El principio arquitectónico según el cual la forma de una estructura debería adecuarse a su uso (“la forma sigue a la función”) no es aplicable en edificios creados a partir de objetos prefabricados procedentes de otras industrias.
En estas situaciones, cuando el edificio se crea a partir de un objeto estructural definido, la función debe adaptarse a la forma ya existente, así como las características y el comportamiento de sus materiales.
Pero las limitaciones de este principio arquitectónico no han impedido su prevalencia desde la construcción de los primeros rascacielos en Chicago y Nueva York.
De lo local a lo mundial: evolución de materiales en construcción
La tecnología que posibilitó los rascacielos -acero, hormigón armado, vidrio, bomba hidráulica, electrificación, ascensor-, mantiene su prevalencia en centros urbanos de alta densidad, mientras la arquitectura residencial se conforma con copiar modelos ya agotados, en lugar de apostar por la experimentación.
Pero la evolución desde el ladrillo hasta el cemento y el acero no siempre ha logrado los objetivos proyectados por arquitectos como Philip Johnson, al imponerse lo totémico y supletorio (versión contemporánea de los símbolos fálicos de poder, muestran a menudo la vanidad kitsch de sus promotores conceptualmente menos preparados, como el rascacielos estilo dictador-rococó del actual presidente estadounidense).
La arquitectura postmoderna surgió en los años 60 como reacción ante la austeridad, formalidad y carácter homogéneo de la arquitectura moderna, tanto en sus acepciones más influidas por el liberalismo anglosajón como en la corriente europea, más supeditada a corrientes idealistas revolucionarias (arquitectura fascista y marxista).
¿Esconder o celebrar los despojos industriales?
Agotada la reacción ante el estilo internacionalista de Le Corbusier o Ludwig Mies van der Rohe, criticados por la capacidad de sus edificios para ser transplantados a cualquier entorno, una nueva contestación arquitectónica redefine el uso de viejos símbolos agrarios e industriales, transformándolos en edificios baratos, adaptables y acordes con el entorno donde proliferan.
Así, hangares para aviones, invernaderos, silos de grano, contenedores logísticos, unidades de despliegue en zonas de conflicto (naves militares), cobertizos prefabricados, depósitos de agua sin usar y viejas fábricas abandonadas se convierten en viviendas, hoteles, dormitorios para estudiantes, oficinas de firmas de diseño y arquitectura, etc.
Si la forma de un edificio tuviera que supeditarse a la función que tiene sobre el papel, un contenedor logístico o un silo de grano jamás podrían albergar una vivienda u oficina.
Estructuras prefabricadas en la era Minecraft
Hay tendencias de la arquitectura postmoderna que no se conforman con combinar ahorro de costes y diseños poco memorables, caracterizados por su desarraigo: en Estados Unidos, todas las zonas comerciales y residenciales de las últimas dos décadas reproducen un diseño idéntico, coronado por las mismas tiendas pertenecientes a las mismas cadenas de distribución. Otras zonas del mundo parecen determinadas a copiar este modelo.
Una crítica original y con presupuesto ajustado parte de quienes observan el paisaje agrario e industrial a su alrededor, buscando elementos que puedan convertirse en un mínimo común denominador arquitectónico, un sistema de medición a medio camino entre los bloques versátiles de Minecraft y la medida proporcional de la arquitectura japonesa, o unidad ken, que concibe el espacio en número y disposición de tatamis.
El contenedor logístico, símbolo de la mundialización, fácil de transportar y modificar, es uno de estos elementos que pueden transformarse de acuerdo con necesidades regionales. En función del lugar y la disponibilidad de proveedores, otras estructuras de nuestro tiempo como hangares prefabricados, invernaderos o silos de metal corrugado para el grano pueden reconvertirse en viviendas u oficinas con resultados originales a precios muy inferiores a los de estructuras tradicionales.
¿Es posible acondicionar espacios habitables a partir de los despojos prefabricados de otras industrias? Contenedores logísticos, graneros o hangares permiten abandonar la tendencia del estilo vernacular dominante a crear viviendas con regusto a dibujos animados sin caer en el modernismo más abstracto de Le Corbusier (para quien el objetivo se reducía a proporcionar la máxima cantidad posible de “espacio, luz y orden” con el presupuesto más ajustado posible).
Función y coste no lo son todo
Se atribuye la máxima según la cual el diseño de un edificio debería anticipar y adaptarse al uso que se hará de él al arquitecto estadounidense Louis Sullivan, precursor de la arquitectura moderna y mentor de Frank Lloyd Wright, y surge de la mentalidad positivista de la época de los primeros rascacielos y la invención del ascensor, según la cual artes y ciencias deberían centrarse en su utilidad.
Para la doctrina utilitarista, la acción más adecuada en cada momento es la que maximiza la “utilidad”, reducida casi siempre al beneficio económico. Cuando el comerciante Frank Woolworth anunció en 1910 que construiría un rascacielos en Manhattan, supeditó el estilo y características del nuevo edificio a dos objetivos: que fuera el más alto de Nueva York (y del mundo); y que fuera la propiedad más rentable de Estados Unidos.
El funcionalismo es otra respuesta del positivismo a la aspiración a lograr el máximo beneficio de las personas y, como el utilitarismo, pronto cayó en las contradicciones de una mentalidad estadística que pretendía cuantificar conceptos abstractos como el bienestar o la felicidad a partir de estudios de campo (antropología científica).
Influido por las ideas del escultor realista de la primera mitad del siglo XIX Horatio Greenough, Louis Sullivan aplicó la doctrina funcionalista a la arquitectura, olvidando la complejidad y contradicciones de individuos y grupos: reducir el diseño de un edificio a sus supuestos usos desde la mesa de diseño puede originar rigideces difíciles de subsanar.
Urdimbre entre abrigos, personas y entorno
En la práctica, criticarían los arquitectos, una función específica proyectada puede carecer de sentido debido a cambios de uso, necesidades pasadas por alto o mal comprendidas, evolución de usos y costumbres, avances tecnológicos, etc.
El ser humano no era predecible ni mecánico, sino que fenómenos como la conciencia y la personalidad se acercan más a conceptos filosóficos que nos recuerdan la importancia de la perspectiva y la complejidad de sistemas cuyo valor total es superior a la suma de sus partes integrantes.
En el siglo XX, el funcionalismo más rígido daría paso a corrientes menos centradas en la técnica y la utilidad, fuerzas que habían impulsado los rascacielos, y más abiertas a intangibles como la calidad y características del emplazamiento, las particularidades de cada proyecto, la adaptabilidad de un edificio a circunstancias no previstas, la persistencia en el tiempo, etc.
La arquitectura orgánica, por ejemplo, es el intento de Frank Lloyd Wright, alumno de Sullivan, de evitar que la utilidad engullera los particularismos de cada edificio. La forma no debía seguir la mera función, sino que, según el arquitecto de la Casa de la Cascada,
“forma y función son una sola cosa.”
No se puede sintetizar en una mera fórmula reproducible en cualquier lugar la experiencia de habitar un edificio:
“La arquitectura es vida, o por lo menos es la vida misma tomando forma y por lo tanto es el documento más sincero de la vida tal y como fue vivida.”
Del racionalismo dogmático al modernismo orgánico
El desencuentro urbanístico entre el suburbano Frank Lloyd Wright y el brutalista Le Corbusier sintetizó las desavenencias entre la arquitectura norteamericana y la europea; ambos arquitectos, no obstante, tenían claro que un edificio debía ser la expresión de la actualidad, y no un plagio agotado y deformado de culturas pasadas.
A medida que avanzaba el siglo XX y, con él, los excesos de la arquitectura funcionalista, la máxima atribuida a Louis Sullivan se convirtió en cliché: suficiente para vestir la vaga y etérea declaración de principios de cualquier firma arquitectónica con aspiraciones (junto a otros lemas como el “menos es más” de Mies van der Rohe).
La arquitectura moderna de mediados del siglo XX trató superar los límites de la racionalización en diseño y arquitectura con una atención mayor por los materiales, el emplazamiento y aspectos intangibles como la integración en un entorno con clima, vegetación, historia o legado particulares.
Richard Neutra, uno de los protagonistas de la arquitectura residencial unifamiliar de mediados del siglo XX, y reivindicado en los últimos años como artífice del “mid-century modern” para la clase media, atestó:
“Si hay que diseñar para la gente, es imprescindible observarla, comprenderla y simpatizar con ella.”
Como había tratado de hacer el propio Frank Lloyd Wright en sus distintas fases, los nuevos regionalismos en arquitectura no negaron las ventajas del funcionalismo, pero la nueva mirada sistémica de la arquitectura requería métodos abiertos a particularismos e interpretaciones libres de cada tradición, así como a metalenguajes que abarcaran distintas disciplinas para superar el dogmatismo de quienes habían reducido todo a la función.
Diseño y contexto
El arquitecto y diseñador fino-estadounidense Eero Saarinen, atento al concepto de arquitectura orgánica de Lloyd Wright, recomendó:
“Diseña siempre una cosa considerándola en su contexto más grande -una silla en una habitación, una habitación en una casa, una casa en un entorno, un entorno en un plan urbanístico.”
Para el finlandés Alvar Aalto, próximo a las tesis del estadounidense,
“La tarea del arquitecto consiste en proporcionar a la vida una estructura más sensible.”
Es así cómo “la forma sigue a la función” se transforma en “la forma sigue a la forma, no a la función”, según Philip Johnson, precursor de la arquitectura postmoderna, crítica tanto con el racionalismo de los funcionalistas como con el análisis integral de los estructuralistas.
Menos, si así es mejor
El minimalismo impersonal de Mies van der Rohe experimenta una revisión de la mano de diseñadores industriales que tratan de aunar simplicidad, utilidad y belleza. Para el diseñador alemán Dieter Rams, cuyos electrodomésticos Braun son los precursores de los dispositivos que hoy utilizamos, el “buen diseño” debe ser innovador, útil y comprensible, pero también estético, discreto, honesto, duradero y atento a los detalles.
Su lema, “menos pero mejor”, parece contestar al purista e impersonal “menos es más” de Van der Rohe.
Llevada a sus últimas consecuencias, la reflexión de Johnson devuelve protagonismo al edificio, que debe comprender también dónde se encuentra y qué relación establece con el entorno. Según el arquitecto suizo Peter Zumthor,
“Es hermoso construir un edificio e imaginarlo en su silencio.”
Reducir un edificio a su utilidad, renunciando a la belleza o la experimentación, implica supeditarlo a modas pasajeras, a estilos pretendidamente vernaculares o internacionalistas sin arraigo ni calidad, así como al mandato de la reducción de costes y las economías de escala.
El reto de quienes pretenden usar los despojos industriales, agropecuarios y logísticos para crear una arquitectura de calidad consistirá en mostrar la naturaleza de los elementos con que edifican y la relación creada entre éstos y el entorno humano y natural donde se erigirán.
El precio de ignorar al hombre
El objetivo consistirá en hacer que el edificio pertenezca al lugar donde se sitúa, para que no tenga que ser el lugar quien se adapte, asombrando de paso a las personas que observen la nueva interrelación.
Un contenedor logístico, un silo de grano o un invernadero sólo podrán albergar con éxito una vivienda o una oficina si aportan confort, manteniendo a la vez el carácter estético original y recorrido hasta ese momento del elemento reutilizado.
Según el arquitecto portugués Álvaro Siza,
“Si se ignora al hombre, la arquitectura es innecesaria.”
Del mismo modo, si al convertir un depósito de agua o reusar un silo de grano de metal corrugado, se oculta su estructura y se modifica su estética esencial, quizá haya mejores maneras de lograr resultados similares sin necesidad de recurrir a estos testimonios de nuestra era, con sus luces y sombras.
Pasos para una arquitectura de clima extremo y para otros mundos
El postestructuralismo reconoció que la filosofía centrada en el ser humano acababa con los existencialistas, pues el nivel de interrelación de la era cibernética demandaba reflexiones que reconocieran la interdependencia de sistemas complejos, explorados por pensadores como Michel Foucault (y sus exploraciones de la relación entre poder y espacio, sirviéndose de ejemplos como la arquitectura hospitalaria o carcelaria, no muy alejadas de algunos proyectos de arquitectura residencial).
La arquitectura debe atreverse con postulados de nuevo audaces y que respondan a un nuevo momento histórico.
Los despojos de la era automatizada en que vivimos son uno de los comienzos posibles, desde hangares Quonset a unidades de despliegue prefabricadas, pasando por silos de metal corrugado, invernaderos, hangares para aeronaves o fábricas y almacenes esperando una nueva oportunidad.