Un artículo de The New York Times aparca la polémica habitual en torno a los alimentos modificados genéticamente -supuestos riesgos para personas y medio ambiente, polémica de introducir propiedad intelectual en cosechas-, y cuestiona en cambio sus supuestas ventajas: ¿Y si los cultivos transgénicos no aumentara las cosechas ni redujera el uso de pesticidas?
Desde hace casi 3 décadas, la oposición a los transgénicos ha sido uno de los bastiones ideológicos de movimientos ecologistas y altermundistas, críticos sobre todo con las hipotéticas externalidades negativas que el uso a gran escala de semillas modificadas generaría:
- invasión y destrucción de la biodiversidad local;
- empobrecimiento del banco genético de cultivos -al arrinconar variedades menos eficientes-;
- posibles consecuencias para la salud;
- así como una nueva dependencia de los productores con respecto al dueño de la semilla y de los nuevos herbicidas necesarios para garantizar la cosecha (protección intelectual).
Más allá de la crítica fácil: midiendo el rendimiento de transgénicos
Más allá del debate sobre el sentido ético y económico de proteger un cultivo con restricciones intelectuales, hasta entonces aplicadas a tecnologías y no a alimentos -lo que ha alterado el precio y acceso a cultivos, así como creado nuevos esquemas de dependencia-, científicos y medios abandonan viejos debates y se centran ahora en las promesas de los transgénicos:
¿Son las variedades modificadas realmente más productivas y frugales con los recursos?
Si las supuestas ventajas de los transgénicos (mayor rendimiento, menor uso de agua y fertilizantes) son difíciles de constatar, ¿qué sentido tiene introducir un intermediario más -el propietario de una semilla supuestamente superior- en un sector donde a menudo el precio en el mercado apenas cubre el coste de producción?
Con el viento a favor, resulta sencillo dejarse llevar por la negativa percepción pública de los transgénicos y confundir opinión personal con realidad.
Nosotros, domesticadores de organismos y del entorno
En análisis del artículo de The New York Times y de sus respuestas ponderadas invita al análisis sosegado y al escepticismo, pues ni defensores ni detractores son depositarios de la verdad sobre una materia compleja y que evoluciona a diario: en el terreno de los alimentos modificados, no mostrar un rendimiento patentemente superior en todos los casos no significa que los transgénicos forman parte de un esquema de villanos de tebeo para acabar con el mundo.
Ecologistas y partidos progresistas de todo el mundo abrazaron cómodamente el argumento fácil contra la modificación genética de cultivos desde que, a inicios de los años 90, la agencia de alimentos estadounidense aprobara su uso. Se optó, sobre todo, por desacreditar los transgénicos sin pruebas fehacientes.
También desde el principio, la militancia anti-transgénicos ha omitido un hecho constatable: nuestra especie se define por el uso de herramientas para aumentar sus capacidades y modificar el entorno, y la domesticación de plantas y animales ha experimentado aceleraciones periódicas en esta gradual adaptación de variedades salvajes usando la mejora genética clásica.
Acelerando la domesticación de lo que nos sustenta
La mejora genética durante generaciones explicaría por qué el maíz (domesticado, como la calabaza, por pueblos precolombinos en torno al Misisipí), es una semilla dulzona y gigante en comparación con leguminosas menos modificadas como el trigo; o por qué la manzana es grande, jugosa y dulzona en lugar de pequeña y amarga (como las variedades para sidra, menos modificadas); o por qué el plátano es tan grande en comparación con la variedad silvestre, además de dulzón, aromático y fácil de abrir.
Desde el neolítico, el auge de las civilizaciones en el Creciente Fértil, China, el Mediterráneo, el África subtropical, el altiplano andino, Mesoamérica o la cuenca del Misisipí (zonas donde se produjeron las domesticaciones con mayor impacto para la evolución y dieta de la población mundial), multiplicaron esta domesticación.
Estos avances se produjeron a través de la mejora genética, que se aceleró de nuevo en la Ilustración y, finalmente, con el uso de la agricultura intensiva en el siglo XX (mecanización, monocultivos, fertilizantes químicos), en el período de la “revolución verde”.
El hombre y la bicicleta
Los transgénicos aceleran este proceso en el laboratorio, pero forman parte de una tradición tan humana como la domesticación del caballo, cocinar los alimentos o la invención de la bicicleta.
Nos guste o no, el relato romántico sobre la pureza arcadia de un mundo libre de perversiones humanas (un mensaje recurrente en metafísica y religiones de todo el mundo), es eso: un relato romántico. Hemos adaptado nuestro entorno desde el principio, a menudo con consecuencias desastrosas para la biodiversidad.
No obstante, si bien se han exagerado los riesgos del uso de transgénicos con estudios no concluyentes y leyendas urbanas, también ha faltado hasta ahora un análisis a gran escala, exhaustivo e independiente, sobre el alcance de las supuestas ventajas de la ingeniería genética en la industria agraria.
Ahora, una comparación (gráfica) de la ONU y The New York Times sobre rendimiento de cosechas y uso de fertilizantes Norteamérica y Europa (con explotaciones extensivas igualmente mecanizadas) constataría que, al menos en estas zonas, los transgénicos no han logrado resultados radicalmente superiores.
Verdades, mentiras, estadísticas, estudios… y elegir lo que conviene
Un informe de la Academia de Ciencias de Estados Unidos secunda parcialmente estos resultados, reconociendo que “existe poca evidencia” para afirmar la introducción de cultivos transgénicos en Estados Unidos haya conducido a mejoras en las cosechas superiores a las registradas en áreas de agricultura intensiva sin transgénicos (Europa Occidental).
La campaña contra el uso de transgénicos olvidó centrarse en el estudio del rendimiento de cosechas y se centró diseminar información con escasa o nula base científica.
Una campaña sólo equiparable, por duración, difusión y envergadura, a la rocosa posición de los mismos grupos contra el uso de la energía nuclear civil, diseminando de paso una cantidad equiparable de desinformación: transgénicos y cáncer, transgénicos y alergias, transgénicos y cambio climático…
Dos modelos de agricultura intensiva: mecanización vs. productores
Periodistas, científicos y otros actores con proyección pública han informado con cautela sobre cultivos genéticamente modificados incluso ante la refutación científica de sus supuestos riesgos para la salud, pues -como ha ocurrido con el apoyo público de la energía nuclear-, analizar con imparcialidad las posibles ventajas del uso de estas cosechas podía costar una reprimenda pública y acusaciones de connivencia con el “oligopolio transgénico”, etc.
El caso público contra las cosechas genéticamente modificadas (OGM, GMO en sus siglas en inglés) acabó alimentando leyendas urbanas tan interiorizadas que son difíciles de refutar en países entre la opinión pública de países que prohibieron estos cultivos, alimentando la supuesta dicotomía entre:
- el modelo agropecuario anglosajón (monocultivos transgénicos y altamente mecanizados en Norteamérica);
- y el europeo (sector agrario mecanizado pero con implantación histórica en el territorio, defensor de variedades locales y beligerante ante los transgénicos).
La opinión de quienes se estudian los temas
Finalmente, en los últimos años expertos, intelectuales y organizaciones ecologistas decidieron estudiar las ventajas e inconvenientes de los cultivos GMO abstrayéndose de posiciones propagandísticas (próximas a las compañías que crean las semillas) y contrapropagandísticas (argumentario alarmista contra estos cultivos).
Entre quienes optaron por racionalizar las posibles ventajas del uso de transgénicos, se encuentra el fundador de Whole Earth Catalog y The Long Now Foundation Stewart Brand, cuyo ensayo Whole Earth Discipline se convirtió en un compendio de sacrilegios para los viejos hippies enquistados en posiciones inamovibles: en el ensayo, Brand elogia la tendencia migratoria hacia las ciudades, el uso de energía nuclear y -también- los cultivos GMO como pilares de un mundo más sostenible y preparado para atajar las peores consecuencias del cambio climático.
La valentía de posiciones escépticas y basadas en la revisión racional de asunciones y conjeturas basadas en información relevante, como la sostenida por el propio Stewart Brand o autores todavía más criticados (es el caso de, por ejemplo, el ensayista danés Bjørn Lomborg, a quien se puede acusar de muchas cosas, pero difícilmente de dogmatismo), puede ser loable en la era del clickbait y las leyendas urbanas, pero no implica que sus posiciones sean irrebatibles.
¿Alimentar al mundo, o controlar las cosechas?
El artículo de Danny Hakim en The New York Times pone en duda dos de los supuestos que el sector agroalimentario había asumido con respecto a los cultivos genéticamente modificados: mayor productividad de la cosecha por unidad de superficie, y menor uso de pesticidas y fertilizantes.
Para sostener su tesis, Hakim aparca los miedos y las leyendas urbanas, para poner sobre la mesa una hipótesis que recibirá la atención merecida en los próximos tiempos:
“La controversia sobre cultivos genéticamente modificados se ha centrado tradicionalmente en los temores sin fundamento de que son peligrosos para la salud.
“Pero un examen extensivo de The New York Times indica que el debate ha obviado un problema más básico: la modificación genética en Estados Unidos y Canadá no ha acelerado incrementos en cosechas o conducido a un descenso generalizado en el uso de pesticidas.”
¿Transgénicos para alimentar el mundo? No tan rápido, dice la tesis de Hakim, que ya ha recibido puntualizaciones de peso en Grist (Nathanael Johnson) y Forbes (Kavin Senapathy).
Variedades que demandan menos fertilizantes, pero más herbicidas
La respuesta de Monsanto (hasta ahora la principal empresa del sector, que dejará de existir como firma independiente en breve, absorbida por la alemana Bayer), si bien es sólida, será a buen seguro ignorada por quienes mantienen una posición inamovible en el debate sobre transgénicos (Monsanto resalta que el artículo de Hakim elige los datos que le convienen, obviando los que no sustentarían sus afirmaciones).
El comunicado de Monsanto tampoco despeja las lógicas reservas que despierta un esquema de desarrollo de variedades propietarias (con pago por uso anual) que, si bien, requieren menos fertilizantes, han aumentado el uso de herbicidas (Monsanto, primer productor de transgénicos, y la firma suiza Syngenta, el mayor productor de pesticidas, se benefician de fidelizar a los productores con semillas protegidas intelectualmente y herbicida, y no con la optimización de la cosecha y el descenso no sólo del uso de fertilizantes, sino de insecticidas.
Danny Hakim en The New York Times: hace dos décadas, el sector agrario de Estados Unidos y Canadá introdujeron las primeras variedades GMO en un sector dominado en Norteamérica por las grandes explotaciones centradas en el monocultivo mecanizado a la última.
Salvo excepciones, Europa Occidental (gracias, entre otros factores, a la capacidad de influencia en Bruselas de los productores franceses y alemanes) no abrazó los transgénicos pese a las promesas que las nuevas semillas con propiedad intelectual ofrecían, el sector europeo experimentó –argumenta Danny Hakim- en el mismo período un aumento de cosechas y descenso en el uso de pesticidas equivalente (y en ocasiones superior) al logrado por las explotaciones en Norteamérica.
¿Merece la pena?
Ahora, con los datos de producción y uso de fertilizantes y herbicidas en Norteamérica (zona GMO) y Europa Occidental (con uso marginal de transgénicos), se pueden realizar comparaciones sobre resultados de cosechas y uso de fertilizantes y pesticidas en ambos modelos de producción agraria extensiva:
“Una medida, presente en datos de la Encuesta Geológica de Estados Unidos, muestra la clara diferencia en el uso de pesticidas. Desde que las cosechas genéticamente modificadas fueran introducidas en EEUU hace dos décadas para variedades como el maíz, el algodón o la soja, el uso de toxinas para control de plagas se ha reducido un tercio, pero la fumigación con herbicidas, usados en mayor volumen, ha crecido el 21%.
“Por el contrario, en Francia, el uso de pesticidas y fungicidas ha caído en un porcentaje mucho mayor -el 65%- y el uso de herbicidas también se ha reducido en un 36%.”
Y, si bien las insinuaciones de grupos ecologistas y militantes agrarios europeos sobre el riesgo para la salud de los transgénicos carecen de base científica, expone Danny Hakim, el daño potencial de los pesticidas es más real y cuantificable.
La cocina de las evidencias
Entre los articulistas críticos con el artículo de Danny Hakim, destaca el publicado por el experto en cosechas GMO y colaborador de Grist Nathanael Johnson. Johnson cree que el artículo de Hakim compara dos modelos a grandes rasgos y obvia tanto el punto de partida de sectores agrarios sin transgénicos como el francés (con un uso de pesticidas muy superior hace dos décadas), mientras a la vez mete en el mismo saco a todas las variedades de transgénicos.
Nathanael Johnson:
“Si tu conclusión del artículo es que las cosechas GMO simplemente carecen de utilidad, entonces ello contradice abundante evidencia que el artículo [publicado por The New York Times] omite. Y realiza comparaciones que suenan irresistibles, pero que no exponen demasiado sobre la realidad agraria.
“Hakim cita el informe [de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU] en donde apoya sus conclusiones, pero no en los lugares donde éste las contradice.”
¿Los niveles de pesticidas en Francia vs. EEUU hace 20 años?
En efecto, el artículo de The New York Times cita que el informe de la Academia de Ciencias encontró “poca evidencia” de que la introducción de cosechas GMO en Estados Unidos haya aumentado las cosechas, pero no menciona otras aseveraciones del mismo estudio igualmente relevantes, como por ejemplo:
- que la ingeniería genética mejora las cosechas en entornos “donde aumenta el control de malas hierbas” y en situaciones en que “el riesgo de plagas de insectos es elevado”;
- o que las variedades GMO reducen el uso de plaguicidas con respecto a otras variedades “en todos los casos examinados”.
En la comparación entre los resultados en cosechas transgénicas de Estados Unidos y las de Francia, el artículo de The New York Times olvida mencionar los valores de inicio: cantidades y tipos de plaguicida empleados en Europa Occidental y Norteamérica hace dos décadas:
“Pero esa es la vista ampliada. Si uno acerca el zoom, puede ver que Francia empezó con niveles muy elevados de aplicación de pesticidas, que sólo ahora descienden a niveles similares a los estadounidenses. Es también relevante que Hakim se haya centrado en Francia: el uso de pesticidas ha descendido allí, pero se ha incrementado en otras partes de Europa.”
Midiendo la perdurabilidad de una hipótesis
Otro experto en transgénicos y fungicidas, Andrew Kniss, detalla el uso de sustancias para el control de plagas en Europa en los últimos años y, en efecto, el descenso en el uso de plaguicidas no es uniforme.
Los mencionados críticos del artículo de The New York Times no rebaten los datos publicados en la pieza, sino el hecho de que el argumento se sustente sólo en la información que le favorece, omitiendo otros parámetros menos favorables a su tesis principal (la ausencia de ganancias espectaculares en la agricultura extensiva con transgénicos en comparación con modelos similares que han omitido su uso).
Este fenómeno, el de armar un argumento a partir de información correcta pero incompleta, es habitual en el periodismo: el denominado “cherry picking” (literalmente, elegir las cerezas que uno quiere), consiste en extraer y aislar la información que sustenta nuestra hipótesis, y evitar lo que conduzca a un resultado más ambiguo.
¿Acomodación de una información determinada a un argumento definido de antemano, o descubrimiento periodístico?
Modificación genética y mutagénesis
Según Nathanael Johnson, el artículo de Danny Hakim, como cualquier pieza periodística con límite de espacio, realiza generaciones que quizá habrían merecido más detenimiento:
“La historia de The New York Times trata a todos los transgénicos como una entidad única que debe ser aceptada o rechazada-. La principal motivación del informe de la Academia Nacional [citado con cierta parcialidad por Danny Hakim] fue mostrar que se debería dejar de tratar a los organismos genéticamente modificados como un todo monolítico y evaluar cada cultivo por sus méritos.”
Nathanael Johnson añade que en muchos países donde se prohíbe el uso de transgénicos optan por un proceso alternativo para tratar de lograr el comportamiento deseado en las semillas, aunque esta técnica, denominada mutagénesis,
“tiene mayores posibilidades de generar aberraciones genéticas”.
Asimismo, los países que prohíben expresamente todos los transgénicos invierten en cultivos “adaptados” para su uso con herbicidas determinados:
“Incluso si decidimos que la ingeniería genética no merece el riesgo, afrontaremos contingencias derivadas de otras formas de cría.”
Variedades transgénicas para pequeños productores
Los cultivos no transgénicos que tratan de obtener comportamientos precisos a través de métodos de engendramiento análogos son el recordatorio de las ventajas del uso de semillas adaptadas a condiciones particulares, creen expertos como Stewart Brand o Nathanael Johnson.
Finalmente, no hay que olvidar que no todos los cultivos GMO han sido diseñados para grandes explotaciones industriales que tienen por objetivo extraer el máximo rendimiento con la menor inversión, mano de obra y recursos posibles (un objetivo, por otro lado, legítimo en un mundo que afronta estrés por el malgasto de sus recursos).
También hay invenciones transgénicas a pequeña escala, más humildes pero con un impacto cuantificable en comunidades de distintos lugares, dice Nathanael Johnson:
“La papaya resistente a enfermedades es una innovación maravillosa. La berenjena resistente a insectos parece haber reducido el uso de pesticidas en Bangladesh. Este plátano, esta yuca y este arroz podrían mejorar la vida de pequeños productores si esas variedades superan las complejidades técnicas y políticas.”
¿Quién decide y sobre qué?
El artículo de The New York Times constata una realidad: la soja transgénica que se generaliza en los grandes monocultivos no va a salvar el mundo.
Nathanael Johnson en Grist:
“En el gran esquema de las cosas, los cultivos genéticamente modificados no son cruciales. Si decidimos que es demasiado tenso culturalmente aceptar la modificación genética, podemos sobrevivir sin ella -del mismo modo que sobreviviríamos sin ordenadores. ¡Ya improvisaríamos alguna otra cosa!”
Lo complejo y difícil es ponderar una opinión basada en información de primera mano y estudios en una temática tan politizada y propensa al sesgo como los transgénicos.
Hay estudios sobre transgénicos (por ejemplo: Qaim y Zilberman, Science, 2003; Yield effects of genetically modified crops in developing countries) que determinan que la ganancia productiva en variedades genéticamente modificadas resistentes a insecticidas (Bt) sería mucho más dramática en países en desarrollo, más propensos a clima extremo y a plagas, así como a una supervisión menos extensiva de las explotaciones.
Una historia humana
Asimismo, variedades diseñadas por su tolerancia al uso de herbicidas no pretendían aumentar el rendimiento por unidad de superficie, sino fomentar el ahorro en control de malas hierbas (lo que, a su vez, reduce combustible -por tanto, emisiones- y trabajo de supervisión).
El mundo es más complejo que un prospecto de producto de una semilla genéticamente modificada o un herbicida diseñado para esta semilla. También es más complejo que el argumentario tendencioso de quienes se muestran contrarios a una tecnología antes incluso de conocer sus detalles.
En un mundo que pretende reducir emisiones con efecto invernadero, así como garantizar alimentos para todos, las variedades con beneficios específicos (sean transgénicas o autóctonas, domesticadas durante milenios o generaciones por la población de un lugar) tendrán oportunidad de demostrar su valía.
Hay mercado para la producción de mucho con poco usando cultivos optimizados (genéticamente o a través de otros medios, siempre y cuando sean inocuos para salud y medio ambiente), así como para el respeto y promoción de variedades no transgénicas con indudables propiedades y valía cultural y gastronómica.