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Descolonizar el futuro: asumir costes y revertir perspectivas

En función de la resolución de la imagen, de la distancia focal y de la apertura del diafragma, nuestra versión de la realidad en un momento concreto puede ser una u otra. Nuestra fotografía del presente (por tanto, el análisis empobrecido de un instante) puede adquirir distintas tonalidades en función de dónde decidamos observar.

Ocurre algo parecido con nuestra instantánea sobre el estado del astro que nos mantiene. Desde el punto de vista de nuestra especie, la mirada a corto plazo es esperanzadora, sobre todo si damos por buena la argumentación de tono positivista —y atenta sólo al análisis frío— de Steven Pinker y sus fuentes empíricas: el trabajo estadístico del académico alemán afincado en Oxford Max Roser, responsable del sitio de estadísticas Our World in Data, y el trabajo pionero de quien inspiró al propio Roser, el académico y estadístico sueco Hans Rosling, responsable de Gapminder hasta su muerte en febrero de 2017.

Cabaña apartada del filósofo noruego Arne Næss, que desarrolló el concepto de «ecología profunda» en la filosofía ecológica

Si nos centramos en el bienestar de nuestra especie, hay distintas lecturas —reconoce el propio Max Roser—, pero no hay duda de que, según los principales indicadores de prosperidad, hoy vivimos en el momento más próspero de la historia para la mayoría de la población mundial, si bien la dramática mejoría percibida por la nueva clase media en el mundo en desarrollo contrasta con el estancamiento de la prosperidad relativa de la clase media en muchos países desarrollados.

Así que, según adónde miremos —explica Roser—,

  • el mundo prosigue con su mejoría ascendente (en concordancia concepto ilustrado de «progreso»);
  • el mundo ha empeorado y no deja de hacerlo;
  • o el mundo no va del todo mal, pero podría ir mucho mejor.

La inercia de un modelo

¿Qué ocurre si tenemos en cuenta no sólo las perspectivas a medio plazo de nuestra especie, sino que optamos por integrar en nuestra gigantesca gráfica evolutiva imaginaria, la salud del planeta a largo plazo?

Empecemos por el rasgo más acusado del antropoceno: la incapacidad del mundo contemporáneo para desasociar los conceptos de prosperidad y crecimiento de los de aumento del consumo de recursos y emisiones de gases con efecto invernadero (consultar Our World in Data): ya conocemos los datos de 2018 y no son halagüeños.

La expansión del automóvil y los hábitos occidentales entre la clase media del mundo emergente, así como el aumento en las emisiones de la producción energética con carbón, hacen de 2018 el año en que se produjeron más emisiones de CO2 de la serie histórica, con 37.100 millones de toneladas liberadas a la atmósfera.

En 2018, las emisiones de la UE se mantuvieron estables, si bien crecieron en China (4,7% más con respecto al año anterior), Estados Unidos (un 2,5% más) e India (un 6,3% más).

Cuando adaptar el termostato es más sencillo que cambiar

Lo ocurrido en 2018 en Estados Unidos sitúa en perspectiva las limitaciones de nuestra especie para analizar el peligro y actuar en consecuencia, desde la esfera individual y comunitaria a la colectiva: cuando se trata de sopesar la importancia que otorgamos a nuestro bienestar inmediato con respecto a las consecuencias a gran escala de comportamientos como el nuestro, el interés personal se impone.

A causa de la deriva errática de los patrones climáticos —fenómeno asociado a las emisiones de CO2—, 2018 fue excepcionalmente extremo en Norteamérica, con una horquilla excepcional entre las temperaturas más bajas registradas en el invierno del Medio Oeste, y las temperaturas veraniegas más elevadas. Como consecuencia, la demanda energética para el uso de calefacción y aire acondicionado alcanzó se disparó; los analistas creen que 2019 evolucionará de un modo similar, debido tanto al aumento de olas de calor como al precio excepcionalmente bajo del gas natural, principal fuente en la generación energética estadounidense.

Ni siquiera el retroceso del carbón en energía, cuyo uso ha descendido el 40% desde 2005 y se encuentra en su nivel de consumo más bajo desde 1979, puede contrarrestar la ausencia fundamental de responsabilidad de la población norteamericana con respecto a la deriva climática.

Esta conclusión se deriva, al menos, de la suma de comportamientos individuales, que priorizan el interés coyuntural (confort personal a corto plazo, precio reducido de la energía, en particular del gas natural) ante cualquier interés abstracto y colectivo a largo plazo, como la salud del propio planeta.

Desinformación en Internet y fiasco climático

El gran fracaso de nuestro tiempo es la incapacidad de usar una herramienta transversal y de alcance global como Internet, para diseminar con éxito entre la mayoría del público información comprensible y a la vez fehaciente sobre el riesgo medioambiental al que nos enfrentamos. De momento, la infraestructura a priori descentralizada ha servido para sustituir los viejos medios por una cultura donde la popularidad superficial se impone al análisis, según los dictados de la memética.

El entretenimiento digital «all you can eat» ha expandido su modelo entre los nuevos proveedores de contenido de Silicon Valley y, para el mercado asiático, China; la prensa de análisis, que mantiene su nicho consolidado en la agenda informativa, se sirve de las mismas herramientas de seguimiento de audiencias y tendencias en tiempo real para ofrecer al público lo que éste quiere consumir, y no lo que debería conocer.

La agenda setting clásica, cuya deontología mostraba ya síntomas de agotamiento epistemológico en la cultura del espectáculo dominada por los medios de masas, ha sido superada por una diseminación de contenido personalizado que anida en las obsesiones de la audiencia, en vez de aportar el análisis necesario para combatirlas.

Como consecuencia, tiene que venir una activista sueca adolescente, Greta Thunberg, a recordarnos que los memes, las series y la carnaza superficial que revolotea en la pantalla de nuestros teléfonos, nos impiden ver el bosque. Pasan los años, los comportamientos de emisiones se agravan (en parte, para combatir la mayor «incomodidad» climática derivada de los efectos asociados al propio cambio climático; y en parte, como consecuencia del consumo mimético de la nueva clase media en los países emergentes, la cual no ha aprendido la lección y comete los mismos errores del mundo desarrollado: priorizar el consumo a corto plazo sin descontar el impacto medioambiental de la actividad y los desechos derivados).

Así que, vista la inacción y el espectáculo pueril en los despachos de los mayores —sobre todo en lugares como los epicentros de la vieja responsabilidad percibida, la del pragmatismo de estadounidenses y británicos—, nuestros hijos abren la puerta del despacho y se auto-invitan a la conversación, al ser ellos los herederos y los principales adjudicatarios del desmán del presente, que usa el futuro como un vertedero hacia el que no hay que mirar con responsabilidad.

Los nuevos adultos en la sala de reuniones: los adolescentes

Las empresas transnacionales no contribuyen en las sociedades donde operan con una aportación fiscal acorde a los beneficios logrados, obligando a las sociedades «prósperas» a endeudarse (aplazar pagos para que lo hagan las futuras generaciones) para mantener nivel de vida e infraestructuras; de manera simultánea, seguimos anclados en métodos para percibir y contar la riqueza que dependen del crecimiento de una estimación (PIB) para una región acotada determinada, eludiendo los flujos de capital, ahorro e inversiones, cuyo comportamiento apátrida contrasta con la celosa vigilancia de los Estados a la fiscalidad de la clase media asalariada.

Asistimos en tiempo real a una demostración de patio de colegio de la incapacidad para transformar nuestra visión del mundo, y para ajustar en consecuencia —y de manera progresiva— modelo productivo, estilo de vida, modelo fiscal y marco de valores (sobre, por ejemplo, la percepción de la riqueza y el bienestar, para lograr deshacernos del derroche superfluo de energía y recursos mientras mantenemos, a la vez, los beneficios reales de la prosperidad).

Y, debido a este comportamiento infantil, incapaz de tener en cuenta las consecuencias a largo plazo de las acciones del presente, los nuevos adultos en la sala de reuniones son los más jóvenes. Pero no hablamos de los adultos en la cuarentena, o en la treintena; ni siquiera de los trabajadores novatos y estudiantes de doctorado que se dirigen hacia la treintena.

Nos referimos a los adolescentes de hoy, estudiantes de secundaria que, como Greta Ernman Thunberg, no pueden quedarse de brazos cruzados cuando observan cómo sus tutores velan por el corto plazo mientras tratan de ocultar con un celo que roza lo obsesivo cualquier relación de causa y efecto entre la inercia de la sociedad que ellos dirigen y la deriva sintomática del mundo.

Cuando el ecologismo ya no es marginal, sino esencial

Sólo las metáforas más impactantes (carnaza, por tanto, de meme) logran nuestra atención durante un instante, pero apenas arrancan una ronda más de reuniones, acuerdos, declaraciones de buenas intenciones. Fenómenos como el plástico en los océanos (presente en el estómago de ballenas muertas, conocemos luego), transformación de ecosistemas forestales complejos por monocultivos como el aceite de palma, imposibilidad de poner en marcha sistemas de producción y consumo que apliquen una economía circular real, y no adscrita únicamente a las relaciones públicas…

Los más concienciados de entre los más jóvenes no se preparan para triunfar como adultos de acuerdo con los clichés utilitaristas (lectura económica del bienestar, el éxito, la prosperidad) que las cohortes hoy al mando han establecido para ellos.

Sabedores de que no podrán expresar su protesta del mismo modo que se realizaba en el mundo analógico —y según los parámetros de lucha de clases y trincheras en las calles inaugurados con la Primavera de los Pueblos y la Comuna parisina—, los adolescentes de hoy no se declaran «ecologistas» del mismo modo que los adolescentes de los sesenta abogaban por un marxismo que fracasaba estrepitosamente en las «sociedades modelo».

Los ecologistas más jóvenes lo son por necesidad, y comparten con los primeros ecologistas, los que lo fueron antes que el nombre, el vitalismo visceral de quien decide combatir contra los excesos infligidos a la naturaleza movidos por un sentido propio de la responsabilidad y un instinto de supervivencia (inexistente entre los baby boomers y sus descendientes más maduros).

Las intuiciones panteístas y alejadas del antropocentrismo, desde Spinoza a Aldo Leopold y Arne Naess, pasando por los filósofos trascendentalistas de Estados Unidos y su contrapunto en otros lugares (por ejemplo, en el cristianismo anarquista de Lev Tolstói), son los primeros intentos del pensamiento ecléctico que podría influir sobre los adolescentes de hoy, que no se resignan a esperar de brazos cruzados a heredar la factura que los adultos de hoy empujan hacia el futuro.

El tiempo perdido con vendedores de pócimas

Este conocimiento de los retos de hoy para evitar los peores escenarios del futuro debe ser interdisciplinar, basado en la evidencia, atento al conocimiento mediante la mejora constante de conjeturas científicas.

Los intentos históricos por instaurar un pensamiento que superara las generalizaciones y el reduccionismo positivistas, han sabido alertarnos de evoluciones complejas (y sí, en ocasiones han fallado tan estrepitosamente como el malthusianismo).

Los postuladores del neomalthusianismo parecen pretender que a la segunda irá la vencida, defendiendo ideas del fin del mundo más próximas al milenarismo religioso de los «preppers» survivalistas más radicales que a la evidencia científica. Por mucho que así se presente de manera interesada, no asistimos al Apocalipsis, sino al empeoramiento de patrones climáticos y ecosistemas debido a una negligencia compartida.

Arne Næss (1912-2009)

Sea como fuere, el conocimiento científico compartido y consensuado a partir de «universales subjetivos» (usando la terminología del constructivismo, que sirve también para el pensamiento sistémico y paradigmas análogos, algunos de los cuales se extienden a la cibernética), es la herramienta menos mala para crear modelos creíbles que nos expliquen con detalle los posibles escenarios a los que nos enfrentaríamos en el futuro si, como desean los autoproclamados «escépticos del clima», el mundo es incapaz de reducir sus emisiones agregadas.

Alejados de consignas de manifestación sin recorrido real y «lucha sin fin» —adscrita, claro, al fin de semana—, los activistas más decididos de la actualidad no tienen todavía la mayoría de edad, pero nos pueden dar una lección sobre cómo navegar en los medios fragmentados de hoy, o cómo establecer las tan necesarias nuevas teorías del conocimiento (epistemologías), capaces de contrarrestar la avalancha de desinformación que domina las redes sociales.

La hora del largo plazo

Son estos mismos adolescentes quienes nos explican que el mejor modo de preservar el legado de prosperidad de las democracias liberales y el capitalismo es lograr que evolucionen. La primera prerrogativa es, dicen los nuevos activistas, «reinventar la democracia para el largo plazo», pues la conversación política gira en torno a una negociación mezquina de las ganancias a corto plazo debido a las características del ciclo político.

El filósofo Roman Krznaric explica en qué consiste la dinámica inaceptable para los activistas de la generación de Greta Thunberg:

«Los políticos se apresuran a ofrecer incentivos fiscales atractivos para atraer a los votantes en la próxima contienda electoral, mientras ignoran los problemas a largo plazo, de los cuales pueden extraer un escaso rédito político inmediato».

Abandonando el antropocentrismo anclado en una visión del mundo a partir de resultados trimestrales contantes y sonantes, flujos de transacciones valorados en estricto sentido económico, y un ciclo político tan obsesionado con la reacción en tiempo real como los tuits del presidente de Estados Unidos, los adolescentes de hoy son los únicos que piensan en el futuro a la manera de los pueblos ancestrales: sopesando el carácter sostenible a largo plazo de las decisiones cotidianas.

El filósofo noruego Arne Næss, al final de su vida

Entre las propuestas que no parecen alocadas para los más jóvenes, pero que los adultos anclados en la prosperidad que no quiere renunciar a viejos modelos consideran inaceptables, destacan una comprensión seria y concienzuda de estilos de vida de menor impacto, tales como el vegetarianismo; y se preparan para crear modelos de trabajo, consumo y uso de servicios y recursos que siguen un esquema de economía circular, en los cuales no existe el «desecho», pues el excedente se convierte en nutriente para nuevos procesos y productos.

Cuando nuestros hijos quieren descolonizar el futuro

La siguiente reflexión de Roman Krznaric es no sólo la voz de la conciencia de las generaciones futuras: es la argumentación, sólida y real, de muchos adolescentes que hoy se ponen al mando de su porvenir, a sabiendas de que, en ocasiones, la voz de la autoridad es retrógrada y autodestructiva:

«Tratamos el futuro como un enclave colonial remoto y despoblado, donde podemos libremente abocar nuestra degradación ecológica, riesgo tecnológico, residuos nucleares y deuda pública. ¿Cómo podemos descolonizar el futuro?»

Los adolescentes al mando en la sala de reuniones de los mayores deberán prepararse para estudiar datos, abandonar clichés antropocéntricos y comprender cada vez mejor el pensamiento sistémico (el mundo no se divide en disciplinas, ni sigue el orden de las cátedras universitarias).

Llegará el momento de tratar el estudio del suelo con el celo, la premura y la atención depositadas en los medicamentos relacionados con el estilo de vida (diseñados para contrarrestar los excesos de un empacho de la prosperidad mal entendida, la de la filosofía «all you can eat», para el cuerpo y para la mente): hay estudios que constatan que el suelo retiene más CO2 que el presente en la atmósfera y la vegetación terrestres.

Otros estudios corroboran una vieja sospecha: potenciar la salud de los bosques naturales (ecosistemas complejos, adaptados a patrones locales a largo plazo y ajenos a la «producción» de plantas de los monocultivos) es el método más eficaz de capturar CO2 ya presente en la atmósfera.

El cambio, más allá de los brindis y las buenas intenciones

¿Y qué ocurre con el impacto resultante de transformar nuestro estilo de vida no ya con aspavientos simbólicos y casi siempre contraproducentes, sino con una transformación radical de los comportamientos más contaminantes?

Un ejemplo: en 2050, las emisiones procedentes del sector agropecuario serían un 70% inferiores en un mundo vegetariano (donde la mayoría de la población ingiere proteínas de origen vegetal, más sanas, baratas y con menor impacto) que en un mundo que mantiene o aumenta la ingestión de carne.

Realizar cambios profundos será tan complejo como tratar de convencer a quienes se consideran en pleno derecho para disponer de los recursos tanto como lo demanden su apetito y una visión sobre el estatus social anclada en viejos patrones de conducta.

Por supuesto, Greta Thunberg es, ante todo, un símbolo. Las causas perdidas requieren símbolos capaces de inspirar acciones que, a su vez, inicien procesos de regeneración más saludables que una mera dinámica autodestructiva de lucha primaria por los recursos (al más puro estilo conspirativo de lo argumentado por pensadores como Susan George).

En ocasiones, las dinámicas de regeneración transforman las causas perdidas hasta tal punto que éstas dejan de serlo.