El tamaño y características del espacio de trabajo -sea una cabaña o una habitación- influye sobre las ideas y condiciona la obra de filósofos, escritores, programadores, diseñadores y otros trabajadores creativos. También su localización.
Recientemente un estudio daba la razón a los románticos del siglo XIX, quienes pensaban que la vuelta al paraíso pastoral perdido, la Arcadia de los griegos, devolvería al ser humano su intrínseca bondad y sabiduría. El estudio, relacionaba la vida en la ciudad con mayor ansiedad y una actitud vital más negativa.
La persona y el medio
Sorprendentemente, el estudio comparativo apuntaba mayor infelicidad entre los que habían nacido y crecido en la ciudad. Por el contrario, los participantes del estudio nacidos en el campo mostraban indicadores neurológicos y hormonales relacionados con el optimismo y el buen estado de ánimo.
En definitiva, dice el estudio, el cerebro reacciona distintamente en la ciudad y el campo.
También se debate sobre hasta qué punto el urbanismo, los horarios laborales, los de la franja televisiva de máxima audiencia, por ejemplo, inciden sobre nuestra salud y calidad de vida.
El diseño de nuestro barrio afecta nuestro comportamiento
Empezando por el urbanismo: el diseño de nuestros barrios y ciudades nos obliga más o menos a usar el coche, lo que incide sobre el ejercicio que realizamos y, por tanto nos hacen más o menos proclives a la obesidad, apuntan los expertos.
En cuanto a los horarios, nuestra vida gira en torno a las actividades cotidianas compartidas por todos, como los horarios laborales, pero también la hora prime-time televisiva, los horarios del cine y el fútbol, etcétera. La falta de sueño, se ha comprobado, repercute sobre la salud y la atención de las personas, por lo que disminuyen el rendimiento físico e intelectual.
En definitiva, el diseño de nuestra vivienda y habitación de trabajo, habernos criado en el campo o la ciudad, vivir en un suburbio de poca densidad que dependa del coche o en el centro de una ciudad densa, o dormir mejor o peor son aspectos que repercuten sobre nuestra salud y bienestar y, sin embargo, a menudo delegamos. O nos adaptamos a lo que viene dado.
Vivir en un barrio sin tiendas con alimentos frescos
No extraña, pues, que otro estudio añada más evidencias sobre cómo decisiones que a menudo no tomamos conscientemente afectan nuestra existencia. Al parecer, vivir en un barrio sin una buena oferta de alimentos frescos y, en cambio, abundancia de postres, comida rápida y alimentos industriales repercute sobre nuestro nivel de obesidad.
Sin siquiera planteárnoslo, sugiere el estudio, adaptamos nuestro peso a la oferta de alimentación de nuestra inmediata proximidad. De nuevo, el lugar nos hace, y no a la inversa, explica The Economist.
La investigación de la experta en nutrición, publicada en el New England Journal of Medicine, expone las conclusiones de un experimento iniciado en la década de los 90, cuando la Administración de Estados Unidos financió la mudanza de 1.800 mujeres que vivían en apartamentos de protección oficial a barrios bienestantes, con una oferta alimentaria más equilibrada.
A mejores tiendas de proximidad, mejor la salud de la población
Se siguió la evolución del grupo de mujeres que emigraron a otros barrios, y se comparó con el comportamiento de otras mujeres con perfiles similares que permanecieron en el mismo entorno, con un mayor porcentaje de personas en riesgo de exclusión social.
Como consecuencia, las mujeres que se habían mudado mostraron niveles un 20% inferiores de obesidad y diabetes que el grupo que había permanecido en el entorno sin tiendas con alimentos frescos y, en cambio, abundancia de tiendas con complementos alimentarios poco saludables (postres industriales, comida rápida, confitería, alimentos precocinados).
En otras palabras, el entorno mejorado de las mujeres que partieron del barrio depauperado incidió positivamente sobre su salud (niveles de obesidad y diabetes). Por tanto, una simple mudanza mejoró su bienestar.
El riesgo de los “desiertos alimentarios”
The Economist menciona otro estudio, firmado por la experta en nutrición Mari Gallagher, que sugiere que los llamados “desiertos alimentarios” pueden ser fácilmente mejorados y, por tanto, la salud de los habitantes que padecen la escasez de una oferta alimentaria variada con la suficiente proximidad.
Aunque menos abundantes en Europa, las ciudades y zonas suburbanas estadounidenses cuentan con una oferta alimentaria (y comercial, en general) polarizada, en función del nivel de renta de la mayoría de habitantes de un barrio determinado.
Experiencia personal en un desierto alimentario
En uno de mis primeros viajes a Nueva York, acudí con Kirsten a ver a unos amigos en el corazón de Harlem. Tras buscar durante media hora una tienda donde comprar algo de fruta, tuvimos que desistir hasta volver a la zona baja de Manhattan, donde nos alojábamos, ya que nos fue imposible.
Eso sí, entramos en más de una decena de establecimientos en los que se ofrecían barras energéticas, revistas y periódicos, golosinas de todo tipo, bebidas carbonatadas, helado y productos similares. Pese a que las tiendas no parecían pertenecer a ninguna cadena, sí ofrecían lo mismo.
Estas pequeñas tiendas con productos hipercalóricos y sin alimentos frescos son denominados “fringe retailers” (pequeños minoristas) en Estados Unidos, cuya oferta es similar a la de las tiendas de gasolineras en Europa. Todo tipo de golosinas comestibles; ni una sola fruta o verdura no procesada.
“¿Dónde se compra fruta en este barrio?”, recuerdo haber preguntado a Kirsten. Su respuesta fue algo así como, “los que comen fruta, o la compran fuera del barrio, o se han marchado del barrio precisamente porque querían comprar fruta”.
Cuando no hay tiendas adecuadas en varios bloques a la redonda
Reflexioné sobre las personas que, debido a sus horarios, no pudieran dedicar demasiado tiempo a comprar lejos de casa, pese a la existencia de metro, autobuses y el transporte privado. Muchos pequeños viajes en busca de algo para comer acabarían en las únicas tiendas que vendieran alimentos: restaurantes de comida rápida, barras energéticas, comida rápida, bollería industrial.
Pero el estudio de Mari Gallagher demuestra, esperanzadoramente, lo sencillo que resulta acabar con los “desiertos alimentarios”, o zonas sin tiendas de alimentos frescos a precios razonables, suficientemente cercanas a los habitantes con menos recursos de los barrios más pobres.
En los últimos 5 años, la ciudad de Chicago, donde se desarrolló el estudio de Gallagher, el desierto alimentario de Chicago ha disminuido un 40% hasta las 384.000 personas.
A veces, un pequeño cambio sirve de revulsivo
“A veces se necesita sólo una tienda para cambiar las cosas a mejor”, explica The Economist. En Chicago, por ejemplo, la apertura de la tienda Food-4-Less en el barrio de Englewood, ha mejorado el acceso a alimentos frescos de 41.000 personas, la mayoría afroamericanos con bajos niveles de renta.
En las grandes ciudades estadounidenses, políticos (como la primera dama, Michelle Obama; y el propio alcalde de Chicago y antiguo miembro del gabinete del presidente, Rahm Emanuel) y grandes establecimientos tratan de destruir el estereotipo que relaciona los alimentos frescos con las selectas tiendas de frutas y verduras orgánicas y locales, así como los caros mercados al aire libre con productos frescos, un fenómeno circunscrito en Estados Unidos a barrios bienestantes.
Tiendas de distribución tan populares como Walgreens y Supervalu abren tiendas de alimentos variados, sobre todo frescos, en barrios depauperados de Estados Unidos, una tendencia esperanzadora que influirá, según los últimos estudios, sobre la salud de un porcentaje significativo de personas que hasta ahora no podían comprar alimentos sanos en su barrio. Porque, sorprendentemente, no había tiendas que los ofrecieran.
Cuando, más que tiendas delicatessen, se necesita una tienda convencional
Cadenas de supermercados y droguerías como Walgreens, cuyo público objetivo no es la clase media urbana y afluente de Whole Foods, o el ecléctico público profesional de Trader Joe’s, ha abierto hasta el momento 10 “oasis alimentarios” en los barrios más populares de Chicago, con la intención de que sus habitantes no relacionen alimentos frescos con elitismo lejos de su alcance.
El objetivo, con estas y otras aperturas, consiste en que dos tercios de los estadounidenses vivan a menos de 3 millas de sus establecimientos. Con este tipo de iniciativas, Estados Unidos pretende evitar que los “desiertos alimentarios”, o ausencia de una oferta mínima de alimentos saludables, acrecienten la ya de por sí grave epidemia de obesidad y enfermedades derivadas, como la hepatitis.
Asimismo, expertos en nutrición como Mari Gallagher relacionan la apertura de tiendas con una oferta alimentaria mínimamente variada y saludable con el inicio de la recuperación de barrios que carecen de una oferta comercial mínima, lo que alimenta a menudo el renacimiento económico de zonas deprimidas.
Gastar los cupones en alimentos ricos en azúcar y bebida carbonatada
Según Gallagher, los barrios más depauperados de las grandes ciudades estadounidenses donde las tiendas minoristas -cuya oferta se asemeja a las tiendas de gasolinera-, aceptan cupones alimentarios de la ayuda social estatal, son los que acumulan más muertes relacionadas con la dieta.
Las tiendas minoristas, especializadas en productos altos en sal, grasa y azúcar, además de bebidas carbonatadas, se benefician indirectamente de la ayuda del gobierno federal a las familias con riesgo de exclusión social, ya que los subsidios a los alimentos a través de cupones no exigen a sus portadores la compra de tipologías determinadas de alimento, invocando los derechos individuales.
No obstante, se supone que el objetivo de los cupones alimentarios es proteger a los más pobres de la malnutrición, y no fomentar enfermedades como la obesidad y la hepatitis. Con la crisis actual, los cupones alimentarios no son un programa sólo destinado a las capas más marginales de la sociedad: en abril de 2011, 45 millones de estadounidenses recibían la ayuda, o 1 de cada 7.
El cesto de la fruta y el pote de las galletas
The Economist concluye su artículo sobre desiertos alimentarios en barrios depauperados estadounidenses citando el esfuerzo de Michelle Obama por promover la apertura de tiendas de distribución alimentaria en los barrios sin este tipo de oferta.
“La señora Obama dejó claro que nadie en el gobierno está explicando a nadie qué deberían y no deberían comer. Pero la comida saludable debería estar al alcance. Como cualquier padre puede explicar, el cesto de la fruta debe ser más fácil de alcanzar que el pote de galletas”.
El fenómeno de los desiertos alimentarios y los barrios dominados por pequeñas tiendas con golosinas y bebidas carbonatadas, al estilo de las tiendas de gasolinera, que ha experimentado Estados Unidos en los últimos años, es un recordatorio al resto del mundo llamado desarrollado de los riesgos para la salud de una cultura basada en el impulso, también en los alimentos.