En plena carrera espacial, cuando la juventud estadounidense se debatía entre valores tradicionales y contraculturales, viajar de costa a costa para asentarse en California era un modo de reinterpretar valores como la libertad o la autenticidad.
“Autenticidad”, apenas un término sin valor hasta que los filósofos existencialistas aumentaran su semántica.
A principios del siglo XX, con una ciencia y una filosofía cada vez más conscientes de las limitaciones de conceptos como el de la objetividad a ultranza o los valores físicos absolutos, el perspectivismo y el punto de vista del espectador habían ganado influencia en arte y filosofías de vida.
El tiempo y espacio absolutos de Newton se convirtieron en los valores relativos del universo de Einstein, mientras poesía, literatura, teatro y pintura se fragmentaban y perdían linealidad, a la vez que abrazaban la subjetividad: el cine, los medios de masas y el cómic iniciaban una nueva etapa de experimentación, que llegaría luego a un periodismo de historias noveladas en primera persona.
Antes de la cibernética
Los ecos existencialistas europeos a duras penas llegaron a los jóvenes que viajaban hacia la Costa Oeste para trabajar en jornales, en la nueva industria de Los Ángeles y San Francisco o en las primeras firmas de lo que se convertiría en Silicon Valley.
Sí lo hizo el espíritu subjetivo y vitalista de la época. Una sociedad móvil, vertebrada en torno al automóvil y a las grandes rutas que cruzaban Norteamérica, se echó a la carretera para conocer su país como lo contó el periodismo novelado de Capote, Mailer, Wolfe, Talese, etc.
Las viejas rigideces daban paso a experiencias de autodescubrimiento explicadas con expresiones diversas, desde la música a los fotorreportajes de Life, pasando por los compendios de cultura independiente como los fanzines influyentes (Whole Earth Catalog, creado por Stewart Brand, alumno de Gregory Bateson, amigo de Ken Kesey y miembro de los Merry Pranksters), el cómic underground o el periodismo gonzo.
Luces y sombras de una época de experimentación
Este intento por indagar en una existencia auténtica y contracultural en una sociedad que todavía conservaba sus barreras y atavismos (fervor religioso rural, leyes Jim Crow, milenarismo postmoderno en torno a un posible Apocalipsis nuclear -lo que había influido en una cultura survivalista o “prepper” en el interior-), encontró, por primera vez, su eco en cuestiones prácticas y empresariales.
Era una época de experimentación, y los aciertos, como los métodos educativos audaces inspirados en el desarrollo personal (psicología humanista de Abraham Maslow, terapia Gestalt, etc.) como el Instituto Esalen de Big Sur, en donde enseñaron entusiastas de la teoría de sistemas como Gregory Bateson y Aldous Huxley, convivían con el surgimiento de cultos y supersticiones como el de Charles Manson.
Coincidiendo con la publicación de las primeras fotografías de la tierra vista desde el espacio y el cambio de perspectiva existencial que ello suponía (un pequeño astro lleno de vida y, a la vez, con riesgos como el de la aniquilación nuclear), los valores ecologistas y sensibles a la frágil complejidad del mundo llegaron al mundo empresarial.
Yvon Chouinard, un joven entusiasta de la escalada preocupado por el impacto del turismo de masas sobre los últimos santuarios de Norteamérica y el resto del mundo, empezó un negocio que se convertiría en la firma de ropa técnica californiana Patagonia por casualidad.
Vendiendo material de escalada hecho a mano
Combinando el surfeo con la escalada, empezó diseñando en una pequeña fragua improvisada material de escalada que daba a sus amigos y relaciones, hasta que, pronto, la superioridad de los nuevos crampones animó a Chouinard a convertir su vieja ranchera familiar en una tienda ambulante que seguía a su clientela por las playas del Big Sur californiano.
Chouinard Equipment, germen de Patagonia, empezó con crampones de escalada que aseguraban el ascenso de paredes como el Gran Capitán de Yosemite minimizando a la vez el impacto ambiental, vendidos a los primeros surferos. Yvon Chouinard relata la historia en Let My People Go Surfing, autobiografía y declaración de principios para explorar una nueva autenticidad empresarial: productos durables, reparables, personalizables por el usuario, sensibles al impacto medioambiental y próximos a las necesidades reales de los usuarios.
Patagonia y otras firmas surgidas de la contracultura de la Costa Oeste, como Nike (fundada por Phil Knight y Bill Bowerman en Portland en enero de 1964) o The North Face (Douglas y Susie Tompkins, San Francisco, 1969), partían de necesidades concretas: mejorar productos deportivos y técnicos para que sus usuarios se centraran en objetivos deportivos y recreativos, y no en el material, que se hacía más ligero y experimentaba con técnicas, materiales, acabados.
Itinerancia y cultura automovilística
Fundadores, primeros trabajadores y entusiastas pioneros de estas firmas compartían un estilo de vida poco convencional y a menudo itinerante, alejado del entorno y el horario de oficina tradicionales: autocaravanas, tiendas, sacos de dormir, prendas térmicas, abrigos y calzado se beneficiaron de la opinión y experiencia de estos entusiastas de la vida y el trabajo al aire libre, improvisando campamentos para cada estación.
Las primeras oficinas sobre ruedas siguen una evolución paralela a la ropa técnica diseñada en paralelo con una nueva apreciación por la vida al aire libre: primero, se manifiesta la necesidad; luego, llegan las soluciones.
Así, vehículos recreativos popularizados tras la II Guerra Mundial, algunos de ellos surgidos en California, como las primeras autocaravanas Airstream (Wally Byam, Los Ángeles), aparecen en los campamentos improvisados de playas surferas y paredes de escalada de parques nacionales junto a las primeras autocaravanas Volkswagen (el modelo T1 fabricado entre 1950 y 1967, se convierte en un icono con su segunda versión la T2, fabricado entre 1967 y 1979).
Viajes iniciáticos
Otras camionetas y vehículos recreativos, a menudo personalizados por sus usuarios, desde autobuses escolares como el que protagoniza el viaje iniciático hippy descrito por Tom Wolfe en el clásico de periodismo novelado Ponche de ácido lisérgico (1968) a vehículos adaptados a las necesidades de músicos de la época, contribuirán al apogeo de estas primeras oficinas itinerantes.
¿Son los coches-lanzadera de la época del periodismo gonzo parte de esta nueva cultura nómada? Personajes como Neal Cassady (el Dean Moriarty de En la carretera) y su frenética conducción a ritmo de jazz por las arterias de Norteamérica, llevando a beats como Jack Kerouac de una costa a otra, fueron el nexo de unión entre los beatniks de la Costa Este y los hippies de la Costa Oeste.
Cassady, curtido ya en la experiencia beat, conoció a Ken Kesey (un joven enrolado en el curso de escritura creativa de Stanford, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco) en 1962, convirtiéndose en uno de los Merry Pranksters que Tom Wolfe describe en el mencionado The Electric Kool-Aid Acid Test.
Si el autocar escolar de los Pranksters es uno de los campos de pruebas de los excesos, aciertos y contradicciones de la contracultura de los 60, y oficina móvil del Nuevo Periodismo, el periodismo gonzo se sentará de copiloto en el Chevrolet Caprice descapotable que se desliza por el desierto entre Los Ángeles y Las Vegas, conducido a trompicones por el Hunter S. Thompson colaborador de Rolling Stone.
Metafísica de la calidad
Desde la perspectiva filosófica, Robert M. Pirsig combina un viaje en motocicleta con su hijo y unos amigos y grandes cuestiones sobre la propia naturaleza del conocimiento teórico y aplicado humano en su ensayo Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, donde acompañamos al autor en sus reflexiones sobre conciencia plena y lo que él llama “metafísica de la calidad”.
Compartir la carretera con un hijo al que apenas conoce en profundidad, mantener la motocicleta en estado óptimo según las circunstancias cambiantes o disfrutar de lo que la realidad tiene que deparar se convierte, en el ensayo de Pirsig, en un viaje iniciático que anima al lector a preguntarse si una motocicleta, un macuto y la actitud y conocimiento adecuados son suficientes.
La extraña simbiosis entre una generosa inversión del departamento de Defensa de Estados Unidos en el valle de Santa Clara y las comunidades contraculturales en torno a San Francisco y a las universidades de Stanford y Berkeley, documentada por John Markoff en su ensayo What the Dormouse Said, inspiró la informática personal y muchos servicios de Internet.
El cielo del desierto
En paralelo, el espíritu interdisciplinar de humanidades y ciencias, unido al carácter de la Costa Oeste, inspiró una apreciación por la movilidad y las escapadas a Big Sur, a los parques nacionales de Oregón y el interior californiano, así como a las estaciones de esquí de Sierra Nevada, en la frontera entre California y Nevada.
Si algún medio ha logrado fundir las culturas diferenciadas del norte y el sur de California es la visita recurrente al desierto: la industria cultural de Los Ángeles ha mantenido un cordón umbilical, a través de Palm Springs, con los rituales chamánicos de la contracultura (que se remontan a los experimentos de Aldus Huxley con LSD en la zona, y siguen con Carlos Castaneda), así como los eventos culturales multitudinarios que siguieron a continuación: el festival anual Burning Man, fundado en 1986; o el festival artístico y musical de Coachella, celebrado por primera vez en 1999, y de manera ininterrumpida desde 2001.
Pese a la profesionalización de los eventos mencionados, la creatividad informal de la Costa Oeste sigue patente en el diseño personal (DIY) de vehículos recreativos usados como vivienda ocasional u oficina doméstica.
¿Un mundo feliz?
¿Puede la combinación de individualismo y progresismo de la Costa Oeste de Estados Unidos inspirar nuevos tipos de oficina y vivienda más flexibles y adaptables? La respuesta, según muchos seguidores de un estilo de vida sin las rigideces convencionales, se encuentra en las soluciones sobre ruedas.
El propio John Markoff, autor del mencionado ensayo sobre la polinización cruzada entre contracultura y tecnología, una de las influencias que posibilitaron Silicon Valley (What the Dormouse Said, 2005), nos recuerda que no hay nada como leer buena ciencia ficción para comprender el futuro.
Más allá de si los riesgos que Trump -y su modo totalitario de entender la política, la opinión pública y los medios- nos acercan a un mundo más similar a los guiños distópicos de Un mundo feliz (Aldus Huxley) o, por el contrario, nos obligan a releer 1984 (la obra de George Orwell se ha colado, después de la victoria de Trump, en la lista de los más vendidos), especular sobre el futuro nos obliga a comprender algunas de las consecuencias de situaciones plausibles, incluidas las más inquietantes.
El relato
Los defensores del espíritu irredento representado por la contracultura deberán asegurarse de estar del lado correcto de la historia, una vez ideólogos próximos a Silicon Valley y a las nuevas herramientas de análisis de datos, como Steve Bannon, el asesor de Trump, inviten a compañías que abogaban por una cultura abierta y de conocimiento a abrazar técnicas más propias de la agitación propagandística de la Europa de entreguerras.
No está de más recordar cómo, en el pasado, mensajes vitalistas y contrarios al reduccionismo totalitario, como el de Friedrich Nietzsche, fueron tergiversados por personas próximas (en el caso de Nietzsche, su hermana, encargada de su legado tras el colapso nervioso del filósofo), y amoldadas a mensajes tan contrarios al espíritu del autor como el propio nazismo.
Pingback: Camionetas Escolares Volkswagen – Todo sobre el garaje()