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Contrastar convicciones con datos veraces para eludir dogmas

El economista alemán afincado en el Reino Unido Max Roser y sus colaboradores divulgan desde el sitio Our World in Data tendencias que muestran empírica que, aunque pese a milenaristas y otros apasionados de teorías conspirativas apocalípticas, muchas cosas mejoran en el mundo.

La página mencionada no es un compendio de artículos de opinión sobre la evolución en el mundo de la salud, el aprovisionamiento alimentario, la distribución de riqueza, la violencia, el uso energético o la educación, sino una matriz de datos estadísticos diseñada para facilitar la comparación cronológica, geográfica y temática.

Bodegón fotográfico alegórico (Imagen: Sam Kaplan; estilismo: Victoria Granof)

Roser, economista en la Universidad de Oxford, emprendió su proyecto sin pensar que pronto se convertiría en una fuente de divulgación y base de datos esencial para estudiantes, investigadores, periodistas y curiosos que no se conforman con conocer cómo va el mundo a partir del argumento de terceros, sino que también indagan ellos mismos en indicadores económicos, demográficos, energéticos, educativos, etc., para observar la evolución que les interesa con mayor profundidad y perspectiva.

La importancia de acceder a datos fehacientes

Gracias a Our World in Data, cuyos gráficos activos son incrustables en cualquier bitácora o medio y cuentan con una licencia Creative Commons (CC BY-SA) para facilitar su divulgación, citación y modificación, cualquiera puede ratificar o refutar estimaciones, opiniones, ideas preconcebidas.

A menudo no es fácil, y Max Roser recibe a menudo extensos correos electrónicos, algunos de los cuales comparte públicamente, sobre usuarios del servicio contrariados por los resultados. ¿Cómo puede ser -exponen- que haya menos hambre en el mundo, se reduzca la mortalidad infantil y aumente la esperanza de vida en el mundo, si no paran de salir noticias sobre calamidades y las ONG comparten información sobre el número de niños que mueren a diario, etc.?

Protesta contra la producción de alimentos genéticamente modificados, o transgénicos (Imagen: Scarlett Messenger vía Flickr CC)

La información que puede consultarse de manera dinámica en Our World in Data, que se ha convertido en una base de datos compuesta por centenares de bases de datos (logrando así que la información pueda ser cruzada entre sí con mayor riqueza y flexibilidad, usando representaciones como gráficas de dispersión y otros gráficos bidimensionales), desafía a menudo la opinión general en temas centrales.

Extraña que no haya sido una gran institución o un medio de peso en el mundo el impulsor de semejante recurso, por no hablar de los gigantes de Internet. En los últimos años, en Silicon Valley ha pesado demasiado el utilitarismo y se ha despreciado la ética: incluso los servicios secretos de otros países pueden influir sobre las elecciones de cualquier país, siempre que paguen los anuncios. Utilitarismo sin ética ni responsabilidad editorial.

Wikipedia es otro de los pilares del potencial de Internet como herramienta de mejora de las condiciones humanas. Our World in Data representa sólo un nicho, pero todo usuario preocupado por la influencia de Silicon Valley en el mundo debería preguntarse por qué las herramientas que nos ofrecen la mejor información sin pedir nada a cambio se producen lejos de las sedes de las firmas de capital riesgo y las empresas tecnológicas más importantes.

Cuando las convicciones omiten la evidencia científica

Condiciones de vida y riqueza relativa en el mundo han cambiado de manera tan radical en el mundo en los dos últimos siglos, que a muchos les cuesta dar crédito a la reducción generalizada de pobreza, analfabetismo, epidemias mortales o violencia, coincidiendo con el mayor y más rápido incremento de población en la historia.

Otra información en el sitio que se ha merecido un artículo explicativo, acompañado de un gráfico de barras, clasifica las principales fuentes energéticas por nivel de seguridad en personas y medio ambiente. El titular:

“Va totalmente en contra de lo que muchos creen, pero de entre las principales fuentes energéticas, la nuclear es la más segura.”

¿Por qué nos sorprende tanto esta información? ¿Cómo es posible que la energía más segura con los datos en la mano sea percibida como la que ofrece más riesgos y la que genera mayor oposición entre población y grupos ecologistas?

Mientras tanto, vista gorda con el carbón

Esta percepción no parte sólo del desconocimiento de relacionar armas nucleares con energía nuclear. Un reactor nuclear funciona con la energía obtenida de partir el núcleo de un átomo (separando sus neutrones y protones), o de fusionar el núcleo de dos átomos: fisión nuclear en el primer caso, y fusión nuclear en el segundo. El combustible enriquecido de las centrales energéticas no puede usarse en armamento, y a la inversa. No obstante, la palabra “nuclear” suscita una reacción semántica negativa en todo el mundo.

Manifestación contraria a la energía nuclear en Japón (Imagen: BBC World Service, vía Flickr CC)

Cuando oímos “nuclear”, nuestra mente evoca una explosión aniquiladora en forma de seta, cuando no a Godzilla y al resto de monstruos que campaban a sus anchas en los años de miedo de guerra total durante la Guerra Fría. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki, así como los accidentes de Chernóbil y, más recientemente, Fukushima, son otros eventos pavorosos recurrentes.

Una lucha de décadas de intelectuales y ONG opuestos a la energía con consignas políticas y sin tomarse la molestia de analizar las ventajas potenciales de la energía, como la reducción de dependencia de fósiles, su regularidad o ausencia de contaminación del aire, acabó convenciendo a la opinión pública de países como Alemania o Japón que no merecía la pena investigar en la mejora de esta tecnología energética.

Percepción de la energía entre la opinión pública

Como consecuencia, Francia, el único país de envergadura que produce la mayor parte de la energía que consume en sus plantas nucleares, tiene mayor autosuficiencia energética que sus vecinos europeos, emitiendo menos partículas contaminantes y CO2 por vatio producido, y dependiendo menos de los países productores de combustibles fósiles: Europa Occidental depende del gas natural ruso y el petróleo de Oriente Próximo, pues las explotaciones africanas y del Mar del Norte, o técnicas con gran impacto medioambiental como el gas de lutita, no cubren la demanda energética del continente.

El carbón, más contaminante y perjudicial para la salud que cualquier otra gran energía, permanece como fuente fundamental en Alemania, la mayor potencia industrial europea, así como en Japón, además de oscurecer (literalmente) con una niebla de hollín las principales ciudades chinas cuando las condiciones meteorológicas retienen el aire en los valles, recordando a Occidente las décadas en que los habitantes con problemas respiratorios de ciudades como Londres (Gran Niebla de 1952) morían por el carbón quemado en las plantas energéticas cercanas.

Nos cuesta creer con convicción la información empírica que contradice ideas preconcebidas compartidas por la mayoría. Ir a contracorriente, incluso con los datos en la mano, tiene un coste que muchos no están dispuestos a asumir. La falta de formación y la poca familiaridad con el pensamiento crítico y las bases del método científico (refutabilidad, reproducibilidad, revisión por pares, etc.) contribuye a que convicciones basadas en información sesgada o errónea se den por correctas.

Cuando el público no decide en base a datos empíricos

El fenómeno de las redes sociales contribuiría a que estos bulos se extiendan: por ejemplo, maximizando el peligro potencial de la energía nuclear, y relativizando los datos empíricos que llevan al proyecto Our World in Data a situar la energía nuclear como la más segura de entre las principales fuentes.

Ni siquiera citar el menor número de muertes por accidentes y contaminación del aire convencerá a activistas medioambientales contrarios a la energía nuclear, maximizando el riesgo de accidentes, de la contaminación radiactiva o de la gestión de desechos nucleares, y obviando la comparación de estos puntos débiles con el riesgo para la salud y el medio ambiente de las plantas de cogeneración con carbón o combustibles fósiles.

De momento, Francia ha logrado congeniar la oposición de su población al uso de energía nuclear (el 67% de los encuestados se muestra contrario a su uso, por un 62% de media mundial, un 58% en China o un 48% en Estados Unidos), si bien esta fuente permanece como la principal fuente de energía en el país. El gobierno de Emmanuel Macron, con un ministro de medio ambiente, el activista Nicolas Hulot, contrario a este tipo de energía, ratifica el cierre previsto de hasta 17 reactores nucleares antes de 2025.

Laboratorio de la compañía californiana Impossible Foods, creadora y productora de una hamburguesa sintética a partir de productos vegetales y levadura (Imagen: McNair Evans)

Francia deberá asumir el coste de compensar el cierre de las centrales por la instalación proporcional de otras fuentes de energía renovable, para así proseguir con los objetivos marcados de emisiones para el país y la Unión Europea.

La utopía pastoralista en un mundo superpoblado

Otras convicciones que no superan el escrutinio científico se han convertido en punta de lanza de causas perennes de opinión pública y grupos ecologistas, oponiéndose por ejemplo al uso de cultivos genéticamente modificados debido a supuestos riesgos para salud y medio ambiente, y obviando beneficios potenciales. Esta oposición por principios se asemeja a la que conduce a muchos ecologistas tradicionales a bloquear proyectos urbanísticos que favorecerían una mayor densidad en favor de un modelo menos denso, citando a menudo el ideales utópicos y pastoralistas que no existieron en el pasado tal y como son evocados.

Otro ejemplo recurrente es la oposición a cualquier idea que se defina como sustituto “sintético” de algún material, producto o alimento. La firma Impossible Foods se ha dedicado a investigar un sustituto de la hamburguesa que conserve el sabor tradicional, pero recreando la proteína que otorga el sabor y aroma a la carne de ternera (un “grupo hemo” concreto) con un proceso a base de hongos y soja.

Impossible Foods habría suscitado interés entre un nicho de restaurantes y clientes dispuesto a reducir el consumo de carne sin renunciar a su sabor, olor y textura: existiría, según la marca, un público dispuesto a experimentar con sustitutos, y su proceso habría conseguido un resultado que dificulta la distinción entre hamburguesa tradicional y alternativa de laboratorio.

Hay gente que disfruta con hamburguesas (qué se le va a hacer)

Personalmente, me sorprende que el interés por el sabor, el aroma y la textura de una hamburguesa de ternera sea tan grande como para dedicar I+D a desarrollar un sustituto sintético, pero la empresa está en todo su derecho de sorprender a su público potencial con un sustitutivo de menor impacto para la salud y el medio ambiente, si es que lo puede conseguir.

Friends of the Earth tiene un punto de vista distinto, resumible en lo siguiente: si es algo sintético (elaborado por síntesis, en vez de producido por un animal o una planta sin interferencia humana) y transgénico, tiene que ser malo por principio.

La organización ha criticado que el método para lograr la proteína sustitutiva la hemoproteína aislada que otorga a la ternera sus cualidades gastronómicas, añadiendo un gen de las raíces de la soja a una levadura, es una modificación genética y, por tanto, se gana su rechazo. La decisión de la organización podría catalogarse, como mínimo, de puntillosa, si analizamos la situación con perspectiva y comparamos el impacto medioambiental de producir la proteína sustitutiva -integrando un gen de la soja en el cultivo de levadura-, y el de una cantidad equivalente de proteína animal.

El comunicado de Friends of the Earth usa un lenguaje equívoco para lanzar dudas sobre el riesgo potencial de comer una hamburguesa sintética al incluir un ingrediente genéticamente modificado, debido a las tradicionales reservas mostradas por la Agencia de Seguridad Alimentaria (FDA) siempre que aparece un nuevo ingrediente.

Deconstrucción de la ternera y pastoralismo

Según la organización, Impossible Foods debería esperar a que la FDA realizara todos los estudios necesarios para determinar que no existe ningún riesgo para la salud, retirar el producto del mercado y pedir perdón por las unidades vendidas hasta el momento.

Manifestación contraria a la energía nuclear en Japón (Imagen: Matthias Lambrecht vía Flickr CC)

Las reservas de Friends of the Earth con el producto no son proporcionales a las mostradas con los ingredientes presentes legalmente en alimentos elaborados y que sí están relacionados con problemas de salud como obesidad, sobrepeso y diabetes. Por ejemplo, la base vegetal del producto en cuestión omite el colesterol y contaminantes potenciales derivados de la producción industrial de ternera (desde trazas de antibióticos a compuestos hormonales). Pero este aspecto parece interesar en menor grado a Friends of the Earth.

El columnista Ted Nordhaus ilustra en USA Today la ausencia de pensamiento crítico dispuesto a ser imparcial incluso en temas controvertidos en determinados ámbitos de la militancia ecologista, alérgica al pragmatismo y enrocada en posiciones maximalistas que, además, son difíciles de sostener con un análisis concienzudo.

El comercio de los puristas

La oposición a que se creen productos que sepan y tengan la textura de la ternera no es particularmente excepcional, opina Nordhaus:

“Grupos medioambientales como Friends of the Earth han usado las mismas tácticas durante décadas para demonizar la energía nuclear y la agricultura intensiva, y para bloquear la construcción en zonas urbanas, infraestructuras, e incluso la instalación de energías renovables.

“Los objetivos difieren pero las tácticas son las mismas: identificar riesgos para la salud o el entorno especulativo o insignificante, exagerar salvajemente esos riesgos en los medios, ignorar o relativizar contraprestaciones y los mucho mayores y comprensibles riesgos asociados con la producción actual, escoger ejemplos a pequeña escala de sistemas de producción alternativos y extrapolarlos a escala estatal, regional, nacional o global para afirmar que no existen concesiones y que una alimentación totalmente respetuosa no sólo es posible, sino que sería inminente si nos liberáramos del yugo de los nefastos intereses corporativos determinados a envenenarnos a cambio de beneficios.”

Ted Nordhaus quizá apure demasiado la ironía en este par de párrafos, pero captamos la idea e identificamos actitudes extendidas en la sociedad, que forman parte del discurso asumido -y casi nunca actualizado- de opinadores, organizaciones y partidos políticos, pero también de profesores, científicos o periodistas dispuestos a escoger datos para adaptarlos a un relato ya predeterminado.

Contra la tentación de parchear dogmas con dogmas

Lo sensato, aunque no sea lo popular o vaya en contra del pensamiento repetido hasta la saciedad, es confiar en la evidencia científica y el juicio de valor ponderado con la mayor cantidad de información posible.

Por mucho que nos moleste la connotación semántica de una palabra debido al peso de su asociación cultural con acontecimientos negativos o perjudiciales, no estaría de más recordar que la refutabilidad consiste en probar la falsedad de una hipótesis de manera científica y demostrable (o reproducible).

El astrofísico estadounidense Neil Tyson recuerda en qué consiste el proceso científico, por qué es importante respetarlo y por qué no deberíamos olvidarlo.

La condena a priori es propia del dogma y la superstición.