Charlaba con Kirsten sobre la relación entre el entorno geográfico y social en que vive una persona y su comportamiento con respecto al consumo, también al consumo energético.
Pese a que trabajamos en el mismo apartamento, usamos espacios apartados, de modo que nos intercambiamos enlaces a través del chat que abrimos en el interior de nuestra aplicación de correo electrónico.
Una conversación de sobremesa
Ello nos permite, por ejemplo, seguir una discusión que hemos empezado a la hora de comer sin necesidad de molestar a la otra persona en el preciso instante en que encontramos información relacionada con ésta o aquélla conversación.
El chat es una herramienta más instantánea y mandatoria que el mensaje de correo, aunque lo suficientemente relajado como para no sentirse impelido a contestar al instante, sino “lo más pronto posible”.
Este es al menos el marco de colaboración que hemos instaurado en nuestro entorno de trabajo, que nos permite continuar con las mismas rutinas de intercambio de información -y enriquecimiento de la conversación que intentamos mantener viva a través de *faircompanies- tanto si los dos estamos en Barcelona como si alguno está viajando o fuera de casa, accesible sólo desde el teléfono.
Desde el móvil, tengo acceso tanto al correo como al chat que usamos. Así que cualquier tiempo muerto, en el tren o esperando el metro, puede ser usado para continuar una u otra charla.
Huella ecológica de países y ciudades
La conversación de hoy a la hora de comer -todavía deshilachada y en marcha, solapada con otra media docena de temáticas- giraba por tanto en torno al tamaño de la huella ecológica de las personas en función del lugar en donde viven.
Lo interesante de *faircompanies es que los fundadores del sitio pertenecemos a dos lugares distintos y hemos estudiado en sistemas universitarios antagónicos, de modo que nuestra forma asimétrica de echar un vistazo a la actualidad se enriquece cuando ambos aportamos datos y argumentamos sobre cualquier tema dado.
El modelo anglosajón y el europeo continental
Kirsten es oriunda de Silicon Valley, estudió Economía en Harvard y trabajó como periodista televisiva durante varios años en Nueva York.
Yo mismo nací en Sant Feliu de Llobregat (Barcelona) y no me moví para estudiar (cursé Periodismo en la Universitat Autònoma de Barcelona), como ocurre casi siempre en Europa, donde la movilidad tanto académica como laboral no es todavía comparable a la estadounidense.
Pese a haber cursado periodismo, no he trabajado nunca en la tele, ni en Nueva York, ni en Barcelona, ni siquiera en Sant Feliu, en donde no vivo desde que hace ya más de un lustro me mudara al centro de la capital catalana.
De modo que, para provocar a la co-fundadora de *faircompanies, que se las ingenió para ser admitida en la Universidad más prestigiosa del mundo, a la que también acudió Barack Obama no mucho antes, le hice un par de comentarios que seguían nuestra charla sobre modelo socio-económico y contaminación, mendiante un enlace de Wikipedia enviado a través del chat.
En el enlace se observa el listado de países que más gases con efecto invernadero emiten por persona y, por tanto, que más contribuyen por persona al cambio climático.
En las primeras posiciones, aparecen pequeños países del Golfo Pérsico con grandes reservas de petróleo, lo que tiene una lectura fácil: una pequeña población con un sector industrial concentrado en la contaminante extracción de petróleo, así como un boom de la construcción en los últimos años sólo comparable al experimentado por algunas ciudades chinas.
Tanto la extracción petrolífera e industria petroquímica derivada como la construcción son dos de las actividades económicas con una mayor huella ecológica.
Coincidencias en los listados: Commonwealth Connection
Tras estos países, aparecen Estados Unidos, Canadá, Noruega (debido a su industria petrolífera y a su pequeña población) y Australia.
Mi comentario a Kirsten: si en el listado de países emisores de CO2 per cápita te olvidas de las naciones productoras de petróleo con escasa población (incluyo aquí a Noruega), aparecen como principales emisores per cápita tres países con muchas cosas en común: Estados Unidos, Canadá y Australia.
- Tres países con cultura anglosajona.
- Dos de ellos (Canadá y Australia) con un estrecho lazo con la antigua metrópolis y miembros más destacados, junto a Gran Bretaña, de la Commonwealth.
- Tres países con un basto territorio tienen importantes industrias con un gran impacto sobre el medio ambiente: petróleo extraído de grandes extensiones de tierra en Canadá (las temibles “tar sands“, o arenas de alquitrán); industria papelera en Canadá; agricultura y ganadería intensiva en Australia; minería en Australia; agricultura y ganadería intensivas, extracción petrolífera, industria minera y potente industria en Estados Unidos.
- Pero hay otro aspecto muy parecido entre estos tres países, que cuentan con poblaciones y economías de un tamaño muy distinto: a diferencia de los países con escasa población y gran industria del petróleo, Estados Unidos, Canadá y Australia tienen una fuente de emisiones extraordinaria, un auténtico problema para la lucha contra el cambio climático. Su propia población.
- Una última coincidencia, esta vez en clave personal: tanto Kirsten como yo tenemos familiares y amigos en estos tres países, además de haberlos visitado y conocerlos en primera persona.
La enorme huella ecológica anglosajona: ¿bigfoot?
De modo que, de broma, comentaba a Kirsten que una de las futuras dificultades en la lucha contra el cambio climático está muy relacionada con los anglosajones y su espectacular huella ecológica.
En Estados Unidos, Canadá y Australia, la distribución de la población es más dispersa que en Europa Occidental; la dependencia con respecto del automóvil es muy superior y, debido a la mayor distancia geográfica entre los principales núcleos urbanos, la aviación se ha impuesto a otras alternativas en las últimas décadas.
El ferrocarril para pasajeros es muy deficiente en los tres países, si es comparado con el europeo.
Una de las primeras sensaciones que recuerdo de mi visita a ciudades en estos tres países no puede ser fácilmente corroborada con datos, aunque salta a simple vista: abundan más que en Europa los grandes coches, el transporte público no está tan desarrollado como en cualquier país europeo y los suburbios extensos dominados por grandes casas unifamiliares, a menudo ineficientes y mal aisladas, tanto para el calor como para el frío, son habituales también en los tres casos.
¿Puede relacionarse el liderazgo en la huella ecológica per cápita de Estados Unidos, Canadá y Australia y los hábitos de vida o consumo de su población? Es algo que debería poder confirmarse con datos, de ser real.
Tras compartir tres o cuatro mensajes cortos a través del chat con Kirsten en relación con el enlace que previamente me había enviado, le remití a cambio el enlace a la entrada de Wikipedia que recoge el listado de
países por emisiones totales, esta vez sin tener en cuenta el número de habitantes.
Midiendo a estadounidenses, canadienses y australianos
Es un listado que he consultado con una cierta periodicidad durante los dos últimos años, de modo que algunas conclusiones ya venían dadas. Tras compartir el listado con Kirsten, le apunté dos curiosidades:
- Canadá, con un producto interior bruto y población prácticamente idénticas a España, emite casi el doble de gases con efecto invernadero, pese al crecimiento espectacular en emisiones efectuado por España en los últimos 15 años, sobre todo debido al desarrollo industrial y, cómo no, de la construcción.
- Australia, con una población y economía que constituyen la mitad de la española, emite a la atmósfera prácticamente el mismo número de gases con efecto invernadero.
Kirsten comentaba que le sorprendía que la “verde” y “limpia” -a ojos de la opinión pública mundial- Alemania fuera el sexto país que más CO2 emite, sólo por detrás de China, Estados Unidos, Rusia, India y Japón.
Comparación con la Europa continental
Yo puntualizaba que Alemania ha sido en los últimos años el primer exportador de bienes de consumo del mundo, sólo superada por China recientemente, y que cuenta con una de las mayores industrias de bienes de equipo del mundo.
Sorprende más que Canadá siga en la lista a Alemania y se sitúe en emisiones muy cerca de la mayor economía europea, cuando su economía es mucho más pequeña y tiene la mitad de su población (82 millones de Alemania, por 40 millones de habitantes en Canadá).
Canadá contamina más que el siguiente país en aparecer en la lista: la antigua metrópolis (Reino Unido). Sorprende que el Reino Unido, con una economía que dobla a la canadiense y 20 millones más de habitantes que Canadá, contamine menos que el país norteamericano.
Pero el Reino Unido, y aquí sigue la conversación en clave de broma y sorna que he mantenido durante unos minutos con Kirsten, no deja de ser la vieja metrópolis anglosajona: tanto la población como el tamaño de la economía del Reino Unido son comparables a los mismos indicadores en Francia.
Si se tienen en cuenta las emisiones per
cápita, Gran Bretaña (posición 37) contamina más por persona que el resto de grandes economías europeas: Alemania (puesto 38), España (puesto 51), Italia (puesto 52) y una sorprendente Francia (puesto 63), la huella ecológica de cuyos habitantes es muy inferior a la del resto de economías del G7 o G20, se mire como se mire y por donde se mire.
Vive la France
Francia, segunda economía de la Zona Euro tras Alemania y tercera economía de la UE tras Alemania y el Reino Unido, aunque a la par con este último país, emite muchos menos gases contaminantes que el país anglosajón.
Creo que toda la diferencia no puede achacarse al hecho de que Francia produzca casi toda la energía eléctrica que emplea a través de su moderna red de centrales nucleares.
La diferencia también debe tener una relación con el estilo de vida y la organización social, cultural y productiva de ambos países.
Si Estados Unidos contamina como China teniendo 4 veces memos población (300 millones, por 1.200 millones de China); si Canadá contamina casi tanto como Alemania teniendo la mitad de su población y 1/3 de su economía; si Australia tiene la mitad de la población que España y una economía algo superior a la mitad de la española, pero en cambio emite más gases contaminantes que España; si el Reino Unido emite casi 2 veces más que Francia, pese a tener una economía basada en los servicios y prácticamente igual que la francesa, además de una población casi idéntica…
¿Existe una cultura europea del consumo responsable?
Tras esta mera observación de datos, me formulo dos preguntas, para continuar con el ejercicio de hoy, iniciado a la hora de comer con Kirsten:
- ¿Cuál es la similitud existente entre Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y Australia?
- ¿Cuál es la similitud entre Alemania, Francia, Italia y España?
Es posible que exista una correlación entre la cultura estructural de las sociedades anglosajonas (población, consumo per cápita, nivel de vida, cultura del transporte, organización territorial, relación entre “desarrollo” y “consumo de recursos”) y su especialmente elevado nivel de emisiones de CO2, tanto per cápita como en datos absolutos por cada país.
Del mismo modo, puede existir una correlación entre la pertenencia a la Europa Occidental continental (los antiguos miembros de la UE, a excepción del Reino Unido e Irlanda) y una cultura estructural de consumo de recursos.
Economías desarrolladas e industrializadas como las anglosajonas, aunque menos contaminantes.
Estados Unidos contamina más que toda la UE
Realizando la comparación entre gigantes: Estados Unidos contamina significativamente más que el conjunto de la Unión Europea, pese a que la UE tiene 455 millones de habitantes (150 millones más de habitantes) y una economía ligeramente superior a la estadounidense.
Comparar la cantidad de emisiones por país, o realizar la división entre las emisiones totales de CO2 y el número de habitantes de un país no es una ciencia exacta si únicamente se tienen en cuenta un par de indicadores, aunque resulta revelador que el modelo social surgido de los principales países anglosajones haya generado países más contaminantes.
Será cosa del “modelo socio-económico anglosajón”
Pero la tesis a la que hago referencia se sostiene y cuenta con un fundamento difícil de refutar. Kirsten ha indagado algo más tras la cena y me envía otro enlace sobre la huella ecológica del “modelo socio-económico anglosajón”.
Y la fuente tiene su credibilidad: la New Economics Foundation, un prestigioso think tank británico.
Según un informe de esta institución acerca del Happy Planet Index, “los países que siguen en modelo de desarrollo anglosajón puntúan peor que aquellos que siguen el modelo escandinavo, más centrado en la solidaridad social y la sostenibilidad medioambiental”.
Los países escandinavos (a excepción de Noruega), muestran que no existe relación entre felicidad o el desarrollo humano basado en la riqueza y nivel de emisiones elevado, como muestran por el contrario los países anglosajones, con un modelo menos igualitario y un sistema del bienestar privatizado.
Andrew Simms, especialista en cambio climático de la New Economics Foundation, arguye que “los países que han seguido más estrechamente el modelo anglosajón, liderado por el mercado, aparecen como los menos eficientes”.
“Estos hallazgos -prosigue Simms- cuestionan el papel de la economía. ¿Cuál es el objetivo si quemamos enormes cantidades de combustibles fósiles para producir, comprar y consumir todavía más cosas, sin beneficiar significativamente nuestro porvenir?”
“Sabemos -concluye- que hay gente que está al menos en una situación similar para conseguir una elevada satisfacción a la mientras respeta sus valores medioambientales, que aquellos que consumen grandes cantidades de bienes”.
De modo que la huella ecológica de una sociedad está relacionada no su modelo de desarrollo, que a su vez se integra en una visión del mundo y una escala de valores determinada.
Parece que los países ricos de la Europa continental alcanzan altos índices de desarrollo sin por ello aumentar su huella ecológica hasta los niveles de Australia, Canadá, Estados Unidos o incluso la europea Gran Bretaña.
Hablemos de ciudades: ocurre lo mismo
Finalmente, aporto una entrada publicada en el blog estadounidense TreeHugger.
La entrada, titulada “Reduce tus emisiones a la mitad de un día para otro: múdate a la ciudad”, recoge los resultados de un estudio del Instituto Internacional para el Medio Ambiente y el Desarrollo (IIED en sus siglas en inglés), sobre la huella ecológica de las grandes urbes.
El estudio corrobora la tesis de mi conversación con Kirsten: las ciudades que siguen el modelo de desarrollo anglosajón (zona suburbana muy extensa y dependencia del transporte privado) son las que más contaminan por persona, con Washington DC como líder paradigmático de esta pobre evolución.
El estudio también muestra, y esto no es tampoco una sorpresa, que las urbes con una economía basada en los servicios logran contaminar menos por persona que las ciudades industriales.
Lo que más me ha agradado: la gran urbe que puntúa excepcionalmente bien es Barcelona, con unas emisiones por persona que se sitúan a casi la mitad de los indicadores de Nueva York, pese a que esta última es una de las ciudades más sostenibles de Norteamérica, por su densidad, transporte público y economía de servicios.
Elogio de Barcelona
Barcelona es, asimismo, una de las grandes ciudades europeas donde los ciudadanos gastan menos agua por persona, otro indicador que muestra una cierta concienciación de la población.
Barcelona es una ciudad densa, con un transporte público mejorable, aunque excepcional si es comparado con el de cualquier gran ciudad anglosajona, salvo algunas excepciones.
Su clima es apacible y, por tanto, no requiere un gasto excepcional ni en invierno (calefacción) ni en verano (aire acondicionado).
No obstante, el enclave de la ciudad no lo es todo y el buen comportamiento de la ciudad en consumo de recursos por persona está relacionado con la propia estructura y valores de la urbe en su conjunto.
Barcelona encarna muchos de los logros que quiere apuntarse Europa, así como también sus frustraciones.
No es una ciudad perfecta y Kirsten y yo, que vivimos en el centro histórico de la ciudad, padecemos a veces en nuestra cotidianeidad los excesos de un modelo que se ha centrado en ocasiones en el turismo borreguil, tan amigo de la borrachera y el cántico.
Pero también hay que destacar lo que se ha hecho bien. Y en Barcelona ha existido siempre un modelo de ciudad, incluso durante el “porciolismo” y el resto de planificación -o ausencia de ésta- tecnócrata de mala calaña que ha padecido la ciudad.
Ni siquiera los malos tecnócratas se han podido cargar una metrópolis que se abre a la primavera como pocas ciudades lo pueden hacer en el mundo.