de la siguiente manera:

«Ir al teatro para demostrar resiliencia cuando estás afrontando una amenaza terrorista es lo que hay que hacer.

«Ir al teatro cuando estás frente a una pandemia es simplemente una idiotez».

Y en esas estamos, con manifestaciones de chalecos amarillos en París durante el sábado 14 de marzo, aglomeraciones caóticas en los aeropuertos estadounidenses —como el de Chicago— que concentraron el regreso en estampida de ciudadanos, lugares públicos y bares llenos durante el viernes 13 y sábado 14.

En paralelo, constatamos que, en la UE, cuando las cosas empiezan a ir mal de verdad, los Estados proceden a actuar por su cuenta, hasta el punto de que sólo la presión pública ha permitido que, por ejemplo, Alemania autorizara el envío de mascarillas y otro equipamiento a Italia.

Días extraños

Hay mucho por hacer en las próximas jornadas, justo cuando parezca que la curva de la pandemia mantiene todavía su peligroso ascenso y la estabilización de los contagios todavía no se ha reducido lo suficiente como para otorgar un respiro a las unidades de cuidados intensivos (incluidas las que se deberán improvisar).

Si la pandemia del coronavirus debe tener un héroe, deberá ser la responsabilidad individual para evitar la propagación de contagios, sobre todo en lugares donde el foco de contagios no crece todavía de manera exponencial. Y, si cosificamos el posible héroe del deseable desenlace de control de la curva de contagios durante las próximas semanas, el principal candidato es un viejo aliado ancestral, el jabón.

El jabón corriente y moliente (desde el elaborado con recetas ancestrales a los preparados con base desinfectante de alcohol etílico) debe aliarse con la responsabilidad individual —garantizada de manera administrativa cuando en epicentros de la propagación como Madrid— para no poner en riesgo a los más vulnerables y evitar el colapso sanitario debido a la limitación de instalaciones de UCI.

Después de negar el riesgo de pandemia y los posibles efectos sobre la economía estadounidense, la Administración de Estados Unidos se ha rendido a la evidencia y trata de recuperar el terreno perdido, mientras aumenta la inquietud entre una población con difícil acceso a recursos sanitarios y los índices bursátiles responden a la incertidumbre con una volatilidad que, hasta hace poco, se creía poco probable.

Contra el cinismo, jabón para las manos

El aterrizaje suave de la economía mundial en una etapa de crecimiento más débil se convierte poco a poco en un escenario de preparativos de lo que puede llegar a partir de ahora, al menos hasta que los resultados sobre el posible control del crecimiento de la pandemia en Europa y Estados Unidos concedan cierto respiro. Aprendices de brujo y entusiastas de la teoría de juegos empiezan a vender sus servicios.

En paralelo, la prensa estadounidense se ensaña con su presidente por la incongruencia de la respuesta hasta el momento. El 9 de marzo, Gabriel Sherman especulaba en Vanity Fair sobre las inseguridades del presidente y su perfil de presunto misófobo (la misofobia —también germofobia, bacilofobia o bacteriofobia— designa a quienes muestran un miedo patológico a la suciedad).

De repente, en personalidades públicas como Elon Musk (quien ha ironizado de manera desafortunada sobre el riesgo real del coronavirus) y Donald Trump evocan, en sus afectadas fanfarronerías, el rasgo de personalidad del germofobo por antonomasia, Howard Hughes.

Evocamos la obsesión de Howard Hughes por lavarse obsesivamente las manos con jabón y costaría poco preparar algunos memes al respecto que evocaran la situación actual. Pero sería poco responsable de la parte de quien tuviera la tentación de hacerlo: si hay algún momento en nuestra vida colectiva en que lavarse las manos puede convertirse en el acto humanista más importante, es ahora.

Superficies durante una pandemia

Hay que lavarse las manos con ese producto que actúa de la manera que promete y elimina los gérmenes, incluido cualquier rastro superficial de coronavirus: el jabón convencional. Poco importa su aroma o el detalle de su composición: si es jabón corriente y moliente, actuará como tal y nos ayudará —en una era de interconexión, interacción mundializada y densidad urbanística— a combatir todo tipo de infecciones víricas (entre ellas, covid-19 y los bacilos que provocan diarrea).

Puestos a hablar con la franqueza que requiere el momento, el asistente digital en nuestro bolsillo, el omnipresente teléfono, alberga en su pantalla (lo dicen los estudios), colonias de bacterias (a menudo fecales, según un estudio), streptococcus y E.coli entre ellas.

Que la taza del váter sea un lugar con menos bacterias que la pantalla de 1 de cada 6 teléfonos inteligentes puede evocar muchas cosas, y no todas estarían asociadas con el arte contemporáneo.

Un legendario jabón ancestral: jabón de Aleppo

A la espera de saber si la pandemia de coronavirus frenará su avance no sólo por las medidas puestas en marcha, sino por un posible carácter estacional que la desactivaría temporalmente durante el verano en las zonas templadas el hemisferio norte (tal y como especula John Cohen en un artículo del 13 de marzo para Science), el confinamiento y el jabón son las principales armas del ciudadano anónimo para contribuir a frenar el contagio y, por tanto, el número de casos simultáneos que requerirían eventualmente tratamiento médico intensivo.

Reiterar lo básico

Expertos en virología y análisis de datos recuerdan hasta qué punto es necesario repetir que hay que lavarse las manos con jabón y agua: en una pandemia, es más importante recordar a la gente lo básico que charlar sobre los avances de posibles técnicas paliativas y eventuales vacunas, que llegan cuando la pandemia hace estragos: lavarse las manos con jabón y agua abundante durante 20 segundos, evitar tocarnos la cara (boca, nariz, ojos), y evitar las congregaciones son las acciones más importantes al inicio de una pandemia, reitera —entre tantos otros— Mathew Kiang de Stanford Center for Population Health Sciences.

El microbiólogo Manal Mohammed secunda la información y vuelve a coronar a ese héroe ancestral cotidiano al que nunca hemos cantado en una epopeya, el jabón:

«la mejor y más consistente manera de prevenir la proliferación del coronavirus consiste en lavarse las manos con jabón y agua como método principal, y evitar tocarse la cara tanto como sea posible».

Oda al jabón, por tanto. Ya llegarán en su momento las evocaciones a Howard Hughes. Por ahora, no ha lugar.

Si nos faltaban aclaraciones, Wikipedia, ese recuerdo de que la colaboración ciudadana e institucional pueden coordinarse y florecer, lo reitera con un recordatorio en las redes sociales.

Una gota de jabón

Ferris Jabr dedica un artículo al jabón en The New York Times. Cuando una noticia sobre las propiedades del jabón se cuela entre lo más leído del diario más prestigioso, algo ocurre.

«A nivel molecular, el jabón descompone las cosas. A nivel social, ayuda a que todo permanezca unido».

No es una exageración. Lo que empezó probablemente como un accidente hace varios milenios, se convirtió pronto en producto imprescindible para limpiar piel y tejidos:

Según la leyenda, la lluvia se llevó la ceniza y la grasa de algún sitio con frecuentes sacrificios de animales, que se deslizaron hacia un río cercano y crearon una espuma con notable capacidad para limpiar.

Y, aunque nuestros antepasados nunca pudieran haberlo previsto,

«…el jabón se convertiría en una de nuestras defensas más efectivas contra los patógenos invisibles».

«En general, la gente asocia el jabón a algo suave y relajante, pero, desde la perspectiva de los microorganismos, es a menudo extremadamente destructivo. Apenas una gota de jabón común diluido en agua es suficiente para romper y matar infinidad de tipos de bacterias y virus, incluido el nuevo coronavirus que se extiende por el mundo».

El jabón de andar por casa a escala molecular

El jabón logra sus efectos gracias a una estructura híbrida a nivel molecular que actúa como repelente. Las moléculas, en forma de alfiler, tienen una cabeza hidrofílica (con facilidad para diluirse en agua) y una cola hidrofóbica (que repele el agua y prefiere asociarse con aceites y grasas):

«Estas moléculas, cuando se suspenden en agua, flotan como unidades solitarias, interactúan con otras moléculas en la solución y se ensamblan en pequeñas burbujas llamadas micelas, con las cabezas apuntando hacia el exterior y las colas hacia el interior».

Cuando nos lavamos las manos con jabón y agua, rodeamos cualquier microorganismo en la superficie de la piel con moléculas de jabón. Las colas hidrofóbicas de las moléculas de jabón que flotan en solitario tratan de evadir el agua y, en el proceso, se insertan en la superficie rica en lípidos de microbios y virus.

Este proceso separa y destruye todo tipo de patógenos, incluido el protagonista de la pandemia a la que nos enfrentamos.

Las moléculas de jabón actúan como palancas capaces de desestabilizar todo el sistema que promueve las infecciones. Con el nuevo virus, incluso el jabón tiene trabajo, dada su facilidad de contagio y la resistencia que está demostrando para sobrevivir durante un tiempo variable en distintas superficies:

  • hasta 24 horas sobre el cartón;
  • hasta 4 días sobre madera contaminada;
  • hasta 3 días sobre el plástico;
  • hasta 3 horas al aire libre;
  • hasta 3 días sobre el acero (por ejemplo, en los pomos de puertas).

De ahí la importancia de lavarse las manos, no tocarse la cara, estornudar en el codo.

Prepararse para la carrera de fondo

Sin embargo, la medicina no logró asociar el jabón a la prevención de enfermedades, infecciones y epidemias hasta que Ignaz Philipp Semmelweis, médico húngaro, descubriera a mediados del siglo XIX la capacidad del jabón (y de lavarse las manos) para evitar las infecciones posparto.

La contribución de Semmelweis a la medicina moderna lograría merecido reconocimiento poco después, cuando las investigaciones en microbiología de Louis Pasteur confirmaran la relación entre gérmenes e infecciones.

Desde el presente, las aportaciones a la medicina del tándem conformado por Semmelweis y ese producto ancestral que actúa como un ejército de cuñas contra los microorganismos, no parecen suficientes.

Sin embargo, son las armas esenciales, junto con el distanciamiento social, hasta que llegue una vacuna.

Coronemos, por tanto, al jabón como héroe incansable de esta primavera, que se tiñe del cromatismo dantesco de los fondos pictóricos del Bosco.