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Cultura de parientes remotos: aprendiendo de los neandertales

En una era en que coches autónomos, drones tripulados, cohetes reusables y algoritmos que aprenden con la experiencia han entrado en la normalidad (dando pie a expresiones en artículos como “el accidente se produjo mientras un humano conducía el vehículo”), la ciencia cognitiva sigue frustrada ante el misterio de la conciencia humana.

La conciencia es el fenómeno emergente —sistema cuyo resultado es superior a la mera suma de sus partes— más célebre, cuyo resultado no es sólo nuestra capacidad para razonar y elaborar un relato de nuestra existencia en el medio, trascendiendo el presente y la memoria inmediata para armar algo tan complejo que hemos necesitado metafísica, arte, música y otras expresiones para evocar su esencia y naturaleza: ¿trascendente, indescifrable?

Nuestra visión parcial y atávica del conocimiento y de la propia experiencia explican por qué incluso la ciencia que consideramos más “objetiva” se apoya sobre supuestos culturales y puntos de vista parciales, relacionados con quiénes somos y a qué contexto pertenecemos.

Lo que explicamos y cómo lo explicamos

La propia Ilustración y sus valores más compartidos es fruto de un momento histórico y una visión del mundo: eurocentrismo, racialismo y disciplinas que, sirviéndose de teorías científicas como el evolucionismo de Darwin, pretendían confirmar la supuesta superioridad de una raza y cultura sobre el resto de la humanidad.

Los prejuicios más contradictorios de la propia Ilustración no murieron con críticas como la de Nietzsche, y ensayos como Enlightenment Now de Steven Pinker muestran hasta qué punto hemos sustituido la cuantificación parcial y provisional de la realidad con la propia realidad…

La pseudociencia que llevó al fundador del eugenismo moderno, Francis Galton, a abogar por la ingeniería social que tanto influiría sobre las sociedades anglosajonas y el fascismo europeo, es una de las facetas en que este reduccionismo científico se manifestó en el siglo XIX; en la misma época, la emergencia de las ciencias sociales, tan dispuestas a asumir los postulados del positivismo y el evolucionismo como dogma de fe, condujeron al error de bulto de dividir comportamiento social (y propensión al delito) entre razas, clases sociales y morfología.

Orígenes del positivismo biológico y su deriva racialista

Así, los primeros criminólogos autoproclamados “científicos” se sirvieron de técnicas hoy consideradas pseudociencia barata, pero entonces asumidas como herramienta objetiva capaz de condenar a un hombre a la horca por supuestas evidencias como la propensión al crimen inferida por la forma del cráneo, la cabeza y las facciones.

La frenología y el eugenismo proclamaron que el carácter, la personalidad y la tendencia criminal estaban determinadas por el origen racial, la forma de la cabeza y la relativa “modernidad” o “primitivismo” de las facciones, tomando el aspecto ideal eurocéntrico como modelo de salud, equilibrio y racionalidad aplicable al resto de la humanidad…

Disciplinas y prácticas como la frenología y el eugenismo fueron denunciadas debido a la charlatanería de sus presunciones pseudocientíficas, lo que no evitó su uso hasta bien entrado el siglo XX. Las ideas de Enrico Ferri, quien creía que las tendencias criminales de personas con aspectos “primitivos” se escapaban del control de estos seres inferiores, inspiraron no sólo la criminología moderna, sino también prácticas de eugenismo de Estado tales como la esterilización forzosa de minorías étnicas y sociales, así como de disminuidos psíquicos y físicos.

La pseudociencia eurocéntrica inspirada en la Ilustración

Los orígenes de la antropología moderna no están exentos de la pseudociencia racialista y eurocéntrica. Racialismo y eurocentrismo son tan fruto de la Ilustración como la teoría evolutiva de Darwin en la que se habían inspirado, usándola con la parcialidad y mala fe propias de un momento histórico en que se ponía en duda la capacidad intelectual y “humanidad” de poblaciones ajenas a la europea.

El sociólogo italiano del siglo XIX Cesare Lombroso, uno de los principales impulsores del positivismo biológico (próximo a ideas como el evolucionismo social —”supervivencia de los más aptos”— del británico Herbert Spencer), dedicó su carrera a demostrar la supuesta relación entre rasgos primitivos y tendencia al crimen.

Gráfico a cargo del genetista Razib Khan que muestra el “estuario” actualizado de la compleja —y entrelazada— evolución humana (pulsar sobre la imagen para acceder al documento original)

Basándose en los primeros fósiles y descripciones del hombre de Neandertal, en 1829 —Bélgica— y 1848 —Gibraltar—, Lombroso asoció rasgos como la anchura de los pómulos, el paladar hendido, los arcos superciliares marcados y el mentón retraído (observados en los restos fósiles) como síntomas de atraso intelectual y tendencia criminal.

Un siglo después, la antropología ha abandonado el atavismo pseudocientífico de los pensadores positivistas, si bien surgen nuevas barreras: abandonadas las ideas del racialismo, la eugenesia y la frenología, en las últimas décadas permanece una última frontera, que asocia rasgos considerados propios de la especie humana actual como exclusivos de esta subespecie: conciencia avanzada, razonamiento abstracto, uso de lenguaje complejo y voluntad de trascendencia —arte, metafísica, cultura fúnebre, etc.—.

El relato frenológico sobre nuestros antepasados remotos

Nuevos hallazgos y mejores técnicas de análisis comparativo y estudio de evidencias (lo que permite sopesar hipótesis con, por ejemplo, simulaciones informáticas) arrojan luz sobre los escasos rastros del pasado remoto en que nuestra especie fue apenas una de las muchas subespecies del género homo habitando África y Eurasia.

En el nuevo contexto científico, surgen preguntas provocadoras: ¿qué compartían con nosotros nuestros parientes extintos?; ¿son el habla, las organizaciones sociales complejas, el arte, los ritos funerarios o el pensamiento metafísico atributos de una sola especie de homínidos del género homo, nosotros, o compartíamos algunos o todos estos rasgos con parientes con los que convivimos y nos cruzamos, tales como neandertales, denisovanos y, posiblemente, descendientes más primitivos?

A ciencia cierta, los ancestros de las poblaciones euroasiáticas actuales se cruzaron con neandertales y denisovanos: hay evidencia genética que lo confirma. Asimismo, se especula sobre un mestizaje no confirmado entre humanos y preneandertales en Europa (homo heidelbergensis) y con homo erectus en Asia.

Avances genéticos en el estudio de nuestros orígenes

La antropología avanza con mejores técnicas de datación de fósiles, estudio de artefactos e incluso análisis genético del suelo y el polvo de cuevas habitadas por nuestros ancestros, aunque no aparezcan restos visibles de su presencia.

El acceso a investigaciones históricas y yacimientos importantes en todo el mundo alumbra rincones de una evolución que mantiene muchas incógnitas, e Internet asiste tanto a expertos como al gran público, cuyo interés por la evolución del género homo aumenta a medida que el relato científico aporta detalles que humanizan la vida cotidiana de nuestros ancestros.

En tanto que únicos supervivientes de la subtribu hominini, somos los únicos primates homínidos bípedos, con pies sin rastro de su pasado prensil y su dedo mayor alineado con los restantes, con caminar erguido y gran capacidad craneal en proporción a nuestras dimensiones.

Tal y como hicieron los primeros humanos anatómicamente modernos, otras especies humanas abandonaron África y se extendieron por Eurasia, coincidiendo con el ocaso de parientes que habían abandonado África con anterioridad.

Algunos de estos parientes arcaicos habitaron lugares remotos sin dejar más rastro que un puñado de restos y herramientas. En algunas islas del mar de Java, evoluciones especializadas del primitivo homo erectus, entre los primeros homínidos en colonizar Eurasia, habrían sobrevivido hasta hace 12.000 años… cuando, en el otro extremo de Eurasia, grupos de humanos modernos iniciaban la domesticación de plantas y animales en el Creciente Fértil.

El mundo de neandertales y denisovanos

Los últimos parientes del género homo en desaparecer en Eurasia, el hombre de Neandertal y el de Denisova, se asemejaban más al hombre moderno, anatómicamente y en comportamiento, que el hombre de Java y de Pekín (homo erectus). Neandertales y denisovanos evolucionaron a partir del Homo Heidelbergensis, el cual habría colonizado Europa hace 500.000 años, extendiéndose por las frías estepas del Pleistoceno medio.

Yacimientos como el de la Sima de los Huesos en Atapuerca confirman el parentesco entre estos pre-neandertales y sus descendientes, que habrían convivido durante milenios con humanos modernos y —hoy sabemos gracias a estudios genéticos— se habrían cruzado con nosotros desde que los primeros antepasados del hombre moderno abandonaron África.

El encuentro entre tribus de hombres modernos y neandertales coincide en el tiempo con la extinción de los últimos grupos de homo heidelbergensis, que habían sido sustituidos por sus descendientes neandertales (Europa) y denisovanos (Asia), anatómicamente más modernos y culturalmente más avanzados y adaptados a las condiciones locales (clima extremo en Europa, aislamiento y altitud en grupos denisovanos, etc.).

Cuesta creer que, si hace tan sólo 100.000 años, varias especies de homínidos habitaban y competían por el territorio de África y Eurasia, sólo se produjera el cruce entre homo sapiens sapiens y los descendientes del homo heidelbergensis, neandertales y denisovanos. Éstos últimos habrían tenido la oportunidad del intercambio genético y cultural con el homo erectus, que se había aventurado lejos de África mucho antes que los grupos como el hallado en la Sima de los Huesos.

Rastros de numerosos encuentros en el pasado

La evolución anatómica de preneandertales (homo heidelbergensis, homo antecessor) en neandertales y denisovanos guarda paralelismos con la que condujo a grupos africanos a la evolución que alumbraría al hombre moderno.

Hallazgos en los últimos cinco años contradicen hipótesis anteriores que situaban el surgimiento de nuestros ancestros en la región del Este africano conocida como “cuna de la humanidad”: el descubrimiento de fósiles humanos anatómicamente modernos en Marruecos que datarían de hace entre 315.000 y 300.000 años no sólo aleja la fecha del surgimiento de nuestra especie, sino que la circunscribe a la totalidad del continente africano, y no a un sólo punto como se había creído.

El contexto evolutivo en África habría sido, si cabe, potencialmente más intrincado, con numerosas líneas evolutivas de varias especies de homínido que habrían convivido en la misma geografía y, seguramente, conformado poblaciones con cierto mestizaje. En julio de 2018, un grupo de científicos publicaba un artículo en Molecular Biology and Evolution que expone la especificidad de una proteína salivar de los humanos actuales con ancestros del África subsahariana, una especificidad que confirma el material genético que habría dejado el mestizaje hace unos 150.000 años con una especie de homínido desconocida todavía por la ciencia.

Uno de los firmantes del artículo sobre el hallazgo, el biólogo molecular de la Universidad de Buffalo, Omar Gokcumen, resumía así el estado actual de la antropología:

“Ha quedado muy claro para los investigadores que, si bien la mayoría de nuestro genoma puede relacionarse con una población ancestral particular de homo sapiens, hay una evidencia observable de que otras poblaciones más pequeñas se integraron en el acervo genético del ser humano moderno.”

Los últimos descendientes del homo erectus

El hombre moderno es sobre todo fruto de una línea evolutiva circunscrita a África que habría surgido a partir de un pariente lejano del homo heidelbergensis, que conocemos como homo rhodesiensis, el cual se habría asentado en todo el continente africano, extinguiéndose después de que una de sus líneas evolutivas (como muestra el cráneo del homo helmei, con rasgos arcaicos que suponen la antesala anatómica de nuestros ancestros), diera pie al hombre moderno, imponiéndose al resto de un modo que jamás llegaremos a desentrañar del todo.

En torno a hace 100.000 años, cuando el hombre moderno se extiende por Eurasia, éste se topará con las distintas poblaciones del género homo y su idiosincrasia: ¿qué cultura? ¿qué tipo de comunicación? ¿qué herramientas? ¿qué tipo de dieta, organización social, visión metafísica del propio grupo y de lo circundante?

Los fósiles reconstruyen y, sin ayuda de una imaginación entrenada y rica en matices y conocimiento sobre el terreno, no evocan más que una visión distorsionada de estos parientes lejanos.

Hay restos de hombres arcaicos en África y Eurasia (neandertales, denisovanos y sus precursores), así como adaptaciones insulares de especies todavía anteriores como el homo floresiensis (adaptación especializada del arcaico homo erectus), el menudo “hobbit” de la isla de Flores en Indonesia, que se extinguieron mucho después de que el hombre moderno hubiera dejado África, y nuestro reencuentro con algunas de estas especies aportó características genéticas y anatómicas y de adaptación al medio que varias poblaciones humanas todavía conservan.

Paisaje recorrido por el homo heidelbergensis

Los descendientes de Europeos conservan el rastro genético del mestizaje con neandertales, mientras el rastro de los extintos denisovanos está presente en los habitantes de Asia Central y Oriental, poblaciones aborígenes de Australia y Melanesia, además de explicar el éxito de adaptaciones como la que habría garantizado la supervivencia de la población tibetana en en entornos con altitud y clima extremos.

Rasgos, comportamientos, adaptaciones y dolencias de humanos modernos guardan una relación demostrable con el rasgo genético dejado por otras especies del género homo con que se habrían topado los primeros humanos modernos, tanto en África como fuera de su continente de origen.

¿Qué ocurre, sin embargo, con el origen de aspectos que no podemos relacionar con un rastro genético? ¿Podrá la antropología recrear especificidades y rasgos de comportamiento que habrían conformado la cultura neandertal, denisovana o de otros parientes extintos en África y el resto del mundo?

En los últimos años, hemos sabido qué tipo de cuerdas vocales y voz, qué color de ojos, qué nivel de variación genética dentro de grupos dispersos y qué tipo de técnicas habrían usado ancestros como los neandertales, no sólo conocedores del fuego, sino presuntos conductores de ritos funerarios desde sus orígenes arcaicos (a partir de la evidencia en la Sima de los Huesos), así como inventores de técnicas y herramientas.

¿Vestigios de arte neandertal?

Los vestigios arqueológicos y rupestres de entornos protegidos como la cueva de El Castillo, en el norte de la Península Ibérica (actual localidad de Puente Viesgo, Cantabria), presentan la complejidad de un pasado que hemos simplificado e higienizado con una mentalidad reduccionista no muy alejada de los prejuicios que llevaron a los evolucionistas del siglo XIX a creer en diferencias raciales y anatómicas, según las cuales las poblaciones humanas actuales eran más o menos “primitivas”, en función de su distancia con respecto al canon occidental de belleza y proporciones.

En esta cueva, conviven restos neandertales y humanos modernos que datan de períodos superpuestos, que abordan la cuestión de la posible convivencia de ambas poblaciones, acaso en los mismos grupos humanos y conformando parejas mixtas. El arte rupestre de la cueva, de varias épocas, tiene secciones que se remontan a hace unos 48.000 años, cuando un grupo de humanos imprimieron más de cincuenta manos en negativo sobre las paredes. Varias de estas manos pertenecen a mujeres, y existe la conjetura fundada de que sean manos de neandertales.

Las pinturas rupestres de la cueva de El Castillo refutan creencias asentadas en el imaginario científico y popular: la supuesta excepcionalidad y superioridad cultural de nuestra especie, así como su aislamiento con respecto a otros homínidos. Si las mujeres neandertal podían pintar como los hombres, la integración de ambos géneros en roles preemientes precedería incluso nuestra especie, como también lo harían otros rasgos supuestamente modernos y propios de civilizaciones humanas “avanzadas”, como el cuidado de los más débiles.

Una vieja receta para confeccionar adhesivo

Hay evidencias innegables de grupos neandertales cuidando de niños y ancianos enfermos, tal y como demuestran las graves heridas y malformaciones con tratamiento visible en niños y ancianos.

La reconstrucción de una sofisticada cultura neandertal (o, menor dicho, “sofisticadas”, en plural) no ha hecho más que empezar. En los últimos tiempos hemos conocido las presuntas características de una técnica neandertal para elaborar una pasta usada como sustancia adhesiva, e incluso recuperado herramientas de madera endurecidas con una técnica ígnea para carbonizar su superficie, también desarrollada y usada por neandertales, tal y como queda claro en el yacimiento arqueológico de Poggetti Vecchi, Toscana (Italia), que sitúa estos avances técnicos en una época (hace 170.000 años) en que Europa estaba habitada sólo por estos descendientes del homo heidelbergensis.

Las conjeturas sobre la cultura de neandertales, denisovanos, supervivientes recientes del homo erectus (como los “hobbit” de la isla indonesia de Flores) y otros parientes que habrían solapado su existencia con nuestros antepasados no harán más que crecer. Y quizá, a medida que emerjan detalles perdidos en la noche de los tiempos, como la mencionada receta para hacer pegamento de hace 200.000 años, surgirán oportunidades de definir con mayor amplitud el significado de “persona”.

Eso sí, muchas de estas conjeturas difícilmente abandonarán la condición de especulación, dada la imposibilidad de recrear aspectos culturales a partir de restos arqueológicos y rupestres, así como a partir de técnicas de biología evolutiva capaces de extraer restos de ADN del suelo aparentemente vacío de cuevas y yacimientos.

La conjetura científica según Diderot

Donde hoy vemos un rastro genético marginal, en tiempos remotos consistió en un complejo intercambio entre homo sapiens sapiens y sus parientes en el medio por el que se extendían. Choques, intercambios culturales y mestizaje con neandertales, denisovanos y especies que desconocemos quizá nos aportaran tecnologías y rasgos que consideramos exclusivos de nuestra especie. Quizá nunca lleguemos a saberlo.

Cuando, en la segunda mitad del siglo XVIII, Denis Diderot escribió el artículo de L’Encyclopédie dedicado al arte de la carpintería y los métodos de ensamblaje de muebles y estructuras de madera, incluyendo noventa ilustraciones detalladas con distintos tipos de ensamblaje, el ilustrado francés obvió la tradición milenaria de ensamblaje de madera de las civilizaciones china y japonesa, cuyo trabajo celebraba la unión de piezas de madera en lugar de esconderla, como ocurría en la ebanistería occidental.

El eurocentrismo de Diderot y su desconocimiento del evolucionismo y de la propia prehistoria humana privaron al sabio francés del sentido crítico y contexto necesarios para trazar el origen del ensamblaje de madera a períodos tan remotos como el neolítico.

Hoy sabemos que los primeros agricultores europeos fueron también esmerados carpinteros, capaces de servirse de herramientas especializadas para trabajar la madera.

Las primeras figuras e ídolos tallados se remontan en ocasiones decenas de miles de años, en un pasado remoto en que, quizá, el acervo y la memoria cultural no sólo de otros grupos, sino de otras especies de homínidos, jugaran el papel en técnicas y estéticas. Y lo que hoy consideramos reciente tenga, acaso, un origen ajeno a nosotros.

Eso sí: un origen igualmente humano.