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Corcho: patrimonio de gestión sostenible en peligro

El corcho ha sido extraido de alcornocales del Mediterráneo Occidental durante milenios. Ahora, este patrimonio mediterráneo debe hacer frente al imperio del plástico.

Por Álex Lasmarías

El alcornocal es uno de los grandes símbolos de la riqueza natural de la cuenca mediterránea. El hombre ha sabido explotarlos de forma racional y sostenible durante los últimos 3000 años, preservando toda su belleza y valor.

Ahora, el plástico amenaza con desterrar su producto más preciado, el corcho, de las preferencias de embotelladores y viticultores.

Los alcornocales cubren una superficie de 2,7 millones de hectáreas del Mediterráneo Occidental, repartidas de forma desigual entre Portugal, España, Francia, Italia, Marruecos, Túnez y Argelia. Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha aprovechado los recursos naturales que ofrece este ecosistema único en el mundo para consolidar un sistema de explotación que combina la ganadería, la agricultura y la silvicultura.

En la actualidad, más de 100.000 personas siguen teniendo en el alcornocal su principal fuente de ingresos, especialmente con empleos ligados a la industria del corcho, el más importante de los productos que se obtienen de este árbol de madera ligeramente rojiza y tronco nudoso.

El corcho, un milagro de ingeniería natural

El corcho no es otra cosa que la corteza del alcornoque y ésta, a su vez, un magnífico ejemplo de la capacidad de los organismos vivos para adaptarse a las condiciones de su entorno natural.

Para protegerse de los rigores del clima mediterráneo, el alcornoque ha desarrollado una coraza de células muertas rellenas de aire –un auténtico entramado de compartimentos estancos- que le ayuda a retener su propia humedad al tiempo que le resguarda de las elevadas temperaturas de la canícula mediterránea y actúa como película protectora en caso de verse afectado por uno de los habituales incendios que periódicamente asolan su hábitat natural.

Estas especiales características hacen de la corteza del alcornoque un producto de singularísimas propiedades. Destaca por su extraordinaria liviandad (está formada en un 90% por aire) y además es inodoro, impermeable y fácilmente prensible.

Es casi imposible que llegue a pudrirse y presenta una gran resistencia al ataque de los insectos o a la acción de los agentes químicos. También son más que remarcables sus dotes como aislante y su capacidad para la absorción de todo tipo de vibraciones.

Este extenso catálogo de virtudes ha hecho del corcho un material ampliamente utilizado y valorado en una gran variedad de actividades económicas, que van desde la construcción hasta la industria farmacéutica, pasando por la fabricación de calzado o la ingeniería aeronáutica, entre otras muchas aplicaciones.

Pero la más relevante de las actividades económicas ligadas al corcho es, indiscutiblemente, la fabricación de tapamientos para vinos y otras bebidas. A este fin se destina el 85% del corcho que se obtiene en España. El porcentaje es idéntico si tomamos como referencia el grueso de la producción mundial.

Un ejemplo de explotación racional y sostenible

El corcho es un material biodegradable, renovable y natural cuya obtención tiene un impacto negativo nulo sobre el medio ambiente. Al contrario, la gestión y el aprovechamiento de los alcornocales supone un enorme beneficio tanto en términos económicos, como sociales y ecológicos.

Para obtener corcho, el silvicultor extrae la corteza del árbol sin dañarlo. Este proceso se repite periódicamente, a intervalos que pueden oscilar entre los 9 y los 12 años. No es hasta el tercer descorche (cuando el árbol ya cuenta con unos 40 años) que la corteza es apta para acabar convirtiéndose en tapones destinados al consumo de la industria vinícola.

Teniendo en cuenta que la vida media de un alcornoque se sitúa entre los 170 y los 200 años, el silvicultor puede descorchar cada uno de sus árboles alrededor de 15 veces, generando un lucrativo negocio ligado a la conservación del medio.

La importancia económica y social del sector en España

Anualmente se producen en el mundo más de 15 millones de tapones de corcho. Algo más de la mitad se fabrican con corcho procedente de la Península Ibérica, donde España y Portugal se mantienen en cabeza como principales potencias corcheras del mundo.

Sólo en España, en la actualidad hay más de 600 empresas registradas que trabajan en este sector, empleando a unas 3000 personas. Una relevancia propiciada por la importante implantación territorial del alcornoque en tierras del sur de Europa.

Pese a que podemos encontrar ejemplares de este árbol a lo largo y ancho del Mediterráneo Occidental, la Península Ibérica es el lugar en el que encontramos mayores concentraciones de alcornoques. De hecho, hasta un 21% del área forestal española está formada por alcornocales, especialmente en toda la mitad sur de Portugal y en una amplia zona del suroeste español, donde conforma el conocido paisaje de dehesas tan ligado a la identidad y la economía de este territorio.

También Cataluña presenta elevadas cifras de concentración, sobre todo en la provincia de Girona, donde ha sido y sigue siendo el eje vertebrador de una industria profundamente enraizada en el tejido social de la zona.

…y la medioambiental

Preservar el alcornocal supone, además de perpetuar un modo de explotación rentable y sostenible a partes iguales, proteger un hábitat único y de extraordinario valor ecológico que actúa como refugio para algunas de las especies más amenazadas de la Península y el Mediterráneo. Tal y como nos recuerda la organización WWF/Adena, en una superficie de alcornocal equivalente a la quinta parte de un campo de fútbol se han llegado a contabilizar hasta 135 especies de plantas.

Y es a los pies de un alcornoque donde todavía tenemos alguna esperanza de poder ver ejemplares de especies en grave riesgo de extinción como el ciervo de Berbería o el lince ibérico. También es el alcornocal el último refugio para animales cada vez más caros de ver en el Mediterráneo como el águila imperial, el camaleón o la jineta.

Rapaces de todo tipo tienen en estos bosques la base de su sustento y millones de aves migratorias encuentran en nuestros alcornocales el lugar ideal en el que establecer sus cuarteles de invierno.

Los beneficios medioambientales que el hombre obtiene de los alcornocales no se limitan a su condición de verdadero refugio para la flora y fauna peninsulares. Hay más. El alcornoque es un extraordinario capturador de CO2 por las especiales características de su corteza.

Su explotación racional, con el consiguiente proceso de renovación del corcho que representa, enfatiza aún más esta virtud. Un alcornoque al que se le retire periódicamente su corteza produce hasta cinco veces más corcho que un ejemplar sin tratar, con lo cual su potencialidad como fijador de dióxido de carbono se multiplica.

El alcornocal, como los bosques formados por otras especies, contribuyen a fijar el suelo y protegerlo de los peligros de la erosión y la desertización y aportan agua a los acuíferos naturales. Pero en el caso del alcornoque, a estas funciones se le debe sumar su indispensable rol de protector natural y mitigador de los efectos de los incendios forestales, fenómeno que anualmente reduce críticamente la masa forestal del espacio mediterráneo.

El plástico, la gran amenaza

Como ya hemos visto a lo largo del artículo, la base económica sobre la que se sustenta de forma primordial la explotación de los alcornocales es la obtención de corcho para su posterior utilización como tapamientos de botellas. Pero la situación se está alterando con rapidez y las consecuencias pueden ser funestas para este hábitat íntimamente ligado a la economía y la identidad paisajística del Mediterráneo.

En un informe publicado por la organización WWF/Adena se prevé un futuro cargado de incertidumbres para el corcho. Según sus previsiones, de mantenerse las constantes observadas en los últimos años, en 2015 hasta el 95% de las botellas de vino producidas en todo el mundo podrían llegar al mercado con tapones sintéticos o de rosca. El corcho quedaría recluido en el nicho correspondiente a los caldos de mayor calidad.

Para satisfacer las demandas de este elitista sector sería suficiente con una producción anual de corcho de poco más de 19.000 toneladas frente a las 300.000 toneladas anuales de la actualidad. En este escenario, hasta dos millones de hectáreas de alcornocal quedarían abandonadas a su suerte frente al riesgo de incendios forestales, desertificación o conversión hacia otros usos.

No menos de 50.000 personas entre empleados del sector y trabajadores forestales podrían perder su ocupación, muchos de ellos en territorios de tejido económico especialmente frágil y precario.

¿Por qué el plástico?

Los principales impulsores del actual auge del plástico como tapamiento de vinos son Australia, Sudáfrica, Nueva Zelanda y otros países, especialmente de América Latina, con creciente protagonismo en la escena vinícola internacional. Su lejanía geográfica y cultural con el mundo del corcho han llevado a muchos de los nuevos productores a optar por una solución que consideran más eficiente y barata que el tradicional tapón de corcho.

Además, muchas de estas zonas están especializadas en vinos blancos más o menos jóvenes y que apenas reposan en barricas de madera, que es el segmento que mejor acepta en términos cualitativos la utilización del plástico. Por otro lado, también hay que tomar en consideración la injusta campaña de desprestigio hacia el corcho natural que de forma interesada se viene realizando por parte de empresas y grupos de presión con intereses en el sector químico.

Una campaña que amenaza con asentar en nuestro imaginario ideas como la mayor eficiencia del plástico a la hora de conservar las cualidades del vino, el impacto sobre el precio final del producto que representa la utilización del corcho, la mayor sostenibilidad del uso de materiales sintéticos o la imposibilidad de adecuar la producción de corcho a las exigencias de un mercado en expansión en el que cada vez hay más actores implicados.

Desmontando mitos

Ninguno de estos argumentos mantiene la solidez tras ser sometidos a examen, incluso si se trata de una evaluación superficial. Analicémoslos:

¿El plástico es más eficiente que el corcho como tapamiento de botellas? Rotundamente no. El tapón de corcho además de aportar practicidad en su aspecto instrumental es un elemento que influye positivamente en el proceso de evolución que el vino experimenta tras ser embotellado. De todos es sabido que un buen caldo no permanece inmutable en la botella.

Como elemento orgánico que es, su estructura molecular sigue sometida a cambios y variaciones que acaban de configurar su sabor y su capacidad para generar distintas sensaciones en nuestro paladar. La relación entre el vino y el corcho es dinámica. O lo que es lo mismo, el corcho contribuye a la maduración del liquido intercambiando con él complejos orgánicos volátiles como, por ejemplo, la vanilina, los elaginatos y las antocianinas, presentes en el corcho y que acaban influyendo sobre la dimensión olfativa y gustativa final del vino.

Incluso existen estudios (todavía en fase excesivamente preliminar para que sus conclusiones sean consideradas como hechos probados) que señalan que de la interacción entre los compuestos químicos del corcho y los del vino puede resultar grandes concentraciones de acutisimina A, un antitumoral natural hasta 250 veces más potente que los fármacos creados en los laboratorios para combatir esta grave dolencia.

¿Es más barato utilizar tapamientos sintéticos que corcho natural? De nuevo la respuesta es no. Utilizar tapones de plástico o de rosca no supone ningún abaratamiento. El coste del tapón de corcho y el de sus homólogos artificiales es prácticamente idéntico y se sitúa en torno a los 0,09 euros por unidad. Algo más caro, 0,15 euros, es fabricar los tapones metálicos de rosca que también empiezan a proliferar en los estantes de las vinacotecas.

¿Hay corcho para embotellar todas las botellas de vino? En este caso, la respuesta sí requiere de mayores matizaciones. Los tapamientos sintéticos empezaron a contemplarse como una alternativa válida durante la década de los noventa precisamente por las dificultades que el sector vinícola en pleno proceso de expansión experimentaba a la hora de conseguir corcho de buena calidad.

Unas dificultades que hicieron aflorar productos confeccionados a partir de árboles sobreexplotados y corchos tratados sin el rigor necesario que se mostraban mucho menos eficientes a la hora de cumplir con su función. Se hizo tristemente célebre entre los aficionados a los buenos caldos el término TCA.

Una malformación del vino causada por el deficiente tapamiento de los corchos de escasa calidad que confería al líquido un característico y desagradable sabor a moho y a, precisamente, corcho. Desde entonces se ha avanzado mucho en los tratamientos del corcho que permiten combatir esta grave deficiencia, pero sigue siendo cierto que no siempre es sencillo conseguir buenos corchos. Aunque la situación podría cambiar fácilmente y, además, reportar grandes beneficios sociales.

Según cálculos recogidos por WWF/Adena en su informe ‘Corcho Sí’, el rendimiento por hectárea de alcornocal difiere mayúsculamente entre los distintos países productores. En Portugal, por ejemplo, se obtienen una media de 158 kilos de corcho por hectárea y año. En España, la media es de 107 kilos. En cambio, en la ribera sur del Mediterráneo, las cifras distan mucho de los excelentes rendimientos de la Península.

En Marruecos, se producen algo menos de 50 kilos al año y en Argelia apenas se superan los 20. Si tenemos en cuenta que la superficie conjunta de alcornocales de estos dos países del Magreb prácticamente iguala las más de 800.000 hectáreas de alcornoque de Portugal, es evidente que estamos muy lejos de haber alcanzado el techo productivo de los tapamientos de corcho.

Asimismo, sin llegar a los extremos de Marruecos y Argelia, también Túnez, Francia e Italia se mantienen lejos de Portugal o España a la hora de extraer el máximo rendimiento de sus alcornocales.

Con una correcta inversión en el sector, el mercado dispondría de corcho más que suficiente para satisfacer prácticamente cualquier horizonte de crecimiento del sector vinícola mundial. Una expectativa que podría ser sumamente beneficiosa para economías tan necesitadas de impulsos como la marroquí, la tunecina o la argelina.

Certificado FSC, esperanza para una industria con miedo al mañana

La perpetuación del uso de tapamientos naturales de corcho en la industria vitícola equivale a garantizar la protección de un frágil ecosistema genuinamente mediterráneo. Más aún, significa preservar la estabilidad económica, social y medioambiental de amplias zonas de la vertiente occidental del Mare Nostrum y abrir la puerta a una importante vía de desarrollo -sostenible y beneficiosa para el entorno natural- que puede llegar a aliviar de un modo considerable las asfixiadas economías de la ribera sur mediterránea.

Una de las apuestas que el corcho hace frente al amenazador imperio del plástico y los componentes químicos es la obtención de certificados FSC y la apuesta por la gestión responsable de los alcornocales.

El Forest Stewardship Council (FSC) es un organismo independiente y sin ánimo de lucro que vela por la explotación racional y sostenible de la masa forestal, atendiendo a criterios de sostenibilidad, viabilidad económica y obtención de beneficios sociales.

En la actualidad, FSC trabaja en 62 países, tanto de forma directa como avalando distintos programas de certificación forestal como SmartWood, una iniciativa de la organización Rainforest Alliance que en su momento fue el primer certificado de este tipo en existir y que a día de hoy sigue siendo el más extendido alrededor del mundo.

SmartWood entregó sus primeras certificaciones al sector corchero en 2005 y desde entonces ha desarrollado una intensa actividad en este campo, tanto entre productores como transformadores, especialmente en Portugal, España e Italia. En este sentido, destaca las casi 12.000 hectáreas de alcornocal andaluz cuya gestión, según los analista de SmartWood, se adecua a los estándares fijados por la FSC.

Jamie Lawrence, coordinador para Europa Occidental del programa SmartWood, considera que “la economía, la cultura y el mantenimiento de los valores ambientales de algunas de las últimas áreas naturales de la Península Ibérica dependen del aumento de la demanda de corcho producido sosteniblemente”. Una demanda de la cual son en gran medida responsables los usuarios finales.

El comprador tiene ocasión de lanzar un mensaje claro a los responsables de la industria vinícola con sus hábitos de compra, desechando la adquisición de botellas que usen tapamientos plásticos y permaneciendo fiel al uso tradicional del corcho. Y es que, según apunta Lawrence, “sin la demanda del corcho, las presiones económicas podrían forzar a los productores a abandonar la gestión activa de estas áreas, lo que conllevaría un éxodo rural así como un desequilibrio en ecosistemas críticos para la conservación de la diversidad biológica mediterránea”.

La concesión de certificados FSC debe ser una garantía plena para el consumidor de que el corcho de la botella que acaba de comprar se ha obtenido desde el pleno respeto al medio natural y atendiendo a las más elevadas exigencias de responsabilidad ecológica y social.

Dagón Bodegas, un ejemplo alentador

El pasado mes de marzo, la feria Alimentaria que se celebra anualmente en Barcelona fue escenario de un acto que puede señalar un camino de esperanza para los alcornocales españoles.

En el marco de uno de los puntos de encuentro más importantes para la industria alimentaria internacional, la organización WWF/Adena, responsable de la campaña ‘Corcho sí, alcornocales vivos’, brindó su pleno apoyo a Dagón Bodegas, la primera bodega en Europa y la tercera en todo el mundo en utilizar únicamente corcho con certificación FSC para tapar sus botellas.

Miguel Márquez, propietario de esta empresa que elabora caldos con denominación de origen Utiel-Requena, quiso aprovechar el acto para señalar su voluntad de “ofrecer a los consumidores un producto natural de la mejor calidad que garantice al consumidor su origen sostenible y el sello FSC es el mejor icono, por su reconocimiento mundial y las garantías de explotación social y ambientalmente responsable”.

Una iniciativa que, en palabras de Enrique Segovia, director de conservación de WWF/Adena, constituye “un hito histórico y un ejemplo que esperamos sea imitado por otras bodegas”.

Como casi siempre, todo está en nuestras manos

Así, de la capacidad de la industria del corcho para seguir innovando en la mejora de sus productos y en la obtención de fórmulas que permitan compatibilizar un uso sostenible con la obtención de réditos económicos pero, sobre todo, en la firme voluntad de los consumidores radica la preservación de un hábitat único e insustituible del paisaje mediterráneo.

De nosotros depende dar la espalda al empuje de una industria que pretende acabar de un plumazo con siglos de tradición, condenar al abandono a nuestros alcornocales, poner en peligro la ya de por sí amenazada existencia de muchas especies, agravar el riesgo de desertización del Mediterráneo Occidental y cerrar una puerta a la mejora socioeconómica de regiones y países con economías renqueantes. También en el corcho está escrito una parte de nuestro futuro. No dejes que lo conviertan en plástico.