Acabé de estudiar periodismo en Barcelona en 1999. Había empezado a colaborar con medios alternativos de ámbito local un par de años antes de esta fecha, pero para mí el oficio no era una vocación: intuía la necesidad de escribir. Poco más.
Con los años, tras observar entre bastidores los acontecimientos (locales, regionales, planetarios) de las últimas dos décadas, accediendo a prensa de todo el mundo gracias a Internet, he aprendido a apreciar la necesidad de mantener un debate público mínimamente saludable.
Soy, en este sentido, alguien que se ha convencido de la importancia ética de un periodismo libre y mínimamente saludable al observar, sobre todo desde el inicio de la Gran Recesión, hacia dónde nos encaminábamos: cuando hay tensión social, surgen los fantasmas (la propaganda sustituye a la prensa, y los micro-napoleones se imponen a la política sensata).
Nueva época nihilista
Mi posición al respecto es clara. Escribí hace algún tiempo una novela de realidad-ficción donde elaboraba las mismas convicciones.
Era 2013. Desgraciadamente, no me equivoqué y la tensión nacionalista-nativista todavía no ha tocado techo. Aunque lo hará. Siempre y cuando sigamos contando con una prensa libre y ponderada que nos explique con sentido de la responsabilidad y sin aspavientos que los salvadores mesiánicos no son tales, que las mentiras son siempre mentiras.
Fenómenos como el del chivo expiatorio son como el truco de la estampita. Siempre funcionan. El eterno retorno.
¿Época post-factual? Del “gatekeeper” a la ausencia de filtros
Los medios de masas se convirtieron en el único filtro percibido como legítimo para influir sobre la opinión pública: ellos decidían qué era noticia.
La situación no era ni por asomo la ideal, y durante décadas muchas personas recurrieron a canales alternativos para completar su visión de la actualidad: radio local, revistas y fanzines de pequeña tirada, prensa internacional…
Internet multiplicó las posibilidades de esta apertura a nuevos puntos de vista, y dos décadas después muchos consideramos normal acudir a la prensa y bitácoras de varios países del mundo, fenómeno que ha contribuido a que muchos usemos varias lenguas a diario.
Pero Internet también ha difuminado una distinción canónica del acceso al conocimiento: cuando todos podemos crear y acceder a todo, la posición del “experto” de la información se diluye y confunde con la voz del comentarista o de quien, ajeno al bagaje y la responsabilidad ética que suele acompañar a un oficio, llena un nuevo nicho: el de ofrecer a la gente lo que la gente quiere oír.
Refritos digitales: Internet y pseudo-periodismo de escritorio
La precariedad laboral de oficios transformados por Internet, como el propio periodismo, ha ocultado un debate de fondo con mucho mayor calado y consecuencias que podemos observar en nuestra vida diaria: la Internet ubicua y la información edulcorada (el cebo de clics donde todo son edulcorantes y conservantes, y no existe el contenido real), ha sido diseñada para que consumamos cuanta más mejor, sin olvidar señalar las acciones que las redes sociales fomentan: acciones para popularizar todavía más ese contenido, y la publicidad contextual servida con mayor conocimiento sobre el público de la historia.
Todo escrupulosamente legal, facilitado con la colaboración y el voluntarismo de personas que en épocas no tan lejanas habrían denunciado cualquier intento de que cualquier empresa de publicidad local pretendiera conocer algo tan anodino para los estándares actuales como el nombre y la edad de los miembros de un hogar.
Ahora, empresas privadas que no se han comprometido siquiera a no compartir todo lo que conocen acumulan más información sobre nuestros gustos y costumbres (lo que interesa a los anunciantes) que cualquier base de datos estatal combinada con el cruce de datos de Censo, Ayuntamiento, Seguridad Social y Hacienda.
Ya antes de salir de la facultad de Ciencias de la Comunicación de la (UAB, Barcelona), artículos con expertos en comunicación y nuevas tecnologías alentaban a periodistas y medios a adaptarse (y adaptar el oficio) a un nuevo momento en la sociedad de la información, con posibilidades de convergencia real entre soportes y tecnologías, así como la promesa realista de participación en tiempo real de la audiencia, que pasaba de espectadora a co-creadora.
El repositorio acapara el valor, el contenido se comoditiza
Una década después, y mientras *faircompanies echaba a andar con la intención de elaborar contenido a la manera artesanal (priorizando artículos y vídeos en profundidad sobre la tendencia sensacionalista que empezaba a manifestarse), surgían Facebook, Twitter y otros repositorios de contenido nicho que, entonces, nadie consideraba claves en el panorama mediático y periodístico.
Menos de una década más tarde, los repositorios tecnológicos (algoritmos para almacenar y relacionar contenido, así como para mantenernos activos en torno a las acciones de otros y las nuestras en este mundo digital), no sólo influyen sobre nuestra vida cotidiana, sino que son el nuevo filtro de la información mundial, decidiendo sobre la información que consumimos y, por tanto, sobre nuestra opinión y visión del mundo.
El uso de Internet y redes sociales ha aumentado en los últimos años; también lo han hecho la inversión publicitaria y la autoridad percibida sobre la audiencia de los principales repositorios de contenido (desde los gigantes Facebook y Twitter a los influyentes Medium, Reddit, Hacker News, etc.).
Sincronizados con Facebook: ¿a qué hemos renunciado?
Hay consecuencias del ascenso de las redes sociales y la colisión de estos repositorios, que aspiran a contener la información mundial, con el periodismo y la opinión pública:
- uso adictivo: como al inicio de cualquier fenómeno tecnológico con gran utilidad social percibida, las redes sociales han aprovechado su impulso inicial para poner sus algoritmos al servicio de un fin, mantenernos en el entorno que han personalizado para nosotros el mayor tiempo posible, asegurándose de que aumentamos el valor de la plataforma con nuestros clics; el ingeniero Tristan Harris recuerda que los principales servicios de Internet han sido diseñados para acaparar nuestra atención, y no para ofrecernos la mejor solución (de acuerdo con nuestros intereses) en cada momento, y nos invita a no caer en la trampa de relacionar actividad en redes sociales con tiempo productivo;
- consolidación de un modelo que maximiza ganancia y excluye su responsabilidad ética: Facebook ha cancelado cuentas de usuario y páginas de empresas y medios que se han negado a retirar imágenes con desnudos parciales o totales -incluso cuando éstos pertenecían a obras de arte, campañas de concienciación médica, o lactancia materna-; un caso especialmente doliente para los profesionales del periodismo que comprenden el riesgo que afronta la profesión tuvo lugar hace 2 meses, cuando Facebook eliminó un post sin permiso de un periodista noruego, que había compartido la icónica imagen de Vietnam -ganadora de un premio Pulitzer- en la que se observa a una niña víctima de un ataque de Napalm corriendo, lo que condujo a la protesta de la primera ministra noruega, Erna Solberg;
- se transforman tanto la difusión como la propia naturaleza de la información periodística: con la excepción de las áreas con un incentivo implícito que premia la veracidad (sobre todo, noticias deportivas y bursátiles), las noticias se comparten con mayor la facilidad y conveniencia de la historia, pero la ausencia de cualquier responsabilidad ética de los repositorios de información, con Facebook en cabeza, conduce a la popularidad de las noticias diseñadas para provocar la acción del usuario, sin importar si la información es tendenciosa o, como se ha demostrado desde los últimos cambios del algoritmo de Facebook, directamente falsas (información detallada de Craig Silverman en Buzzfeed).
Cuando la Inteligencia Artificial funciona sólo para lo que interesa
Mientras tanto, Facebook sigue añadiendo millones de usuarios en el mundo emergente, además de mantener la fidelidad de la mayoría de la población adulta en las economías avanzadas.
Tras negar reiteradamente la influencia política de Facebook (y contradecirse, si uno tiene en cuenta que la compañía presume de su capacidad de influencia cuando se trata de promocionar sus paquetes publicitarios), la red social se ha visto obligada a matizar su discurso público, pero los cambios profundos no se producirán porque tendrían una penalización económica directa, explican los expertos.
La información falsa es popular y mantiene una tracción de usuarios y publicidad sobre entornos del repositorio que empiezan a renquear (por ejemplo, ha disminuido el porcentaje de contenido creado directamente por los usuarios).
Very little fake business news. Very little fake sports news. Because those audiences are too discerning.
— Jack Shafer (@jackshafer) November 20, 2016
Facebook se excusa, ilustrando sobre la dificultad de detectar contenido tendencioso o directamente falso. Pero la compañía cae de nuevo en la contradicción, si se observan los avances logrados en su “aprendizaje de máquinas” (Inteligencia Artificial) para detectar desnudos en la plataforma.
Era de los eufemismos
La red social podría, por ejemplo, combinar algoritmos (“machine learning”) y editores para, como mínimo, etiquetar el contenido informativo tendencioso o directamente falso como “satírico”, de tal modo que la audiencia se percatara de manera visual de la diferencia entre una noticia de actualidad (con línea editorial y por lo tanto parcial, pero legítima) y una pieza de contenido tendencioso camuflada como información de actualidad, diseñada para influir (y maximizar la ganancia publicitaria del repositorio).
Mientras tanto, usuarios, profesionales tecnológicos, periodistas y académicos se apresuran a analizar el fenómeno de la información falsa, así como a intentar la difícil tarea de calcular la capacidad de influencia de esta información sobre la opinión pública: las sociedades democráticas avanzadas dependen del acceso a información pública (entre ésta, el contenido periodístico) para informarse sobre cuestiones que afectan al conjunto, desde la elección y control de una administración a los retos sociales, medioambientales, concernientes a libertades individuales y de seguridad nacional, etc.
Cuando la información es falsa, hablamos de propaganda. Hay precedentes sobre las consecuencias de años de agitación propagandística actuando en el seno de sociedades avanzadas. La “agitprop” europea durante los años 20 y 30 tuvo las consecuencias que todos deberíamos estudiar y comprender con la máxima profundidad a nuestro alcance, según nuestras posibilidades.
Las trincheras de la información a peso
Las redes sociales no sólo compiten por nuestra atención, sino que han acelerado el fenómeno moderno del sesgo de confirmación: a medida que se multiplica nuestra capacidad de acceso a noticias y visiones de medios y personas con las que compartimos afinidades, ampliamos lo que queremos oír y silenciamos lo que no se alinea con nuestra visión particular del mundo.
Menos de una década después de su surgimiento, y cuando observamos que incluso nuestros padres han sido seducidos por estas nuevas herramientas, las conversaciones de sobremesa se transforman y, más a menudo de lo que aceptaremos en público, nos dedicamos a refutar leyendas urbanas y noticias tendenciosas que, para determinadas audiencias, actúan como las tóxicas tertulias radiofónicas y televisivas, pero con esteroides. Toxicidad al cuadrado.
Hay consecuencias que empezamos a observar en nosotros mismos y nuestro entorno, y que podemos contrastar con la experiencia de otros gracias a información periodística legítima y a testimonios desde la primera línea del frente: ingenieros y ejecutivos de Silicon Valley reconociendo que el objetivo del perfeccionamiento de muchas de estas herramientas es acaparar nuestra atención y capacidad de compra.
Facebook has reportedly built a censorship tool to get back into China and it has led to several employees resigning https://t.co/jGr9ZJX4WE
— Freedom of the Press (@FreedomofPress) November 22, 2016
Y, aunque Facebook no lo pretendiera, este experimento a escala global ha acabado por influir no sólo sobre lo que compramos o lo que consumimos como entretenimiento, sino sobre nuestra manera de percibir la realidad, la política… y el mundo.
Historia de una hipótesis
Si somos conscientes de todo lo que estamos cediendo ante firmas con objetivos utilitarios (máxima ganancia, mínima responsabilidad ética con el usuario) sin pedir nada a cambio, ¿por qué no plantearse un uso responsable? ¿Y qué hay de la posibilidad de abandonar estos entornos?
Renunciar a herramientas que consideramos más útiles que problemáticas explicaría por qué las actitudes abiertamente críticas con las redes sociales siguen siendo minoritarias. Hay síntomas que muestran, no obstante, un claro cambio de tendencia:
- primero, los usuarios informados con posiciones éticas y morales sobre el uso tecnológico (o sobre la naturaleza de la información en sociedades libres), expresan su preocupación;
- muchos de estos usuarios influyentes críticos con herramientas como Facebook dejan la plataforma;
- ambas decisiones influyen sobre la opinión de otros usuarios clave, que reducen su porcentaje de participación;
- poco a poco, a medida que se reduce el contenido influyente y de calidad elaborado por los propios usuarios, la red social contrarresta el vacío con contenido barato (obtenido de Wikipedia, o a través de granjas de información tendenciosa pero viral);
- finalmente, ante la evidencia, la red social se abre a realizar cambios profundos, que pueden devolverle el vigor (cuando la transformación es sincera y el esfuerzo notable), o convertirla en el próximo MySpace.
La prensa condescendiente y Silicon Valley
El empuje de las redes sociales en la cultura popular mundial (asistido por una prensa tecnológica especialmente protectora y condescendiente con Silicon Valley, postura que data de los años de culto a la personalidad de ejecutivos como el carismático Steve Jobs; y por películas como The Social Network), ha situado a los usuarios en una postura de dependencia e inferioridad con respecto a la herramienta usada.
Precisamente debido a esta extendida percepción, abandonar Facebook sigue siendo poco menos que impensable para la mayoría: “¿cómo me mantendré al día sobre amigos y conocidos?”; “¿me dañará profesionalmente?”; “todo el mundo está allí, y no aparecer tiene un coste inmediato”; etc.
Vote with your money, your feet, and your attention for what you'd like to see more of in the world.
— DHH (@dhh) November 17, 2016
El cofundador de Basecamp y creador del lenguaje de programación Ruby, David Heinemeier Hansson, nos recuerda que la actitud conmiserativa que mantenemos con medios como Facebook no forma parte del marco de la realidad, sino que lo hemos elegido así. Y si, por ejemplo, nuestra postura ética e informada entra en contradicción con la práctica de alguna empresa, el mejor modo de mostrar nuestra posición (y de inducir al cambio que pretendemos favorecer) es adoptando una posición coherente. Hansson:
“Vota con tu dinero, tus pies [en relación con nuestra atención: podemos marcharnos de algún lugar, físico o virtual, si éste no nos convence], y tu atención por lo que te gustaría ver más en el mundo.”
Sopesar el sacrilegio: ¿darse de baja en Facebook (perfiles y páginas)?
Entre las supuestas ventajas de, por ejemplo, reducir nuestro tiempo y participación (o darnos de baja temporal o definitiva) en las redes sociales que han absorbido nuestra atención y, a cambio, no pueden siquiera aclarar su postura en una temática tan importante para el futuro de la opinión pública en las sociedades democráticas como la promoción de la información falsa debido a su rentabilidad:
- menor competición por nuestra atención implica mayor concentración en tareas intelectuales;
- ganamos tiempo para otras actividades esenciales que garantizarán nuestro equilibrio a largo plazo: tiempo para leer, cultivarnos, reflexionar, divagar, descansar, establecer relaciones sociales auténticas (presenciales o no: pueden ser correos en profundidad, una conversación más sosegada a través de bitácoras, etc.;
- recuperamos nuestra conexión con nuestro mundo físico, celebrando nuestras amistades reales, así como la interacción con otras personas (esas conversaciones fortuitas tan enriquecedoras y necesarias para tomar el pulso a la realidad inmediata);
- cultivar una identidad auténtica y a largo plazo sin necesidad de intermediarios: en lugar competir por realizar acciones en redes sociales que carecen de valor real (todo el mundo hace lo mismo), por qué no cultivar nuestra identidad real demostrando quiénes somos trabajando, leyendo, ayudando, conversando, interesándonos por el estado de lo que nos rodea, de nuestra ciudad, región, estado… del mundo.
Beneficios de limitar o abandonar el uso de redes sociales
Cal Newport, profesor de ciencia computacional de la Universidad de Georgetown, está convencido de que los beneficios de abandonar el uso de redes sociales superan con creces a los inconvenientes.
En un artículo escrito para The New York Times, Newport argumenta sus razones de peso (ha escrito un ensayo sobre la temática).
El trabajo en profundidad, dice Newport, requiere el tipo de concentración y consistencia contra el que las redes sociales atentan por diseño, al pretender llamar nuestra atención cuantas más veces mejor, sin que el objetivo último sea nuestra autorrealización, sino aumentar el valor del jardín vallado que han creado para nosotros.
Nuestra carrera a largo plazo, dice Newport, podría resentirse si no apartamos o limitamos seriamente el uso de repositorios que no sólo interrumpen, sino que ofrecen información tendenciosa disfrazada de periodismo.
El significado de “libertad de expresión” y “censura”
Hay vida después de Facebook, así como en el tiempo -para muchos muerto- entre actualización y actualización de la pestaña o aplicación en el móvil de esta red social.
Otros observan el mismo fenómeno en otros medios, pero el carácter estratégico de Facebook nos hace especialmente vulnerables, como individuos y sociedades.
Facebook decide qué es libertad de expresión (si la gente consume información falsa, es su problema; si la gente publica un desnudo, hay que censurarlo porque va en contra de los “términos” de… Facebook), además de decidir qué es tolerable y qué no lo es: mientras relativiza su influencia política (pese a ser la primera fuente de acceso a información en países como Estados Unidos) presume de la misma influencia… cuando hay que vender publicidad.
En cuanto a la postura de la firma sobre libertad de expresión, ésta es incongruente con el acuerdo de autocensura que la red social ha pactado con el gobierno chino para reactivar su actividad en el país más poblado del mundo y futura primera economía mundial.
Tiempo para otras cosas
Para acabar, una pequeña nota personal: sigo en Facebook con perfil personal y *faircompanies tiene su “Página” en la red social. Desde el principio, he limitado su uso, al comprobar su carácter adictivo.
Investigo y trabajo en *faircompanies, pero también tengo una familia y me gusta leer, escribir (ultimo una nueva novela), estudiar nuevos temas y tantas otras cosas.
Pretendo seguir con este uso autolimitado (mi profesión me impide relajarme al observar el atractivo de la información “clickbait”, así como su toxicidad potencial, a menudo inversamente proporcional a su rentabilidad económica). Pero hay límites.
Siguiendo el consejo de David Heinemeier Hansson, observaré y seré paciente con la red social. Si no hay cambios reales en temáticas que considero fundamentales, como la difusión de información tendenciosa camuflada como información legítima, optaré por la baja.
Nosotros decidimos
Debido a mi profesión, Twitter me parece una herramienta más útil (sigo a un puñado de cuentas que comparten información relevante para mi trabajo, y nunca miro tuits de otras cuentas al azar, por “pasar el rato”).
Uso también otras redes sociales. En estos momentos, realizo una auditoría personal para sopesar su auténtica utilidad y postura empresarial.
Creo que ha llegado el momento de que todos seamos un poco más críticos con lo que procede de Silicon Valley disfrazado de solucionismo y/o ayuda al más puro estilo “crecepelo personalizado”.
Todos deberíamos ser conscientes de que no hay sitios, aplicaciones o botones e Internet que arreglen nuestra vida o el mundo. Lo contrario cuenta con más posibilidades de convertirse en algo así como una profecía autocumplida.
Es el momento de recordar el consejo de los estoicos: nosotros mismos somos nuestros principales aliados y valedores, pero a menudo nos comportamos como los peores enemigos de nuestro futuro.
Decidimos nosotros, no el departamento de relaciones públicas de Facebook.
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