Ocurre tanto en nuestro entorno físico como en el digital: nos rodeamos de demasiadas cosas y, en el proceso de acumular, perdemos nuestra tranquilidad. Asistimos a un momento idóneo para recuperarla.
Varios estudios sugieren la manera de recobrar el sosiego y evitar la -costosa- frustración de confundir la felicidad (la entendamos como bienestar, autorrealización, etc.) con un camino inacabable de gratificaciones impulsivas. Consiste en simplificar; así, sin más, sin necesidad de fórmulas alquímicas, medicamentos o períodos de retiro en el Himalaya.
Contra el vacío de acumular, la introspección
Nuestro entorno inanimado inmediato es una proyección más de nuestra manera de vernos a nosotros mismos y a lo que nos rodea, asegura la teoría que relaciona el sosiego interno con nuestra manera de comprar, organizar documentos, amueblar la casa, acumular bártulos, “competir” con familiares, vecinos o amigos.
Según esta teoría, simplificar nuestra vida renunciando a objetos innecesarios contribuye a nuestro bienestar duradero, mientras el consumo excesivo es el síntoma más visible de un desasosiego irreflexivo.
Una vez en el juego de mantener un determinado nivel de vida, es difícil reconocer la superficialidad de la carrera propiciada por el consumo conspicuo en una sociedad competitiva, donde el éxito se mide en acumulación de bienes y ausencia de tiempo (también para escucharse a uno mismo o para divagar).
Sobre confundir acceso al consumo con felicidad
Un nuevo estudio conducido entre familias estadounidenses refrenda el problema de fondo: hemos confundido el acceso a un determinado nivel de consumo con la felicidad.
De lo contrario, no se entiende por qué las familias han acabado, por un lado, con demasiadas cosas que se acumulan sin ser usadas, entorpeciendo nuestro movimiento y desasosegándonos; y, por otro, con demasiado poco tiempo para poder disfrutar de ellas, confirma un estudio de la Universidad de UCLA.
Beth Teitell expone en The Boston Globe los riesgos de rodearse de demasiadas cosas y sentir el ahogo, tanto físico como existencial, del comportamiento que ha conducido a ello y ha suscitado el estudio de UCLA, convertido en ensayo a la venta en Amazon.
El hábitat “natural” de la familia tipo
Un equipo de antropólogos diseccionó la cotidianeidad de 32 familias durante 4 años en su “hábitat natural”: viviendas repletas de cosas.
“Las familias estadounidenses -dice Teitell- están abrumadas por el desorden, demasiado ocupadas para disfrutar del patio trasero; raramente cenan juntas pese a afirmar que las comidas en familia son un objetivo, y no pueden aparcar sus coches en el garaje, al estar atestado de trastos ajenos a los vehículos”.
El fenómeno no se circunscribe a las 32 familias estudiadas. Podemos sustituir “estadounidenses” por “occidentales” y “casas” por “viviendas” (cualquier tipo).
El estudio de UCLA, Vida doméstica en el siglo XXI, coordinado por la antropóloga Jeanne E. Arnold, es un compendio de 171 páginas con imágenes de despensas, oficinas y patios traseros, con un común denominador: la acumulación de alimentos, juguetes, comida, ropa, electrodomésticos y una interminable lista de cacharros, muchos de los cuales apenas desempeñan una función: restar espacio de convivencia a las familias.
Cuando los trastos impiden aparcar el coche
Entre los detalles descritos en el estudio, destacan:
- La acumulación de cosas impide el uso de los garajes.
- El manejo de las posesiones acumuladas representa tal problema en un elevado porcentaje de casas, hasta el punto de aumentar el nivel de estrés hormonal en las mujeres.
- Incluso aquellos que habían invertido en mejoras domésticas, se declaraban demasiado ocupados como para disfrutar de ellas.
- La mayoría de las familias dependen en gran medida de alimentos preparados, incluso en los casos en que el acopio de alimentos en oferta abarrota las despensas y, en ocasiones, hasta impide aparcar el coche en el garaje.
- Curiosidad: la puerta de un refrigerador repleta de imanes, calendarios, fotos familiares, teléfonos y horarios deportivos indica a menudo que el resto de la casa sigue un estado caótico similar.
El estudio de la Universidad de UCLA muestra una instantánea de una sociedad compuesta por familias ocupadas, en constante centrifugación, donde los más pequeños comparten horarios maratonianos con sus padres y nadie tiene demasiado tiempo para compartir.
Sí para acumular todo tipo de cosas: desde el último modelo de un producto ya adquirido con anterioridad a cantidades ingentes de alimentos, cajas con todo tipo de objetos que nadie utiliza, regalos, electrodomésticos.
Las exigencias de seguir el guión
Beth Teitell cita en The Boston Globe a Jeanne E. Arnold, que muestra su admiración por la determinación con que las familias del estudio siguen el ritmo de sus exigentes horarios, en un libro que documenta habitaciones de matrimonio sin estrenar, niños que apenas salen a la terraza, pilas de bártulos y paredes con colecciones enteras de muñecos con los que nadie juega.
Teitell recuerda que el estudio de UCLA se centra en familias de Los Ángeles, pero identifica los retos de las familias angelinas con los de las bostonianas. Muchos de los patrones de conducta de las familias retratadas son también extrapolables a los países europeos.
Cuando 1 muñeco se convierte en 10 y, pronto, en 100
Muchos padres con hijos pequeños se sentirán retratados con el número de juguetes que los niños del estudio acumulan, procedentes de padres, abuelos, otros parientes, amigos, etc. En el estudio-ensayo, el capítulo Material Saturation: Mountains of Possessions explica que Estados Unidos cuenta con el 3,1% de los niños del mundo, que acumulan el 40% de los juguetes.
Según Jessica Pohl, madre y ama de casa en Weston, California, explica que “de alguna manera, las Barbies se multiplican. Una conduce a 10, y 10 a 100”. Y, con respecto a los Playmobil: “acumulo cubos y cubos repletos de Playmobil”.
Sus hijos tienen ahora 9, 13 y 17 años. Hace tiempo que dejaron de usar los juguetes, pero le apena desprenderse de ellos.
Instantánea individual de un fenómeno colectivo
Si traducimos el comportamiento individual al colectivo, estos mismos estudios que relacionan consumo desaforado e insatisfacción crónica con algunos de los problemas estructurales actuales en varios países desarrollados.
Neurocientíficos, filósofos, psicólogos, blogueros y personajes anónimos coinciden en que la incertidumbre económica y la popularidad de tendencias como la vida sencilla y la sostenibilidad contribuyen a la búsqueda de un bienestar real, que no tiene etiqueta ni fecha de caducidad y carece, además, del envoltorio chillón de una experiencia de gratificación instantánea.
Afrontar lo esencial no es fácil, según sugieren algunos experimentos; se requieren esfuerzo, perseverancia, capacidad de introspección, madurez para entender que el bienestar no tiene por qué partir de los mecanismos evolutivos usados por el ser humano para obtener placer inmediato.
Satisfaciendo lo más primitivo de nuestro ser
Comprar, o acumular bienes, desde un mejor coche a una tele más grande, el último modelo de nuestro portátil, tableta electrónica o teléfono inteligente, es una acción que nuestro cerebro relaciona, al parecer, con actividades impulsivas ancestrales tan placenteras como difíciles de taimar: alimentos con grasas, sexo, comportamientos agresivos y gregarios, etc. Comprar es adictivo.
En su artículo California and Bust, sobre la crisis política y de deuda pública en California para Vanity Fair, el periodista y escritor Michael Lewis cita al neurocientífico británico afincado en California Peter Whybrow, quien argumenta que el ser humano no ha evolucionado en una situación de abundancia como la actual; de ahí que nos cueste tanto resistirnos a los premios que, en el pasado, garantizaron nuestra supervivencia.
Comprar nos proporciona, dice Whybrow, un placer similar, y aquí radica buena parte del problema.
Acumular una bola de nieve
Ciencia, filosofía clásica y, a menudo, sentido común ancestral resaltan los riesgos de dedicar demasiados esfuerzos a acumular cosas, en lugar de practicar la introspección y aprender a controlar los impulsos para, en lugar de reprimirlos, lograr que actúen a favor nuestro.
La compra impulsiva no nos hace más dichosos, sino más bien lo contrario. El estoico cordobés Séneca ya intuyó lo que estudios como el de Galen V. Bodenhausen de la Northwestern University, ahora refrendan: el consumo desaforado conduce a la depresión.
Séneca no habría usado los términos “consumo desaforado”, ni “depresión”. Los síntomas, sus orígenes y consecuencias, así como la forma de contrarrestarlos, estaban igual de presentes que ahora hace ya 2000 años: hay que prepararse para aceptar y dominar el placer.
Enseñanzas del experimento de las nubes de caramelo
Coincidiendo con los preceptos de la vida sencilla o los resultados que sugieren experimentos como el de la Universidad de Stanford en 1972, en el que los niños menos impulsivos tuvieron más éxito en su vida que los que no resistieron a la tentación de tener un caramelo al instante antes que dos en un rato, la gratificación aplazada concede más réditos a nuestra autorrealización que el placer sin esfuerzo.
El también estoico Musonio Rufo coincidía con Séneca en que la mejor manera de apreciar lo que se tiene, además de ser conscientes de que uno podría perderlo todo (técnica de la “visualización negativa”), es practicar la frugalidad.
La idea de “practicar la frugalidad”, no ya la “pobreza” como decían los estoicos, un concepto cuyas connotaciones son demasiado negativas en el mundo actual, partía de la apreciación de un fenómeno: quien evita todas las incomodidades y vive entre algodones, no aprecia la comodidad; mientras que quien acepta incomodidades con periodicidad aprecia con mayor intensidad incluso los placeres más humildes.
Por qué importa la fuerza de voluntad
Salir de la zona de confort nunca ha sido fácil, pese a que hoy sabemos que la fuerza de voluntad puede ejercitarse como un músculo y nuestro cerebro funciona mejor cuando nos esforzamos cada vez más.
Del mismo modo que los filósofos estoicos no se oponían a disfrutar de los placeres de la vida, sino que exhortaban a reflexionar sobre la manera de atender a los impulsos para no confundir plenitud con un empacho inacabable de conductas impulsivas, estudios como el de Galen V. Bodenhausen de la Northwestern University no equiparan todo el consumo con conductas depresivas.
Cuando el “placer” se desvanece tras la compra
El consumo preocupa a estudiosos y filósofos cuando el placer de la compra se desvanece al instante, al haber saciado una necesidad adictiva, relacionada con las zonas del cerebro más primitivas, las mismas que premian nuestro instinto de supervivencia básico, una región que se activa con los azúcares, el sexo lo el comportamiento gregario.
Cuando, además, el consumo irreflexivo conduce a acumular objetos, las consecuencias de una adicción conducen a una dolencia invisible más causada por la opulencia: la acumulación de cosas. Desamparados y a merced de los impulsos, todos tenemos un poco de Diógenes.
Como cualquier adicción, la respuesta a las nuevas dolencias derivadas del consumo desaforado parte del interior del individuo. Pero aprender a renunciar a bienes innecesarios, físicos o digitales, es tan complejo como el tratamiento de cualquier adicción.
Cuando el consumo pone en riesgo el futuro
La crisis obliga a muchas familias estadounidenses y europeas a abordar con decisión el comportamiento que les condujo a consumir de manera irreflexiva o, en ocasiones, a vivir por encima de sus posibilidades, debido al bajo precio del dinero y a las facilidades para financiar el gasto durante años.
Tanto quienes se reflejan en esta situación como los que no coinciden en que la nueva “historia de las cosas” consiste en aprender a consumir menos y, pese a ello, lograr un mayor bienestar duradero: aquel más relacionado con la introspección y los valores, en contraposición a la supuesta felicidad que la cultura pop ha relacionado con el consumo desde finales de la II Guerra Mundial.
Una de las habilidades -y oportunidades de negocio- más valoradas en las próximas décadas será la habilidad para lo que el canadiense afincado en Nueva York Graham Hill, fundador de la bitácora TreeHugger.com, llama “editar”: editar cosas y aspectos superfluos de nuestra vida que, lejos de mejorar nuestra existencia, nos impiden apreciar de los placeres del arte de vivir.
Simplificad, simplificad
Aprender a editar lo que no es imprescindible y abrazar la vida sencilla. Graham Hill y otros marcadores de tendencias coinciden con las reflexiones de filósofos griegos, pensadores zen, ilustrados como Benjamin Franklin y su “Poor Richard”, o trascendentalistas como Emerson y Thoreau.
“Simplificad, simplificad”, sentenció Thoreau en Walden, en 1854. Sus voz suena extrañamente contemporánea:
“Ten cinco platos en lugar de cien; y reduce todas las demás cosas en esa proporción. Nuestra vida es como una Confederación Germánica, compuesta de pequeños estados, con sus límites siempre fluctuantes, en forma tal que ni un alemán puede decirnos cuáles son sus propios límites en un momento dado”.
“El propio país, con todas sus llamadas mejoras internas —que, por otro lado, son todas externas y superficiales— es como una estructura pesada e hipertrofiada, colmada de muebles y atrapada por sus propias trampas, arruinada por el lujo y los gastos superfluos, por falta de cálculo y de un objetivo tan digno como el millón de hogares que hay en el país; la única cura para ello es una economía estricta, una vida sencilla, más que espartana, y la elevación de los designios. La nación vive demasiado rápidamente”.
Consejos para desenmarañar nuestro espacio
Brett y Kate McKay, autores del ensayo Art of Manliness y de la bitácora homónima, compilan las que consideran razones fundamentales para reducir buena parte de la complejidad que nos rodea renunciando a objetos innecesarios.
Renunciando al barullo físico superficial que nos rodea, y que ha tomado la forma de juguetes, ropa, revistas, cajas de una mudanza ya olvidada o proyectos que nunca fueron, hay beneficios inmediatos:
- La ansiedad se reduce.
- Desatascamos el espacio que nos rodea, colmado de cosas por decisiones pasadas, y obtenemos un nuevo comienzo.
- Ahorramos tiempo.
- Cuando somos organizamos y tenemos lo esencial, ahorramos tiempo.
- Podemos donar o vender los trastos viejos que acumulamos sin ton ni son. Un objeto apilado para nosotros tiene utilidad real para otros.
El arte de centrarse cuando toca
Leo Babauta, bloguero de Zenhabits y autor del ensayo Focus: a simplicity manifesto in the age of distraction, ha dedicado su bitácora a exponer maneras para simplificar nuestra vida renunciando a las posesiones que nunca usamos y se acumulan alrededor de nosotros.
Entre los consejos de Babauta, destacan:
- Desenmarañar nuestro entorno inmediato unos minutos cada día.
- Evitar que cosas y objetos superfluos e innecesarios entren en casa en primer lugar.
- Donar trastos de los que nos estamos deshaciendo.
- Crear un inventario para ser conscientes de la evolución de nuestro entorno más inmediato. Desprenderse de cacharros se puede convertir en un objetivo periódico.
- Empezar desde la puerta de una estancia y recorrer su perímetro con una mirada crítica.
- Aprovechar los tiempos muertos en la cocina y otras estancias para poner un poco de orden.
- Usar la máxima “un objeto entra, dos salen”. Un primer paso para liberar nuestro entorno de objetos innecesarios consiste en ser conscientes de que cualquier cosa que traigamos resta espacio y divierte nuestra atención.
- Reducir nuestro espacio de almacenaje.
- Desprendernos de la ropa que ya no llevamos.
- Depositar en una caja los objetos sobre los que no estamos seguros de querer desprendernos. En un año, seguramente hayamos olvidado el contenido de la caja.
- Desenmarañar una habitación entera, incluyendo armarios, escritorios, muebles, etc. Una tarea fácil y grata que nos animará a seguir en la tarea.
- Crear una lista con dos columnas: “no lo necesito” y “no me interesa”. Cada vez que queramos comprar algún objeto, recuperar la lista, por si la nueva prenda de ropa, aparato electrónico, etc., pertenece a alguno de los dos apartados.
- Solicitar ayuda a alguien en quien confiamos para desenmarañar nuestro entorno inmediato.
- Regala, dona, vende, intercambia.