En momentos de incertidumbre política y económica en los países desarrollados, constatar que la diversidad y apertura de una sociedad mejoran su creatividad, diligencia y ética del trabajo es impopular.
Los estudios confirman que la diversidad reporta beneficios a la larga, contradiciendo así a miedos atávicos y mensajes de pesimismo nacionalista.
Así lo confirman los lugares más dinámicos del mundo, tales como Silicon Valley, o el hecho de que el 51% de las empresas tecnológicas estadounidenses con más de 1.000 millones de dólares de valor fueran creadas por inmigrantes.
Políticos en busca del Retweet
Gobiernos y aspirantes a gobernar explotan a menudo el miedo de la población al influjo de extranjeros: prueba de ello es la estrategia de comunicación que siguen.
Los dos candidatos que han atraído mayor interés mediático en las primarias estadounidenses, Donald Trump y Bernie Sanders, se presentan como “anti-establishment” y airean su hostilidad a la globalización, proponiendo políticas de nacionalismo económico y comercial (para proteger, según ellos, a los trabajadores estadounidenses más vulnerables).
Ambos superan la retórica de quienes se suponía que asumían posiciones extremas en los dos partidos. Ambos, asimismo, coinciden en la improvisación y falta de rigurosidad y proteccionismo de sus políticas económicas.
Cuando la retórica anti-inmigración gana a los programas sensatos
Donald Trump ofrece, además, una retórica pesimista y no sólo restricciones a nuevos inmigrantes, sino construir un muro en la frontera con México y expulsar a los millones de inmigrantes no regularizados en su país, incluyendo a contribuidores netos a la economía estadounidense.
En paralelo, la Unión Europea trata de frenar el influjo de refugiados que entran por sus fronteras orientales procedentes de la guerra en Siria, negociando con Turquía un acuerdo para que frene la llegada y acoja a refugiados en territorio europeo que serían devueltos a cambio de una entrada regularizada que equivaldría al mismo número de repatriados.
A diferencia de la presión humanitaria que la Unión Europea tiene en sus fronteras, la inmigración a Estados Unidos ha cambiado su perfil tradicional en los últimos años, si bien los estereotipos perduran, como constata la popularidad de la retórica de Donald Trump sobre un grupo particular de inmigrantes: los mexicanos.
El político que se hacía popular apoyando implícitamente la tortura
En los últimos años, no sólo se ha estabilizado la llegada de inmigrantes mexicanos a suelo estadounidense, sino que el censo muestra claramente cómo salen más personas que entran, debido, entre otros factores: a menores oportunidades de trabajo en Estados Unidos; y a mejores perspectivas económicas en su propio país.
Pew Research explica que, en la última década, la inmigración mexicana a Estados Unidos se ha frenado, y el origen de la mayoría de quienes cruzan la frontera sur de Estados Unidos es Centroamérica.
El aspirante a candidato republicano Trump eleva también su retórica demagógica contra “todos” los musulmanes, declarando incluso (recordemos que Trump lidera las primarias republicanas): que hay que ponerse “duros” con ellos, porque muchos de ellos son terroristas, y no sólo habría que “ponerse duros” con los terroristas potenciales, sino “con sus familias”.
Atizar el descontento con inmigrantes y refugiados
“Y la otra cosa tiene que ver con los terroristas, uno tiene que echar a sus familias”, dice Trump. Hay que recordar que este tipo de declaraciones aumentan su popularidad, y no a la inversa.
Los demagogos explotan verdades de perogrullo, llevándolas a su terreno:
- la libre circulación de personas desde terceros países hacia Norteamérica o la Unión Europea no favorecería a quienes entraran en busca de un futuro más próspero, y crearía tensiones difíciles de absorber;
- fenómenos como la deslocalización han afectado a muchos trabajadores, sobre todo los de menor cualificación o capacidad para reorientar su carrera;
- dentro de determinadas minorías, hay grupos violentos organizados dispuestos a atentar (lo que en ningún caso equivale a generalizaciones falsas e irresponsables como las que pretenden asociar a toda la población de un erigen determinado con un comportamiento deleznable -un ejemplo: Trump llegó a asegurar que los mexicanos eran “violadores”-).
La responsabilidad de Alemania
Entre las grandes potencias desarrolladas, Alemania y Canadá son los únicos países que han mantenido una política de acogida ajena al sentimiento de un sector creciente de la población.
No obstante, los abusos sexuales a decenas de mujeres en Colonia durante la pasada Nochevieja, a cargo de jóvenes árabes (de los 58 detenidos, sólo 3 eran refugiados sirios), así como el auge de la extrema derecha en las últimas elecciones regionales, afectan a la popularidad de Angela Merkel, que ha reafirmado su política migratoria pese a presiones en la gran coalición que su partido mantiene con los socialdemócratas.
Acontecimientos extraordinarios (como una crisis de refugiados) o aislados (como el peligroso auge del salafismo, o interpretación fundamentalista del Islam, entre jóvenes europeos), no deberían producir entre las sociedades más prósperas el efecto que el yihadismo pretende extender: una condena de la población a todo lo árabe sin distingos, o fenómeno de chivo expiatorio que recuerda a estados de opinión pública que creíamos olvidados en Occidente.
¿De quién es el traje vacío?
En la Unión Europea, el terrorismo y la inmigración ilegal han alentado políticas que restringen tanto la libre circulación de cualquiera (europeos y no europeos) como la protección de datos; el Reino Unido se plantea incluso salir de la UE. Ocurriría algo similar -quizá multiplicado en publicidad y efectos- en Estados Unidos si alguien como Trump llegara a ser presidente, país del que depende en gran medida la neutralidad de Internet.
Pese a la relativa mejoría económica, los efectos a largo plazo de la Gran Recesión se manifiestan el el clima político y la prevalencia del voto de castigo a los partidos gobernantes, pero también en una creciente hostilidad contra todo lo que sea susceptible de etiquetarse como élites: instituciones, corporaciones, grupos de presión, grandes fortunas, etc.
Incluso algunos expertos conocidos por su retórica “contraria” a la de la mayoría, creen que el voto de castigo a lo que se percibe como poder acomodaticio tiene que ver con una “rebelión” contra los “trajes vacíos”, si bien hay quien llamaba no hace mucho “traje vacío” a Donald Trump, quien se supone que lideraría este fenómeno.
Contra la retórica del “no es para tanto”
Otros comentaristas de peso, como David Brooks en The New York Times, argumentan con convicción por qué Trump es un demagogo y una elección que costaría cara a los estadounidenses.
El propio Brooks es uno de los pocos periodistas de peso que asume su parte de responsabilidad en el fenómeno de las inusitadas primarias. “Para mí, [el atractivo de Trump entre los votantes conservadores descontentos, habitantes de las zonas deprimidas antes y después de la crisis] es una lección -escribe- de que tengo que cambiar la manera en que hago mi trabajo si voy a escribir noticias sobre este país”.
Y The Economist cree que Trump como presidente sería un “factor de riesgo global” mayor que el yihadismo. Poco más que añadir.
Insultómetro
Si Trump se atreve a decir que The Economist ha perdido toda su credibilidad, habrá que recordarle que, según la encuesta de medios de Pew Research, el semanario británico tiene un ratio de credibilidad superior a cualquier medio con sede en Estados Unidos.
Los propios analistas republicanos muestran su estupor ante la marcha fulgurante de Trump, como expone Matthew Yglesias en Vox.com con ejemplos más que ilustrativos.
Mientras tanto, la lista de insultos de Trump a todo lo que se mueve y muestra sus reservas ante él crece en The New York Times.
Los inmigrantes de los que no habla Trump
Lo más preocupante de la retórica aislacionista y anti-inmigrantes que atrae a una porción creciente de las sociedades avanzadas es el sesgo de sus afirmaciones, que van desde la parcialidad de sus interpretaciones -apelando a datos incompletos, o eligiendo los datos que más convienen en cada momento- a la falsedad que parte de leyendas urbanas, creencias no fundadas…
O, simple y llanamente, intolerancia, hasta el punto de que los delegados de Illinois del propio Trump durante las primarias con apellido no anglosajón no salieron elegidos.
La realidad hace añicos a la retórica anti-inmigrantes cuando se analiza la contribución de éstos en sociedades como la estadounidense, donde son una parte insustituible en uno de los epicentros de la prosperidad e innovación mundiales: Silicon Valley.
Mark Zuckerberg y Bill Gates, entre otros, han reiterado que Estados Unidos debería facilitar la inmigración de trabajadores cualificados (visados H-1B), y no lo hacen por caridad.
Cuando la diversidad promueve el pensamiento complejo
Los trabajadores inmigrantes crean de media más empresas y ofrecen más puestos de trabajo, al contar con intangibles como su mentalidad emprendedora y un rasgo que expertos como Eric Weiner (autor del ensayo Geography of Genious) consideran esencial en la creatividad: la mentalidad “insider outsider”: demasiado alejados como para analizar situaciones con originalidad y frescura, a la vez que conocedores del entorno que les acoge y el mundo que habitan, cada vez más interconectado (guste o no).
La diversidad no sólo no nos empobrece o debilita, sino que hay estudios que explican con detalle que la diversidad fortalece y dinamiza las sociedades; basta con pasear por Silicon Valley o por cualquiera de los centros de investigación más prestigiosos del mundo, para constatar que los equipos son cada vez más diversos e interdisciplinares, y ello repercute positivamente sobre el resultado (y no a la inversa, como señala la retórica dominante).
Scientific American nos recuerda en un artículo que convivir con gente distinta a nosotros nos hace más creativos y diligentes, además de espolear nuestra capacidad de trabajo. Las ciudades más prósperas del mundo comparten un rasgo: su diversidad y atractivo para atraer talento tanto regional como internacional.
Inmigración, diversidad y creatividad
La diversidad de la población puede crear “malestar, interacciones más complejas, falta de confianza, mayor percepción de conflictos entre personas, menor comunicación, menor cohesión, más preocupación sobre la falta de respeto, y otros problemas”. Esta es la vertiente de la realidad explotada por Donald Trump y la extrema derecha europea. Lo que olvidan éstos son los beneficios de una sociedad más abierta.
Scientific American: “Décadas de investigación de científicos organizacionales, psicólogos, sociólogos, economistas y demógrafos muestran que los grupos socialmente diversos (es decir, aquellos con una diversidad de raza, etnicidad, género y orientación sexual) son más innovadores que los grupos homogéneos”.
El fenómeno no se debe únicamente a la información novedosa que procede de personas con distinto entorno, sino al meta-aprendizaje derivado de trabajar y convivir con individuos que son distintos a uno mismo: los miembros de ese grupo se preparan mejor, aprenden a anticipar puntos de vista alternativos, y comprenden la complejidad y valor de alcanzar un consenso.
Este capital intangible puede mejorar la investigación, así como productos y servicios que dependen de la innovación.
El impacto (positivo) de la diversidad
Según Katherine W. Phillips, profesora de la Columbia Business School y autor del artículo de Scientific American, para comprender el impacto positivo de la diversidad (y, por extensión, la inmigración) hay que analizar el concepto de diversidad informacional, que interesa a centros educativos próximos a zonas donde lo han convertido en modelo de éxito, como Silicon Valley.
Del mismo modo que un equipo multidisciplinar puede crear un automóvil más avanzado, la diversidad social actuaría de un modo similar en cualquier campo. “Un hombre o mujer ingenieros pueden tener perspectivas tan distintas como las que mantienen el uno del otro un ingeniero y un físico”. Y esto, dicen los resultados, es bueno.
Varias universidades estadounidenses estudian los procesos e impacto sobre la economía de la diversidad en instituciones y empresas. También sirve para la política. Un ejemplo: un estudio conjunto de la Universidad de Illinois, Oklahoma State, Ohio State y Columbia Business School preguntó su afiliación política a 186 estadounidenses.
Razonar para elevarnos ante atavismos tribales
A continuación, los participantes se enfrentaron a la simulación de un crimen misterioso y se les indicó que prepararan su punto de vista sobre el suceso de cara a un debate con otro participante que estaría en desacuerdo con su interlocutor.
El estudio muestra consistentemente cómo quienes sabían que celebrarían su debate con un simpatizante de su mismo partido se prepararon con mayor deficiencia para la discusión.
Por el contrario, “cuando el desacuerdo procede de una persona socialmente distinta, nos exigimos mayor dedicación. La diversidad estimula nuestra acción cognitiva de maneras que la homogeneidad simplemente es incapaz”.
Hay numerosos ejemplos que ilustrarían los efectos positivos de una mayor diversidad, pero la agenda política actual prefiere alimentar el miedo de la ciudadanía a la los efectos de la tecnología, la globalización o la inmigración a intentar contrarrestarlos con campañas informativas que inviten a la calma, el debate y el escepticismo ante mensajes interesadamente pesimistas/derrotistas. El rédito político que capitaliza la rabia tiene malos -y muy serios- precedentes.
Diversidad y socratismo
En un escenario plausible, un investigador escribe la sección de un artículo científico que copresentará en una conferencia. Ante este reto, el investigador anticipa el desacuerdo y dificultad potenciales que surgirían del hecho de que éste es chino y su colaborador estadounidense.
En este escenario, recuerda Katherine W. Phillips, “el investigador se esforzará más por explicar su razonamiento y anticipar alternativas que no habrían surgido en otras circunstancias”.
La diversidad promueve mayor esfuerzo y creatividad, ya que implica que los participantes aventuran el fruto de la dialéctica conocido desde que Sócrates, inspirado en los sofistas, recomendara el diálogo para avanzar en el conocimiento de cualquier hipótesis.
La diversidad requiere mayor cintura, mayor estatura cultural e intelectual, al requerir mayor esfuerzo, que el artículo de Scientific American compara con el ejercicio: la mejoría llega con el esfuerzo.
¿En qué entornos germina la creatividad?
Los hallazgos de los estudios como los mencionados por Katherine W. Phillips son consistentes con la hipótesis del ensayista Steven Johnson acerca de la innovación y de la creatividad. En su ensayo Where Good Ideas Come From, Johnson relaciona los patrones de avance humano con las ideas sobre complejidad y evolución de la vida a cargo del biólogo teórico Stuart Kauffman.
Como Stuart Kauffman hace cuando se refiere a la llegada de “innovaciones” en organismos vivos, que son posibles sólo cuando se logra un estado de complejidad y madurez previa (que a su vez se asienta sobre otro “momento” de complejidad, y éste sobre otro, como peldaños evolutivos donde surge la “idea” debido a la “madurez” del caldo de cultivo), Steven Johnson habla de lo “adyacente posible” cuando se trata de detectar el origen de las buenas ideas.
Según la teoría de Johnson, importada desde la teoría biológica al campo de la creatividad humana, las “ideas” e “invenciones” surgen cuando existe la posibilidad, al haber un entorno diverso, rico y estimulado para experimentar y reconocer lo extraordinario. Más que “invenciones”, las sociedades humanas progresan peldaño a peldaño sobre “hallazgos” previos, o descubrimientos a los que llega su momento histórico o dan con la persona o grupo adecuado.
Lo adyacente posible: el escalón de desarrollo que prepara la próxima innovación
El cálculo, por ejemplo, fue inventado en dos ocasiones, por Isaac Newton y Gottfried Leibniz, sin que ninguno supiera el trabajo del otro. El fenómeno de lo “adyacente posible” explica también la dinámica e hitos de la era de los descubrimientos o de la era espacial.
El elemento clave de los entornos que producen ideas que nos hacen avanzar es su carácter líquido y abierto, donde existe una competición interna para propagar ideas decisivas, así como una predisposición para adoptarlas y mejorarlas (hay, en otras palabras, gente más diversa y con más tolerancia al cambio, así como más usuarios pioneros -“early adopters”-).
Hay distintas maneras, argumenta Steven Johnson, para que se produzcan los grandes avances, pero éstos aparecen con mayor probabilidad en lugares con la mayor diversidad posible: en biología, la mayor innovación y diversidad se produce en lugares con riqueza de nutrientes y condiciones ambientales que facilitan su interacción (como el choque de temperaturas y corrientes, etc.).
Cuando la homogeneización es empobrecimiento
Según la hipótesis de lo “adyacente posible”, si los arrecifes de coral o las selvas tropicales son un terreno especialmente fructífero para la innovación biológica, las ciudades cosmopolitas jugarían un papel similar en sistemas humanos.
La prosperidad, como el arte y la innovación, dependen de aspectos que cuesta lograr pero, una vez se han estimulado, es fácil perder: la capacidad para reconocer el esfuerzo y demandar nuevas cotas de excelencia no depende de la diversidad per se, pero sí de una mentalidad abierta y escéptica, ajena al comportamiento dogmático que surge de la homogeneidad y la autocomplacencia.
Es lo que diferencia a la vibrante y cosmopolita Viena modernista (capital de un Imperio que aceleraba su descomposición pero a la vez estimulaba la experimentación entre sus intelectuales) de la homogénea, próspera, aburrida e irrelevante Viena actual.
En una, la Wiener Moderne, fueron posibles Ludwig Wittgenstein, Stefan Zweig, Ernst Mach, o Sigmund Freud, mientras la otra ha dejado de competir en la liga de las grandes urbes cosmopolitas.