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Ecología del cambio tecnológico: la vigencia de Neil Postman

Las grandes transformaciones no tienen un efecto aditivo sobre la sociedad, sino ecológico. Al introducir un nuevo elemento transformador en la realidad compleja de las sociedades hipersensibles de hoy, este nuevo medio acaba afectando al conjunto.

Si recurrimos a una analogía, cuando dejamos caer una gota de tinta roja en una cubeta de agua clara, el resultado obtenido no es un recipiente de agua con una gota añadida todavía distinguible: se ha producido la coloración de cada una de las moléculas que componen el agua del recipiente.

Neil Postman

Tanto la hipótesis mencionada como la analogía pertenecen al crítico cultural y de medios estadounidense Neil Postman. Sus reflexiones alcanzan la estatura que merecían a medida que nos adentramos en episodios evolutivos de una sociedad que confundió la Internet ubicua con la panacea y se despierta reflexionando no sólo sobre las ventajas, sino sobre los inconvenientes de semejante transformación.

La auténtica huella de las transformaciones

No todas las efemérides dignas de remarcar durante estas semanas pasan por Mayo del 68, el estreno de 2001: Una odisea del espacio o la muerte de Martin Luther King Jr. Se cumple medio siglo de estos acontecimientos, cada uno a su manera fundacionales del postmodernismo.

Viajemos tres décadas adelante: es la primavera de 1998, hace justo dos décadas que dos inadaptados de la bahía de San Francisco han fundado Apple, mientras otra pareja interesada en popularizar la cibernética para las masas trasladará la sede de su empresa, Micro-Soft (posteriormente Microsoft) desde Albuquerque, Nuevo México, a Bellevue, Washington.

En 1998, esas viejas efemérides del postmodernismo y la informática personal permanecen en segundo plano, conformando un contexto, el de la cibernética para las masas, que se ha materializado en el ordenador personal para la oficina, el mundo académico y creativo y, cada vez más, el entretenimiento.

En los años siguientes, Apple, que ha estado a punto de desaparecer, facilitará la transición del ocio y el trabajo creativo desde el mundo físico al digital.

Internet, mientras tanto, abandona su soporífera pátina de academicismo de grupos de noticias y transforma poco a poco su naturaleza: en círculos como el departamento de ciencia computacional de Stanford se cocina la auténtica transformación, pues ya queda claro que los algoritmos crearán herramientas que multiplicarán la utilidad de ese repositorio, lento y caótico.

Neil Postman: la importancia de comprender el contexto de la cibernética

Google nace ese mismo año, y su acuerdo para convertirse en motor de búsqueda de Yahoo! asentará el ascenso imparable de las nuevas empresas intangibles, que olvidan el hardware y el software empaquetado para ofrecer servicios telemáticos que mejoran con el uso (pues los nuevos algoritmos “acumulan experiencia”).

Queda una década para que Internet de banda ancha, teléfono inteligente y redes sociales aceleren los cambios, ya visibles en 1998 para quienes permanecen atentos.

Entre los espectadores más lúcidos y preparados para observar la transformación que se produce en la llamada “sociedad del conocimiento”, se encuentra el autor de una crítica sobre la sociedad de masas que había empleado años atrás el símil distópico de las novelas de Orwell y Huxley, 1984 y Un mundo feliz. El libro, Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business, había aparecido 14 años años, en la feria de Fráncfort de 1984.

El año premonitorio del guiño orwelliano, y también, para la sociedad postmoderna de consumo hedonista por afinidades que se mundializaba, el año del anuncio del cineasta británico Ridley Scott para Apple, que se servía de la novel de Orwell para presentar su Macintosh como antídoto. IBM y Microsoft representan, en el anuncio, al Gran Hermano.

Pero Neil Postman no se había dejado embelesar por el relato en torno al Macintosh: éste formaba parte del mundo que llegaba, como también lo hacían el PC y la red de telecomunicaciones militar y académica que se postulaba como nuevo medio telemático descentralizado. La cibernética era la evolución con capacidades bidireccionales y de personalización de un mundo de información y ocio hasta entonces dominado por la transmisión de los medios de masas, según las reflexiones de su célebre colega canadiense Marshall McLuhan.

Creando la distopía de Aldous Huxley

Postman se había acostumbrado a analizar la transmisión cultural y los medios de masas sin optar por las teorías académicas más presentes en ese momento, surgidas de la lectura cansina del marxismo crítico de la Escuela de Fráncfort (o sus alternativas post-estructuralistas tales como Louis Althusser, Gilles Deleuze, Guy Debord y su sociedad del espectáculo, etc.).

Así, en Amusing Ourselves to Death, Postman concluía que el mundo que venía se parecería más al “mundo feliz” de Aldus Huxley que a la sociedad pseudo-estalinista de 1894: Orwell temía que el odio y el medio al castigo se institucionalizaran en las sociedades avanzadas de finales del siglo XX, mientras que Huxley, británico afincado en el sur de California abierto a la experimentación psicodélica, temía que el control se ejercería saturando a la población con consumo superficial que ésta acabaría demandando.

Huxley comprendió mejor, en definitiva, la evolución de los nuevos medios de masas, erigidos en dispositivos reclamando la atención de la audiencia hasta entumecer su individualidad y capacidad de decisión. K.O. por saturación. Neil Postman había dedicado su libro a expresar esta dicotomía distópica, y en 1998, 14 años después, se disponía a aportar nuevos apuntes sobre la evolución de la sociedad del conocimiento antes de que le fallaran las fuerzas.

Una charla en Denver en 1998

La charla de Neil Postman en Denver en la primavera de 1998 volvía a surgir de la voz de quien sigue el son de su propio tambor: mientras gurús como los tecnólogos en torno a la revista Wired, el director del Media Lab del MIT Nicholas Negroponte y expertos varios dedicados a difundir las mieles del futuro tecnológico que se avecinaba, Neil Postman, judío agnóstico, recelaba del cultismo que volvía a imponerse en la sociedad estadounidense: el espectáculo pasaba de un esquema jerarquizado y unidireccional a la segmentación y la bidireccionalidad.

Décadas antes, Hollywood y los medios audiovisuales habían sentado las bases del consumo de masas, con la ayuda inestimable del marketing y las relaciones públicas, heredadas (a través del sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays) de las técnicas de propaganda totalitaria de la Europa de entreguerras. Ahora, Internet aceleraba el cambio tecnológico y transformaba para siempre la sociedad.

Neil Postman sabía ya, en el momento de conceder esta charla, que la opinión pública —aglutinada en torno a posiciones de consenso sustentadas en el bienestar material y un imaginario mediático compartido— no sobreviviría al cambio que se avecinaba.

El título de la charla de Postman, celebrada apenas cinco años antes de su muerte: Cinco cosas que debemos saber sobre el cambio tecnológico. Para Postman, la tecnología no es un fin positivo en sí mismo, ni una herramienta que “soluciona” problemas, sino un agente de cambio que, como agentes de cambios anteriores, transforman la sociedad con una rapidez y profundidad inusitadas. Pulsar un botón, acceder a un hiperenlace o descargar una aplicación no obrarán ningún milagro. No, apretando ese botón no solucionarás el mundo, aunque el nuevo Evangelio de Silicon Valley así lo haya proclamado.

Los 5 apuntes de Neil Postman sobre el cambio tecnológico

Como los versos de un buen poema o las estrofas imparables de una melodía musical que parece formar parte de la naturaleza, sirviéndose de algún compositor como medio de transmisión, las cinco ideas de Postman en torno a los cambios tecnológicos parecen obvias una vez enumeradas:

  • primera idea: siempre pagamos un precio con cada transformación tecnológica: cuanto más importante el cambio, mayor el precio a pagar;
  • segundo: cuando una tecnología decisiva empieza a surtir efecto (transformando la sociedad como una gota de tinta roja transforma cada molécula del agua en un recipiente), siempre hay ganadores y perdedores; si estas tecnologías logran acaparar un valor desproporcionado en relación con sus contribuciones positivas a la sociedad (en forma de salarios, impuestos, empleos indirectos, servicios, filantropía), se aceleran fenómenos como la desigualdad o el empobrecimiento relativo de la clase media;
  • tercera idea mencionada por Postman en su charla: nos guste o no, y se mantenga oculta a ojos de la ciudadanía o no, cada tecnología transformadora viene acompañada de prejuicios epistemológicos, políticos o sociales (sería interesante conocer la opinión del crítico social, desaparecido en 2003, con respecto a la publicidad y los servicios que discriminan de facto por raza, sexo o religión, tales como la publicidad segmentada de Facebook o el alquiler de viviendas entre usuarios a través de Airbnb);
  • cuarto: los grandes cambios tecnológicos, como la informática personal, Internet, el teléfono inteligente o la conexión ubicua a datos, no son aditivos, sino “ecológicos”, al modificar el mundo en su conjunto y de manera irreversible;
  • quinto y último punto de la charla de Postman en Denver: la tecnología tiende a construir su épica y su mítica, un relato que muta en poco menos que un evangelio y, por tanto, se percibe por la población como parte integrante del “orden natural de las cosas”, controlando más de nuestras vidas de lo que sería deseable.

El viejo juego de camelar a los perdedores de todo cambio

¿Qué precio estamos pagando cuando aceptamos que la esfera privada, anteriormente guardada con celo en las sociedades abiertas, es ahora publicada con morboso exhibicionismo, como si necesitáramos “confesarnos” ante el mundo? ¿Cómo han logrado las redes sociales y ese apéndice tecnológico acoplado a nosotros, el teléfono inteligente, que compartamos detalles anodinos de nuestra existencia sin lograr más a cambio que anuncios contextuales servidos de acuerdo con la evolución milimétrica de nuestras filias y fobias (psicografía)?

El nuevo psicoanálisis: una aplicación de móvil por cada ansiedad e inseguridad. La promesa de las nuevas tecnologías se corresponde con el relato que relaciones públicas y una prensa que confundió la confianza en el progreso con el fenómeno postmoderno del culto a los productos y empresas más en boga.

Cada gran cambio crea ganadores y perdedores, y, reflexiona Neil Postman:

“los ganadores siempre tratan de persuadir a los perdedores de que son realmente los ganadores.”

Facebook ha convencido a un tercio de la población mundial no sólo a compartir su información privada y renunciar a métodos de interacción con réditos demostrados a largo plazo, sino a consumir información personalizada que antepone el rendimiento económico de la información por encima del interés individual y de la población.

¿Fin del solucionismo tecnológico de fans acríticos?

Qué más da que la información servida haya subido la cantidad de azúcar hasta niveles intolerables, o que el sesgo se convierta a menudo en bulos que alimentan polarización y repliegue grupal ante supuestos ataques de los Otros: si la publicidad contextual rinde, todo marcha.

Aldous Huxley

Hasta el punto de inflexión de Brexit y la elección de Donald Trump, las opiniones públicas, más fragmentadas y vulnerables a la desinformación de entidades y gobiernos, se habían considerado las grandes ganadoras de la transformación tecnológica liderada por los gigantes de Internet y el teléfono móvil.

Postman:

“Hemos asistido a cambios tecnológicos como lo haría un sonámbulo. Nuestro eslogan no reconocido ha sido ‘tecnología über alles’, y hemos estado dispuestos a adaptar nuestras vidas para que se adapten a los requisitos de la tecnología, y no las necesidades de la cultura.”

Esta actitud, en la que un porcentaje no deleznable de la población mundial más “conectada” de la actualidad podría reconocerse, es, según Postman, una forma de estupidez: sacrificamos el debate sin condiciones apriorísticas y una conquista tan importante como el pensamiento crítico, pues hemos interiorizado el mensaje de relaciones públicas de las compañías tecnológicas más populares hasta hacerlo indistinguible de nuestro propio punto de vista:

“Necesitamos proceder —decía Postman en 1998, atestando la que nos venía encima— con los ojos bien abiertos para que la mayoría de nosotros use la tecnología en lugar de que la tecnología acabe usándonos a nosotros.”

Neil Postman analizando la situación de 2018 desde la inocencia de 1998

Esta última reflexión es escalofriante, a tenor de la obscena influencia de los mensajes de desinformación que se han servido de la ingeniería de la popularidad de los contenidos en Internet (que, gracias al evolucionismo cultural —memética— de un medio descentralizado, antepone la popularidad a cualquier consideración ética o deontológica) para difundir desinformación, sembrando la polarización y la discordia en las democracias liberales.

Muchos de quienes han sido utilizados por su confianza acrítica en las pantallas digitales y los servicios que han reclamado cada vez más atención, niegan la mayor y afirman no estar siendo manipulados.

Como si se tratara de una evolución cultural inevitable (cuando toda transformación trae consigo los prejuicios epistemológicos, políticos o sociales que Neil Postman menciona en el tercer punto de su charla), en los últimos tiempos nos hemos dedicado a preguntarnos, como espectadores y como creadores de contenido, qué traerá una determinada tecnología o “mejoría” de ésta.

Debemos acostumbrarnos (decía ya Postman en 1998) a preguntarnos con la misma urgencia y elocuencia qué es lo que la nueva tecnología deshará, empeorará, omitirá, arrinconará. Esta última cuestión, mucho más infrecuente, concentra la importancia de las grandes incógnitas por explorar.

Para ocultar las externalidades negativas de la transformación, los agentes que protagonizan el cambio y quienes lo aplauden en tanto comparsas inconscientes del fenómeno memético de apoyar, “lo revolucionario”, “lo que va contra lo establecido”, difunden el mensaje de que este cambio es positivo e inevitable pese a los “pequeños prejuicios”.

El sueño húmedo de Edward Bernays

Una de las falacias que más costará refutar en los próximos años es la hipótesis —interiorizada por la mayoría— de que, en la Era de la Información, cuanta mayor cantidad de información (sin importar su calidad, sin saber quién controla su personalización, qué sirve a cada usuario y por qué), mejor. ¿Estamos seguros de que, a más información, mejor informados estaremos y más rico será el debate?

¿No dependerá el debate público también de un punto de vista rico y con perspectivas complementarias, de la formación de un pensamiento crítico a prueba de manipulaciones y bulos, o de la calidad e integridad del análisis?

Según Neil Postman, los ganadores de la transformación tecnológica a la que hemos asistido difunden que cuanta mayor información, mayores posibilidades de resolver problemas personales y a gran escala porque su futuro como plataforma —y como negocio— depende de ello.

Y llegamos al punto clave: el mismo espíritu libertario que inspiró Internet favoreció una aversión a todo intento de regulación que todo el mundo ha interiorizado, incluso cuando no regular implica exponerse a peligros como el abuso de las grandes plataformas, convertidas en negocios de rastreo de nuestra actividad para, a continuación, servirnos una publicidad cuya efectividad subliminal suscitaría un orgasmo en Edward Bernays.

Aldous Huxley, autor de “Un mundo feliz” (1932)

No, Internet y las aplicaciones móviles no arreglarán nuestra dieta, nuestra vida personal y sentimental, nuestras aspiraciones, la sociedad. Confundir herramientas repletas de publicidad contextual con oráculos mágicos conduce a frustraciones como el nihilismo que observamos en quienes se alimentan de diatribas fundamentalistas de distinto cariz en foros más o menos oscuros.

Ecología vs. adición

Según Postman, si para alguien con un martillo, todo se asemeja a un clavo, esta observación de perogrullo es extensible a cualquier faceta. Para una persona con un lápiz, todo parece una frase; para alguien con una videocámara, todo parece una imagen…

Para alguien con un ordenador (o con un teléfono inteligente), todo se reduce a datos.

El objetivo de los principales repositorios de Internet no es mejorar nuestra vida, ni facilitarla con “más información”, sino maximizar sus ganancias, dado el espíritu utilitarista de su modelo de negocio, apartado del carácter genuinamente ético y comunitarista de otros modelos con los que conviven (y de los que se benefician), como la colaboración del software libre, Wikipedia o las bases de datos distribuidas (P2P).

La transformación no es aditiva, sino ecológica, cambiándolo todo:

“Es por ello que debemos ser cautos sobre la innovación tecnológica. Las consecuencias del cambio tecnológico son siempre vastas, a menudo impredecibles y en su mayor parte irreversibles.”

El sociólogo y crítico cultural desaparecido en 2003 alertaba de confiar la infraestructura más importante de nuestra sociedad, el conocimiento, en manos de modelos de capitalismo que han florecido en un clima de asunción de grandes riesgos económicos y culturales.

Biología de la desinformación

“Los más creativos y atrevidos esperan explotar nuevas tecnologías hasta el máximo de su potencial, y no les importa demasiado qué tradiciones son descartadas por el camino o si una cultura está o no preparada para operar sin estas tradiciones.”

Antes de que sea demasiado tarde y alguien nos obligue a elegir entre una sociedad de rastreo y una sociedad abiertamente fascista, no estaría de más empezar a sospechar de quienes, con o sin conocimiento de causa, tratan toda tecnología surgida de Silicon Valley y sus aledaños como de poco menos que el cuerpo de Cristo.

En el esquema actual de la biología de la desinformación, los más conectados no serán los mejor informados, sino los más expuestos a la “propaganda computacional“.

El culto a la tecnología ha sustituido el misticismo religioso por nuevas panaceas que se construyen sobre la misma mentalidad, tales como el transhumanismo.

Ha llegado el momento de reivindicar nuestra individualidad y defender los mecanismos básicos de las sociedades abiertas. No es posible confiar en la autorregulación de las grandes empresas de rastreo. Neil Postman ya nos lo decía en 1998.