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Crecimiento y biopolítica: de microorganismos a megaciudades

La epidemia de coronavirus pone a prueba, una vez más, la capacidad de las instituciones para contrarrestar la desinformación, pues ni apatía (o negacionismo) ni exageración apocalíptica son deseables para afrontar una pandemia.

En China, la contención lograda ha requerido el confinamiento del epicentro de la crisis, donde las medidas afectan a 50 millones de personas. Un confinamiento a tal escala y con semejante intrusividad no tendrá lugar en sociedades democráticas, si bien Corea del Sur está logrando la contención de vectores de contagio sin reclusión masiva, gracias a un testeo ubicuo, niveles de control agresivos (e intrusivos) y el teletrabajo.

El control de la curva de contagio en China, Corea del Sur, Japón (donde la cancelación de los Juegos Olímpicos ya no es tan implausible), Hong Kong o Singapur contrasta con la progresión exponencial de los contagios en Irán, Europa y, posiblemente, Norteamérica, que prosiguen con su escalada exponencial.

De repatriar a ciudadanos a recibir ayuda de China

Más allá de China, de los 7 países que superaban los 200 contagiados confirmados el 5 de marzo, Corea del Sur y Japón son los únicos que contienen la curva de crecimiento, mientras Italia, Irán, España, Francia y Alemania deben confirmar que las intervenciones de control y confinamiento surten efecto.

En Estados Unidos, las dificultades iniciales para acceder al testeo de casos sugieren un número desconocido de casos y un posible aumento repentino, con la incertidumbre añadida de cómo gestionar los exabruptos de desinformación emitidos por el presidente sobre la epidemia (oficialmente pandemia desde el 11 de marzo de 2020) en las redes sociales, si bien la Administración se prepara para facilitar las pruebas a la población para evitar el miedo a acudir a centros médicos por temor a enfrentarse a facturas inesperadas.

Italia ha decretado medidas de cuarentena para todo el país, si bien el desplazamiento sin control de trabajadores lombardos al sur del país para evitar las medidas anteriores ha creado nuevos focos de contagio, y el número de nuevos contagios es también preocupante en España, Alemania y Francia; Austria y Eslovenia han impuesto un control fronterizo con Italia y, tras los nuevos casos en Chipre, todos los países de la UE cuentan con infectados.

Y, en plena crisis de incertidumbre, es posible que muchos países pasen en unas semanas de haber repatriado a sus ciudadanos por miedo al contagio en China a observar cómo China impone medidas para evitar que la entrada de viajeros procedentes de otras zonas de contagio reavive el riesgo pandémico antes de la llegada de una vacuna.

Economistas y virólogos

Instituciones y medios se esfuerzan por comunicar el objetivo primordial de allanar la curva de la progresión de la «pandemia global» (apelativo de la OMS según un comunicado del 11 de marzo): reducir el ritmo de contagios para convertir un posible colapso de los sistemas sanitarios en un escenario mucho más escalonado, con contagios más dispersos y extendidos en el tiempo, a la espera de una posible vacuna de cara a la próxima temporada vírica.

Sea como fuere, la opinión pública parece condenada al análisis de los economistas y el comentario alarmista de quienes carecen de la información o los escrúpulos para hablar sobre una pandemia.

Economistas y comentarios en medios y redes sociales marcan el tono del debate e influyen sobre el alarmismo de la población, y la gestión de la incertidumbre es crucial para realizar proyecciones sobre el consumo y la evolución de unos índices bursátiles que reaccionarán con volatilidad.

Y, en este clima de incertidumbre, el riesgo económico impone su peso, entre jornadas bursátiles que atraen a los entusiastas de la venta en corto y el debate de fondo sobre cuánto afectará el coronavirus al crecimiento de los países más afectados, así como al crecimiento agregado de la economía mundial.

Un síntoma: la venta de automóviles cayó el 80% en China en febrero de 2020, lo que aumentará una desaceleración de la demanda ya presente en los dos últimos años.

Límites de la desinformación

China y Estados Unidos lanzan medidas de estímulo para evitar la temida recesión. Mientras tanto, otras lecturas de la actualidad pasan, como de costumbre, desapercibidas: el parón obligado de la actividad en amplias zonas de China no sólo ha reducido la actividad económica, sino también la polución (un fenómeno mucho más persistente y mortífero que la pandemia que acapara agenda informativa e histeria en redes sociales).

En Italia, el Gobierno discute una medida propia de situaciones extraordinarias: aplazar el pago de hipotecas, facturas e impuestos hasta que la situación se estabilice. Deberemos acostumbrarnos a un nuevo atracón de breves de “última hora” concatenados ad infinitum, diseñados con una cantidad de información novedosa y relevante inversamente proporcional a su popularidad en las redes sociales.

Cuando se trata de competir por popularidad y atención (asociadas a publicidad contextual), la información reactiva gana la partida al análisis y voces tan poco informadas como la de Donald Trump acaban citándose más que las voces más autorizadas para informar sobre la evolución de la epidemia y los pasos que, dada su experiencia, podrían estabilizar el ritmo de contagios y producir su descenso eventual.

El discurso populista se topa con la realidad

Sin embargo, y a la espera de la evolución de los nuevos contagios en la UE y Norteamérica, la pandemia expone los límites del discurso populista, que ha minimizado o negado el riesgo, tal y como explica Thomas Wright en The Atlantic.

Administraciones y medios de referencia actualizan los recursos de mayor valor: aquellos que informan sobre el contexto y no se obsesionan con las anécdotas más sensacionalistas.

Es el caso de la página que Our World in Data, recurso estadístico de la Red creado por el académico Max Roser a partir de referentes como Gapminder, fundación estadística sueca creada por el desaparecido Hans Rosling.

La agenda informativa influye sobre intangibles tan volátiles y difíciles de definir como cruciales en la macroeconomía, como el «sentimiento» (y su esotérica relación con la evolución bursátil, el consumo de la ciudadanía… y, como consecuencia, con la salud de comercios y empresas).

Donde dije digo, digo Diego

El economista y ensayista serbio Branko Milanović evoca las contradicciones de la actualidad frenética, siempre a expensas de la coyuntura y negligente con los intereses a largo plazo de la ciudadanía, a menudo englobada en torno a conceptos tan etéreos y sujetos a teorías del conocimiento con fecha de caducidad como el «sentimiento» y otros vagos varemos para comentaristas políticos y economistas: por ejemplo, el «interés general», que nos obsesiona desde que Jean-Jacques Rousseau lo asociara con la buena marcha del «contrato social» en sociedades libres.

Milanović, mosqueado al observar cómo el coronavirus informativo se ha extendido con mucha más rapidez que la propia epidemia vírica (Covid-19 es más contagioso y letal que las cepas de gripe más agresivas), observa la facilidad con que el zeitgeist del momento asume una posición, aunque ésta sea contradictoria con la ofrecida poco antes:

«¿Sostenemos convicciones contradictorias? Apenas hace un mes llamábamos al boicot de la industria aérea, para “decrecer”, y señalábamos que “el crecimiento infinito es incompatible con un planeta finito”.

«Y hoy, la actualidad gira en torno al riesgo de recesión global, a aviones que vuelan vacíos, al exceso de petróleo y al peligro que ello implica para nuestros salarios.

«¿O no será que sostenemos (o pretendemos sostener) estas primeras convicciones con la esperanza de que nunca se hagan realidad?».

El contagio del descontento

Aprendemos que, sea cual fuere la agenda inmediata, siempre existen temas candentes que absorben la atención y concentran la controversia en medios y redes sociales. Como consecuencia, los temas de fondo, menos noticiables pero con un impacto más estratégico y prolongado, no merecen la atención que debieran.

La comunicación actual se desvive por eventos-catástrofe como los incendios de Australia o la pandemia de coronavirus, mientras relega a la marginalidad los mecanismos de contexto que explican el desprecio de la opinión pública por temáticas complejas y dispersas como la lucha contra el cambio climático o las medidas de prevención sanitaria que eviten fenómenos conspiracionistas como el movimiento de los antivacunas.

Nuestra hipersensibilidad mediática ha ido de la mano de la expansión del uso de teléfonos inteligentes, redes sociales y aplicaciones de mensajería, hasta el punto de facilitar una tendencia compartida desde hace una década a escala planetaria: las protestas de signo político y contestatario han aumentado su frecuencia, tamaño y virulencia desde el inicio de la primavera árabe. Lo explica Rachel Dobbs en The Economist.

La correlación de dos fenómenos no implica que uno de ellos haya causado o acrecentado el otro, si bien existe un análisis documentado del impacto de las nuevas herramientas y el comportamiento reactivo y volátil de quienes se organizan a través de campañas a menudo avivadas con teorías conspirativas y desinformación.

Del evolucionismo vírico al cultural

En los próximos meses, será difícil que podamos evadirnos de temáticas como el impacto del coronavirus, la recesión global, la geopolítica del precio del petróleo, la batalla de Trump y Biden (que entrará en el terreno del juego sucio y conspirativo, tras el atracón memético en torno a Bernie Sanders), y sucedáneos locales asociados con estas tendencias informativas.

En cambio, será más difícil que temáticas de fondo con una importancia crucial en las próximas décadas, como la urgencia de crear una economía productiva circular y reducir a niveles marginales el uso de combustibles como el carbón para generar energía, caen de las primeras posiciones de la agenda pública.

Poco a poco, el tecno-optimismo da paso a versiones menos edulcoradas del futuro económico y energético, dada la incapacidad de las sociedades contemporáneas para hallar incluso métodos de medición del bienestar ajenos la quimera del crecimiento perpetuo.

De momento, como argumenta Branko Milanović, debemos conformarnos con la dolorosa contemplación de nuestras contradicciones: hace unas semanas muchos líderes de opinión trataban de convencernos sobre la conveniencia de reducir los vuelos, y ahora existe la preocupación de que las principales economías entren en recesión y, de paso, se reduzca el número de vuelos (y emisiones).

Los modelos de Vaclav Smil

En su reseña del último ensayo del analista político Vaclav Smil (Growth: From Microorganisms to Megacities), Ted Nordhaus (investigador del Breaktrough Institute en Oakland, California) evoca la dificultad de nuestra civilización para definir lo realmente crucial y actuar en consecuencia.

Los patrones de crecimiento de la naturaleza y los generados por el hombre tienen muchas similitudes, pero la capacidad de los primeros para adaptarse a las condiciones ambientales y evitar el colapso está a menudo ausente de los diseños humanos a gran escala.

Smil cita al economista Kenneth Boulding para subrayar nuestra dependencia de los relatos de tecno-optimismo y los errores de cálculo de Thomas Malthus para convencernos de que, antes de que sea demasiado tarde, hallaremos el método para corregir el rumbo y evitar el colapso medioambiental:

«Cualquiera que crea en el crecimiento indefinido en un medio físico, en un planeta físicamente finito, es o bien un loco o un economista».

Microorganismos y megaciudades

El propio concepto de la economía circular, tesis según la cual los desechos se convierten en nutrientes de un ciclo productivo sin impacto, contradice la segunda ley de la termodinámica: la entropía constata que no podremos reconstruir muchos sistemas que se deterioran con el tiempo por su propia composición.

A lo sumo, podemos frenar radicalmente los niveles de deterioro con técnicas cada vez más sofisticadas de mantenimiento, reconversión, reconstitución.

Y repetir aliviados que, una vez más, los agoreros más catastrofistas se habrán equivocado en sus proyecciones apocalípticas tanto como lo hizo el propio reverendo Malthus, incapaz de considerar en sus impecables modelos matemáticos la ingenuidad humana y los incentivos (sociales, económicos, personales) para remendar nuestros excesos colectivos más injustificables.

La economía circular y los esfuerzos para reducir las emisiones de CO2 menos necesarias (como las que dependen de la incineración o de la producción energética con carbón), deberán esperar, una vez más, sepultadas bajo una agenda informativa de un cromatismo milenarista que agradará a conspiracionistas, a nacionalistas y a fanáticos religiosos por igual.