La persona más influyente de este siglo no es un gurú tecnológico ni un líder mundial, sino un personaje anónimo en contacto con animales exóticos en un mercado chino.
Él solo ha desencadenado los acontecimientos que conducen a la crisis sanitaria y bursátil actual, y las consecuencias derivadas de ambas.
El evolucionismo nos ha tomado, una vez más, desprevenidos: más datos, igual incapacidad para atestar el riesgo y aprender de los demás.
El oportunismo y sus límites
El común denominador entre la expansión de un virus y la popularidad de la información en la Red es el oportunismo: un meme y un virus sólo surgen cuando existe un caldo de cultivo determinado. El éxito de su propagación dependerá de factores que son más fáciles de comprender una vez ya se han desencadenado y causado estragos.
En el mundo biológico, el virus se nutre de toda una población para, a continuación, cebarse con los más débiles. El evolucionismo cultural se comporta de un modo similar y fenómenos como el sensacionalismo en comunicación y el populismo en relaciones públicas florecen donde lagunas educativas y penuria fomentan el prejuicio y la superstición.
Can you think of silver linings?
International solidarity rather than us-first-ism? Not much sign so far.
Increased investment in science & heeding scientific advice in future?
End anti-vaxxers?
End wet markets?
Enforced remote teaching develops better web education systems?
— Richard Dawkins (@RichardDawkins) March 18, 2020
La charlatanería y el escándalo atraen más que el pensamiento de sistemas y la reflexión sosegada y —comprobamos en tiempo real— una pandemia es la oportunidad ideal para que la instrumentalización de un evento traumático —una guerra, una epidemia— sostenga todo tipo de tesis peregrinas.
El antídoto al oportunismo revela igualmente su rol. En la nueva situación de desconcierto, el deseo de retornar a los expertos y a la información fiable crece: cuando el riesgo percibido es elevado, los experimentos y la burla contra las élites dejan de ser una alternativa de protesta.
Una pandemia como excusa para revivir la utopía suburbana
En Estados Unidos, el hecho de que el distanciamiento social sea imprescindible durante el inicio de una pandemia para evitar el crecimiento exponencial de los contagios, sirve de tesis ideal para quienes, en países como Estados Unidos, promueven un urbanismo basado en la baja densidad y el transporte privado.
De repente, las ventajas de la densidad urbanística, desde el acceso a la cultura al transporte colectivo, se convierten en un acelerador potencial de contagios, como si las circunstancias excepcionales del contagio de un virus para el que todavía no existe una vacuna refutara la validez de un proyecto, el de vivir en poblaciones densas, iniciado en el neolítico.
Es sintomático que, entre los artículos populares de los últimos días en el New York Times, diario de cabecera de la ciudad más densa —con diferencia— de Estados Unidos y candidato a nuevo epicentro de contagios, se haya colado uno cuyo título adquiere connotaciones de disculpa: «La densidad es normalmente beneficiosa para nosotros. Ello será también cierto después del coronavirus».
Cuando los urbanitas no son bienvenidos
Como ocurrió en otras ciudades al inicio de la pandemia, una vez había quedado claro que llegarían las medidas de confinamiento, muchos neoyorquinos desoyeron las recomendaciones y abandonaron la ciudad (y la proximidad de hospitales y recursos) en dirección a segundas residencias y destinos vacacionales, error de manual que muestra hasta qué punto los mejor informados pueden anteponer su comodidad a objetivos públicos de crucial importancia.
Muchos neoyorquinos con segunda residencia en las poblaciones más pudientes y tranquilas de Long Island, sobre todo en torno al extremo oriental de la isla (los Hamptons, antiguo refugio de pescadores invadido por las clases urbanas), habrán emulado a los milaneses y madrileños que, unas semanas atrás, salieron de casa en busca de refugios en la costa y zonas rurales, poniendo en riesgo a otras poblaciones.
A bunch of rich people from LA and Seattle fled/flew up to their vacation homes in Sun Valle, Idaho
now that county has more confirmed cases than the rest of the state combined, despite being the most isolated and rural
There is one ICU bed in that town
— Nurse Larsen Squires, MSW, RN🌹 (@Eugene_V_Dabbs) March 20, 2020
La situación no va a ser menos tensa para los neoyorquinos que quieran refugiarse en otras destinaciones tradicionales de fin de semana, como las montañas de Catskill (en el interior rural del mismo Estado de Nueva York) y zonas aledañas de la Nueva Jersey rural.
La tensión aumenta en las localidades de ambos destinos, explican Tracey Tully y Stacey Stowe en el New York Times, pero muchos vecinos y propietarios de negocios (tradicionalmente deseosos de la llegada de los urbanitas) los instan a volver a su residencia principal, temiendo el contagio y el colapso sanitario local. Asimismo, prosigue el acopio de provisiones de todo tipo, armas inclusive.
Ética personal y segundas residencias
En las últimas tres semanas, la exclusiva localidad de esquí en las Rocosas de Sun Valley, en Idaho, recibió un aluvión de visitantes —con segunda residencia en las inmediaciones o sin ella—, con la esperanza de alejarse de zonas calientes de la transmisión del coronavirus en la Costa Oeste.
Pero Sun Valley y sus inmediaciones cuentan con apenas recursos médicos y un número ínfimo de recursos para los cuidados intensivos, y se enfrenta al reto de atender varios casos importados que requieren UCI. Al alejarse de su residencia habitual, los más favorecidos se ponen en riesgo a ellos mismos y, de paso, pueden ser vectores de la propagación en lugares hasta entonces menos asociados a la transmisión.
Durante una pandemia que amenaza con descontrolarse a inicios de la primavera, las ciudades más dinámicas y atractivas juegan con desventaja: desplazamientos al lugar de trabajo y congregaciones en calles, parques, restaurantes y otros equipamientos, multiplican la capacidad de contagio de un virus que ha demostrado un contagio más elevado que la gripe y una supervivencia preocupante sobre todo tipo de superficies, incluso hasta dos semanas después de producirse la contaminación, según un estudio reciente.
Si los memes más populares y las epidemias víricas aceleran su efectividad con la densidad de interacciones informativas y humanas, respectivamente, el origen de ambos fenómenos no está tan relacionado con la densidad como con la existencia de caldos de cultivo proclives a dos fenómenos en apariencia tan distintos como las campañas de desinformación y las epidemias.
El riesgo conocido que no se palió en origen
Las tendencias evolucionistas de información y biopolítica son un campo que merece ser explorado en los próximos años. Para reducir el impacto de ambos fenómenos, será necesario estudiar las condiciones que los posibilitan.
Así, mientras en los medios estadounidenses proliferan artículos y columnas de opinión que exponen el episodio del coronavirus como prueba irrefutable de los riesgos de la densidad urbanística y el transporte de masas, la expansión suburbana y la destrucción medioambiental están asociadas con el riesgo de pandemias de origen animal.
Expertos en epidemiología han advertido durante años que las condiciones de hacinamiento de vida salvaje y actividad humana en los populares «mercados húmedos» asiáticos suponían una bomba biológica que estallaría de un modo u otro, a caso a través de un virus SARS procedente de murciélagos chinos que usaría otro animal exótico —vendido como alimento en uno de estos mercados— para saltar a un huésped humano.
En 2013, por ejemplo, Wired exploraba la posibilidad de que una pandemia de este tipo tomara desprevenido a un mundo interconectado. El título del artículo: «Los murciélagos chinos podrían portar la próxima pandemia SARS».
Our study evaluating the impact of preprints on global discourse about #COVID19 transmissibility is now peer-reviewed & up at @LancetGH – including an analysis of early basic reproduction number estimates & agreement regarding epidemic potential there-in: https://t.co/nZPIGd1uMc pic.twitter.com/bW1fmfIX7C
— Maia Majumder, PhD (@maiamajumder) March 24, 2020
Se sospecha que el coronavirus (SARS-CoV-2) al que se enfrenta el mundo en la actualidad, virus de la misma familia que el SARS y MERS presente en otras epidemias, habría saltado de murciélagos a alguno de los animales exóticos hacinados en un mercado húmedo de Wuhan (un pangolín, por ejemplo).
Individuo 0
En 2003, en un mundo algo menos interconectado, un brote similar de una cepa de SARS amenazó con provocar una pandemia con el riesgo de la anterior, si bien en aquella ocasión el virus era fácilmente detectable entre todos sus portadores, al producir fiebres altas en todos los infectados y carecer tanto de un elevado número de afectados asintomáticos como de un período de incubación tan extendido e impredecible en algunos casos.
El riesgo biológico de los mercados mojados en China era ya científicamente patente a inicios del presente siglo. En noviembre de 2002, un hombre de 46 años de la ciudad costera china de Guangdong experimentó una fiebre alta repentina que le impedía respirar con normalidad. Poco se conoce de él, excepto que se trataba de un funcionario del gobierno local, casado y con una hija.
Sin embargo, tal y como David Quammen revela en su ensayo Spillover, esta figura anónima había ayudado recientemente a preparar una comida no tan peculiar para un aficionado a los manjares de los mercados húmedos (cuyo origen se remonta, décadas atrás, al intento de la Administración china de reducir los efectos de hambrunas en zonas rurales). El plato preparado incluía pollo, gato doméstico y serpiente.
Este individuo es uno de los primeros casos de un síndrome respiratorio agudo grave cuyas siglas en inglés, SARS, denominarían la presencia en humanos de esta familia de virus.
El tiempo entre bombas biológicas
Se calcula que alrededor del 60% de las nuevas enfermedades que aparecen en el mundo anualmente tienen un origen zoonótico (proceden de animales domésticos o salvajes), pero los estudios sugieren que el ritmo de aparición de enfermedades infecciosas se acelerado en los últimos años.
Según un estudio publicado en Nature, en los años 50 fueron detectadas unas 30 nuevas enfermedades infecciosas; en 1980, el número había ascendido a 100 por década.
Parte del incremento se debería al deterioro del medio ambiente y al aumento tanto de la población total en el mundo como su densidad e interacción acelerada: desde inicios de la Ilustración, hemos pasado de desplazarnos en un radio local o regional a poder, literalmente, plantarnos en el otro extremo del planeta en la misma jornada.
Si las consecuencias del intercambio colombino fueron dramáticas para la población mundial debido a trasvases de población humana, plantas y animales domesticados a lo largo del mundo, este fenómeno ha alcanzado en la actualidad una escala sin precedentes. ¿Podría esta aceleración de intercambios, unida a la presión sobre el medio ambiente, estar causando el aumento global de enfermedades infecciosas constatado en los estudios?
El mundo era muy distinto en los años 50, época en que el mundo albergaba a 2.500 millones de personas y la población rural era muy superior a la urbana, y el transporte de mercancías y personas es más intenso y rápido en la actualidad que en cualquier otro momento en la historia; las enfermedades infecciosas aprovechan el salto cualitativo y explotan su potencial de infección, además de adaptar su componente genético (sea ARN o ADN).
La pandemia que no fue
Dos décadas después y pese a las recomendaciones (respaldadas por estudios) de la OMS para que China regulara o cerrara el confinamiento de animales exóticos dedicados a la alimentación en China y otros países asiáticos, nos enfrentamos a un virus que habría tenido un origen y recorrido similar al que podría haber causado una pandemia en 2003, con una diferencia —confirmada por una docena de estudios de finales de enero de 2020: el elevado potencial epidémico (R 2-3) del virus actual.
¿Las consecuencias? De momento, un habitante anónimo de Wuhan se ha convertido en la figura más importante de este sigo. Por de pronto, ha logrado que en estos momentos un tercio de la humanidad permanezca confinado para evitar su propagación. Poco a poco conoceremos las consecuencias sociales y económicas de estas medidas drásticas que nos traen imágenes de ciudades con sus arterias desiertas y cielos libres de estelas de aviones.
La crisis del coronavirus acabará al fin con el hacinamiento de vida salvaje dedicada a la ingesta humana en mercados húmedos chinos; quizá ocurra después de que haya tenido lugar una epidemia devastadora (que apenas empieza en los países emergentes), tanto por sus pérdidas humanas como por su repercusión social y económica…
Probably the most important story I've done during this whole crisis: How environmental destruction helps pandemics get started.https://t.co/hp8bzE9que
— Shannon Osaka (@shannonosaka) March 18, 2020
O, quizá, a la espera de observar la evolución vírica en el hemisferio norte a medida que llegue el calor, todo quede en una crisis sanitaria mundial que pueda ser reconducida y, de paso, recuerde tanto los límites del populismo como la necesidad de establecer mecanismos de acción rápida global equiparables al nivel de interdependencia real de nuestras sociedades.
Suplicar mascarillas (cuatro meses después)
La prosperidad, migración masiva a zonas urbanas y modernización de la sociedad china no ha acabado con la tradición de los mercados húmedos pese a la competencia de los supermercados y al aumento del poder adquisitivo de la población: ha aumentado el consumo de carne roja en el país, pero permanece el consumo de animales exóticos, en la actualidad menos asociados en el imaginario colectivo a las hambrunas del pasado que a la medicina tradicional y a creencias populares sin base científica (supuestas características afrodisíacas, etc.).
En China, la destrucción de biodiversidad convive con prácticas basadas en la superstición que anteponen supuestas propiedades de la ingesta de animales salvajes a la protección de especies en retroceso o el propio control sanitario, lo que explicaría por qué la Administración china ha sido especialmente laxa al aplicar una legislación para proteger la vida salvaje que data de 1988, mucho antes de que ciudades como Wuhan se convirtieran en urbes interconectadas con el resto de país y del mundo.
“Wet markets” in China and other countries should long ago have been closed down on moral grounds. Perhaps the present pandemic, where human animals suffer, will finally achieve that goal.https://t.co/cUMfTf5eLj
— Richard Dawkins (@RichardDawkins) March 18, 2020
Quizá, argumentan algunos expertos, coronavirus no sea más que uno más de los síntomas de una naturaleza sometida a una presión humana sin precedentes.
Será más fácil corregir los errores de política pública (los que, por ejemplo, han pasado por alto el peligro biológico de mantener abiertos los mercados donde se comercia con vida salvaje para el consumo humano) que transformar la maquinaria productiva de nuestra civilización para reducir la presión sobre clima y biodiversidad.
Si la naturaleza enviara mensajes de advertencia ¿qué forma tendrían?